Este 5 de enero, Venezuela restablecerá la institucionalidad del Estado a través de un nuevo Parlamento.
Los últimos cinco años significaron para el país suramericano un retroceso que lo llevó a atestiguar la autoproclamación de un presidente de facto y el robo de sus principales activos en el exterior del país, en una alianza de terror entre los capitales buitres extranjeros, el sector político radical de la oposición y el imperialismo norteamericano.
El chavismo llega fortalecido luego de haber ganado la mayoría de los diputados y con una oposición no radicalizada presta a dialogar. Sin embargo, existen muchas dimensiones complejas de esta nueva etapa que vale la pena sean evaluadas.
Vuelo rasante por el asedio
Cuando comenzó el desabastecimiento programado, que condujo al voto castigo que encumbró a la oposición al parlamento en el 2015, comenzaron una serie de acciones de desestabilización que sólo pudo ser comprendida a cabalidad cuando se filtró el documento Golpe Maestro donde el Almirante Kurt Tidd, Jefe del Comando Sur, detallaba el alcance de la guerra híbrida y multidimensional que se planificó contra la revolución bolivariana.
Al hacer un recuento de los hechos de terrorismo y desestabilización, como las guarimbas (2017), el bloqueo de activos y recursos financieros pertenecientes a Venezuela (que se inician con la firma del decreto de la administración Obama de declarar al país amenaza inusual y extraordinaria en 2015 y siguen hasta la fecha), el magnicidio en grado de frustración del presidente Nicolás Maduro (2018), la autoproclamación de Juan Guaidó como supuesto presidente interino del país (enero del 2019), el intento de golpe de Estado (abril del 2019), la incursión marítima de un grupo de mercenarios que planeaban ejecutar actos terroristas (2020), solo basta con reconocer que la una única victoria de la oposición fue haber utilizado el parlamento venezolano para sentar las bases del robo de CITGO, la filial de Petróleos de Venezuela en Estados Unidos.
La reciente declaración de la oficina del tesoro estadounidense, donde sigue reconociendo al supuesto gobierno de Juan Guaidó, es una confesión de que ciertamente la oposición radical y el propio Gobierno de Estados Unidos, ven en dicha filial petrolera un botín de primer orden (y quizá al único al que puedan acceder en el corto y mediano plazo) y al cual no aspiran renunciar bajo ningún concepto.
Al interior del país
Si somos pragmáticos en el análisis, el chavismo se queda sin competidores a lo interno de la política venezolana.
Nicolás Maduro barrió cualquier aspiración que implicara acceder al poder a través de medios no democráticos. En estos momentos, a Juan Guaidó y Leopoldo López, como cabezas de playa del terrorismo político en el país, no les queda sino servir como herramientas para legitimar discursivamente el robo de los activos venezolanos. Nada más.
El cuadro de la oposición es ciertamente una triste lección para quienes se dejan arrastrar por las aventuras violentas. Nunca antes se han hallado tan fragmentados, sin capacidad real de movilización, y oxigenados solo por los países occidentales que se siguen resistiendo a reconocer que el mundo es multipolar.
A esto se le suma, que las recientes elecciones parlamentarias, sirvieron para que un sector de la oposición entendiera que su momento había llegado y se deslastrara del chantaje que aplicaban los partidos hegemónicos sobre grupos con menos recursos financieros y contactos en Washington.
Así como la guerra híbrida del Pentágono permitió atestiguar los novísimos formatos con que es posible agredir un país, estamos frente a una coyuntura que ciertamente también brinda condiciones nuevas para experimentar con formas de negociación y diálogo político entre los polos políticos.
Es una oportunidad que el chavismo no piensa desaprovechar. La propia decisión del PSUV de elegir a Jorge Rodríguez para dirigir la Asamblea Nacional habla en esta dirección.
Rodríguez ha coordinado las distintas iniciativas de diálogo que el presidente Nicolás Maduro ha impulsado para solventar los escenarios de mayor tensión política en el país, en especial, las provocadas por las violentas protestas callejeras del 2017.
A esto tendríamos que sumarle una serie políticas como la aprobación de la Ley de Promoción de Inversiones Extranjeras, la Ley Antibloqueo, la flexibilización para el uso del dólar en el país, que sin lugar a dudas representan una nueva manera de interpretar la relación entre programa político y económico.
