Las masacres en Colombia, a las que el presidente de esa nación, Iván Duque, trata de cambiar el nombre (“homicidios colectivos”, les llama) son una práctica que ya tiene más de un siglo, que este año está alcanzando niveles de récord.

Esta es una de las conclusiones que puede obtenerse de la revisión hecha por Miguel Ángel Pérez Pirela en su programa Desde donde sea, este lunes 24 de agosto, luego de varios días en los que nuevamente corrió la sangre en el país vecino.

“El de hoy será un programa duro e impactante porque durante este fin de semana se dio la enésima masacre en Colombia. La semana pasada dedicamos tiempo al caótico y muy violento panorama del país vecino. Se puede tomar como noticia que se cuenta y se olvida o como el punto de partida de un análisis histórico de las masacres en Colombia, que no son nuevas”.

Comenzó haciendo referencia a las más recientes:

El 23 de agosto, en el departamento de Antioquia, hubo una masacre con 3 muertos y un herido, entre ellos un menor de edad, adolescente de 17 años.

El 21 de agosto en el Tambo, departamento de Cauca, fueron acribilladas seis personas y en zona rural de Arauca, frontera con Venezuela, hubo 5 muertos.

El 18 de agosto hombres armados asesinaron a tres indígenas de la comunidad awá en el resguardo indígena Pialapi, Pueblo Viejo, en Nariño.

El 15 de agosto, en la aldea de Santa Catalina, cercana a cabecera municipal de Samaniego, Nariño, fueron muertos ocho jóvenes de entre 19 y 25 años.

El 11 de agosto, asesinaron a cinco menores entre 14 y 15 años en barrio Llano Verde, Cali, capital de Valle del Cauca.

Indicó que, de acuerdo con este balance, solo en el último mes ha habido 10 masacres, tres de ellas en la última semana. El promedio de  esas cifras  para 2020: es un campesino asesinado y una masacre por semana, lo que ha llevado a la ONU  a afirmar que «hechos violentos con serios impactos humanitarios ocurren en territorio colombiano, con presencia de grupos armados ilegales, economías subterráneas, pobreza y una limitada presencia del Estado».

Pérez Pirela expresó que «lo más triste e irónico es el negacionismo del gobierno  de Duque. Han tratado de relativizar la designación misma de los hechos como masacres. Carlos Holmes Trujillo, el ministro de Defensa, acérrimo enemigo y amenazador de profesión con Venezuela, niega que se hayan reactivado las masacres durante el gobierno de Duque. Calificó con un vergonzoso eufemismo la ola de violencia, diciendo que ‘nos duele a todos, pero es la realidad, los homicidios colectivos no son nuevos’. Quieren relativizar las masacres, pero lo cierto es que en lo que va de  2020, se han registrado 235 asesinatos de líderes sociales y 38 masacres y estos crímenes se mantienen impunes.»

Ofreció algunas de las reacciones que se han registrado ante la escalada de hechos violentos. “Una masacre es una masacre, hay que llamarla por su nombre”, expresó Lucho Garzón, exalcalde de Bogotá. “Quisiéramos que al menos hubiese una discusión. Tienen que convocar fuerzas vivas y fortalecer los espacios de solidaridad. Entre más aspersión más sube el precio del gramo de coca, ¿y los campesino qué? ¿Qué les ofrecen: cacao, maíz? Presidente, asuma el paren ya. No se hace añorando o despotricando del pasado, el paren ya es el presente ¿Quién es el presidente del Estado? Duque”.

Explicó el director de LaIguana.TV que A hablar se aspersión, Garzón se refiere a la fumigación de sembradíos de hoja de coca.

Citó declaraciones del embajador venezolano ante las Naciones Unidas, Samuel Moncada, quien califica lo que está ocurriendo como una lección de historia. «La guerra sucia no es un modelo a seguir para Venezuela. Aceptar su vocabulario es ser cómplices de sus masacres».

Acotó Pérez Pirela que si existe un país, no hablo de su pueblo sino de su gobierno, que ha agredido a Venezuela de manera sistemática, ese país es Colombia, y añadió que las masacres impactan directamente a Venezuela porque tenemos seis millones de colombianos entre sus 30 millones de habitantes.

Aplaudió el hecho de que muchas voces comienzan a alzarse en Europa, en EEUU y en Colombia, donde existe miedo incluso a hablar del tema.

