Las ideas del científico vienés Sigmund Freud supusieron una verdadera revolución dentro de la historia del pensamiento occidental, pues a contrapelo del saber que imperaba en su tiempo, propuso el tratamiento de las afecciones psíquicas dentro de la psique misma y derivó un corpus teórico cuya influencia se extiende hasta nuestros días. 
 
Por esta razón, el filósofo venezolano Miguel Ángel Pérez Pirela ofreció a la audiencia de Desde Donde Sea un paneo por los conceptos fundamentales del llamado padre del Psicoanálisis, que en su extensa obra aportó saberes sobre la mente humana y la sexualidad que son insoslayables.
 
En su opinión, el primero de los grandes aportes freudianos es el haber definido el inconsciente. En contraste con la creencia más extendida, defendió que la conciencia es apenas una porción minúscula de la psique, que es dominada por el inconsciente, donde se alojan los pensamientos y deseos reprimidos que acaban explicando lo que cada persona es. 
 
De otro lado, el Psicoanálisis, disciplina en la que se aglutinó el saber descubierto y sistematizado por Freud, puede entenderse tanto como la compilación de las elaboraciones conceptuales, como la práctica analítica con la que se busca iluminar aquello que se aloja en el inconsciente para proveer al sujeto de una mejor comprensión de sí mismo y aliviar sus malestares psíquicos. 
 
El científico descubrió que la palabra y los sueños son las «llaves» o vías francas que permiten acceder al inconsciente, en el que se asientan recuerdos infantiles reprimidos que, desde su punto de vista, tendrán una enorme importancia en lo que será nuestra vida adulta, pues defendía que lo que sucede en los primeros años de vida de un sujeto, muy particularmente la relación que se construye con los padres, determina su vida futura y su sexualidad y de ahí que el Psicoanálisis, al permitir comprender los elementos estructurales del pasado del sujeto, de su historia, permite que se entienda a sí mismo. 
 
Pérez Pirela destacó que la influencia del Psicoanálisis es tan importante en la vida contemporánea, que sin él, difícilmente podría comprenderse la obra de creadores como Salvador Dalí o Pablo Picasso, o analizarse fenómenos sociológicos complejos e inclusive, al feminismo y la sexualidad, acaso el punto más polémico de su vasta obra y en el que la postura de Fred se hace insoslayable dentro de cualquier tratamiento sobre el tema. 
 
Así, sostuvo, «toda la tardía modernidad e incluso la posmodernidad es transversalizada por las teorías freudianas», a las que calificó de una revolución que, por medio de la palabra, pretende llegar a la raíz del sujeto, que está en el inconsciente. 
 
El papel de la palabra en la «cura» psíquica
 
En los tiempos de Freud, la comunidad científica pensaba que podía resolver los problemas psíquicos con métodos físicos. Así, la tristeza, la «melancolía» y otros males psíquicos, se «curaban» a partir de enfoques biológicos, que abarcaban prácticas como los baños termales, los masajes, el reposo y hasta ‘electroshock’, que no producían los resultados deseados.  
 
Empero, a contrapelo de su tiempo, Sigmund Freud no solamente dejó de lado estas opciones terapéuticas, sino que afirmó que el inconsciente existe y que la manera de acceder a él era la palabra, con lo cual ofreció una respuesta original a la pregunta: ¿cómo funciona la mente humana?, quebrando la tradición médica, que trataba de resolver los problemas de la psique fuera de ella. 
 
En su práctica, Freud descubrió que poner en palabras lo que está en el inconsciente, habría de constituir una de las premisas fundamentales de lo que luego se conoció como Psicoanálisis, en tanto es la manera en la que los sujetos pueden determinar la raíz de sus problemas y conflictos psíquicos, indispensables para entenderse a sí mismos e incluso, ser capaces de modificar algunas conductas. 
 
