A partir de un recorrido por el concepto de democracia que se definiera en la antigua Atenas, cuyo legado se extiende hasta nuestros días, el filósofo y analista político Miguel Ángel Pérez Pirela, disertó en el Desde Donde Sea filosófico sobre los significados y alcances del término, al tiempo que puso bajo cuestión su carácter aparentemente positivo, en tanto sistema político. 
 
A su parecer, la palabra, acaso una de las más socorridas por los políticos, organismos internacionales y las personas en el habla cotidiana, merece ser examinada con cuidado, pues aunque la noción parece natural y dada, sus límites y alcances son, cuando menos, discutibles y borrosos, pudiendo significar, según el contexto y la situación, cosas diametralmente opuestas. 
 
Desde el punto de vista etimológico, detalló, hunde sus raíces en el griego y proviene de la palabra demokratía, que deriva de los términos demos –pueblo– y kratos. Así, la palabra «democracia» significaría, literalmente «gobierno en manos del pueblo» o «poder popular». 
 
A su parecer, para comprender lo anterior, es indispensable preguntarse qué es lo que se entiende por «poder en manos del pueblo», pues podría concluirse que en la democracia se asume que el poder del pueblo es el de la mayoría, que impone su autoridad sobre la minoría.
 
De ser el caso, valdría preguntarse entonces si la mayoría siempre tiene la razón, o si, por lo contrario, como advirtiera Alexis de Tocqueville en su libro La democracia en América, toda democracia supone una dictadura de la mayoría.   
 
De otro lado está el término «kratos», que significa poder. Como recuerda el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, el poder, en tanto que verbo, es una posibilidad de y Aristóteles, en su Metafísica, distingue de acto y potencia, lo que implicaría que en el ejercicio del poder, se puede pasar del acto a la acción.
 
Así las cosas, el filósofo venezolano se preguntó si podría decirse que el concepto de democracia parte de un conjunto de personas que pasan de ser sujetos pasivos, a ser activos, capaces de tomar las decisiones en el seno de una sociedad, de forma soberana y autónoma. 
 
Por otro lado, para llenar de contenido el término «democracia», en su juicio, es preciso distinguir entre «pueblo» y «masa», pues mientras que en el último caso se trata de un conjunto de personas pertenecientes a una sociedad, en el primero, esa masa de individuos está organizada bajo la idea de conseguir un bien común. Dicho de otra manera, el término pueblo entraña un elemento teleológico insoslayable, que no está presente cuando se alude a la masa. 
 
Pérez Pirela acotó que, contrariamente a lo que suele pensarse, la democracia como sistema político no siempre ha sido valorada positivamente por los filósofos y tampoco la relación que la une a la Filosofía desde su propio nacimiento, ha estado libre de tensiones. 
 
Por ejemplo, Sócrates y Platón opinaban que la democracia es uno de los sistemas más imperfectos que existen y Tocqueville sostenía que en épocas de democracia, la igualdad se instituye en un imperativo que acaba por aplastar la libertad individual. En el tiempo que escribió –principios del siglo XIX–, estimaba que el arribo de la democracia era «inevitable». 
 
En esos tiempos democráticos por venir, advertía que los individuos exigirían ser iguales antes que ser libres, lo que implica que la naciente democracia que observó en su visita a los Estados Unidos, no solamente aplastaría la libertad, sino que además la igualdad se transformaba en una suerte de tiranía en la que se forzaba a la homogeneidad, aún tratándose de los peores aspectos de la humanidad. 
 
Regresando a la antigua Grecia, precisó que la razón por la cual su idea de democracia influyó tan duraderamente, es porque Atenas explicitó los elementos conceptuales, metodológicos y prácticos de lo que hoy se entiende como democracia, aunque el sentido del término sea muy distinto. 
 
