Desde muy temprano en la historia de la Revolución Bolivariana se ha manifestado algo que podríamos llamar «la miseria humana de los ilustrados». Es un fenómeno que estaba oculto por las imposturas politiqueras de la IV República y brotó con toda su contundencia una vez que los grandes partidos de la era puntofijista quedaron marginados del poder político. 
 
¿En qué consiste la miseria humana de los ilustrados? Pues tiene varios aspectos que ameritarían un estudio antropológico profundo. Pero, centrémonos en uno de ellos: que la gente con formación privilegiada (educación es otra cosa), a la hora de las definiciones, resulta ser mucho más cercana a lo que la cultura dominante llama la “barbarie» que a la «civilización».  Entonces, luce como un contrasentido o, si queremos usar una palabra también ilustrada, una aporía: gente que mientras más estudia se vuelve más bestial, más inhumana, más sanguinaria, más atroz, más salvaje, más cruel, más brutal… y más bruta (que no es lo mismo, pero a veces son condiciones que van juntas). 
 
Entonces, cualquiera puede preguntarse, con justo sentido, ¿qué tipo de formación o de pretendida educación recibe esa gente que, en lugar de hacerles mejores personas, les hace peores?  
 
Bueno, de entrada, hay que sospechar de la educación/formación que recibieron en sus hogares, porque como todo el mundo sabe, la casa es la primera escuela. Volveremos sobre este punto un poco más adelante. 
 
También, obviamente, hay que considerar que la educación formal, esa que les dio el derecho a llamarse «doctores» (aunque algunos ni siquiera lo son, solo usurpan el noble título), es tremendamente sospechosa. Escuelas, liceos, universidades y centros de estudios especializados han sido, intencionalmente o no, fábricas de individuos con brillo académico, pero desalmados hasta niveles que, en ciertas circunstancias, llegan a la criminalidad y la sociopatía. 
 
Adivinarán los lectores que estas reflexiones navideñas están inspiradas en la antológica entrevista que la periodista Carla Angola le hiciera al seudoembajador de Juan Guaidó ante la Organización de Estados Americanos, el prominente político cuartorrepublicano Gustavo Tarre Briceño. 
 
En ese diálogo público, la periodista (formada por el sistema educativo venezolano de los años 80 y 90) no es que preguntó, sino que clamó por  y reclamó una invasión militar a Venezuela; y el entrevistado (un vetusto dirigente del casi extinto partido Copei, formado por el sistema educativo venezolano de los años 50 y 60, y luego por el prestigioso mundo universitario francés en los 70), se franqueó tanto, pero tanto, tanto que quedó como un genuino, despreciable, vil, nefasto y execrable genocida. 
 
El fragmento en el que Tarre Briceño, explica cómo es que fallaron todos sus esfuerzos para convencer a alguna potencia extranjera (adivinen cuál) de que invada Venezuela y cambie el gobierno, ya era lo bastante infame como para que este señor sea considerado un traidor a la patria.  
 
Pero eso no era todo: luego, en su tono de diplomático remilgado, declaró que todo lo que los países hegemónicos y sus satélites y lacayos han hecho contra Venezuela (bloqueo, medidas coercitivas unilaterales, intentos de invasión, sabotaje a los servicios básicos) ha sido una estrategia para causar sufrimiento a la gente y obligar a Nicolás Maduro a renunciar o forzar al pueblo o a los militares a derrocarlo. Se trata, obviamente, de algo que sabíamos, pero oírlo directamente, de boca de un personaje así, no deja de ser dramático, sobre todo para quienes quieren creer que la academia nos hace mejores. 
 
Sin ningún rubor, el ilustrado Tarre reconoció que la oposición «democrática» ha creado una situación catastrófica, que ha ocasionado la muerte de muchos venezolanos, enfermedad, hambre, desnutrición, deserción escolar, migración forzosa y otra larga ristra de calamidades, porque lo consideraron una vía legítima para recuperar el poder que perdieron electoralmente en 1998 y que no han podido recuperar por métodos democráticos hasta ahora. 
 
Si estuviésemos en un mundo justo y equilibrado, el doctor Tarre y todos los otros perpetradores de esta barbaridad tendrían que ser procesados por delitos de lesa humanidad. Pero ya sabemos que no es ese nuestro mundo, por ahora. 
 
Y esos dos son apenas una muestra de una forma de pensar y de actuar que da escalofríos. Es algo que este sector socioeconómico y político de Venezuela ha venido haciendo hace ya más de dos décadas. Basta recordar a toda la autodenominada «sociedad civil» reunida en Miraflores el 12 de abril de 2002, aplaudiendo a rabiar a un «ilustrado» que se había juramentado a sí mismo y había decretado la disolución de todos los poderes electos.  
 
Si queremos rememorar el caso de un personaje de la misma estirpe de Tarre Briceño, hay que traer a escena a José «Pepe» Rodríguez Iturbe, considerado uno de los políticos más educados y brillantes de la corriente del Opus Dei en Copei (un ilustrado sin comillas de ninguna especie), quien salió corriendo a declararse canciller del emperador Carmona Estanga, cargo en el que no llego, literalmente, a calentar la silla. 
 
Volvamos sobre el tema que quedo pendiente más arriba, el de la familia como primera escuela.  Se supone -al menos eso nos han hecho creer- que las personas de clase socioeconómica privilegiada, las que inscriben a sus hijos en colegios privados exclusivos y tienen, a menudo, valores religiosos sólidos, deberían darle al país ciudadanos de alta calidad, no solo en el plano académico, sino también (y fundamentalmente) en su simple condición de seres humanos: compasión, honestidad, coherencia. Pero estos años en los que esa porción del país ha estado en rol opositor ha puesto en evidencia que eso está muy lejos de la realidad. De muchas de esas familias han salido verdaderos monstruos, criaturas amorales capaces, por ejemplo, de ordenar a sus secuaces la firma de un contrato con mercenarios para invadir su país y, luego de fallar también en eso, irse a España a ser el niño mimado de la prensa del corazón. 
 
Cerremos esta aproximación, que tiene un sinfín de aristas más, con una mirada hipotética acerca de lo que estos «ilustrados de la miseria humana» serían capaces de hacer si en algún momento se concretasen sus planes de retoma del poder en Venezuela. ¿Si han sido capaces de atacar sin misericordia al país entero -incluyendo a sus copartidarios- para tratar de forzar un cambio de régimen, qué no tendrán pensado hacer contra quienes consideran específicamente sus adversarios políticos directos en el caso de ser gobierno? 
 
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)