Los presocráticos, cuya obra marca el inicio de la Filosofía Occidental, se preguntaron antes que nadie cuál es el origen del mundo, fue el tema elegido por Miguel Ángel Pérez Pirela para su clase de filosofía en Desde Donde Sea, actividad de formación que el experto lleva a cabo cada viernes a las 7:00 de la noche, hora de Venezuela. 
 
Para situar en contexto a la audiencia, precisó que la tradición de los llamados presocráticos –término con el cual se agrupa la producción intelectual de unos 90 filósofos que antecedieron a las ideas de Sócrates y con ellas, de la filosofía clásica griega– comenzó aproximadamente en el 2.600 a.C con Tales de Mileto y culminó unos trescientos años más tarde. 
 
La pregunta fundamental que guio la actividad reflexiva de estas personas fue el tratar de explicar el arkhé –origen del «universo en equilibrio»– a través de la razón –episteme– y no por medio de explicaciones míticas, o doxa, término que significa «opinión».
 
En este ejercicio didáctico, Pérez Pirela resumió las respuestas y explicaciones sobre el arkhé que ofrecieron Tales de Mileto, Anaxímenes, Anaximandro, Pitágoras, Empédocles, Protágoras y Heráclito
 
Advirtió, asimismo, que estos autores no pueden estudiarse a la manera como se estudia a otros pensadores contemporáneos, puesto que se carece de la documentación necesaria para ahondar en su pensamiento, pues buena parte de su obra escrita se perdió.
 
Tales de Mileto (624 a.C.-546 a.C.) propone la pregunta genética que rige la Historia de la Filosofía: ¿Cuál es el origen de todo, cuál es el principio de todo, cuál es el arkhé? y responde asegurando que el origen del mundo es el agua. 
 
Con esta respuesta, acotó, surgirá el llamado monismo, un modo de pensar dentro de la Filosofía que se enfoca en la búsqueda de un solo arkhé.  
 
Anaxímenes de Mileto contradice a Tales de Mileto –quien aparentemente fue su maestro–  y plantea que hay algo que incluso está ya en el agua y que por esto, no puede ser ella el origen de las cosas. Para él, el arkhé es el aire. 
 
Adicionalmente, este presocrático tiene un rasgo que distingue su obra, en tanto expone las razones por las cuales asegura que el origen de todas las cosas está en el aire, al sostener que en agua tienen lugar dos procesos, la rarefacción y la condensación, que producen efectos conocidos. 
 
Anaximandro de Mileto, de su lado, aseveró que el origen de todo no podía ser algo concreto, lo que implica un salto epistemológico en relación con el monismo característico de sus antecesores, Tales y Anaxímedes. 
 
Concretamente dirá que el arkhé debería ser un elemento caótico y amorfo, al que denominará ápeiron –en griego antiguo, «sin límites»–. 
 
Dicho de otro modo, esto implica que el ápeiron contiene todos los contrarios sin ser ninguno de ellos, puesto que, según Anaximandro, una vez salen las cosas del ápeiron, se introducen en una especie de ciclo en el que los contrarios se hacen injusticia mutuamente hasta que retornan al ápeiron
 
Pitágoras, por su parte, no cree que el arkhé sea algo material –en lo que coincide con Anaximandro– y asevera que el origen del mundo y el principio de todas las cosas, son las cantidades. Desde su punto de vista, todo es contabilizable incluso antes de sus atributos. Lo primero es el número, porque está incluso antes de los atributos de los seres. 
 
Empédocles pone fin al monismo y plantea un asunto que ha permanecido incluso en las narrativas contemporáneas: que el arkhé se sostiene en cuatro principios: agua, aire, tierra y fuego, pudiendo combinarse estos elementos entre sí en distintas proporciones para dar lugar a otros cuerpos y a otros elementos.   
 
Además, su explicación contiene un rasgo poético, porque para él, lo que mantiene unidos a estos cuatro elementos es el amor, mientras que el odio produce su separación. 
 