Entonces, explicó, no existían los Estados-Nacionales, sino las ciudades-Estados y Atenas, una de las primeras en lo que contemporáneamente se conoce como Grecia, comenzó a utilizar esta metodología «democrática» basada en asambleas, en la que los ciudadanos levantaban la mano y votaban, si bien el voto era restringido a un número minoritario de varones no esclavos, mayores de edad.
 
Posteriormente, los romanos adoptaron y modificaron el concepto y desde allí se extendió al resto de Occidente, sin dejar de estar referida nunca a Atenas, aunque justamente en su seno se habrían de derivar críticas duraderas acerca de las limitaciones que, para los filósofos de la época, tendría. 
 
El experto mencionó que este grupo fue especialmente maltratado por la democracia ateniense, puesto que, por ejemplo, a Sócrates se le acusó de pervertir a los ciudadanos y una asamblea le condenó a morir ingiriendo cicuta, mientras que Aristóteles, que era extranjero en Atenas y no podía ejercer responsabilidades políticas en la ciudad-Estado, acabó siendo expulsado de ella. 
 
Así, comentó, los diálogos platónicos muestran a Sócrates muy pesimista sobre la democracia. Por ejemplo, en el libro sexto de La República, Sócrates intenta convencer a otro personaje, Alimanto, de las desventajas de la democracia, a partir de una analogía en la que se compara el funcionamiento de la polis –sociedad– con lo que sucede en un barco que navega en alta mar. 
 
Para cuestionar la democracia ateniense, Platón pone en boca de Sócrates la pregunta de quién sería el más capacitado para dirigir el barco, si este se encontrara a la deriva en alta mar en medio de una tormenta, pues abogaba por la elección de individuos educados para ejercer el poder y Alimanto responde que, naturalmente, a cargo debería estar aquel individuo que poseyera los conocimientos apropiados para mantener el navío a flote. 
 
Sin restar razón a su interlocutor, Sócrates llega más lejos y se cuestiona otra creencia del sentido común, según la cual se considera que cualquier persona tiene la capacidad para elegir a la persona capaz, de manera tal que sus cuestionamientos también abarcan a quienes tienen la responsabilidad de elegir a los líderes, pues votar, en su criterio, es una habilidad que debe ser enseñada. Sostenía que dejar votar a la gente sin educación, es como darle un barco a alguien que no sabe navegar, pues solo quienes piensen de forma racional, pueden decidir sobre los asuntos políticos.
 
El peligro que advierte Platón en la democracia, es la demagogia. En boca de Sócrates, nos pide que imaginemos un diálogo entre dos candidatos. El primero, un doctor que despliega su instrumental de trabajo. El otro es un vendedor de una tienda de dulces, que acude a la cita con caramelos. Intuitivamente, dice Sócrates, la gente optará por elegir al dueño de la tienda, bajo la falsa premisa que no hará daño, mas no es cierto, puesto que mientras el doctor hará daño pero curará, el vendedor de dulces carece de las competencias para gobernar, pero es capaz de vender un producto falso: el bienestar del pueblo. 
 
En este diálogo, acotó el también director de LaIguana.TV, Platón no está defendiendo la instauración de una plutocracia o de una oligarquía, sino que está recuperando el papel de la educación en la conformación de los criterios sobre los cuales los individuos toman sus decisiones, incluyendo a las mujeres, quienes, a su parecer, también debían ser educadas para la política.
 
Recordó, asimismo, que la democracia ateniense se originó en 500 a.C. bajo el mandato de Clístenes y permaneció vigente durante 200 años y ya el sistema estaba asentado cuando Sócrates fue llevado a juicio, en el 399 a.C.
 
Desde el punto de vista institucional, se soportaba en tres instituciones: el Consejo de los 500, que aunque era permanente, se renovaba cada año; la Asamblea, donde los ciudadanos votaban y en tercer lugar, las Cortes Populares. 
 
No obstante, insistió en que el ‘demos’ –pueblo– no abarcaba a toda la población, sino que estaba constituido por los ciudadanos, hombres adultos libres, que podían participar del ágora. 
 
