En el viernes filosófico de Desde Donde Sea, Miguel Ángel Pérez Pirela presentó los fundamentos de la filosofía del francés Jean-Paul Sartre, principal representante del llamado existencialismo ateo. 

Para ello, durante lo que concibe como un ejercicio de «democratización y transferencia del conocimiento filosófico», se valió de las ideas desarrolladas por Sartre en El ser y la nada: ensayo de ontología fenomenológica, La náusea, El existencialismo es un humanismo y A puerta cerrada. 

Sartre y la construcción de su existencialismo

El punto de partida de esta corriente filosófica es que si Dios no existe, entonces, ¿qué hace el Hombre de sí? A esto, indicó Pérez Pirela, Sartre responde afirmando que ser humano es lo que hace de sí mismo, en un ejercicio permanente de libertad.

Con esta tesis, echa por borda entonces cualquier noción de determinismo para la existencia humana y en su lugar asegura que esa libertad de actuar se fundamenta en la conciencia, que a su vez, da lugar a la angustia, pues al estar dotado de conciencia, el Hombre debe enfrentarse a la elección. 

El experto destacó que Jean-Paul Sartre logró emparentar con acierto la escritura racional de sistemas filosóficos de gran calado, con la creación literaria y a este respecto indicó que su novela más importante, La náusea, publicada en 1938, tiene su correlato filosófico 

En El ser y la nada, acaso la obra más influyente de este pensador, que apareció en 1943.

Añadió, asimismo, que la propuesta sartreana se alimentó fundamentalmente de la filosofía de Martin Heidegger y de la fenomenología de Edmund Husserl –no en balde el subtítulo de El ser y la nada es «ensayo de ontología fenomenológica»–, pero sin dudas, más allá de estas influencias, está claro que produjo un pensamiento original.

Seguidamente, para mostrar qué clase de personaje era Jean-Paul Sartre, refirió su actuación cuando fuera considerado para el Premio Nobel de Literatura, en el año 1964. Entonces, al rumorarse que sería distinguido por la Academia Sueca, envió una misiva a Estocolmo solicitando que su candidatura fuera retirada, en la que indicaba que ese reconocimiento era «un fenómeno burgués». Sin embargo, la carta llegó tarde y fue anunciado como ganador, pero ello no le hizo retroceder en su posición, pues se negó públicamente a recibir el galardón, a contrapelo de lo que hicieran otros premiados de su tiempo como Albert Camus. 

Indubitablemente, Jean-Paul Sartre es uno de los grandes pensadores del siglo XX, al que incluso le fuera conferido el apelativo «maestro del pensamiento» dentro de Francia y ello se explica, en alguna medida porque fue protagonista y testigo de excepción de los acontecimientos de su tiempo. 

Durante la Segunda Guerra Mundial, el intelectual fue apresado y enviado a un campo de prisioneros, del que logró salir gracias a un permiso que le concedieron los alemanes, en virtud de sus marcadas deficiencias visuales –era ciego de un ojo y tenía visión disminuida por el otro–, tras lo cual volvió a la París ocupada para dictar clases de Filosofía e incorporarse a la Resistencia Francesa.   

Inicialmente, la Resistencia lo miró con reojo por su proximidad al pensamiento de Heidegger, que además de alemán, estaba vinculado con los nazis y él, por su parte, tuvo una relación crítica con este movimiento, un rasgo que luego sería característico de todo su accionar político posterior.  

De este modo, continuó Pérez Pirela, fue un crítico mordaz del gobierno de Charles de Gaulle, héroe de la Resistencia Francesa y se pronunció en contra de la guerra colonial de Francia contra Argelia, participó en los sucesos del Mayo Francés en 1968, en los que se solidarizó con los estudiantes y mantuvo un lazo pendular con el Partido Comunista de la Unión Soviética, a ratos próxima y a otros muy distante, aunque siempre siempre se sintió cercano a las causas revolucionarias del mundo. 

