En una edición dedicada a la memoria de Salvador Allende, Miguel Ángel Pérez Pirela ofreció la primera de un conjunto de clases destinadas a exponer el importante debate contemporáneo entre filósofos liberalistas y comunitaristas,  con miras a trazar algunas trayectorias que den cuenta de sus implicaciones en el ámbito de la política.
 
Para ello, estará desarrollando ideas basadas en los siguientes libros: Las fuentes del yo, Charles Taylor. La moral por acuerdo, David Gauthier; Lo justo, Paul Ricoeur; A theory of a justice, John Rolws; El liberalismo y los límites de la justicia, Michael Sandel; Anarquía, Estado y utopía, Robert Nozick; La cultura del narcisismo, Christopher Lash y Hábitos del corazón, Robert Bellah, así como en Perfil de la discusión fiosófica-política contemporánea, de su autoría.
 
En primera instancia, precisó que los liberalistas, también conocidos en el mundo anglosajón como «liberals» no son neoliberales sino liberales de izquierda y para ellos, la obra paradigmática es A theory of a justice, publicada por el estadounidense John Rawls en 1971. 
 
A raíz de la aparición de este tratado, surgieron, para contraponérsele, los llamados comunitaristas, entre los que figuran filósofos como Charles Taylor o Michael Sandel. 
 
La respuesta, tan importante como la pregunta: ¿Qué viene primero, la moral o la justicia? 
 
Durante el otoño de 2001, en una conferencia en la Universidad de La Sorbona (París), el filósofo y profesor Michael Sandel expuso ante los asistentes la siguiente situación: supongamos que usted viaja en un tren que sorpresivamente perdió los frenos y casi de inmediato, percibe que en los rieles hay cinco personas trabajando y no se han dado cuenta del peligro que corren. 
 
Casi de inmediato, ve que justo antes de las cinco personas, la vía se bifurca y el tren podría, por tanto, tomar una vía alternativa, lo que impediría que las cinco personas murieran, pero resulta que en esa otra vía también hay otra persona trabajando. Así las cosas, ¿escogeríamos atropellar a las cinco personas que trabajan en el riel principal o a la persona que está en el riel de desvío?
 
Pensemos ahora, prosiguió el experto, que estamos en un andén cerca de los rieles y nos damos cuenta que el tren perdió el control y está a punto de atropellar a cinco personas. Nos damos cuenta, asimismo, que está un hombre gordo, muy gordo, tanto, que si lo empujáramos, detendríamos el tren. ¿Empujaríamos al gordo y salvaríamos la vida de cinco personas?
 
Después de las situaciones descritas e independientemente de las respuestas que cada quien puede tener, explicó, hay elementos que contradicen los acuerdos que plantean Gauthier o Rawls, pues en tales situaciones no se responde de forma racional sino moral.
 
Con estas preguntas, Sandels pretendía ilustrar que al indagar sobre asuntos como los planteados en los ejemplos,  la respuesta ofrecida indicará si quien responde habla desde el comunitarismo, el liberalismo, el anarquismo de derechas, etcétera. 
 
Empero, acotó que las aplicaciones de las teorías de la Filosofía Política encuentran su lugar en situaciones más vastas, porque los problemas del mundo contemporáneo no se limitan a tratar de salvar a una o a cinco personas, sino de tomar decisiones con respecto a otros asuntos, como podrían ser la repartición de tierras, la recaudación de impuestos, las preeminencias de un cierto grupo en una sociedad particular. Así, la respuesta que se ofrezca a las interrogantes, depende la ideología en la que nos escribimos.
 
En lo sucesivo, se entenderá que la Filosofía Política y la Política misma son un sistema de prioridades en relación con la idea del bien. De allí que cada vez que se plantean esta clase de cuestiones, las personas pensamos en términos de jerarquía de bienes que pueden justificar la acción, antes que en una racionalidad procedimental, como sostienen los «liberals».
 
Asimismo, inscrito en la tradición comunitarista, acotó que sería imposible establecer a un individuo lejano a su entono cultural, sin pasado ni historia, que sea solamente racionalidad, en tanto cuanto que un individuo cuyas decisiones dependen exclusivamente de sí mismo, es un absurdo.
 
En un individuo con identidad, espacial e históricamente situado, alcanzar su autonomía no implica que debe execrar su historia, ya que los los problemas del individuo actual trascienden la esfera personalísima, a contrapelo de lo que sostienen los «liberals», para quienes la autonomía del individuo supone que sus acciones presentes, están separadas de su pasado y de su contexto sociocultural. 
 