Previamente, en la primera etapa experimental que caracterizó el ejercicio de Freud como médico, viajó permanentemente entre Viena y París, centrándose en los estudios sobre la histeria, etiqueta que se usó para tipificar toda afección mental que no podía ser explicada por otra vía.
 
La ausencia de métodos convincentes dentro del saber médico tradicional, llevó a Freud a concluir que la neurosis es un trastorno de la personalidad y no una enfermedad ligada al sistema nervioso, como se pensaba hasta entonces. Es decir que surgía de conflictos, de situaciones no resueltas y se manifiesta directamente en la conducta de las personas. 
 
El valor de la palabra en el proceso de alivio del malestar psíquico, llegó a Freud de la mano del caso de Bertha Pappenheim, conocida con el pseudónimo de «Anna O», paciente «histérica» que había sido tratada por su colega y amigo Joseph Breuer mediante hipnosis. 
 
A partir de esta experiencia y de sus propios estudios, Freud abordó el problema de un modo distinto: en lugar de hipnotizar a los pacientes, les dejó que hablaran libremente sobre lo primero que les pasara por la cabeza –sueños, recuerdos, fantasías, anécdotas, etcétera–, observando que, en la medida que se descargaban, aparecían las causas reales del conflicto –muchas de ellas provenientes de la infancia– y el malestar remitía paulatinamente. Fue el inicio del método de asociación libre. 
 
Sin embargo, el también director de LaIguana.TV puntualizó que este no fue el único camino planteado por Freud para acceder al inconsciente. En 1899 escribió La interpretación de los sueños, una de sus obras más conocidas, en la que explica que los sueños son una vía expedita hacia el inconsciente, porque son la expresión de deseos no satisfechos. 
 
Para entender el inconsciente, hay que entender la sexualidad
 
Sus trabajos llevaron a Freud a concluir que la comprensión del inconsciente implicaba necesariamente la comprensión de la sexualidad y en 1905 publicó «Tres ensayos para una teoría sexual», donde ofrece una explicación detallada sobre la manera como, desde su punto de vista, se constituye la sexualidad humana. 
 
De las tesis más polémicas sostenidas en este trabajo fundante dentro de las aportaciones freudianas, es que la sexualidad no se restringe a la genitalidad y que el goce sexual se remonta a las primeras experiencias placenteras que tuvo el sujeto en su existencia. 
 
De lo primero se desprende que el placer sexual no viene dado solamente por la zona genital, sino que todas las superficies del cuerpo son erógenas y, por otra parte, que las personas satisfacen sus deseos al menos en dos lugares: en los sueños y en la vida sexual. 
 
Para explicar el proceso de constitución de la sexualidad en los seres humanos, define tres etapas:  la etapa oral, en la que el placer se obtiene al succionar y que tiene como fundamento la necesidad de alimentarse del pecho materno. No obstante, en algún momento –vivido como doloroso para el infante– en el que es «expulsado del paraíso», al serle negado el pecho; la etapa anal, que se soporta en el placer que produce retener y soltar y, por último, la etapa fálica, que tiene lugar entre los 3-4 años y en la que los niños y niñas se tocan los genitales en procura de placer. 
 
Tras estas etapas, los niños y niñas adquieren conciencia de las diferencias anatómicas que poseen a través de la comparación genital. Así, de un lado se advierte la presencia/ausencia de pene y del otro, aparece la angustia permanente sobre la sexualidad, que suele acompañar al sujeto durante toda su existencia. 
 
La consecuencia directa es el llamado complejo de Edipo, en el que el niño se siente atraído por la madre y en su intento por hacerse con ella, entra en conflicto con el padre, hacia quien empieza a sentir una mezcla de amor y celos, rivalidad y dependencia.
 
En el caso de las niñas, Freud sostendrá que el objeto de deseo será el padre y el conflicto se producirá con la figura de la madre. 
 
Esta fase fue considerada fundamental por el padre del Psicoanálisis, al punto tal que afirmará que estructura la orientación sexual de cada persona, así como el carácter que el individuo exhibirá en la adultez. 
 
