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Se cumplió una semana de la pelea del siglo y ya nadie quiere recordarla. Durante los pocos días que despertó comentarios, casi todos negativos o burlones, predominó la tesis de que el boxeo ya no es como antes, que ahora es un negocio. Sin embargo, cabe preguntarse ¿cuándo no lo fue?, si es que hablamos, claro, del boxeo profesional.

 

Lo que le está pasando al boxeo (y al deporte en general) es un síntoma de la degradación del capitalismo en su fase neoliberal avanzada. Asistimos a una época en la que todo lo que se vende es insustancial, falso, virtual, especulativo, de limitada calidad, de dudosa utilidad y de una durabilidad planificadamente efímera. Hace algunos años, nos vendían una mercancía (un carro, una nevera, cualquier cosa) de cierta calidad y para inducirnos a comprarla, utilizaban las técnicas de la publicidad y el mercadeo. En la época actual, la publicidad y el mercadeo han pasado a ser la mercancía misma. La calidad de los bienes y servicios es lo que menos importa.

 

En el deporte, el negocio comenzó hace ya décadas (en el caso del fútbol europeo y el beisbol de Estados Unidos, hace más de un siglo), pero en los últimos años se ha hipercapitalizado el asunto. Pelé ya era un producto comercial, pero ni soñar con los niveles de Lionel Messi o Cristiano Ronaldo. Estos últimos son grandes atletas, fenómenos de los que solo aparecen cada cierto número de años, pero resultan tan importantes para la maquinaria multimillonaria que todo a su alrededor se transforma en un espectáculo desmesurado, incluso cuando las circunstancias no lo justifican.

 

¿Qué de extraño tiene entonces que esto mismo le pase al boxeo? Hace 20  o 30 años, los grandes púgiles eran también mercancías, pero hoy estamos en otra fase del capitalismo boxístico. Hay más publicidad y mercadeo que puños en el ring.  En el caso de la pega Mayweather-Pacquiao le sacaron el jugo hasta al momento reglamentario del pesaje de los peleadores. El aparataje global de la industria del espectáculo y el entrenamiento (sector económico que ya solo se compara con el de los armamentos y el petróleo, en cuanto a ganancias) se integra para amasar un supernegocio de proporciones fabulosas. No es casual que estas grandes ceremonias del neoliberalismo deportivo se realicen en Las Vegas, la capital estadounidense de los casinos y las ruletas. Tampoco es casual que en el ring-side estuviesen las grandes luminarias de la farándula, pues no se trata solo de vender una noche de boxeo, sino también la ilusión de un estilo de vida solo alcanzable a través de la religión del dinero.

 

Luego del fiasco de la pelea del siglo que no llegó a ser la pelea de la semana, la astuta y poderosa maquinaria de publicidad y mercadeo ha dado ya otra vuelta: se ha “acusado” a Pacquiao de pelear lesionado, se ha puesto el foco sobre la operación que le hicieron en el hombro (lo que refuerza su imagen de gladiador mítico)  y, por supuesto, ha comenzado a hablarse de una revancha que, naturalmente, también será “del siglo”. Es que en este meganegocio –igual que en los casinos de Las Vegas- la casa nunca pierde.

 

(Clodovaldo)