Por ello, al preguntarse si se pueden escoger los valores a través de un acto único situado en el tiempo o si la identidad puede construirse de espaldas a su contexto y a su entorno, comunitaristas y liberalistas ofrecerán respuestas antagónicas. Los primeros sostendrán que no; los segundos, que sí.  
 
La pretensión de esta reflexión que hoy inició Miguel Ángel Pérez Pirela, es, según sus palabras, avanzar en una crítica hacia el liberalismo, que concibe al individuo como un átomo, como un individuo que se hace a sí mismo, que no depende de un pasado, de una historia, pues tales aseveraciones, en su opinión, son difíciles de sostener en términos morales. 
 
El «status quo» del individuo contemporáneo: radiografía de una crisis
 
Para desarrollar la reflexión en torno al estado actual del hombre contemporáneo, atravesado por la depresión y la angustia, concentrado en la banalidad, empeñado en no conocer su pasado, encerrado en medios de comunicación y redes sociales con la idea de que allí está la vida, el filósofo criollo sustentó sus disertaciones en las ideas desarrolladas por los sociólogos Christopher Lash en La cultura del narcisismo (1979) y Robert Bellah en Hábitos del corazón (1981), así como las del filósofo Charles Taylor  en Las fuentes del yo (2011).
 
Un primer aspecto que en su parecer debe considerarse, es que lo primero que el liberalismo y el neoliberalismo le roban al individuo contemporáneo, son su historia y su pasado, lo que se traduce en que éste padece de una suerte de aversión al pasado y ve en el presente su lugar. Sin embargo, esto «lo deja perdido», al no poder medir sus acciones en relación con el pasado. 
 
La radiografía del individuo en el siglo XXI parece compadecerse con esta idea: individuos cerrados en sí mismo, incapaces de conectar con el otro y caracterizados por una ausencia de concepciones fuertes sobre el bien.
 
El pasado es cada vez menos tomado en cuenta: es escondido por los gobiernos de turno y sepultado por el mercado, que incita a consumir de cara al futuro. 
 
Para Charles Taylor, el individuo contemporáneo está perdido porque no se nos dice de dónde venimos ni dónde estamos y para ilustrar esta idea, refiere que es como si le dieran el mejor y más detallado mapa del mundo, pero sin decirle en qué punto del mapa se encuentra él. 
 
De su lado, en Hábitos del corazón, Bellah indica que «en nuestra sociedad, que mira siempre hacia adelante, somos siempre más capaces de hablar del futuro que del pasado». No obstante, en el debate sobre nuestro futuro, la presencia de la tradición es mucho más fuerte de lo que parece y, en su parecer, ese debate «sería mucho más fuerte» si se tuviera en cuenta el peso del pasado. 
 
Por tales razones, siguiendo a Bellah, el también director de LaIguana.TV puntualizó que las diferencias actuales no son el fruto de conflictos del presente sino que tienen su explicación en los del pasado, algo que suele pasar desapercibido o es soslayado cuando se pretende arrebatar al individuo su pasado y se le promete un futuro neutral, en el que los conflictos se resolverían exitosamente. 
 
El individuo contemporáneo no cree en la historia ni en el relato que ésta ofrece de su pasado. Así, el tiempo es siempre presente que se proyecta cada vez más rápidamente en el futuro y la voz del marketing insta al consumo por adelantado. Todo ello lo empuja hacia el abismo del presente, a costa de arrebartarle su pasado.
 
En este escenario es que el sociólogo Robert Bellah define la cultura del narcisismo, en la que el paradigma de vivir el momento, sin tener en cuenta a los predecesores o la continuidad, conduce a una pérdida del sentido de pertenencia que habrá de prolongarse en el futuro y la frase que le describe es «Carpe Diem», es decir, vive solamente en el aquí y el ahora.
 
Para Pérez Pirela vivir solo en el presente, supone en este caso un silencio del pasado que atenta contra la creación del sentido y su pérdida implica la supresión de una idea de bien que nos antecede y que nos puede formar como individuos.
 
En la sociedad narcisista se le otorga cada vez más prominencia a los rasgos narcisistas y reinan la pobreza de las ideologías dominantes y de la vida interior del individuo. Se trata de una sociedad que ha hecho de la nostalgia un bien comercializable dentro del intercambio cultural, que desecha la vida pasada y destaca el presente.
 