Más tarde, tras su victoria militar sobre el mundo heleno, Roma adoptó y modificó muchos aspectos de la cultura que había vencido por la fuerza de las armas y la democracia no fue la excepción. Si bien el nombre no se conservó y en su lugar se acuñó el término «república» –que quiere decir «cosa pública», nuestra, colectiva, mantuvieron la Asamblea de los griegos y crearon una nueva institución, el Senado, que estaba por encima de ella. 
 
Lo importante es, en su opinión, que con sus diferencias, estos sistemas tienen en común un elemento fundamental que define a las democracias: la noción de mayoría y es por ello que actualmente puede entenderse la democracia como la regla de la mayoría.
 
Inclusive, bajo su punto de vista, desde la antigua Grecia el problema fundamental de la democracia ha sido siempre el mismo: cómo medir la mayoría y por tal motivo, la democracia también podría considerarse como el método para medir la mayoría. 
 
Aún el mundo heleno, al indagar sobre este método, ya se encuentran dos tipos claramente delimitados. El primero es la democracia directa, en la cual los miembros de la Asamblea manifestaban su opinión en la Asamblea y en el momento de la votación, levantaban su mano si estaban conformes con el resultado de la discusión de un cierto tema de interés en la polis. 
 
El segundo, la democracia representativa, supone la elección de representantes para que voten en la Asamblea, en representación de los ciudadanos. Este surgió a raíz del crecimiento de las ciudades Estado, puesto que, por un lado, era difícil que los ciudadanos estuvieran presentes en todas las votaciones y por otro, que se pudieran pronunciar sobre todos los temas que se debatían.
 
Adicionalmente, explicó, con la democracia representativa se pretendía impedir que tiranos y oligarcas secuestraran la voluntad popular arrogándose el respaldo de la mayoría, como todavía suelen hacer dictadores y tiranos. 
 
En la actualidad, puntualizó, aunque ambos modelos siguen operando en distintos niveles, existen otros que los han trascendido, como la democracia participativa y protagónica, consagrada en la Carta Magna venezolana y que contempla, entre otras modalidades, la posibilidad de interrumpir el mandato de un gobernante o representante electo por votación popular, a través de un referéndum revocatorio que puede convocarse cuando se haya cumplido la mitad del período para el cual fue electo.
 
En relación con el alcance de las decisiones populares bajo un régimen democrático, acotó que no todo puede ser decidido en esa instancia, porque los derechos y principios fundamentales de las personas –como el derecho a la vida, a la salud, a la educación, etcétera– no pueden ser puestos bajo el cuestionamiento de terceros.  
 
De vuelta a la antigüedad, Miguel Ángel Pérez Pirela refirió que en La República, a través de sus diálogos, Platón se plantea descubrir cuál el Estado ideal, arribando a la conclusión que la dirección del Estado ha de ser una ciencia y en ese caso, la educación es fundamental para comprender el origen y el fin del Estado. 
 
De este modo, Platón estima que el Estado solamente tiene un origen económico, pero su fin es la felicidad, que en griego se dice eudaimonia. En este Estado ideal que describe en La República, la sociedad estaría estratificada según una estructura piramidal. En la base se ubicarían los esclavos, los artesanos y los labradores; al centro los militares, cuyo deber era cuidar del Estado y en la cúspide, los guardianes –filósofos– de donde debería salir el «Rey filósofo» o gobernante. 
 
En su parecer, los filósofos deberían ser los gobernantes porque estaban educados desde la infancia para ello y su poder les era conferido por la educación que tenían. Además, consideraban que de entre todos los que componían la polis, ellos eran los más felices, pues en ellos reinaba la virtud, en contraste con los déspotas y tiranos, que al ser esclavos de sus pasiones, solamente traerían desgracias a la polis.
 