Dichos gestos no han pasado desapercibidos. Influyentes empresarios locales, como Alberto Vollmer, afirman que existe un cambio positivo y aplauden que los grupos en pugna del espectro político hayan concientizado que «la única forma de tener un futuro sostenible en el tiempo es a través de un acuerdo».
«Ha habido una política de presión internacional a través de sanciones que ha limitado ingresos a Venezuela y esa reducción bárbara de ingresos, tanto por los errores del Gobierno venezolano, por supuesto, pero además complementados por las sanciones. Y eso no obligó a un cambio político. Parece mentira pero ha obligado a un cambio económico obligado. Los actores políticos se han dado cuenta de que no tienen los recursos que tenían antes. Y entonces deben generar nuevos recursos y sólo se van a lograr con una economía más abierta».
No obstante, Vollmer aprovecha la oportunidad para dejar claro cuáles son las reales aspiraciones de los sectores económicos tradicionales:
«Hay dos tipos de agenda. La primera es la simplificación del marco regulatorio. La otra tiene que ver con influir en políticas públicas a través de leyes o de política económica macro y eso solo lo puedes hacer al tener canales de comunicación constructiva», enfatiza.
El ser o no ser del chavismo
Ahora bien, con una mayoría chavista dentro de la Asamblea Nacional, se abre la necesaria pregunta de cómo se logrará compaginar las agendas de los sectores históricamente privilegiados del país y de aquellos excluidos y que a fin de cuentas representan su base electoral.
Las sanciones, así como las bayonetas, sirven para muchas cosas excepto para sentarse a reposar.
Hay una realidad incuestionable. El Estado venezolano se enfrenta a presiones financieras importantes. Las sanciones han obligado a postergar la agenda política de reivindicación social por una agenda más pragmática que implique flexibilidad a la hora de captar recursos y capitales de cualquier coordenada geográfica.
El dilema al que pronto tendrá que hacer frente el chavismo es si la lucha que emprenden, su programa político, la ideología que profesan y los cohesiona, sus símbolos, referentes y discursos fundacionales, son absolutamente maleables o tienen algunas especies de líneas de honor no traspasables.
Las grandes incógnitas que se abren y que no pueden ser barridas bajo la alfombra del pragmatismo son por qué y para qué se ostenta el poder político y si se lucha bajo la idea de la transformación social o simplemente ya se ha abandonado ese propósito.
En este caso, el chavismo transita una zona frágil donde deberá lidiar con fronteras borrosas. ¿Cómo discutir leyes e instrumentos legales que impliquen más apertura y flexibilidad económica, sin que eso no implique vulnerar la soberanía nacional o las expectativas de los movimientos sociales?
Y eso es solo el comienzo de los retos. Son cada vez más los grupos que reclaman la necesidad urgente de avanzar en transformaciones profundas dentro del país.
La aspiración de que las leyes del aborto seguro y del matrimonio Igualitario sean discutidas y debatidas ampliamente en la Asamblea Nacional impondrá una prueba de fuego y de fidelidad para el chavismo y su leitmotiv de ser la voz de los grupos excluidos e invisibilizados de la sociedad.
No es un horizonte sencillo el que enfrenta. ¿Decidirá en favor de las causas progresistas o simplemente sucumbirá ante las presiones de los grupos religiosos y políticamente conservadores de derecha? Eso está por verse.
Mantener la fidelidad de la base electoral, pero sobre todo la identidad como grupo político es clave para la supervivencia del largo plazo. Quienes no atendieron a este principio sufrieron las consecuencias.
Quizá uno de los ejemplos más notables fue el efecto de desmoronamiento invisible de las estructuras y fuerzas políticas anteriores a Chávez. Simplemente dejaron de ser relevantes. Ya no les hablaban a las grandes masas populares, su ejercicio del poder se convirtió en un diálogo de sordas élites que comenzaron a creer que su agenda era la de la mayoría. Hasta que una noche despertaron de golpe a la sorpresa de que un exmilitar, sin ninguna experiencia en el ejercicio de la política pública, no solo les había ganado las elecciones presidenciales, sino que inauguraría un movimiento que los apartaría del poder por más de veinte años.
El dilema de si el chavismo seguirá siendo relevante para la mayoría de la población y para la historia política y social de Venezuela solo podrá ser resuelto en la medida de que, parafraseando la famosa frase de Víctor Hugo, responda lo siguiente:
¿Te conformarás con controlar y gobernar los molinos o, por el contrario, tendrás el valor de cambiar para siempre la dirección y naturaleza del viento que los mueve? He allí la cuestión.
(Sputnik)