Este viernes 28 de mayo, Miguel Ángel Pérez Pirela destinó la edición de su programa Desde Donde Sea a discutir sobre la obra del filósofo medieval San Agustín de Hipona, considerado por muchos como el último sabio del mundo antiguo y calificado por la Iglesia Católica Occidental como uno de sus Padres y Doctores. 
 
Pérez Pirela explicó que su pensamiento conjuga la tradición neoplatónica con una hermenéutica de los textos bíblicos, siendo de especial importancia su obra Confesiones, escrita en 398 (siglo IV), en donde narra su historia de conversión, apelando a un relato escrito en primera persona, forma expresiva poco usual dentro de la historia de la Filosofía. 
 
Su obra, apuntó, se ha valorado como redonda y sistemática, y a partir de ella se deriva un concepto de metafísica de la verdad que fundamenta el ascenso a Dios –entendido como verdad eterna– y se despliega a partir del ejemplarismo gnoselógico de la iluminación y ejemplarismo  moral por la participación de la creatura –ser humano– en la ley eterna, que habría de tener un carácter hegemónico, al menos hasta el siglo XIII.
 
En ese entonces, relató el comunicador, agustinismo  defendía las siguientes tesis: primacía de la voluntad sobre el entendimiento y, por consiguiente, el predominio del amor sobre el entendimiento, así  como de la intuición afectiva sobre los métodos racionales y la producción de todos o de algunos conocimientos sin el concurso de las cosas externas o las cosas sensibles. 
 
De otra parte, sus disertaciones en torno a la iluminación, en las que asegura que todas las creaturas, incluyendo los seres humanos, están compuestas de materia, que no es pura potencia, con lo cual la sustancia asume formas plurales. 
 
También niega que exista relación esencial entre las potencias del alma y afirma la imposibilidad de la eternidad del mundo, identificando a la Filosofía y a la Teología en una sabiduría única.
 
La indisociable relación entre la fe y la razón
 
La afirmación sobre la creencia en Dios implica preguntarse por su fundamento. Por eso, Pérez Pirela recordó que este cuestionamiento atravesó a toda la Filosofía Medieval, que trató de responderla a través de distintos caminos. 
 
De estos, el elegido por San Agustín fue la interpretación de las Escrituras, que combinó con el pensamiento heredado del mundo helénico, para dar lugar a una Filosofía que se apoya a partes iguales en la fe y en la razón. 
 
Optó por presentar sus categorías teológicas a partir de la narración de su propia historia de conversión al cristianismo, pretendiendo, a la vez, resolver el problema del mal. 
 
El experto precisó que en ese tiempo, era habitual cuestionarse por asuntos como: «¿Existe el mal? Y si este existe, ¿existe Dios? ¿El mal es una entidad en sí misma? ¿Tiene el mismo estatus ontológico del bien? Y si esto sucede, ¿puede existir Dios? Si este es creador de todas las cosas, ¿también crea el mal?»¿El mal es una condición creada por la razón o por la fe?  ¿El mal es determinista? ¿Estamos destinados a él? Y si es así, ¿por qué Dios lo permitiría, si él es el bien absoluto?, pues son preguntas propias de la Teología, la Filosofía y la fe. 
 
«La problematización de la existencia del mal, es uno de los aspectos fundamentales que la filosofía agustiniana quiere resolver» y para ello recurre a la Filosofía, añadió. 
 
Seguidamente, explicó que en su recorrido, Agustín explora distintas corrientes, comenzando por el Escepticismo, que duda de todo, inclusive de la propia creencia. 
 
Esta postura no le da, sin embargo, los resultados que aspira y se apoya luego en el Maniqueísmo, que sostenía que el bien y el mal son entidades, realidades equivalentes. En contraste, para la tradición platónica, a la que se inscribirá finalmente San Agustín, el mal no posee una existencia propia. 
 
Para Platón, que fue la gran inspiración del sabio de Hipona, el mal existe por desconocimiento, perspectiva que además de consecuencias éticas, ofrece una plantilla de interpretación que se soporta en la razón, en el conocimiento, como vía inexorable al bien. 
 
En su formación, relató el también director de LaIguana.TV, resultó decisivo su encuentro con San Ambrosio, quien será su maestro en el neoplatonismo, saber que luego le permitirá fusionar la Biblia con el pensamiento platónico y dará lugar a la revelación, entendida esta como la conversión al cristianismo a través de una epifanía religiosa. 
 
Pero, indicó, San Agustín no quiere quedarse en la fe, quiere ir más allá de ella porque considera que no es suficiente para sumergirse en las profundidades de las escrituras. A los 19 años abraza el racionalismo y rechaza la fe, pero con el transcurso del tiempo, arriba a una síntesis según la cual razón y fe no se oponen, sino que, antes bien, son complementarias. 
 
De este modo, el sabio antiguo sostendrá que la fe es el paso inicial para entrar en el misterio del cristianismo, pero no es condición suficiente para acceder a la razón y por ello dirá que la fe es «un modo de pensar asintiendo» y que si no existiese la razón, no existiría la fe», pues se trata de dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados entre sí. 
 
Adicionalmente, aseverará que aunque complementarios, no están al mismo nivel, puesto que la fe gana frente a la razón porque se sustenta en Dios, si bien el conocimiento de Dios mismo necesita de la razón para poder tener lugar.  
 
Así, al combinar fe y razón, dirá: «creer para comprender; comprender para creer». Con ello demostró no solamente el hecho humano de la fe, sino que la razón es indispensable para ahondar en las enseñanzas racionales que estas ofrece. 
 