El individuo narcisista se encierra en su propio presente y la subsecuente incapacidad de narrar nuestro pasado, es la puerta que conduce al individualismo, que lleva, a su vez, a una sociedad atomizada, a un individuo que no le importa la vida social y que no le importa, por tanto, la política. 
 
Así, aunque bajo esta perspectiva se asume que el egoísmo es inmanente a los seres humanos, se critica que en la sociedad narcisista, el egoísmo se convierte en un elemento teleológico, por lo que, forzosamente, el individuo está llamado a ser egoísta, lo que incluye la supresión incluso de los lazos más próximos, como el de la familia.
 
La derivada cultura del narcisismo tiene lugar en una sociedad que, temerosa de no tener futuro, probablemente concede poca atención a las necesidades de la próxima generación y la ruina cae con consecuencias potencialmente devastadoras sobre la familia. 
 
El individuo debe llevar el duro peso de la autonomía, cueste lo que cueste. Está obligado a ser autosuficiente en relación con todo lo anterior a su propia existencia, es decir, a la familia. No hacerlo, implicaría, para los «liberals», dejar de ser libre. 
 
De su lado, ejemplificó Pérez Pirela, el adolescente contemporáneo está casi obligado a no hablar de su familia. No puede defender su punto de vista, alegando que es el de sus padres o parientes porque ello le acarrea exclusión social.
 
En esta línea argumentativa de Bellah, en la sociedad narcisista se crea un silencio cuasi sepulcral del pasado en aras de la autonomía del individuo, que acaba devenida en dogma: el individuo está obligado a ser «libre» a como fuere, lo que trae aparejada terrible consecuencia, pues cuando a los individuos se les obliga a ser egoístas, egocéntricos, autónomos y «libres», se crea el «yo omnipotente», producto indiscutible del neoliberalismo.
 
Otro de los mitos que sostienen el discurso del hombre contemporáneo desde la acera del libertarismo, es la fe ciega en la ciencia. Se deja de creer en el poder simbólico del pasado en aras de la fe ciega en la ciencia y la tecnología. 
 
Para Charles Taylor, esa confianza sustenta la creencia en un recorrido vital que es una especie de terapéutica que conduce a la felicidad, que bajo este lente es apenas sinónimo del éxito. Se deriva entonces un ecosistema en el que proliferan los discursos de la autoayuda y los falsos profetas que proponen terapias para ser felices. 
 
Así, el centro y fundamento de cualquier teoría de valores será el individuo y la única razón por la cual vale la pena moverse, es la autorrealización. 
 
Lo anterior da cuenta de una sociedad en la que los individuos son como átomos que no llegan a unirse, caldo de cultivo perfecto para las llamadas «teorías apolíticas» y entonces, según Lash, nace el narciso, que cree que en sí mismo resume toda la felicidad personal y social.
 
Taylor, por su parte, añade que el homo económico ha dado paso al hombre psicológico. El nuevo narciso está obsesionado no por la culpa sino por la ansiedad y duda incluso de la realidad de su propia existencia. Relajado y tolerante en la superficie, haya escasa utilidad en los dogmas de la pureza racial y étnica y considera a todo el mundo un rival ante las prebendas del Estado paternalista.
 
Estos efectos también incluyen esferas íntimas como la sexualidad, donde una aparente liberación de las conductas no conduce a la satisfacción o a la coexistencia dentro de un mismo sujeto de profundos impulsos antisociales y la reivindicación del trabajo en equipo, por lo que, sin duda alguna, puede concluirse que este «nuevo narciso» cartografiado por Bellah, Taylor y Lash es el fruto de varias contradicciones.
 
El francés Alexis de Tocqueville advertía ya a mediados del siglo XIX en su libro La democracia en América, que en el futuro, los individuos, en nombre de la libertad y la democracia, «se encerrarán en sus pequeños y vulgares placeres», de ahí que al individuo contemporáneo emprender la búsqueda de un sentido en todo lo que es vacío, acabe sucumbiendo a una actitud neurótica que lo aleja del resto de los individuos. 
 
