Las dos estructuras creadas por Ludwig Wittgenstein, pese a ser básicamente contradictorias entre sí, son cimientos fundamentales de la filosofía del lenguaje, explicó Miguel Ángel Pérez Pirela en otro de sus Viernes Filosóficos, dedicado en esta oportunidad al pensador austríaco que llegó al campo de la Filosofía desde su profesión de ingeniero y, según afirman sus biógrafos, escribió uno de sus libros más importantes en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. 

Nacido en Viena en 1889 y fallecido en Cambridge, Inglaterra, en 1951, Wittgenstein perteneció a la corriente de la filosofía analítica y puede catalogarse como el filósofo por antonomasia del lenguaje, ello a pesar de que su formación fue la de ingeniero aeronáutico, especializado en el diseño de motores de avión, describió Pérez Pirela, al introducir al personaje. 

«Aunque fue una sola persona, todos hablan de los dos Wittgenstein porque hubo un primer Wittgenstein, el del Tractatus logico-philosophicus, la obra que habría escrito en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, publicada en 1923, y un segundo Wittgenstein, que fue su gran contradictor, que escribe Investigaciones filosóficas, que se publica 30 años después». 

Acotó que, sobre todo en esa primera etapa, Wittgenstein se identifica con la escuela analítica, una rama poco estudiada, arrinconada, cercana a las matemáticas y a la lógica, con aspectos reservados para los más avisados, de gran hermetismo y que, por tanto, aparecía opuesta a la filosofía hermenéutica, que es una filosofía continental europea.  

Reseñó que este autor, que venía de una familia pudiente y que murió de un cáncer de próstata del no quiso curarse, planteó, en su primera etapa una relación directa entre lo que nosotros pensamos y la realidad.  

«Es ingeniero, un cultor de la lógica, y considera que hay un puente entre la realidad y la mente. Ese puente es el lenguaje. Lo que expresamos sobre la realidad es la realidad. Hay un paralelismo entre la palabra dicha y la realidad. Entre la mente que piensa, la palabra que expresa y la realidad».  

La tesis fundamental de Wittgenstein, según lo entiende Pérez Pirela, es la vinculación formal entre el lenguaje y el mundo, expresada en su frase: “Los límites de mi lenguaje son los límites del mundo”. 

El presentador del programa, doctor en Filosofía y comunicador, expresó su intención de impartir una clase al estilo  wittgensteniano. Los alumnos decían que sus cursos eran una participación directa ante un hombre pensando. «Es lo que queremos hacer hoy. El pensamiento de Wittgenstein es un pensamiento que brota a partir de la acción del pensamiento mismo», dijo. 

Las cosas y sus nombres

«Cuando nosotros nombramos las cosas de la realidad y en la realidad, ¿realmente estamos nombrando las cosas que nombramos? Cuando digo que esto es una taza, ¿esa frase refleja la existencia misma de la taza? –preguntó Pérez Pirela a su auditorio virtual-. El primer Wittgenstein decía que sí. Para él, esta es la taza que experimento y expresó a través de mi lenguaje». 

Leyó un fragmento del comienzo de la novela Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.  

Observó que la acción contada por Gabriel García Márquez explica cómo es que el lenguaje señala la realidad y al señalarla, en cierto modo, la hace existir en esa relación dialógica y epistemológica entre realidad y pensamiento. «Esa génesis de Macondo es la génesis del lenguaje. La génesis del niño que no conoce la realidad y por eso ella carece de nombres». 

También hizo referencia al Génesis, cuando se explica que Dios, para crear al mundo, nombró las cosas: el cielo y la tierra. «Dios es un dios de lenguaje, de palabra. Y la palabra crea el milagro de la existencia. En el principio fue la palabra, crea al mundo, una relación divina, creadora, poética (del griego poyesis, que significa crear) cuyo origen es el lenguaje. La palabra viste el pensamiento y se establece como puente epistemológico con la realidad». 

«El primer Wittgenstein optimista, eufórico, joven, dice que lo que no nombro no existe en mi lenguaje y tampoco en mi mundo. No puedo nombrar algo de lo cual no conozco la palabra ni la existencia. Si algo es pensable ha de ser también posible», prosiguió. 

