Dictamina mi politóloga de cabecera, Prodigio Pérez, que para la confrontación estratégica entre la derecha y las fuerzas progresistas del hemisferio (y por extensión, del mundo), las elecciones  parlamentarias de Venezuela pueden considerarse incluso más trascendentales que las presidenciales de Estados Unidos. Aunque no lo parezcan.

No afirma mi asesora que la Asamblea Nacional venezolana sea más importante para el planeta que la Casa Blanca. No ha llegado (¿aún?) a ese nivel de delirio, pero está convencida de que las presidenciales de EEUU no cambiarán nada en términos geopolíticos, en cambio, las legislativas de acá podrían estremecer el tablero de muchas formas.

Las elecciones presidenciales de EEUU (y esto lo saben ya hasta los menos avisados) significan más que nada cambios en la correlación de fuerzas entre grupos económicos del Estado Profundo de la superpotencia, expresados a través de su secular bipartidismo plutócrata. Eso no es ningún detalle menor, pero en términos de la política exterior de Washington, casi siempre solo implica matices y bemoles.

En cambio, el solo hecho de que los comicios parlamentarios venezolanos se lleven a cabo constituye un acto de resistencia muy contundente, no solo de parte del gobierno, sino también –y esta es una novedad nada desdeñable- de una porción muy notable de las fuerzas opositoras. Ese proceso electoral ha roto el frente abstencionista interno y ha generado incluso una disidencia de factores de la Unión Europea, que, a pesar de asumir una actitud discreta y guabinosa, tiene una lectura que debe registrarse, luego de años de obsecuente seguimiento de las líneas de Trump.

Conscientes de que si esas elecciones se llevan a cabo -al margen de sus resultados- será una derrota para el modelo de cambio de régimen, EEUU ha acelerado y reforzado su política de agresión, especialmente en lo que toca al ámbito estratégico del combustible. Quieren impedir las elecciones por falta de gasolina y gasoil. Ese plan está en marcha, mediante acciones ya abiertamente criminales como la piratería en alta mar de buques tanqueros y los atentados que se han descubierto contra refinerías y otras instalaciones petroleras. El hombre de paja de esa estrategia, Juan Guaidó, ya completamente derrotado en su rol de líder opositor, ha asumido la actitud de un sujeto armado en medio de una situación de rehenes: si lo nombran presidente, habrá gasolina en dos semanas, dice.

Las elecciones llevadas a cabo a pesar de todos estos actos violatorios del derecho internacional, serán una bofetada, un desplante más ante la petulancia imperial. Una victoria simbólica.

Prodigio explica su tesis acerca de la repercusión geoestratégica destacando el valor que tendrá este proceso electoral en un escenario hemisférico en el que  los gobiernos de derecha han desatado todo su arsenal antipopular: desde los golpes de Estado y la guerra jurídica o lawfare de Bolivia, Brasil y Ecuador, hasta las escaladas represivas de Chile, Colombia y el propio EEUU. 

Por más maquillaje mediático que le pongan, se verá como un contrasentido que en la denostada Venezuela, supuestamente en dictadura, la gente salga a votar en paz, mientras en los países emblema de la derecha, incluyendo EEUU, el pueblo está volcado a las calles para protestar y, en ese trance, es víctima de la más despiadada violencia policial y militar.

Aquí, la politóloga se permite lucubrar un cuadro hipotético: si las elecciones presidenciales de EEUU terminan de forma conflictiva (lo cual no es descabellado), el contraste podría ser aún más notable.

A continuación, Prodigio sigue analizando posibles escenarios: si las elecciones parlamentarias se saldan con una victoria para el chavismo, el gobierno recuperará el control de la AN y, según el guion ya adelantado por la oposición abstencionista, para mantener la ficción del gobierno paralelo tendrán que apelar a la extravagante tesis de la continuidad, que tiene mucho menos asidero jurídico. Guaidó (o quien aparezca como nuevo títere) ya no solo estará haciendo frente a un gobierno electo en 2018, sino también a una nueva AN, electa en 2020.

Si las elecciones cierran con una victoria para la oposición, el gobierno «encargado», cuyo origen es una AN con el período ya vencido, tendrá que lidiar con el Ejecutivo (que estará apenas en el tercero de sus seis años) y con un Poder Legislativo recién electo, dirigido por una nueva oposición.

Sea cual sea el resultado, habrá nacido un nuevo liderazgo para el antichavismo, lo que implica el desplazamiento del ala que responde plenamente a las directrices de EEUU, un cambio de mucho peso específico, de cara al resto de la región, donde las derechas se han vuelto cada vez más dependientes de la dirección estadounidense, y un giro trascendental para la oposición venezolana, teledirigida desde Washington y Miami desde hace dos décadas.

Las amenazas que se ciernen sobre el proceso electoral son, pues, tremendas, advierte Prodigio. Los estrategas estadounidenses y sus aliados de las oligarquías y burguesías locales han logrado muchas victorias fácticas en los últimos años, al revertir los procesos progresistas de Brasil, Ecuador y Bolivia; y al sostener en el poder, mediante el fraude electoral y la violencia paramilitar al uribismo en Colombia, y a través de la más cruda represión, a la derecha en Chile. Pero siguen con la deuda pendiente de Venezuela, que no solo ha aguantado toda clase de agresiones e intentos de desestabilización, sino que además ha tenido un mejor desempeño ante la pandemia y, para colmo, se da el lujo de hacer elecciones parlamentarias en la fecha pautada por la Constitución y con participación de un amplio sector opositor.

“Lo que está en juego para los venezolanos y las venezolanas es algo más que unos cargos parlamentarios. Estas elecciones son demasiado importantes”, dijo mi politóloga favorita con una vehemencia que raras veces le he visto a una mujer tan serena. Por algo será.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)