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Prácticamente no es posible encontrar un caso de «guerra» en el que estén involucrados Estados Unidos y otras potencias militares que no haya comenzado con una operación de bandera falsa.

Desde el incidente del hundimiento del buque Maine, que justificó la guerra de EEUU contra España, por la posesión de Cuba, a finales del siglo XIX, la historia contemporánea es prolífica en esta clase de episodios montados para echarle la culpa al adversario y desatar contra él una agresión.

A la Alemania nazi le encantaban esos episodios. Se supone que uno de ellos fue el incendio del Reichstag (Parlamento) atribuido a los comunistas y que permitió a Hitler comenzar a actuar como dictador.

En 1950, EEUU se empeñó en derrocar al primer ministro iraní Mohammad  Mossadeq, para abortar su plan de nacionalizar el petróleo. Para ello, la CIA contrató a sujetos que se hicieron pasar por comunistas y cometieron crímenes y abusos contra la población. 

La guerra de Vietnam, en la que EEUU terminaría empantanado por años, se declaró formalmente  con el llamado incidente del golfo de Tonkín,  un caso particularmente vergonzoso porque la historia que se difunde es total y absolutamente inventada. Se sostuvo a través de los medios de comunicación de la época (1964) que varios botes vietnamitas había disparado contra un buque estadounidense, el USS Maddox.

Un aliado por excelencia de EEUU, el Estado de Israel, ha desarrollado innumerables operaciones de bandera falsa a veces en solitario y otras en complicidad con los norteamericanos. Egipto, Libia, Palestina, Líbano y Siria han estado entre sus blancos favoritos.

Respecto a Cuba, los intentos de Washington por justificar acciones bélicas son de una data tan larga como la Revolución. Algunos se ejecutaron y otros apenas fueron planes de la CIA y demás cuerpos de espionaje. Uno de los más conocidos fue la Operación Mangosta, que implicaba efectuar atentados contra países del Caribe y atribuírselos a la Cuba socialista. 

En otras ocasiones, la presencia cubana en un país o versiones sobre supuestos planes para la expansión del socialismo han sido motivos suficientes para invasiones. Así ocurrió en Grenada, en 1983, cuando se empleó el pretexto de que el gobierno de ese país, con asesoría de Fidel Castro, construía una pista aérea para aviones soviéticos de guerra.

También en el Caribe se han revelado documentos según los cuales en 1961, el Departamento de Estado planificó la voladura del consulado estadounidense en Santo Domingo para achacarle la responsabilidad al gobierno y justificar la invasión de República Dominicana.

Los atentados del 11 de septiembre trajeron una nueva ola de operaciones de bandera falsa. De hecho, existen teorías según las cuales esos hechos, en sí mismos, fueron un gran montaje para que EEUU tuviera de nuevo un enemigo estratégico (ya el comunismo había dejado de serlo) y evitar la recesión de la industria armamentista, principal motor de la economía de ese país y componente clave de su carácter imperial.

Más allá de esa posibilidad  (que solo se conocerá décadas después, cuando se desclasifiquen los documentos), las operaciones de bandera falsa han sido moneda corriente en el siglo XXI. Con tramas sobre atentados con supuestas esporas de ántrax se desató la llamada guerra contra el terrorismo, que implicó la invasión de Afganistán. Con versiones sobre un presunto arsenal de destrucción masiva se orquestó la invasión de Irak, el derrocamiento y el magnicidio de Saddam Hussein. Con falaces informaciones acerca de uso de armas contra la población inerme se invadió Libia y se asesinó a Muamar Gadafi.

En el conflicto interno sirio, que comenzó en 2011, ese tipo de operaciones han estado a la orden del día. Varias veces se han realizado o simulado ataques con agentes químicos para responsabilizar de ellos al gobierno de Bashar al-Assad. Uno de esos ataques, al menos, fue perpetrado por el gobierno de Turquía.  Se sospecha que otros, como el más reciente, en la ciudad de Duma, tal vez ni siquiera fueron reales. Existen fuertes indicios de que se trató de un montaje casi cinematográfico. De cualquier modo, ya cumplió su finalidad de servir de excusa a un bombardeo.

Aliados de EEUU en Latinoamérica han resultado ser aventajados alumnos en la escuela de las operaciones de falsa bandera. La oligarquía colombiana es tal vez el caso más destacado, con su trama de los falsos positivos. Las fuerzas estatales asesinaban masivamente a civiles y luego los hacían pasar por guerrilleros dados de baja en combate. 

Colombia también llegó a extremos al usar como banderas falsas emblemas de la Cruz Roja y de Telesur durante una operación de rescate de secuestrados. El uso de los símbolos de las organizaciones humanitarias como la Cruz Roja está tipificado como delito de guerra. 

En Venezuela se ha intentado numerosas veces involucrar al gobierno revolucionario en hechos violentos perpetrados por la oposición. Así ocurrió con los francotiradores del 11 de abril de 2002, que obedecían órdenes de los golpistas, y que se usaron como excusa para el derrocamiento del gobierno constitucional. 

El año pasado, la mayor parte de las 120 muertes ocurridas durante la ola de disturbios desatada por la oposición entre abril y julio fueron víctimas de la violencia de los manifestantes o fallecieron mientras manipulaban armas letales de fabricación casera. Pero la culpa se le atribuyó al Estado venezolano en el discurso de los medios de comunicación hegemónicos, de los organismos internacionales enemigos de Venezuela y de organizaciones no gubernamentales financiadas por fuerzas extranjeras.

 

¿Cuál será la próxima operación de bandera falsa? La prudencia recomienda dormir con un ojo abierto.

 

(Clodovaldo Hernández)