De ese primer tiempo es la idea de Wittgenstein de que «para que una proposición sea verdadera, el hecho que describe debe darse efectivamente. Si el hecho descrito no se da, entonces la proposición es falsa». 

En esta firme posición dejaba, sin embargo, una vía de escape, al decir que «sea falsa o sea verdadera, la proposición tiene sentido porque describe un estado de cosas posible. La realidad será la totalidad de los hechos posibles». 

«Tal planteamiento vincula a Wittgenstein con las definiciones escolásticas de la verdad como Adaequatio intellectus et rei, es decir, la verdad es la adecuación del intelecto a la cosa -contextualizó-. Pero, cabe la pregunta: ¿bajo qué metodología o criterio podría demostrar que eso que yo llamo bolígrafo no es un unicornio?».  

En la visión del primer Wittgenstein cada palabra corresponde a una realidad, así que se podía archivar y categorizar todas las palabras del mundo a través de un lenguaje que es verificable en la realidad. 

«El lenguaje para el primer Wittgenstein refleja entonces la realidad y solo así se puede conocerla. Parte de la premisa de que la realidad es estable, es una estructura ya establecida, pero… ¿esto es así? Muchos pensadores anteriores, incluyendo algunos de los presocráticos que buscaban el arjé, el origen de todas, las cosas, habían dicho lo contrario. Heráclito decía que nadie podía bañarse dos veces en el mismo río. Planteaba ya antes de Sócrates que la realidad no era definitiva. Entonces, el lenguaje tampoco lo es porque tiene la pretensión de describir la realidad. El lenguaje tiene que seguir la realidad y por eso debe cambiar como ella», reflexionó. 

Como un ejemplo actual, comentó estudios según los cuales en el marco de la pandemia han surgido neologismos que antes hubiesen tenido otro sentido o no hubiesen tenido ninguno, como la palabra encuarentenarse. 

«La gran conclusión del primer Wittgenstein es esta frase: ‘De lo que no se puede hablar es mejor callar’. Planteaba, con una gran prepotencia lingüística y epistemológica, que el lenguaje abarca toda la realidad y ella es solo lo abarcable con el lenguaje. De lo que no tenemos palabras descriptivas es porque no conocemos nada», recapituló. 

Un gesto italiano trajo al segundo Wittgenstein

La creencia de Wittgenstein en que la palabra era el reflejo único de la realidad entró en crisis cuando un italiano le hizo un clásico gesto con la mano (con los dedos juntos hacia arriba, moviendo la muñeca) y el no supo qué quería decir. En el lenguaje no verbal italiano significa algo como “¿qué cosa dices?” e implica que el interlocutor increpado está equivocado.  

«Esa expresión es una realidad, pero ¿en qué gaveta va, ¿cómo lo describo? A Wittgenstein se le desmorona toda su estructura y nace el segundo Wittgenstein. Tumba toda su teoría y dice que el significado de una palabra no es otra cosa que el uso que se le dé en la cotidianidad. No se puede caracterizar dogmáticamente una palabra para siempre, sin tomar en cuenta el contexto cultural y en un acuerdo lingüístico social». 

De acuerdo al ponente este segundo Wittgenstein es mucho más divertido, relajado, menos analítico y matemático y se da cuenta de que no podemos categorizar la realidad en gavetas con palabras que la describan. «Hay un cambio de perspectiva, de paradigmas en el estudio filosófico del lenguaje. El punto de vista adecuado ya no es de carácter lógico analítico, sino pragmatista».  

Para explicar esta tesis de que el significado de una palabra es el uso que se le da, Pérez Pirela recurrió al vocablo verga, que es considerado en muchos ámbitos como una mala palabra porque describe el órgano genital masculino, según la Real Academia Española. «Pero según el uso de mi ciudad, Maracaibo, describe absolutamente todo y más. Decimos ‘Pásame la verga esa’ (un bolígrafo o cualquier objeto); ‘¡Vergación, ¡qué bonito es esto!» (exclamación); ‘¡A la verga’ (preocupación, consternación); ‘Verga, estáis feo’ (en sentido irónico, alguien se ve bien); ‘Se fue para la reverga‘ (se marchó a un lugar lejano). Igual sucede con la palabra vaina en el resto de Venezuela». 

