La historia que quiero contar comienza con una conversación que Hugo Chávez sostuvo en un avión con Gabriel García Márquez en 1999, justo antes de asumir oficialmente la presidencia de Venezuela, y termina con otra extensa tertulia de igual talante que sostuve con Fidel Castro en 2013, días después de la muerte de Chávez, precisamente sobre él.

 
Después de haber conversado García Márquez con un Chávez, que ni siquiera imaginaba lo que le depararía la historia como presidente de Venezuela y el lugar que ocuparía en la misma, el Premio Nobel de Literatura terminó un célebre artículo sobre él sentenciando: “Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

Ese gran signo de interrogación con el que García Márquez selló el encuentro con el primer Chávez, casi 20 años después parece haber sido resuelto. Y de ello quiero hablar hoy, a 5 años de la desaparición física de Hugo Rafael Chávez Frías.

 
Aquel martes del 5 de marzo de 2013 el entonces vicepresidente Nicolás Maduro irrumpió en las pantallas televisivas venezolanas anunciando que había fallecido a las 16:25, hora local, Hugo Chávez. 

 
Un silencio sepulcral inundó las calles venezolanas que, de cuando en cuando, era interrumpido por gritos esporádicos que se escuchaban por aquí y por allá. En ocasiones los lamentos eran tan arduos y desesperados que parecían más bien alaridos de mamíferos sacrificados. El ambiente nacional se había enrarecido como nunca antes.

El país se había convertido, sin más, en una especie de funeral al aire libre donde 30 millones de almas, chavistas o no, se habían imbuido en un aura de rareza y dolor que habitaba los 916.445 km² de Venezuela. Fue exactamente esta descripción la que referí a Fidel Castro cuando me preguntó, pocos días después de los funerales de Chávez, cómo estaba la Patria de Bolívar.

De inmediato las estrafalarias empresas privadas de comunicación salieron durante ese 2013 al acecho, titulando por doquier en el planeta que había muerto un dictador y que, en breve, el pueblo habría de salir a exultar en cánticos su muerte. 

Lo único cierto de lo dicho por medios como CNN o FOX era que el pueblo había salido a las calles, pero para darle un sentido e histórico adiós al Chávez que, años antes en 1992, entró, siendo apenas un teniente coronel, en el imaginario colectivo de todo un país con su archiconocido «por ahora».

Acaso costó 5 años o quizás costará mucho más comprender y digerir en toda su amplitud aquella reacción popular ante la partida física de quien hasta entonces había sido el primer presidente socialista electo por voto popular, después de Salvador Allende.

El periplo estratégico de Hugo Chávez comenzó por la estabilización de los precios del petróleo que habían caído estrepitosamente a partir de un intento de asesinato alevoso por parte de los Estados Unidos y la Unión Europea a la OPEP, de la cual Venezuela era fundadora. A partir de ese momento el flamante presidente Chávez comenzaba a ser visto por el Norte como un potencial peligro para sus intereses en el Sur.

A esto se le unió su temprana negativa de someterse como presidente a los designios y presiones de los medios de comunicación privados venezolanos, acostumbrados, hasta entonces, a tener representación en el Poder Legislativo, Judicial y hasta en el Ejecutivo con ministros escogidos por ellos mismos. Frente a la primera lista de «ministrables» por parte de los dueños de medios privados la negativa de aquel Chávez fue contundente. Precisamente en ese instante comenzó una guerra mediática contra Chávez y el chavismo que, al sol de hoy, no ha cesado.

Presencié como testigo de excepción los funerales de Hugo Chávez y durante 5 años no he dejado de pasearme una y otra vez por los gestos desesperados de los ciudadanos de a pie frente al féretro de su Comandante. El funeral es considerado el segundo más multitudinario de la historia, estimándose que asistieron 6.000.000 de personas. Este es superado solo por el del imán Khomeini, donde se concentraron más de 10 millones. Algo sigue llamándome la atención. A qué se debió semejante acto de despedida. 

Tal vez esos funerales, que debieron prolongarse una y otra vez por el número creciente de personas, tengan que ver con los ataques contra Chávez y la Revolución Bolivariana por parte de fuerzas transnacionales que, también, se siguen prolongando en el tiempo. Acaso la causa de ambas manifestaciones de amor y de odio sea común.

