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Hay frases que le desagradan a casi todo el mundo. Una de ellas es «te lo dije». Todos alguna vez (o muchas) nos hemos molestado con alguien que nos ha azotado con ese látigo.

Para poder decir «te lo dije» hay que hablar antes de que los hechos ocurran y luego dedicarse a esperar que sucedan. Solo entonces se puede poner cara de sobrado y pronunciar ese mantra fastidioso.

Bueno, aunque no me gusta decir «te lo dije» ni siquiera a mis hijos (los niños y jóvenes son los más habituales destinatarios del anatema), me siento obligado a dejar constancia de  mi convicción de que, más temprano que tarde, al menos algunos de los procesados por hechos de violencia que fueron perdonados por iniciativa del presidente Nicolás Maduro volverán a delinquir y (lo peor) a causar muertes, lesiones, perjuicios materiales y perturbación de la paz ciudadana. 

No  parece que sea necesario tener dotes adivinatorias para profetizar eso. Hay elementos concretos del pasado y del presente que ayudan a prever lo que pasará. 

El primer argumento es el registro de lo que han hecho los políticos de la derecha en el pasado, luego de ser perdonados de manera magnánima por el comandante Hugo Chávez.

 

En 2002, el líder bolivariano volvió del derrocamiento perdonando a todos los que unas horas antes habían descargado todo su odio contra el pueblo y contra él mismo. Crucifijo en mano, Chávez dispensó perdones por doquier. No habían pasado ni tres semanas y ya estaba en marcha la siguiente conspiración, que se expresaría en el circo de la plaza Altamira y en el paro-sabotaje patronal y petrolero que casi quiebra al país.

Unos cuantos le dijeron a Chávez ¡te lo dije!», lo que no impidió que en 2007,  emitiera un decreto de amnistía que borró las culpas incluso de los reincidentes de aquellas conspiraciones iniciales.

Más allá de las referencias al pasado, hay elementos muy actuales para suponer que  estas personas reincidirán. No digo esto por el general cuyo único mérito militar fue instruir a civiles sobre cómo degollar motorizados. Es  evidente que ese señor nunca se arrepentirá de los asesinatos que causó, pero de él es mejor ni hablar. Revisemos el tono común de las respuestas de los líderes opositores, incluyendo los que negociaron la liberación, y notarán un grado de arrogancia, de supremacismo moral, y de negativa a admitir cualquier tipo de responsabilidad en la ola de violencia que propició el antichavismo el año pasado. Sin reconocimiento de la culpa y sin propósito de enmienda la probabilidad de que el pecado se repita es de casi 100% o tal vez hasta de más, porque la impunidad envalentona. Pregúntele usted a un sacerdote, a un psicólogo o a un criminalista y tendrá respuestas bastante parecidas.

En cuanto a los presos liberados, tal vez no he oído o leído todas las declaraciones, pero tengo la impresión de que ninguno (repito: ninguno) de los beneficiarios de las medidas de gracia ha admitido tampoco su culpa ni ha dicho nada que se aproxime ni siquiera ligeramente a un agradecimiento por el gesto unilateral del presidente. Por el contrario, salieron de la prisión reiterando su desconocimiento de Maduro como jefe de Estado y algunos hasta amenzándolo con funestos actos de venganza.

Hay, además, indicios externos, pistas geopolíticas, de que estas personas no cambiarán de actitud. Por ejemplo, con los acontecimientos recientes de Nicaragua ha quedado demostrado que la guarimba venezolana, con sus morteros artesanales, sus trancazos y sus quemas de edificios públicos, se ha convertido en un deplorable producto de exportación. Si el experimento nicaragüense llegase a prosperar, no sería descabellado suponer que sus promotores, ahora en libertad, intenten una reedición aumentada del vil invento.

Por cierto, no se trata de apostar a ver quién tiene la razón entre el magnánimo presidente y los que advierten que, una vez más, será burlado en su actitud de propiciar la pacificación. Algo tan trivial como una apuesta podría ser divertido si este no fuese un asunto tan absolutamente serio. Lo en verdad triste de este posible escenario de reincidencia es que cada vez que estas personas han cruzado la línea, han fallecido decenas de inocentes, algunos de ellos víctimas de horrorosos linchamientos.

Una vez analizados los antecedentes y los comportamientos en caliente, solo queda clamar a las fuerzas espirituales universales para que estos vaticinios no se cumplan. Ojalá que este servidor (y tantas otras personas preocupadas por el grave problema de la impunidad) no tenga nunca que escribir esa antipática frase: «¡Se lo dije, presidente, se lo dije!».

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)