Cuando la pandemia de coronavirus se extendió por primera vez en Wuhan, China, y luego en partes del norte de Italia, los científicos observaron la contaminación de partículas de polvo en suspensión en esas regiones. Wuhan, una metrópoli de millones de habitantes, tiene una gran industria de carbón y acero, plantas químicas y enormes fábricas de papel. La contaminación del aire es en consecuencia alta.

Igual sucede en Lombardía, en el norte de Italia, epicentro de la propagación del virus en primavera de 2020. Casi la mitad de todas las víctimas italianas de COVID-19 murió allí. Los médicos especularon entonces que la alta tasa de mortalidad podría tener algo que ver con los altos niveles de contaminación del aire en estas regiones, causada por la industria o la agricultura. Esto se sabe desde hace mucho tiempo: el aire contaminado con partículas finas de polvo debilita el sistema inmunológico y ataca los pulmones.

Los contaminantes ambientales atacan el tejido pulmonar

La última investigación publicada en la revista «Cardiovascular Research» lo confirma: existe una correlación entre los altos niveles de partículas de polvo en suspensión y el mayor riesgo de morir por COVID-19.

Los científicos han calculado que en promedio, el 15 por ciento de las muertes globales por COVID-19 puede atribuirse a personas que respiran aire contaminado durante un período prolongado. La cifra varía mucho de una región a otra: en Europa, las estimaciones son del 19 por ciento, en Asia oriental el 27, en Estados Unidos el 17, en Brasil el 12 y en Nueva Zelanda, solo el 1 por ciento.

Las partículas de polvo más pequeñas provocan inflamación en los pulmones. «Se ha descubierto que la infección por COVID-19 afecta principalmente a la capa interna de los vasos sanguíneos, la llamada capa endotelial», dice el Dr. Münzel, profesor universitario y cardiólogo de Maguncia. Él es además coautor del estudio.

Es precisamente esta capa endotelial la que también se ve atacada por el polvo fino. Una vez que daña los pulmones, estos difícilmente pueden defenderse contra el SARS-CoV-2.

Tres peligros

La contaminación del aire y el coronavirus son una combinación peligrosa para los vasos sanguíneos y el corazón, agrega el profesor Münzel. Las personas que ya padecen enfermedades cardíacas se ven gravemente afectadas. Si también hay una infección por COVID-19, existe el riesgo de enfermedades graves como un ataque cardíaco o un ictus. «Cuanto más pequeña sea la partícula de polvo, mayor será la probabilidad de que llegue al torrente sanguíneo y sea absorbida desde allí hacia el sistema vascular», explica Münzel.

Las partículas de polvo proceden de la industria, de la arena, pero también de la agricultura. Esta contribuye a la contaminación con polvo en suspensión a través de las emisiones de amoníaco, los residuos de fertilización y eliminación de desechos. Los óxidos de nitrógeno, que a menudo provienen de los motores diésel, aumentan el efecto de las partículas de polvo.

Los científicos diferencian entre diferentes tamaños de partículas. Las partículas de polvo ultrafinas con un diámetro de menos de 0,1 micrómetros o 100 nanómetros son particularmente peligrosas, aproximadamente del tamaño de un virus.

La Unión Europea (UE) no ha establecido ninguna cantidad límite para estas partículas diminutas y muy peligrosas. Pero incluso otros valores límite especificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) tampoco son tomados en cuenta ni por la UE ni por otros países.

Peligro subestimado

La OMS exige un límite de no más de 10 microgramos por metro cúbico de aire para partículas finas de polvo con un diámetro de 2,5 micrómetros. «El 90 por ciento de la humanidad vive prácticamente por encima de los límites establecidos por la OMS», dice Münzel, agregando: «Necesitamos límites para el polvo en suspensión que nos protejan de las consecuencias para la salud».

La pandemia de coronavirus ha matado hasta ahora a poco más de un millón de personas, advierte el cardiólogo de Mainz. Sin embargo, debido a la excesiva contaminación por partículas de polvo, fallecen casi 9 millones de personas en todo el mundo anualmente. 

Con las vacunas que ahora se están desarrollando, el coronavirus se podrá frenar en un futuro previsible. Sin embargo, no existe una vacuna contra la mala calidad del aire.

(DW)