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En el campo de la conciencia se puede perder la guerra económica.- ¿Estamos ganando o estamos perdiendo la guerra económica? Si apreciamos que en el aspecto del abastecimiento en mayo no estamos tan “contra las cuerdas” como en enero, podríamos decir que la estamos ganando. Si observamos cómo ha cobrado fuerza la mentalidad especulativa y depredadora en diversos sectores de la población, especialmente entre los pobres, tendríamos que admitir que –al menos en la conciencia de la gente- la estamos perdiendo.

 

Mario Silva mostró este sábado un material reproducido por un portal ultraopositor (publicado originalmente en un diario del oriente del país) en el que una señora dedicada desde hace varios meses al bachaquerismo explica cómo hace este “trabajo” y dice por qué no se avergüenza de venderle a otras personas del pueblo los productos de primera necesidad por cantidades de dinero que duplican, triplican, cuadruplican (y así hasta donde alcance la imaginación) el precio regulado o el justo. “No me da pena porque yo también tengo muchísimos gastos, todo está carísimo, y para conseguir esos productos paso muchas horas haciendo cola, mientras que los que me compran están durmiendo felices en sus casas”, dijo la señora, palabras más, palabras menos.

 

El razonamiento de la “pequeña empresaria” es irrefutablemente capitalista. No es diferente al pensamiento del magnate que está en la lista de multimillonarios de Forbes a punta de explotar mano de obra semiesclavizada, devorar a sus competidores más pequeños y destruir el ambiente. No es diferente del argumento de aquel ricachón infame que dijo: “nosotros puede ser que especulemos, pero damos empleo”.

 

En la justificación de un operario cualquiera del bachaquerismo está un componente típico del mundo desde que el capitalismo es capitalismo: sálvese quien pueda. Como se trata de sobrevivir en una selva, cada quien que vea cómo lo logra y si para eso tiene que comerse al prójimo, pues se lo come. Es la selección natural convertida en ley de mercado.

 

Ese tipo de defensa de un negocio ilícito e inmoral no es exclusivo de los dos extremos de la estructura social (los más pobres y los más ricos). Por el contrario, florece en la clase media llamada culta incluso desde antes que apareciera el bachaquerismo. Está, por ejemplo, en la fuerza que anima todas las tracalerías con dólares que se han inventado en la IV y en la V República. Está en la especulación galopante de los intermediarios y gestores de negocios signados por la corrupción o en los bordes de ella. Está también en los alucinantes honorarios profesionales que cobran, utilizando también toda clase de argucias. Cuando a uno de estos caballeros o una de estas damas de clase media, profesionales de algún renombre, le preguntan por qué anda en esos trotes, utiliza el mismo argumento que la anónima bachaquera del reportaje leído por Mario Silva, pero un poco más refinado: “Yo me exprimí los sesos estudiando y ahora tengo derecho a hacerme rico”.

 

¿Hay antídoto contra semejante envenenamiento colectivo? Solo la conciencia individual y la organización popular podrían lograrlo. Pero es allí donde la derecha ataca con mayor intensidad. Es ese uno de los escenarios de la guerra económica y, según parece, allí seguimos contra las cuerdas.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])