El periodista y escritor Gustavo Bolívar, expresó: “¿Tres masacres en 24 horas y no hacemos nada?… Imaginen que algún masacrado, líder social o campesino es un familiar. Dejemos la indiferencia a un lado. Colombia es hoy un baño de sangre. Duque no muestra ninguna intención. Contrasta con su actitud cuando a Uribe le dieron finca por cárcel”.

«Es verdad -comentó Pérez Pirela-. A Uribe lo  mandaron ‘preso’ a su gigantesca hacienda y salió  Duque a fungir de abogado. En cambio, van diez masacres en manos de un mes y Duque dice que no se les llame masacres. Lo que quiere es cambiarle el nombre».

Recorrido de un siglo y más

Pérez Pirela leyó y comentó partes de un artículo no firmado que publicó el diario neogranadino El Espectador, bajo el título La ingrata huella de las masacres en Colombia.

«Asociada a matanza, exterminio o carnicería, la palabra masacre lleva más de cien años enlutando al país. Hoy, es una inequívoca señal de que en los territorios la muerte ronda y el Estado falta. En los relatos que guardan las verdades de la guerra y que Alfredo Molano Bravo dejó para que la memoria no se pierda, el hilo de las masacres golpea en la conciencia nacional y repercute en la historia. Ya nadie vive para contarlo, pero el 16 de marzo de 1919, fueron veinte artesanos que protestaban contra el gobierno de Marco Fidel Suárez, masacrados a escasa distancia de la casa de gobierno. Tampoco se sabe la cifra exacta de los que murieron el 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga (Magdalena), en hecho que la historia refiere como la matanza de las bananeras. La estadística oficial dice que fueron 47 muertos. Los huelguistas hablaron de 1.500. Gabriel García Márquez escribió en Cien años de soledad que José Arcadio Segundo vio más de tres mil», señala el reportaje.

El moderador del programa indicó que así se llega a una fecha clave en la historia de la secular violencia colombiana. «Después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en abril de 1948 en Bogotá, se diversificaron los victimarios. La policía chulavita en ejercicio de verdugo, los “pájaros” al servicio de avivatos o directorios, los bandoleros, la chusma, el ejército, Colombia se llenó de homicidios selectivos y masacres por razones políticas. Cuando el gobierno de Mariano Ospina Pérez impuso el estado de sitio en noviembre de 1949, amordazó la prensa y cerró el Congreso, lo único que no se detuvo fue la violencia política. En Saboyá, fueron masacrados 20 conservadores en septiembre. El 22 de octubre se registró la matanza en la Casa Liberal en Cali que dejó 24 muertos. Después del estado de sitio, cuando terminaba 1949 el jefe rebelde Eliseo Velásquez se tomó el municipio de Puerto López (Meta) y sus hombres masacraron a 23 personas, antes de erigirse como comandante en los llanos. En San Mateo (Antioquia) fueron 20 liberales. Semana a semana, proliferaron las noticias de matanzas sin que las autoridades encontraran la forma de contener el odio banderizo».

El sangriento recuento de El Espectador hizo un alto en 1953, cuando, mediante un golpe de Estado, asumió el poder Gustavo Rojas Pinilla, quien prometió frenar la ola de asesinatos individuales y colectivos. «Se creó la Oficina de Rehabilitación y Socorro, se concedieron amnistías, y hubo proceso de paz que permitió la desmovilización de las guerrillas del Llano y de otras milicias más en Tolima, Cundinamarca, Santander o Antioquia. Pero la violencia no se detuvo porque fue una paz incompleta y los excluidos se mantuvieron en armas, mientras otros recobraron la senda trágica de las masacres. En Tolima, Valle, Huila, Cundinamarca, violencia oficial y réplica de resistencia en medio de la orden internacional desde Washington de proscribir el comunismo”.

Luego de la caída de Rojas Pinilla, prosiguieron las masacres. «En febrero de 1960, arrinconado por los escándalos y asociado a incontables episodios de crímenes, fue suprimido el Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC) y creado el DAS. (…) Las bandas armadas en la región del Sumapaz y otras zonas reeditaron las masacres (…) Entonces se abrió paso en la política la tesis de las ‘repúblicas independientes’ que había que desterrar».

