En un Estados Unidos aún sacudido por las protestas contra los crímenes raciales, liberaron al asesino de George Floyd mediante el pago de una fianza de un millón de dólares. En Bolivia, la impresentable dictadura les rindió un homenaje a los asesinos del Che Guevara. En España y en los círculos conservadores de América Latina reivindicaron el 12 de octubre como Día de la Raza o del Descubrimiento.

El retroceso histórico es evidente porque las clases dominantes cada día se atreven más a asumir estas posturas públicamente y los medios de comunicación a su servicio las aúpan y aplauden también sin rubores. Parece ser que pasó de moda lo políticamente correcto y el fascismo vive una época de destape impúdico.

La barrera de contención que alguna vez fue la prensa para estos desafueros ha caído. El aparato mediático global ya no es izquierdoso, como era o aparentaba serlo en décadas pasadas. Ni siquiera es liberal, en el sentido estadounidense del término. Se ha dejado de imposturas y es abiertamente neoconservador o quizá sea más preciso decir que es paleoconservador, pues sus ideas son de una estirpe muy atrasada, casi prehistórica.

La retrogradación se apoya, sin embargo, en cuanto avance tecnológico surge y se monta en la ola de los fenómenos propios de este siglo, como los fake news y la posverdad. Una paradoja diabólica en la que los últimos gritos del progreso técnico nos hunden cada vez más en el atraso ético.

El capitalismo hegemónico occidental puede que esté en una de sus peores crisis en los ámbitos económico y político, pero la maquinaria mediática que le sirve de resonador vive uno de sus momentos más sólidos. Hasta podría decirse que ese portentoso aparato es una de las muletas que mantiene al maltrecho sistema en pie.

La maquinaria mediática, ya completamente poseída por los grandes intereses corporativos mundiales, ha perfeccionado durante las últimas décadas un proceso que silencia o sataniza a cualquiera que se oponga o discrepe del modelo y, al mismo tiempo, ha venido normalizando, legitimando, dándole certificado de corrección a las más aberrantes posturas políticas y morales, cuando son tomadas por los actores de la derecha y, sobre todo, de la ultraderecha. Quien quiera un ejemplo vivo, solo tiene que ver el tratamiento que están recibiendo en este mismo momento las tropelías de la dictadura boliviana en pleno proceso electoral.

El fascismo, el supremacismo racial o social, el racismo, la misoginia, la homofobia, la xenofobia, la aporofobia, florecen sin embozo tanto en los medios convencionales como en los 2.0. Sin asomo de vergüenza se hace apología de los genocidios, se les rinde homenaje a los asesinos, se relativiza los crímenes horribles, se muestra orgullo por las barbaridades.

En todos y cada uno de los países surgen expresiones que solo pueden ser posibles porque la maquinaria mediática primero las toleró y luego ha pasado a impulsarlas, a presentarlas como válidas y legítimas.

La deformación se ha hecho esencial, constitutiva, porque, antes que nada, la maquinaria mediática ha convertido en normal el doble rasero.  A partir de allí, todos los tratamientos, los relatos son también normales. Expliquemos esto, que parece complicado, con ejemplos de nuestra cotidianidad.

Los medios globales (principalmente estadounidenses y europeos) asumen la postura de ser defensores de los derechos humanos frente a presuntas violaciones cometidas por los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. En cambio, guardan silencio o justifican hechos del mismo tenor (o abiertamente peores) en EEUU, países de la Unión Europea, Colombia, Chile, Brasil, Bolivia o cualquier otro gobernado por la derecha o la ultraderecha. En algún tiempo, esa mirada desigual originaba escándalo, pero ya no. Se ha convertido en algo aceptado.

 El respaldo mediático no es algo accesorio ni incidental. Es estructural y crucial. Saber que se cuenta con «buena prensa» alimenta la impunidad y estimula el desparpajo de los gobiernos y grupos de derecha. Por eso se atreven a liberar al asesino de Floyd; por eso la dictadora boliviana «honra» a los que mataron a Guevara; por eso la derecha rancia se envalentona con anacronismos como el Día de la Raza; por eso una élite política tan manchada de sangre y de droga como la de Colombia tiene la desfachatez de pontificar sobre derechos humanos y vociferar contra los narcogobiernos.

El aparato comunicacional, propiedad de corporaciones y oligarquías, tuvo alguna vez el contrapeso de los asalariados que los elaboran cada día con su fuerza de trabajo. Ahora eso ha disminuido hasta casi desaparecer. La erradicación de la contratación colectiva y la colonización ideológica de las escuelas de Comunicación Social, los sindicatos y gremios ha convertido a los periodistas en soldados mercenarios o en operarios esclavizados que no pueden hacer valer sus propios criterios.

Muchos de los nuevos medios digitales, lejos de ser una alternativa, son más de lo mismo, pero en versión high tech. De hecho, buena parte de esos medios vienen de nacimiento con doble rasero incorporado porque sus fuentes de financiamiento son corporaciones trasnacionales y gobiernos de países del norte que operan a través de agencias y otras fachadas, como las llamadas incubadoras de startups mediáticas que se mercadean como iniciativas de comunicadores emprendedores.

En las redes, la moral acomodaticia es, de por sí, una característica natural, un defecto de fábrica de esos nuevos mecanismos de interacción humana. Se supone que para evitar los excesos hay normas estrictas. Pero allí vemos como estas se aplican en algunos casos y en otros no. Es decir, que también vienen con doble rasero. Como muestra, un conocido influencer opositor se dedica sistemáticamente a celebrar la muerte de dirigentes chavistas y ha llegado al extremo de burlarse del conductor que falleció carbonizado luego de que una gandola de Pdvsa se incendiara. A ese despreciable sujeto no le pasa nada, mientras se cancelan miles de cuentas de gente de izquierda por interpretaciones arbitrarias de las reglas de buena conducta en las redes.

El estado general de permisividad que se ha venido imponiendo -y que los medios y las redes bendicen- se reproduce como una plaga en toda la sociedad, especialmente en las clases medias ya disociadas por años y años de llovizna ideológica y que siempre han sido el pasto reseco ideal para los incendios del fascismo. Una vez más sea dicho: quien desee ver todo esto “en tiempo real” solo tiene que analizar lo que se diga y escriba en la maquinaria mediática y en los laberintos de las redes en estas horas acerca de las elecciones de Bolivia.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)