La solución agustiniana al problema del mal 
 
Como buen platónico, San Agustín afirma que la verdad no se percibe, sino que reside en el interior de cada ser humano, que, a partir de una iluminación encuentra verdades eternas y a Dios mismo, porque Dios está en lo íntimo de cada uno de nosotros. 
 
Así, explicó el filósofo venezolano, para San Agustín, las ideas eternas están en Dios –al que conceptualiza como una especie de comunidad amorosa que sale de sí mismo–, que por amor crea el mundo, valiéndose de raciones seminales o gérmenes que explican el constante proceso evolutivo, sin los cuales ninguna actividad creadora existiría. 
 
De este modo, todo lo que Dios crea es bueno, el mal carece de entidad, no existe y es ausencia de bien y fruto indeseable de la libertad humana. 
 
El tiempo y la historia, según San Agustín
 
San Agustín asegura que Dios creó el tiempo de la nada, a la par del mundo y sometió su creación al discurrir de ese tiempo. De ahí que, para él, todo tiene un principio y un fin, y Dios está fuera de todo parámetro temporal.
 
Miguel Ángel Pérez Pirela puntualizó que esta definición del tiempo contenida en las Confesiones, es precursora de las que posteriormente fueran formalizadas por la ciencia moderna.
 
«Mido el tiempo, mido el tiempo, lo sé, pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no se extiende por ningún espacio; ni mido el pretérito, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo que mido cuando estoy midiendo el tiempo?», expone el sabio en el libro XI de las Confesiones. 
 
De lo dicho se desprende que rechaza la concepción del tiempo como movimiento, aunque admite que tiene una duración, lo que es posible, explicó Pérez Pirela, porque lo asume como un asunto interior.
 
Asimismo, esta idea del tiempo determina su concepción de Filosofía de la Historia, que se encarga, desde su punto de vista, de describir hechos que afectan a todos los seres humanos.
 
Habla de una Historia Universal que se constituye a partir de eventos sucesivos que avanzan hacia un fin, pero a través de la providencia divina, lo que, en su opinión, es un antecedente claro del concepto de historia que desarrollara muchos siglos después el filósofo alemán Georg W. Hegel y que en su día representó una ruptura con la noción del tiempo manejada por los helenos, que lo asumían como cíclicos, ofreciendo una una perspectiva literal y finalista del tiempo, concretada en el Juicio Final. 
 
Ciudad de Dios, síntesis del pensamiento político de San Agustín
 
Ciudad de Dios es, junto a las Confesiones, uno de las obras más influyentes de San Agustín y en ella, a pesar de tener un fuerte cariz teológico, se exponen las ideas políticas del sabio a partir del contraste entre dos ciudades: la de Dios y la terrena. 
 
En la ciudad de Dios rige el amor a Dios, existe una comunidad mística conformada por fieles, se prefigura una Jerusalén Celeste, en la que convivirán sin problemas gentes de todas las razas y lenguas, al tiempo que en la ciudad terrena prevalecen el amor a sí mismo, así como la sed de poder y conquista, se persigue la riqueza material y se venera a ídolos y dioses falsos.
 
Con base en esas consideraciones, San Agustín afirmará que la verdadera justicia no existe salvo en esa República que tiene por fundador y gobernante es Cristo. Dicho de otro modo: su idea de la política es Teológica y estructura la acción política a través de un pensamiento teocrático.
 
Desde el punto de vista teológico, sintetizó Pérez Pirela, en Ciudad de Dios San Agustín aporta aspectos importantes relativos a la historia de la salvación, piensa en la historia como un fin que se resuelve con el Juicio Universal, le dio cuerpo a doctrinas del cristianismo como el pecado, la gracia, el infierno, el cielo o la resurrección.
 
De este pensamiento filosófico, teológico, de hermenéutica de las escrituras bíblicas, de las escrituras platónicas se derivan también un conocimiento y una epistemología asentados en la tradición platónica, así como un pensamiento político arraigado en el que la historia toda y las estructuras políticas se contraponen en la ciudad de Dios y la ciudad terrena, que  que terminan produciendo una ética. 
 
El amor para San Agustín
 
Para concluir sus reflexiones, Pérez Pirela hizo referencia al concepto de amor en la obra agustiniana, que ha despertado el interés de diversos pensadores y filósofos, incluyendo a figuras contemporáneas como Hannah Arendt. 
 
Agustín define al amor como «una perla preciosa que, si no se posee, sobran el resto de las cosas y si no se posee, sobra todo lo demás».
 
Bajo este punto de vista, lo que indica el sabio es que toda acción humana está motivada por el amor, que une indisociablemente a la caridad, en la frase: «Exista dentro de ti la raíz de la caridad. De dicha raíz, no puede brotar sino el bien». 
 
Del concepto cristiano de caridad se derivan, a su vez, los de bien y de bien social. Adelantado a su tiempo, condena las riquezas y asume como imperativo categórico la solidaridad con los más desfavorecidos, con base en lo expuesto en el Salmo 48, en el que se cuestiona a las riquezas, ora por haber sido adquiridas injustamente, ora porque son injustas en sí mismas, puesto que al tiempo que unos tienen, otros viven en la miseria. 
 
Finalmente, el comunicador enumeró algunas obras de San Agustín, que pueden consultarse para profundizar en su pensamiento: Confesiones, Ciudad de Dios, Retractaciones Filosóficas, Libro contra los Académicos, La Vida Feliz, La Utilidad de la Fe, La Fe y el Símbolo de los Apóstoles y destacó que todas tienen carácter autobiográfico.  

 

(LaIguana.TV)