En este punto de la clase, Pérez Pirela anunció que los filósofos cuyas reflexiones serían expuestas a continuación –Parménides y Heráclito– habían cambiado el sentido de las respuestas al origen del mundo, distanciándose de las de sus predecesores, que se circunscribían, con sus diferencias, al mundo físico.  
 
Parménides puede ser considerado un precursor de la metafísica. Para él, el ‘arkhé’ estaría en el ser. Y aunque su explicación encaja en el monismo, se distingue sustantivamente de lo previo, al plantear que antes que las cosas puedan ser algo, deben primero ser. 
 
«Todas las cosas son», afirmaba Parménides. Esto quiere decir que, antes de ser algo, las cosas son y el ser es la reducción mínima de todo, es el principio, detalló el comunicador y añadió que esta explicación alimentará una larga tradición en Occidente, incluso en tiempos contemporáneos, en la obra de filósofos como Martin Heidegger o Jean-Paul Sartre. 
 
Así, subrayó, cuando se afirma la no-existencia, ello entraña una contradicción, porque quien lo enuncia, existe; porque aunque el ser cambie, mientras ese cambio no se produzca, la no-existencia no existe y al concretarse, ya es.  
 
A partir de estas consideraciones, puntualizó, se derivan las categorías de la metafísica aristotélica, ser, esencia, ente, esencia y existencia. De un lado, ser y sustancia, son; del otro, la esencia otorga atribuciones a la existencia. 
 
Desde su punto de vista, la gran contribución de Parménides a la ontología, es la que acaso puede calificarse como la gran pregunta de la Filosofía: ¿por qué existe algo en lugar de la nada?
 
Además, se preguntará  si ese ser del origen de todo, ese arkhé, puede cambiar o permanece inmutable, respondiendo que siempre es fijo. 
 
Heráclito contradecirá a Parménides, al asegurar que las cosas se mueven, cambian, mutan y que nunca son idénticas a sí mismas, porque para él, todo está en movimiento. y aunque plantea el fuego como arkhé, pero no es lo que representa su contribución más duradera, sino el definir que la base de la armonía del mundo está en la confrontación entre contrarios. 
 
Esta explicación dará lugar varios siglos más tarde al principio de no contradicción de la lógica de Aristóteles –una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo– que aún rige la racionalidad en buena parte del mundo.  
 
Empero, desde la perspectiva del Heráclito, las cosas son las mismas y, al mismo tiempo, pueden ser otras, una idea que sobrevive en el imaginario de Occidente, en el que los seres humanos dan cuenta de una transformación permanente de su ser a lo largo de su experiencia vital. 
 
Al cierre, Pérez Pirela reflexionó acerca de la manera como puede entenderse la historia de la Filosofía. Así, comentó, como que si de matrioshkas se tratara, cuando un filósofo contradice a otro, realmente no lo está contradiciendo, sino revelando una verdad que para tener lugar, debe falsar aquella previamente establecida, en un ciclo infinito, que se recrea gracias a que las verdades nunca son permanentes. 
 
Los presocráticos legaron una filosofía de la naturaleza basada en la razón y en la observación. Primero estuvieron los monistas que sostenían que el arkhé proviene de un solo elemento, luego quienes diversifican el origen a partir de varios elementos, pero aún más importante es que inauguraron una práctica de pensamiento y de hacerse preguntas, que independientemente del grado de acuerdo que tenga quien estudia sus ideas, conduce a una aventura del pensamiento, en la que la humanidad se embarca en su empeño por explicar el mundo. 
 
Finalmente, indicó que para él como latinoamericano es importante dejar en claro que la Filosofía no es solamente la de los presocráticos, sino que en todas partes del mundo, los seres humanos se estaban haciendo preguntas sobre su existencia. De esta manera, aunque reconoció la innegable importancia de filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles, también reivindica a los pensadores anónimos del actual continente americano, que aunque no reconocidos, también produjeron saber relevante.
 

(LaIguana.TV)