Otro capítulo importante comienza en 1964 con el despliegue ordenado contra la organización comandada por Manuel Marulanda Vélez. Según el artículo, en ese tiempo «se terminó de acuñar una guerra política contra los movimientos enmarcados en el vetado comunismo. Así surgió lo que pasó a llamarse conflicto armado, con la constitución de las FARC, y en los siguientes meses la creación del ELN o el EPL. Largos años de emboscadas, asaltos y secuestros, respondidos por el Estado a través de lo aprendido en la doctrina contrainsurgente ordenada desde Estados Unidos, que aportó también la propuesta de crear grupos de autodefensa».

Pérez Pirela destacó este punto: la influencia que tuvo EEUU en la creación de grupos paramilitares.

El  informe periodístico incluye otros casos relevantes. «En La Rubiera (Arauca) en enero de 1968, los que mataron a 16 indígenas cuibas se justificaron diciendo: ‘nadie nos dijo que fuera delito matar indios’. Eran ‘guahibiadas’ o cacerías de indígenas, tan impunes como las matanzas de campesinos producto de las peleas por la tierra o la guerra abierta entre guerrilla y Fuerzas Armadas. Después apareció el M-19, las autodefensas mutaron en grupos paramilitares asociados a mafias locales, y se afianzó el narcotráfico que entró a ser el combustible predilecto de una guerra».

Otro hito  que el Equipo de Investigación de Desde donde sea consideró importante fue la creación del movimiento Muerte a Secuestradores (MAS), surgido a finales de 1981.  «A la vuelta de la esquina, el proceso de paz se fue al traste, se inició la guerra contra los extraditables, y la Unión Patriótica, partido político fruto de las negociaciones con las FARC, quedó en la mira del paramilitarismo y sus aliados. El año 1988, ya en tiempos de Virgilio Barco, cuando se estrenó la elección popular de alcaldes, quedó rotulado por los medios de información como ‘el año de las masacres’. Ni siquiera la constituyente de 1991 frenó la barbarie. Al cuarto mes de expedida la nueva Carta Política, presentada como tratado de paz, las FARC atacaron a una comisión judicial en Usme, a escasos kilómetros de Bogotá, y masacraron a siete funcionarios de la justicia. Las FARC asesinaron en diciembre de 2000 al congresista Diego Turbay, a su madre Inés Cote y a cinco personas más. El paramilitarismo replicó en Chengue (Sucre) con 23 campesinos asesinados a garrote y piedra en enero de 2001».

Acotó Pérez Pirela que estos últimos hechos ocurren ya bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

El reportaje llega así al tiempo de Juan Manuel Santos. «Solo cambiaron de rostro los perpetradores de asesinatos colectivos. Se les llamó primero bandas criminales, después grupos armados operacionales, en cualquier caso, expresiones del narcotráfico y reciclajes, algunos con sello de limpieza social no distante del paramilitarismo. Las FARC y el gobierno Santos firmaron un acuerdo de paz en 2016 que bajó las estadísticas de violencia, pero tampoco borró el rastro de las masacres».

Pérez Pirela leyó los párrafos finales de la extensa nota, que se entra en la situación actual. «Rastrojos, caparrapos, pelusos, clan del golfo, lo único claro es que las matanzas están de regreso. Ahora se divulgan con rapidez en los portales, en las redes sociales, en los mensajes de chat. No son noticias falsas, es lo que pasa en varias regiones porque los muertos no mienten. El ministro de defensa Carlos Holmes Trujillo ya anunció un grupo élite para perseguir a los masacradores, es decir, lo mismo que hicieron Barco, Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos sin resultados convincentes».

El presentador expresó que a ese dramático cuadro hay que sumarle este año las cifras de la pandemia. «Hubo 348 muertes y 8 mil contagios en las últimas 24 horas. La semana pasada hubo picos de 13 mil casos por día. Ya Colombia superó el medio millón de contagiados y 17 mil 316 decesos. Más muertos que por asesinatos del año 2019. Bogotá y Antioquía, con 2 mil 172 y 1 mil 543 infectados, regiones más infectadas».

Mirarnos en el espejo colombiano

Pérez Pirela expresó su criterio en torno al riesgo de que Venezuela pueda caer en el camino de la paramilitarización colombiana, vistos las reiteradas denuncias en torno a las actuaciones de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana.

«Cuando veas la barba de tu vecino arder…  Estamos viendo qué sucede cuando fragmentos y grupúsculos toman la justicia en sus manos. En Venezuela se están dando excesos criticables por el desempeño de la FAES. O se le pone coto o vamos por el camino de la paramilitarización colombiana.