«El segundo Wittgenstein habla de un giro lingüístico, de los juegos de palabras, analiza el juego del lenguaje porque al final es un juego cuyas reglas van cambiando. Es pragmatista, no dogmático. Quería ver cómo se comportan los usuarios del lenguaje; cómo aprendemos a hablar; para qué carajo (o para qué verga o para qué vaina, diríamos nosotros) nos sirve el lenguaje. El criterio para determinar el uso correcto de una palabra o proposición estará determinado de la forma de vida de los hablantes. Este es su concepto de juego de lenguaje. Lo explica en Investigaciones filosóficas, que se publica en 1953. Vamos transformando el lenguaje según la transformación de nuestra realidad», expuso. 

Dialogó con los participantes acerca de este punto, resaltando que el sentido de las palabras cambia incluso para una persona a lo largo de su vida. «No es lo mismo masturbación o sexo a los 15 años que a los 35. No es lo mismo papá o mamá, cuando la pronuncia el niño por primera vez y conmociona a toda la familia, que cuando al adulto le toca enterrar a la madre o al padre». 

Se apoyó en las observaciones de un crítico empedernido de la Real Academia Española, Gabriel García Márquez, quien criticaba que una banda de sabios en España, con pequeñas sucursales en Latinoamérica, actúen como semáforos del lenguaje. Cuando encienden la luz roja, no se puede usar esa palabra porque no existe. “Alguien dijo que el diccionario es un cementerio de palabras. En el diccionario, la palabra bolígrafo será siempre la misma, nunca mutará. Los jóvenes dicen ‘pásame el boli’”. 

«El lenguaje es el principal método de autodefensa. Olvídense del kárate y demás. Si quiere enseñar a su hijo a defenderse, enséñelo a hablar, leer y escribir. El poder no es otra cosa que la palabra. El dinero, el sexo, la política es la capital de la palabra. Es tan poderosa que la tuvo que utilizar Dios para crear al mundo. ¿Quién dijo que las palabras tienen significados definitivos? Cuando se le dice a un niño que tal palabra no existe, se le está negando el desarrollo de sus posibilidades de describir la realidad«, sentenció 

Trajo a colación una frase de William Osuna, grandioso poeta venezolano, quien afirma que “la palabra perro muerde”. 

«Wittgenstein pasó de decir que de lo que no se puede hablar es mejor callar a decir que el significado de una palabra es el uso que se le da. El primer Wittgenstein criticaba el lenguaje ordinario, el vulgar porque no respetaba la realidad, era mutante. Ese es el lenguaje común, el de los barrios, del liceo, de los sábados en la noche tomando cerveza, es de charla, de chiste, es cambiante. El segundo Wittgenstein plantea que ya no hay una relación entre el conocimiento, la realidad y la mente. No es un puente al modo escolástico sino una relación compleja. Wittgenstein le hace al lenguaje lo que la física cuántica a la física. No todo está absolutamente dicho o establecido», resumió. 

«La gran conclusión planteada por el segundo Wittgenstein, el de los juegos del lenguaje, es que el sentido se construye al interior de un conjunto de reglas que son las que delimitan qué es verdadero y qué es falso. Wittgenstein es así una especie de gran liberador, prócer independentista del lenguaje. Sus ideas influyeron en gran parte de la filosofía analítica”. 

Lucubró sobre lo que habría dicho Wittgenstein si hubiera vivido en este mundo de WhatsApp y redes sociales en el que hay que aprender a desaprender el lenguaje, pues ya no se trata solo de que las palabras estén mal dichas o mal escritas, sino que el lenguaje, en particular el de niños y adolescentes ya parece ser completamente alejado del castellano habitual. “Se usan abreviaciones gringas y se mezclan los léxicos de los gamer (jugador de videojuegos), y los específicos de cada una las redes sociales. Hay varios tipos de castellano: de TikTok, de Twitter… Pero el gran vector del poder sigue siendo el lenguaje, la palabra”.    

 (LaIguana.TV)