Así, el Estado ideal, para Platón, era el Estado aristocrático, entendido este como un Estado donde la virtud, en sentido griego, prevalece. 
 
Aunque han transcurrido más de 25 siglos desde que Platón escribió La República, la idea del gobierno de las élites instruidas, aún en medio de lo que se consideran regímenes democráticos, no es un asunto ajeno a las sociedades contemporáneas y en ese sentido, Pérez Pirela recuperó el caso del sistema político de Francia, que al ser analizado de cerca, muestra sin dudas que la mayor parte de quienes han conducido el país desde el siglo pasado, han egresado de instituciones académicas de élite, particularmente de la Escuela Normal Superior y de la Escuela Nacional de Administración. 
 
El relato sobre la democracia ateniense no está, en su opinión, completo, si se deja de lado lo planteado por Aristóteles en su Política, en la que bajo la premisa de que el hombre es un «animal político» –zoon politikón–, define varios tipos de gobierno, atendiendo tanto a su adecuación –bueno o malo– y a la cantidad de personas que ejercen el poder. 
 
De esta manera, el gobierno de uno solo que puede considerarse «bueno» es la monarquía, porque en ella, el soberano ejerce el poder en favor de la mayoría; mientras que el gobierno ejercido por uno solo «malo» sería la tiranía, opera en la dirección opuesta. 
 
El gobierno de unos cuantos es «bueno» solamente cuando se trata de una aristocracia –donde prevalece la virtud– y «malo» cuando es una oligarquía, pues esta concentra el poder en su beneficio en desmedro del resto.
 
Para el pensador venezolano, a partir de estos desarrollos, es posible reflexionar sobre los alcances de la democracia. como lo ha hecho Dussel, que insiste en que la democracia supone el «mandar obedeciendo». 
 
Bajo esta óptica, la democracia sería una especie de debate entre puntos de vista diferente. Es decir, que la característica más importante de la democracia sería el conflicto, pero en su accionar, buscaría disminuirlo hasta llevarlo al consenso. 
 
De otro lado, opina que en democracia, el gran desafío es excluir a los excluidos, que no son solamente los pobres o los extranjeros, sino también de aquellos que se oponen a quienes ejercen el poder, pues el conflicto también supone la gestión del conflicto con los adversarios. 
 
Haciendo referencia al filósofo contemporáneo francés, Paul Ricoeur, recordó que «el tema de la democracia» es el de la alteridad. Por esa razón, si se silencia, descarta o amordaza al otro, entonces se niega su posibilidad y se afirma el «yo» como dogma, pues solamente las posiciones de disenso permiten que, tras un debate sobre el conflicto, se produzca el consenso. 
 
Para concluir, advirtió contra la tendencia de asumir la democracia como un dogma indiscutible, aunque el término se haya vaciado de sentido y sirva para afirmar y justificar cualquier cosa, lo que ha ocurrido con mucha mayor notoriedad tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando en nombre de la democracia, se han emprendido guerras y asesinado seres humanos, muy especialmente en los pueblos del Sur del mundo, contando en muchas ocasiones con el respaldo de las Naciones Unidos. 
 
Si bien no han faltado voces que han cuestionado estos procederes y que han exigido que se aclare en nombre de cuál democracia se han cometido esas atrocidades, sistemáticamente han sido acusadas de apoyar tiranías y regímenes antidemocráticos e incluso, de atentar contra la democracia, aunque no se sepa bien a qué aluden. 
 
 
Libros utilizados para la preparación de la clase y recomendados para su lectura
 
Al cierre de la emisión, Pérez Pirela recomendó la lectura de algunos de los textos empleados para la preparación del programa: de Jean Jacques Chevallier, Historia del pensamiento político; de Will Kymlicka, Filosofía política contemporánea: una introducción y de Yves Charles Zarka, Aspectos del la Filosofía Medieval dentro de la Filosofía Política Moderna. 
 

(LaIguana.TV)