Durante el lluvioso y frío 1° de enero caraqueño, leo lo que dice la gente en las redes sociales y me encuentro con que muchos opositores expresan su convicción de que este será el último año de la Revolución Bolivariana, apoyándose en que el comandante Hugo Chávez repitió muchas veces que gobernaría «hasta el 2021». 

Por finas ironías de la vida, muchas de estas personas, luego de ejecutar o apoyar toda clase de tentativas para derrocar al propio Chávez, primero, y al presidente Nicolás Maduro, luego, están ahora en la onda mística de otorgarle un valor profético a la palabra de su odiado tormento.

Es, en cierto modo, un supremo reconocimiento de la reiterada derrota que ese sector político ha experimentado frente a un contrincante al que siempre han subestimado. Equivale a decir: «Está bien, no hemos podido sacarlos del poder, ni siquiera con el apoyo del dios Trump y la sacrosanta comunidad internacional, pero ahora se van a caer ustedes solos porque así lo dijo Chávez. Te alabamos, señor».

Es un trance triste este de poner las esperanzas de un cambio político en una conveniente creencia en las facultades paranormales de alguien a quien han odiado con una intensidad resistente a la muerte. Los mismos que demonizaron a Chávez (recuerden las procesiones con vírgenes en la plaza Altamira y las denuncias sobre cultos «satánicos» en Miraflores), parece que han decidido que llegó la hora de tener fe en su verbo diabólico. Así estará el alma de esta gente.

El asunto tiene su vertiente tragicómica porque se trata de las mismas personas que se burlaron de Chávez cuando falleció, precisamente porque había jurado que su fecha de caducidad era 2021, es decir, que se había equivocado por casi ocho años. De pronto, aquel eslogan del líder bolivariano se ha transformado -en virtud de la desesperación- en la esperanza azarosa de  una oposición que atraviesa por una de sus noches más oscuras, sin organización coherente, sin liderazgos respetables y sin un plan que puedan exponerle honestamente al país (el que tienen es impresentable).

Caricaturizando un poco los hechos  (no mucho, en verdad), podemos imaginar a las doñas y los doños de El Cafetal (entendido esto como categoría antropológica) elevando sus oraciones de este primer domingo del año para pedirle al Señor que se haga la supuesta voluntad de Chávez, un alma que, según los mismos feligreses, ha de estar en el infierno. Es posible, entonces, imaginar la cara de Dios al preguntarles, «Pero, ¿cómo estos me piden algo así?», ¡Válgame yo mismo!».

No se puede descartar, incluso, que tanto los opositores católicos como los que profesan otras religiones e, incluso, los ateos y agnósticos terminen rezándole directamente a Chávez para recordarle su santa palabra sobre el 2021.  En tal caso, y dejando volar la imaginación en este día gris inaugural, uno puede imaginar al invocado, riendo a carcajadas de las locuras de sus antagonistas. “Todavía los tengo locos”, ha de decir.

En fin, que la disociación de los escuálidos (nombre que, certeramente, les puso el propio comandante) ha pasado los niveles estratosféricos que ya tenía, hace años, y ha entrado en planos celestiales, en el sentido religioso del vocablo. Ahora varios de los personajes y personajillos que tanto lo adversaron en vida, que tanto celebraron su enfermedad y su muerte, se están transformando en sacerdotes y sacerdotisas del culto a San Chávez, el que supuestamente dijo que esto duraba hasta 2021.  En sus altares mediáticos y enredáticos (de las redes), ofician misa para celebrar la santa palabra de alguien a quien siguen odiando de las maneras más retorcidas que quepa imaginar. ¡Qué clase de aquelarre!

Desde luego, es una variante de fe muy rara, pues de un profeta tan prolífico como Chávez,  estos devotos solo quieren reivindicar su anuncio del 2021, obviando que dijo muchas otras frases, entre las más conocidas aquellas de «Nunca volverán» y «Chávez ya no soy yo, Chávez es un pueblo».  Amén.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)