Tres «personajes» para un modelo de la psique
 
Además de lo anterior, Freud aportó un modelo de división de la psique a partir de tres «personajes»: el ‘ello’, el ‘yo’ y el ‘superyó’. 
 
Pérez Pirela explicó que en el ‘ello’ están reunidos los impulsos primarios y de algún modo puede asemejarse a la mente de un bebé, mientras que el ‘yo’ es una parte abstracta que se desprende del ‘ello’ que tiene, entre otras funciones, el gestionar la relación del sujeto con realidad a la que se enfrenta y opera como una especie de mecanismo de defensa, mientras que el ‘superyó’ es una estructura exterior que actúa como instancia impositiva por encima del ‘yo’.
 
En este último caso, el padre del Psicoanálisis precisa que es necesario distinguir entre la moralidad y la conciencia moral. En el caso de la moralidad, dice que es superyoica, mientras que la conciencia moral se ubica en la parte reprimida de la sociedad. 
 
La teoría de la personalidad de Freud
 
Sobre la base de la premisa que todas las personas son neuróticas en alguna medida, Sigmund Freud desarrolla una teoría de la personalidad anclada en el análisis de la energía psíquica a partir de tres niveles: la libido, las pulsiones y las consideraciones económicas. 
 
De la libido –entendido como el deseo sexual– dirá que la sexualidad es el motor de la energía psíquica y que determina su inicio, mientras que definirá las pulsiones –Eros o pulsión de vida y Tánatos o pulsión de muerte– como instintos que conducen al ser humano a la autodestrucción y a la supervivencia. 
 
En un tercer nivel están las consideraciones económicas asociadas a la energía psíquica, ofreciendo una respuesta a la pregunta: ¿cómo se reparten estas energías psíquicas?, para lo que se vale de dos principios: el del placer y el de realidad.
 
El principio del placer establece que al satisfacer una necesidad, se obtiene a cambio un placer, así, es la necesidad la que proporciona el placer y el principio de realidad, por su parte, es de carácter cultural, e impone límites a la satisfacción –pública– de un cierto deseo, que el sujeto asume para sí. 
 
De últimas, están las dos clasificaciones tópicas: las primera tópica está orientada a mostrar los tres lugares donde almacenamos nuestros recuerdos, porque la memoria y el recuerdo no son temas secundarios sino estructurantes del Psicoanálisis. 
 
En este caso, Freud dirá que la psique humana puede dividirse en inconsciente, donde se almacenan los recuerdos reprimidos, aquellos de los que no se puede hablar; el preconciente, en el que se alojan aquellos recuerdos a los que se puede acceder con algún esfuerzo memorístico y el consciente, porción ínfima de la psique, porque solamente almacena lo se piensa a cada instante. 
 
La conclusión resultante de esta primera tópica, es que la mayor parte de los recuerdos está reprimida en el inconsciente. 
 
De otra parte, la segunda tópica no habla de lugares para almacenar recuerdos, sino de «personajes» que nos habitan, con deseos y necesidades: el ‘ello’, el ‘yo’ y el ‘superyó’.
 
Más detalladamente, en el ‘ello’ se agrupan los deseos humanos, por lo que es la parte de la mente que desea; ‘el yo’ es un personaje con deseos y necesidades, que funge de  intermediario entre el ‘ello’ y el ‘superyó’, al que define como la norma moral introyectada que regula la prohibición, es decir, la causa fundante del deseo. 
 
Es gracias a esta prohibición asumida como propia, que se desata el conflicto neurótico entre el deseo y la prohibición. 
 
Finalmente, Pérez Pirela mencionó que Sigmund Freud tuvo grandísimos críticos, como el filósofo francés Jean Paul Sartre, quien sostenía que el inconsciente no existe y lo que existe es la «mala fe», según la cual el sujeto está consciente de sus precariedades y limitaciones, solo que prefiere evadirlas.

 

(LaIguana.TV)