Arrancamos el año con unos desórdenes perpetrados por ultraderechistas, supremacistas blancos en Estados Unidos y los trumpistas venezolanos se horrorizan diciendo que tanto Donald Trump como sus seguidores se están comportando como si fueran feos chavistas, en lugar de catires bellos, republicanos y protestantes. 

En esa observación se resume la debacle de un sector político negado a cualquier rectificación y profundamente colonialista. 

Centrémonos en el primer aspecto: el carácter refractario a la autocrítica. Luego de pasarse cuatro años como lisonjeros pelafustanes de Trump y su pandilla, haciendo lobby para que el troglodita anaranjado nos invadiera, ahora llegan a la conclusión de que su ídolo es, en realidad, un Chávez blanco, enemigo de la democracia y de las reglas del juego limpio. 

En otras palabras, quieren endosarle al chavismo –y a los movimientos de izquierda en general- unas conductas que son propias de la derecha recalcitrante y facha; unos métodos que ese mismo sector político ha puesto en práctica en Venezuela, siguiendo las recetas elaboradas en EEUU.  

Es una vieja práctica esa de pretender que las taras de sus aliados se parecen más a los adversarios políticos que a ellos mismos. He oído y leído a destacados analistas e influencers decir que eso de no querer reconocer resultados electorales adversos es una conducta propia de los chavistas. Lo dicen sin que les tiemble un ojo, a pesar de que es una tesis que va en sentido contrario a la realidad histórica y presente de 22 años en las que la derecha atolondrada ha pretendido desconocer los resultados de la elección de 1998, de los referendos constituyentes de 1999 y de la relegitimación de 2000 (¿o no fue eso el golpe de Estado de 2002?); del referendo revocatorio de 2004; de las presidenciales de 2013 y 2018; de las constituyentes de 2017; y de las parlamentarias de 2020, además de llamar a la abstención en las legislativas de 2005 y las regionales y locales más recientes. 

Con una frase falaz se pretende obviar que ha sido la oposición la que ha promovido desórdenes de estilo muy parecido a los de Washington, en 2002, 2004, 2007, 2013, 2014, 2017, 2019, 2020 y que los estarían impulsando hoy mismo, si les quedara alguna reserva de fuerza y capacidad de convocatoria. 

Ignora ese planteamiento que hasta los líderes que ahora se presentan como muy civilizados, verbigracia Henrique Capriles Radonski, han convocado a los militantes opositores a la violencia. ¿O no fue él quien les pidió descargar la calentera (o algo parecido) porque perdió las elecciones por casi un cuarto de millón de votos, irresponsable llamado que causó la muerte de 13 venezolanos, incluyendo varios niños? 

La comparación de la muy cinematográfica orgía de Washington con el chavismo pretende borrar la realidad de que también que en tiempos del mismo Trump, la oposición encabezó un intento de magnicidio mediante el cual se pudo haber asesinado no solo al presidente Nicolás Maduro, sino también a todo el alto mando político y militar del país, con consecuencias terribles para la paz política y social del país y tal vez de toda la región.  

Con sus gestos de gente decente horrorizada, los analistas e influencers intentan tapar que esa misma oposición, con el padrinazgo del gobierno de Trump, intentó invadir el país desde Colombia, con el subterfugio de una ayuda humanitaria metida a la fuerza; pretendió un golpe de Estado en abril de 2019; pretendió una invasión mercenaria y paramilitar en mayo de 2020; y ha solicitado y aplaudido el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales, todo ello con el propósito de imponer un gobernante que ni siquiera fue candidato presidencial.  
 
Y no puede decirse que los trumpistas de orilla fueron dándose cuenta poco a poco de la clase de personaje que era Trump. No. Apoyaron al magnate a todo lo largo de 2020 y llegaron al extremo ridículo de hacer campaña a su favor afirmando que su contrincante, Joe Biden, es un tipo de la izquierda castrochavista. Ahora, cuando Trump protagoniza la salida de escena más deplorable en la historia reciente de EEUU, en lugar de decir que  se equivocaron al apoyar a semejante esperpento, tratan de echarle el muerto al gobierno, diciendo que los sujetos que invadieron el Capitolio parecían ser hordas chavistas. 
 
Magos con trucos demasiado repetidos, estos personajes meten en sus gastados sombreros cualquier hecho bestial perpetrado por la derecha y sacan el mismo conejo aburrido de siempre: decir que esas actitudes bárbaras son parecidas a las de los “colectivos” venezolanos o que responden a los pérfidos planes del Foro de Sao Paulo. 
 
Los hechos irrefutables indican que Trump y todo lo que él encarna han sido enemigos del chavismo durante sus cuatro años de mandato. Sanciones, bloqueo, robo, piratería, planes de magnicidio, planes de golpe de Estado, planes de invasión mercenaria, ofrecimiento de recompensas por la captura o muerte del presidente y de otros altos funcionarios venezolanos. Todo eso fue llevado a cabo por Trump con el aplauso y las reverencias agradecidas de los opositores nacidos acá, los mismos que ahora, cuando faltan quince días para que deje la Casa Blanca, se han percatado de que es un loco peligroso y violento al que sería mejor atar. 

En fin, en estos primeros eventos de 2021, la derecha política, mediática, académica, religiosa y etcétera ha demostrado que no parece que vaya a superar, por lo pronto, su condición de oposición, entre otras razones porque siempre se niega a reconocer sus errores y, por el contrario, se empeña en atribuírselos a sus rivales, incluso cuando para ello es necesario forzar la barra hasta romperla. 

Aunque el resultado electoral de EEUU dista mucho de ser una victoria para la Venezuela soberana e independiente (Biden, al fin y al cabo, está destinado fatalmente a demostrar que es un Trump sin casco de cachos), quienes apostaron todo a la reelección del presidente republicano deberían aceptar su derrota y reconocer que el tipo y sus seguidores no se han portado como chavistas, sino como escuálidos radicales del subtipo guarimbero. Les vendría bien la recomendación que solía dar el narrador de beisbol “MusiúLacavalerie a los simpatizantes del otro equipo (cuando La Guaira ganaba): “¡Recojan su gallo muerto!”. 
 
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)