Cuando crearon el producto llamado Guaidó, la idea era que fuera el virrey de Trump en Venezuela, aunque, por razones de mercadeo, resultaba necesario que se pareciera más bien a Obama (tú sabes, morenito, joven, con la camisa arremangada y tal). Los inventores de liderazgos se congratularon. Dijeron: “Ahora sí tenemos la bomba atómica para acabar con el chavismo, ¡yeah!”.

En verdad, el producto nunca funcionó muy bien que se diga. Ya en las primeras de cambio se le notaba que era bastante deficiente en la expresión oral y en la profundidad de sus ideas, combinación muy mala porque muchos políticos tienen una de estas dos taras, y se las arreglan más o menos, pero con ambas a la vez, es casi imposible. La lengua de hacha de Diosdado Cabello lo picó con dos monosílabos y una palabra compuesta: «Es un cocoseco».

El chismoso John Bolton reveló que el mismo Trump, cuando lo conoció, se sintió decepcionado. Tanto, que lo comparó con Beto O’Rourke, a quien el zafio magnate considera el emblema de un político estadounidense bobo.

Pero a los inventores gringos de líderes les ocurrió algo peor que haber concebido un producto mediocre: Guaidó nunca se pareció al carismático Obama, y en cambio Trump ha terminado por parecerse a Guaidó y -como si eso no fuera suficiente calamidad- también a otros infelices especímenes de la oposición criolla.

Puede afirmarse que la dirigencia opositora pretendió ser una franquicia de sus colegas (y compinches) estadounidenses, pero aparentemente ocurrió lo contrario: los gringos han terminado por ser una franquicia de la oposición venezolana.

Mi segunda politóloga favorita, Eva Ritz Marcano, me dice que no es algo para asombrarse, puesto que en rigor, unos y otros han salido de la misma disparatada fábrica de criaturas, una máquina que funciona con mucho dinero, marketing político, publicidad, medios de comunicación y redes sociales, mezcla que ha demostrado muchas veces ser capaz de convertir en líder mundial a cualquier necio.

Con el estrés postraumático de la derrota electoral, en pocos días, Trump y varios personajes de su entorno mostraron sus semejanzas no solo con Guaidó, sino también con otros de nuestros (son nuestros, nadie nos los puede quitar) eminentes opositores. Por ejemplo, las rabietas del millonario anaranjado evocaron la de Capriles la noche en que llamó a sus huestes a drenar la calentera (o algo que suena parecido). “En ambos casos son pataletas clásicas del niño rico, a quien mamá y papá nunca le negaron nada”, comentó la doctora Ritz Marcano.

Luego vimos a un desteñido Ruddy Giuliani haciendo un papel similar al de Ramos Allup el día del referendo revocatorio de 2004, cuando ofreció presentar en 24 horas pruebas de un gigantesco fraude, recaudos estos que ya tenemos 16 años esperando. Bueno, en descargo de Ramos Allup hay que decir que al menos a él, esa noche, no se le corrió el tinte.

Como suele ocurrir (pasa aquí y pasa allá) los analistas del bando derrotado se sumaron con gran velocidad a los berrinches, a los llamados a drenar no sé qué cosa y a las esperpénticas denuncias de fraude. Sin miedo al ridículo, algunos trumpistas de EEUU y de Venezuela hicieron el coro a quienes afirman que desde este país bloqueado y machacado, al que no le dejan comprar ni siquiera una tuerca en EEUU o Europa, se intervino en las elecciones de la (según Hollywood) mayor potencia científica, tecnológica y militar del planeta para imponerle “un presidente socialista”.

Por cierto, le pregunté a Eva si acaso no le encontraba también algún parecido a Joe Biden con alguno de los sublimes políticos opositores venezolanos, pues el asunto de las semejanzas no es exclusivo de los republicanos. Ella, que es muy sagaz, dijo que lo encuentra bastante “cocoseco”, pero con el atenuante de que él parece que ha llegado a esa condición debido a su avanzada edad, mientras el de por estos lados es así de nacimiento. Luego agregó, con voz lapidaria: “Por las cosas que dice, me parece que cada día se va a parecer más al Filósofo del Zulia”.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)