Aunque Dios no exista, no todo está permitido: bases del existencialismo ateo 

En sus reflexiones filosóficas, Sartre parte de la relación teórica y filosófica con Dios y en oposición a la idea: «Si Dios está muerto, todo está permitido», planteada por el escritor ruso Fiódor Dostoievski, a la sazón, representante del existencialismo cristiano, afirma: «sí, Dios está muerto, pero todo no está permitido».

Esta «primera intuición sartreana», a juicio de Miguel Ángel Pérez Pirela, da cuenta de que «hay que luchar contra las injusticias del mundo pero a través de la libertad», un «concepto fundacional» dentro de toda la filosofía  y literatura de Jean-Paul Sartre. 

Su propia vida, mencionó, fue ejemplo de cómo debía operar esa libertad, pues si bien antes de la ocupación alemana a Francia no mostró compromiso político alguno, luego se convirtió en el paradigma de lo que en Francia se conoce como «intelectual implicado, comprometido» con su época, un cambio de posición que él aseguraba que se había producido en un pleno ejercicio de libertad.  

Este filósofo criticó la noción según la cual el ser humano es un proyecto anterior a su existencia esgrimida por la filosofía cristiana y el existencialismo cristiano. Sucintamente, esto quiere decir que somos antes esencia que existencia, que nuestro destino está determinado ya desde nuestro mismo nacimiento, mas en El ser y la nada, Sartre rebate esta idea y asevera, en su lugar que ningún proyecto teleológico antecede a la existencia humana, por lo que los determinismos carecen de sentido.

De lo anterior concluye que toda existencia antecede a la esencia y por ello, el Hombre se hace en su libertad cotidiana. Así, la verdadera esencia del Hombre es su propia existencia, una que ha de rehacer permanentemente en pleno ejercicio de una libertad, que antes que gracia, es condena, siendo estos los fundamentos ontológicos y metafísicos del existencialismo ateo de Sartre.

Con el propósito de demarcar esta ontología del ser humano, en la precitada obra filosófica, Jean-Paul Sartre distingue entre dos formas del ser: el ser-en-sí y el ser-para-sí. 

En el primer caso, se refiere a lo inmóvil, a lo inmutable, a lo que carece de devenir. Se trata, por tanto, de las cosas, de los objetos, que carecen de conciencia y, en consecuencia, no poseen libertad y como no poseen libertad, entonces no tienen responsabilidad, tampoco pueden angustiarse puesto que no pueden elegir. 

En contraste, define el ser-para-sí, que es aquél que escoge él mismo los fundamentos de su propia existencia, en el marco de una libertad es absoluta que siempre trae aparejada la angustia, un argumento que es desarrollado detalladamente en su novela La náusea.  

De esta manera, cada gesto del ser humano, del ser-para-sí constituye un presente signado por las elecciones, que son, finalmente, las que nos constituyen. Sobre esto, Sartre afirmó que estamos obligados a decidir, incluso cuando decidimos no hacerlo y allí se muestra el carácter condenatorio de la libertad absoluta, al centro mismo del ser humano y por esa misma razón, ineludible. 

Sin embargo, por temor a la libertad, los seres humanos podemos «inventarnos un determinismo para no ser libres» y quedarnos arredados en el ser-en-sí, en lugar de optar por ser seres-para-sí. 

Esta condición la llamó Sartre la «mala fe», porque antes que un acto inconsciente, se trata de un acto consciente orientado a eludir la responsabilidad que supone el ejercicio de la libertad, pues al mirarnos al espejo, sí tenemos conciencia de lo que somos y no necesitamos llave alguna para adentrarnos en la verdad de nosotros mismos, como asegurara en su día el padre del Psicoanálisis, Sigmund Freud, quien veía en la palabra el mecanismo para develar los secretos del inconsciente. 