Más adelante añadió:

«Vamos a mirarnos en el espejo colombiano. No basta con tomar medidas respecto a los asesinos de esos dos jóvenes, comunicadores populares, en Cabimas, sino que es necesario adoptar correctivos estructurales porque las denuncias ya son muchas y los derechos humanos en Venezuela deben defenderse a capa y espada. Estoy convencido de que la crítica constructiva es lo que nos ayudan a avanzar. No hay que hacer como los gatos que tapan sus necesidades y creen que nadie se da cuenta. No es político ni es ético ocultar la verdad».

Declaraciones del almirante Ceballos

Abundando en el punto de los efectos que tiene la violencia colombiana en Venezuela, citó las declaraciones del almirante en jefe Remigio Ceballos, jefe del Comando Estratégico Operacional, quien afirmó que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana se defenderá de los grupos irregulares.

Enfatizó que «el gobierno de Iván Duque es el que más ha agredido a Venezuela en toda nuestra historia. El pueblo venezolano lo que ha hecho es recibir agresiones permanentes por parte del gobierno colombiano».

Añadió Ceballos que desde Colombia se ha promovido el robo de gasolina, la venta de moneda venezolana y el contrabando de alimentos, para intentar desestabilizar nuestra economía, bajo la mirada cómplice de las autoridades colombianas.

El alto oficial agregó que, a lo largo del siglo, mediante el Plan Colombia, se han emplazado siete bases militares estadounidenses desde las que se preparan agresiones a Venezuela y a toda la región y «hoy ejecutan operaciones combinadas para apoyar grupos mercenarios y terroristas contra el Estado venezolano».

Rememoró que en 2008, bajo la operación Fénix, Colombia agredió a Ecuador violando sus fronteras y, posteriormente, el 23 de Febrero de 2019, violando el derecho internacional, el gobierno colombiano lanza un ataque desde Cúcuta a través de los puentes fronterizos contra Venezuela.

Mencionó, además, el apoyo constante a grupos terroristas en territorio colombiano, para planificar y ejecutar intentos de magnicidio y ataques contra el Estado venezolano. Aunado a esto, Ceballos apuntó que el gobierno de Iván Duque ha sido incapaz de contener la pandemia del Covid-19 y que, por el contrario, se ha convertido en una amenaza latente de contagio a Venezuela y muchos venezolanos regresan contagiados, porque la política de salud en Colombia es inexistente».

Pérez Pirela remarcó que Colombia, sumida en una crisis sanitaria, se dedica a atacar a Venezuela. Junto a Brasil, apostaba a que explotara la pandemia para tener la excusa de invadir. Ahora resulta que son ellos los que tienen una crisis humanitaria. «El problema de Colombia es sanitario, pero también de derechos humanos porque lo que se está viviendo es uno de los atentados más grandes que conoce el planeta Tierra en estos momentos. Son masacres que no terminan. Se denunciaban los asesinatos selectivos pero ahora se le debe aunar el resurgir de las masacres».

Resumió el trecho recorrido por la nota de El Espectador, señalando que desde 1918 hasta nuestros días, nada ha cambiado, y la respuesta de Duque en este caso es tratar de quitarle el apelativo de masacres y decir que el gobierno de Venezuela le está comprando armas a Irán, en futuro, en condicional, y que supuestamente esas armas se están utilizando en esos crímenes. «¿Será que también le va a echar la culpa a Venezuela de las masacres que ellos mismos han propiciado? El gobierno que más ha violado los derechos humanos ahora inventa una historia para culpar a Venezuela. ¡Pobre pueblo colombiano! Tratan de tapar a sus asesinados hablando de Venezuela, pero el pueblo colombiano está comenzando a abrir los ojos. Están comparando cifras del Covid-19 y de derechos humanos. En Venezuela es donde supuestamente se violan los derechos humanos, pero allá en una semana ha habido tres masacres».

En la parte final, dedicada a mostrar y comentar las opiniones de la audiencia, destacó que  la Corte ha citado a Uribe por una masacre que se produjo cuando él era gobernador de Antioquia. “Se reabre la investigación por esos crímenes. Es bochornoso  lo que la mediática colombiana trata de hacer pata defender a Uribe. La postura de la revista Semana y de la periodista Vikcky Dávila es algo que no tiene nombre. Convierten a las víctimas en victimarios», subrayó.

Libro

A sabiendas de lo duro del tema tratado durante la noche, recomendó una lectura de características muy distintas, el libro Humor y amor del gran poeta caraqueño Aquiles Nazoa.

(LaIguana.TV)