Tomarse un fresco en esa silla plástica del club social fue un lujo, con ese paisaje que enamora la mirada y la lleva desde el verde de la montaña, desde los miles de techos y hasta la ciudad allá abajo, ya brumosa desde estas alturas.

El sitio estaba en una casa de ladrillos sin frisar con un salón abierto que servía de bar y pista de baile, quién sabe para cuáles clientes. También había una piscina, es decir, un hueco en la tierra, forrado con plástico. Era fresco y luminoso en medio de esa inmensidad de cielo y de las decenas de casitas, hechas con tablas y zinc, alineadas a lo largo de pequeñas calles de tierra roja, gracias a la cual el barrio tiene su nombre.

Allí recalamos un sábado de febrero, hace 10 años, al terminar una jornada en la que el Consejo Nacional Electoral (CNE) intentaba inscribir, en el Registro Electoral, a todos los habitantes del barrio, ubicado tan arriba en el cerro que casi roza con El Junquito y no con Antímano, la parroquia a la que pertenece.

“Usted llegó a donde el viento se devuelve”, dijo un señor, sorprendido todavía de que hasta esa puntica de cerro hubiesen llegado “los jefes” del CNE, incluida su presidenta.

Hacerlo no fue fácil.

Costó mucho que los malandros de la zona permitieran el ingreso de los funcionarios del CNE que trabajaban con los vecinos de Tierra Roja, pues  la idea de una “toma” por parte del Estado no estaba entre sus planes.

Incluir a más venezolanos para que ejerzan su derecho político no era lo único. Desde un año antes, las autoridades electorales revisaban formas de aumentar el número de los centros de votación, convencidas de que el plan estratégico de inclusión requería reducir la distancia entre el ciudadano y la mesa electoral.

Así nació el proyecto de centros electorales móviles, una propuesta para desplegar pequeñas estructuras en cualquier sitio que permitían la instalación de una mesa de votación y que, culminado el proceso, podían ser replegadas.

Tierra Roja era una de las pocas zonas en las que se probaría esta experiencia. Para ello, los muchachos del CNE escogieron un descampado, al borde de un precipicio, donde se encontraba una torre eléctrica. Al fondo, otro paisaje imponente.

Ese sábado de febrero, en ese terreno se hizo la jornada. Las mujeres y los hombres se inscribieron en el Registro Electoral, se sacaron la cédula, plantearon sus dudas en el Registro Civil. Mientras, los chamos invadieron el lugar y allí soñaron y jugaron futbol, mejor que Messi y que Ronaldo, con las mejores chancletas del mundo que, a veces, volaban por los aires, y, a veces, eran balón.

En septiembre regresamos. Esta vez a inaugurar el centro móvil, pocos días antes de las elecciones legislativas de ese año. No volvimos al club social, con lo que perdimos la oportunidad de saber a quiénes recibía. Lo cambiamos por un sancocho colectivo y arepas asadas en la leña. Y por los niñitos, quienes otra vez tomaron por asalto el evento con sus risas, sus pelotas y sus chancletas.

En esos comicios, el flamante centro electoral de Tierra Roja funcionó como cualquier otro. De sus 155 electores, 108 ejercieron su derecho, después de caminar solo algunas calles.

Al final, la evaluación de las condiciones logísticas, presupuestarias y operativas de estos noveles centros no resultó buena, aunque la sola experiencia abrió puertas a otras ideas y marcó como un reto el objetivo de ampliar la infraestructura electoral. Además, desde entonces, Tierra Roja está en el mapa de las instituciones y más de un centenar de sus residentes está incluido para el ejercicio efectivo de sus derechos.

Sea como sea, aquella mañana de septiembre de 2010, apostada en el terreno, la estructura blanca con el logo del CNE relucía encima de la tierra roja. Detrás, el mismo paisaje, esta vez extremadamente nítido. Allá abajo, en la lejanía, se veían las instalaciones de la Universidad Católica Andrés Bello, donde se encuentra también la Conferencia Episcopal. Pero desde el barrio, desde esa identidad tan propia y humana, es tal la bajeza de la oficina de los obispos, que ni siquiera se veía.

(Taynem Hernández / LaIguana.TV)