En los primeros años de su mandato, un 10 de diciembre de 2001 Hugo Chávez aprobó la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, para profundizar la lucha contra el latifundio, recuperar los predios del Estado ocupados por terratenientes y promover la inclusión de los campesinos al aparato productivo nacional. Este fue unos de los hitos del ensañamiento de las superpotencias bélicas y sus medios de propaganda contra Chávez y la República Bolivariana de Venezuela. Pero no solamente.

A ello hay que sumarle la creación de una nueva Constitución y República por voto y discusión popular el 17 de noviembre de 1999; la alfabetización universal de la población venezolana certificada por la Unesco a través de su director general Koichiro Matsuura, el 28 de octubre de 2005; la verdadera nacionalización del petróleo venezolano en 2007; el desalojo de militares estadounidenses de instalaciones de defensa venezolanas; los históricos e inéditos procesos de integración latinoamericana (Unasur, Celac, Telesur, Petrocaribe, Alba, etc.), impulsados por Hugo Chávez; la instauración de una democracia participativa y protagónica con más de 20 elecciones en 18 años; haber convertido a Venezuela en la segunda matrícula universitaria del continente después de Cuba; la asistencia médica in situ a través de la presencia de médicos en los barrios populares de más difícil acceso, gracias a la Misión Barrio Adentro; la construcción de 1.932.869 nuevos hogares sociales realizados y entregados por la Gran Misión Vivienda Venezuela entre 2011 y 2017; la puesta en órbita de satélites de observación y comunicación a 36.500 kilómetros de altura, en un país que incluso había abandonado en otrora su puesto en el mismísimo espacio y anillo imaginario donde orbita el satélite Simón Bolívar.

Insisto, quizás las manifestaciones de amor popular en los funerales de Chávez, y de odio y ensañamiento de las superpotencias mundiales contra su legado tengan una causa común.

Hoy los protagonistas de este relato (Fidel, Chávez y García Márquez) no están físicamente entre nosotros, pero tengo la certeza que las dudas del premio Nobel de Literatura, durante el final de aquel viaje en avión en 1999, fueron despejadas por la historia: lejos de ser un «ilusionista», Hugo Chávez no desaprovechó la oportunidad que en palabras de García Márquez la «suerte empedernida» le brindó y, hay que decirlo, partió en dos la historia de Venezuela, y con ella, el devenir de los latinoamericanos y de los pueblos del sur del mundo.

Maquiavelo decía en «El Príncipe» que la suerte es una mujer a la que se debe seducir. En otras palabras la «suerte» se forja en la lucha. Chávez fue más allá y al seducir la suerte, sedujo también a un pueblo, demostrándole, batalla tras batalla, que es posible forjar su propio destino de forma digna. La soberanía no es pues una utopía. 

Venezuela tuvo y tiene la suerte de ser soberana y, si se me permite la ironía, la «mala suerte» de pagar dicha postura con arduas luchas que cada día se vuelven más complejas y duras, y atentan incluso contra la paciencia de todo un pueblo.  

La historia que quiero contar comienza con una conversación que Hugo Chávez sostuvo en un avión con Gabriel García Márquez en 1999, justo antes de asumir oficialmente la presidencia de Venezuela, y termina con otra extensa tertulia de igual talante que sostuve con Fidel Castro en 2013, días después de la muerte de Chávez, precisamente sobre él.

A Fidel Castro se le habría de anunciar la muerte de Chávez con una palabra clave. Cuando me contó eso, días después de la partida física de su amigo Hugo, no tuve el valor de preguntarle cuál había sido esa fatídica palabra. Hoy me arrepiento. Lo cierto es que cuando escuchó aquella palabra tuvo que apoyarse de un árbol frutal de su jardín, cual si fuera un bastón, para no ceder a la tristeza.

Después de cuatro horas de conversación con Fidel, su conclusión fue determinante y última y me la dijo mirándome fijo a los ojos: «No despilfarren a Chávez». Fue un mensaje que entonces no comprendí en toda su amplitud. Hoy, a cinco años de su muerte, creo que sí.

 

(Por Miguel Ángel Pérez Pirela)

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