Añade Lash en La cultura del narcisismo que los medios de comunicación, «con su culto a los famosos y su intento de rodearlos de algo fascinante, han convertido a los espectadores en un puñado de fanáticos», al tiempo que potencian y alientan al hombre común a identificarse con las estrellas y a odiar al rebaño, con lo que hacen que les sea cada vez más difícil aceptar la existencia diaria.
 
Esta noción de éxito y de excepcionalidad tras la existencia de «estrella», hace que el individuo sueñe con un destino que sea suficientemente grandioso para él. Lo quiere todo y no hay nada más grande que las aspiraciones del individuo individualista, que asume que su voluntad es todopoderosa y determina absolutamente su destino.
 
En el criterio de Pérez Pirela, se trata de «teorías del autoengaño personal», porque en nombre del individuo, quieren dejar detrás pasado y tradición, pero al dejar atrás aspectos como la religión, el individualismo se transforma en la nueva religión y si bien la gente hoy no se muestra ávida de salvación personal, en la sociedad contemporánea predomina el clima terapéutico: somos vistos como enfermos que requieren una cura. 
 
Los valores anteriores valen poco, pues lo importante de la existencia está en el presente. Por eso se nos da como criterio de búsqueda de la felicidad, la tranquilidad, que el individuo contemporáneo asume como la ausencia de lazos externos, en la que el otro se convierte en un fastidio. Así, no puede tener lugar la política, porque el narcisista de Lash es un ser competitivo y ve al otro como un rival, como enemigo, no ya por sus ideologías o formas de pensamientos, sino porque es obstáculo para la tranquilidad propia.
 
En este contexto, la paz social no es intercambio de valores, de criterios, ni equilibrio social: se reduce a un respeto al atomismo del otro, puesto que el otro es siempre adversario. «La postura de cínico distanciamiento se vuelve el estilo dominante en la interacción diaria», precisa Lash.
 
La sociedad y sus pocos puestos de trabajo bien pagados, con sus precios y publicidades elitistas hacen del otro un enemigo activo. Estos personajes elitistas que fungen de paradigmas en la sociedad narcisista, son para Lash, los empresarios, los «mánagers» y los gerentes; todos representaciones del éxito-felicidad buscado, pues son los que organizan, calculan sus intereses; que se hacen a sí mismos, trabajan en pro de un futuro con satisfacciones, etcétera. Se trata de una sociedad de la exclusión.
 
Este relato fantasioso conduce, naturalmente a un callejón sin salida, de manera tal que, siguiendo siempre al autor de La cultura del narcisismo, cuando el nuevo narciso comprende por fin que puede vivir no solo sin la fama, sino sin que sus congéneres hayan tenido conciencia de su existencia, no solo recibe un golpe de decepción, sino que ello deviene en desilusión y la pérdida de la propia identidad. 
 
Allí aparecen entonces los charlatanes y las «ciencias terapéuticas», cuyos discursos pretenden decirle a la gente cómo ser feliz.
 
Seguidamente, Miguel Ángel Pérez Pirela acotó que la identificación entre el narcisismo y el egoísmo, no es del todo exacta, puesto que de acuerdo con Lash, los hombres han sido siempre egoísta y los grupos humanos, etnocéntricos. 
 
«En la burocracia, en la racionalización de la vida interior, en los cambios en la vida familiar y patrones de socialización es que debe encontrarse el sentido del narcisismo», alerta Lash, pues éste no es meramente egoísmo, sino que se fundamenta en el dogma de la autenticidad, que constituye el fundamento moral del individuo contemporáneo.
 
Actualmente, destaca el autor, el problema es más complejo, porque si antes ponía el propio interés frente a todo, en la línea de Hobbes, en la contemporaneidad mucha gente se siente llamada a obrar de modo narcisista e inclusive tiene la impresión de que si no actúa de esta manera, desperdiciaría su vida completamente.
 
En este sentido, el narcisismo de Lash deviene en moral. Detrás de dicha moral se halla entonces el ideal de la autenticidad, que justifica cualquier comportamiento del individuo, siempre que esté fundamentado en sus sentimientos profundos. Así, lo bueno y lo malo se miden en función de la espontaneidad.
 
En esta ética de la autenticidad que se deriva de lo previamente planteado, el desencanto conduce a que el individuo se encierre en sí mismo, al serle imposible sentirse parte de un orden mayor, como sucedía en otro tiempo, concluyó el experto, prometiendo que durante las semanas sucesivas desarrollará extensamente el debate entre comunitaristas y liberalistas. 

 

(LaIguana.TV)