También en La náusea, Jean-Paul Sartre nos recuerda que nuestras nociones de moralidad, es decir, del bien y del mal, están mediadas por la mirada de los otros. Así, se cuestiona el valor malvado de una acción ejecutada fuera de los ojos ajenos, preguntándose cómo es posible que sea considerada mala, si otros no están para juzgarla.  

Las consecuencias, según Sartre, de que Dios no exista

Haciendo referencia al discurso El existencialismo es un humanismo, pronunciado por Sartre en 1946 y posteriormente difundido en un volumen que es considerado un clásico, Pérez Pirela explicó que el intelectual francés planteó dos tipos de existencialismo: uno cristiano y uno ateo, siendo él un representante del último, que se fundamenta en el hecho de que Dios no existe. 

Y si Dios no existe, entonces estamos condenados a ser libres y esa condena nos provoca la angustia, porque la figura de Dios da seguridad y facilita la vida.

En situaciones difíciles, recordó, muchos humanos buscan refugio en figuras divinas porque éstas nos indican qué debemos hacer y ese acto nos dota de una esencia, pero Sartre estimaba que estas acciones no eran más que un cobijo para escapar de la angustia que nos produce el ser libres. 

La angustia de la libertad se expresa cotidianamente y se fundamenta en la elección, es decir, en la conciencia. Cuando no hay oportunidad de elegir, explicó, el determinismo elimina la angustia de la libertad, pero al disponer de opciones, nos enfrentamos luego con nuestros propios cuestionamientos sobre lo elegido. 

Por ejemplo, lidiamos con la angustia sartreana cuando elegimos una prenda de ropa entre muchas otras disponibles, pero también cuando decidimos formar una pareja o cuando decidimos estudiar una carrera universitaria. 

Para Sartre, si somos algo, es porque antes de ser ese algo, existimos. Por ese motivo, cualquier acción emprendida por el ser humano en ejercicio de su libertad, aún pequeña cotidiana, determina a toda la humanidad y cambia al mundo, porque el Hombre es el responsable de todos los hombres. 

En esto, Sartre sigue al filósofo alemán Immanuel Kant quien prescribía: «actúa como que si tu acción fuera a ser elevada a rango universal», es decir, asumía que toda acción estaba destinada a convertirse en un imperativo categórico, un mandato para el resto. 

Con esto pretendía decir que existe un freno para las acciones humanas capaces de perjudicar a otros, pues al suponer que el resto imitaría la conducta negativa, las personas concretas se abstendrían de practicarla. 

Empero, otro de los grandes fundamentos del existencialismo de Sartre está en la relación, siempre viciada que tenemos con los demás. En su obra de teatro A puerta cerrada, el filósofo aseguró que el infierno son los otros. 

Bajo este punto de vista, el hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo. Primero es vomitado en el mundo, en el que actúa  y en sus acciones, es responsable de sí y de toda la humanidad, a contrapelo de las cosas, que son seres-en-sí, carentes de conciencia. 

Por esas razones, los seres humanos, en tanto seres-para-sí, somos seres indefinidos, puesto que si la esencia fuera anterior a la existencia, seríamos definidos; mas por tener conciencia, en su lugar, somos seres indefinidos que nos construimos a través de nuestras acciones y nuestros actos, que nos permiten convertirnos en proyecto, en esencia. 

No venimos al mundo, por tanto, para cumplir misión alguna, sino dotados de una libertad total; primero existimos y después creamos un propósito de nuestra existencia, a partir de la cual se constituye nuestra esencia.

Además, por estar condenado a ser libre, el Hombre se angustia, pero esa angustia hace que desde su nacimiento, no tenga que obedecer los dictámenes de ninguna religión, gobierno o sistema económico, sino que está en el centro mismo de la existencia. 

En conclusión, lo que Jean-Paul Sartre denomina existencialismo se refiere a la dificultad de cargar con la angustia de la libertad, proyecto que solamente acaba con la muerte, pues solo ésta es capaz de arrebatarnos la posibilidad de hacer con nosotros lo que queramos. 

(LaIguana.TV)