Sobre Agustín de Hipona, quien trascendió a la historia de la filosofía y la teología como San Agustín, uno de los doctores de la Iglesia, versó el viernes filosófico la edición especial de este día de la semana del programa Desde Donde Sea, que conduce Miguel Ángel Pérez Pirela. 

Para su aproximación a este personaje primordial, el filósofo y comunicador venezolano, empleó básicamente El libro de las confesiones de San Agustín y La ciudad de Dios, con la advertencia de que se trata de un pensador que requeriría meses de disertaciones para una visión integral de su obra. 

En un resumen extremo, puede afirmarse que el expositor mostró cómo San Agustín dedicó su enorme capacidad de reflexión a encontrar la vía para llegar a la fe mediante el razonamiento.

“Quiso echarle coco, razón, mente, inteligencia a la fe”, puntualizó. 

Reseñó que “Agustín no era italiano, como mucha gente supone, sino de Hipona, una ciudad del norte de África, en lo que actualmente es Argelia. Su trabajo supone la primera gran síntesis entre el cristianismo y la filosofía platónica. Hace del cristianismo una estructura donde vierte toda la filosofía de Platón. Inspirado por la fe, el pensamiento de San Agustín domina todo el mundo de la filosofía cristiana hasta que -800 años más tarde- llega Santo Tomás de Aquino. Ha tenido una influencia considerable en la totalidad de los filósofos cristianos, incluso en el mundo contemporáneo. Ha sido llamado por muchos el último sabio antiguo y también el primer hombre moderno”. 

Un autor disruptivo

En pleno Medioevo, San Agustín despuntó como un autor disruptivo, incluso en el estilo de sus escritos. Precisó que El libro de las confesiones de San Agustín está escrito en primera persona, cosa rara en la historia de la filosofía, sobre todo en ese tiempo. “Es como Los Pensées (Los pensamientos) de Pascal, ambos más cercanos a la literatura que a la filosofía. Hace entrar al lector del Medioevo, cerca del año 400, en una reflexión novedosa, recoge toda la tradición idealista, del mundo de las ideas, proveniente de Platón. Plantea una nueva dimensión del hombre, la del aspecto íntimo, la de la interioridad. Y es en esa interioridad donde descubre a Dios, que va a ser el elemento fundamental de su filosofía”. 

“La filosofía representa para San Agustín un esfuerzo del alma toda en pro de llegar a la sabiduría y a la verdad –prosiguió-. Para él, la verdad es un elemento teleológico, objetivo, finalístico, y buscarlo corresponde a un ideal supremo. Fue su gran pasión”.  

No se trata de una verdad comprobable, como lo sería desde el punto de vista aristotélico, que luego adopta Santo Tomás, sino una verdad que tiene que ver con el alma y con Dios. 

“Su obra es unitaria, cerrada, sistemática, en la que expresa su acercamiento a la religión cristiana a partir de la conversión al cristianismo mediante una revelación o epifanía religiosa, que es una donación de la verdad procedente desde lo alto, es decir, distinta a la revelación forjada a través de la reflexión filosófica, de la razón. San Agustín mezcla la revelación religiosa, le coloca razón y la convierte en teología y, por medio de la razón, en filosofía cristiana”, subrayó. 

“La integración agustiniana del platonismo en la filosofía cristiana genera su concepto de metafísica, que es una metafísica de la verdad. Fundamenta el ascenso a Dios, que para San Agustín es, en sí mismo, verdad eterna y se despliega a través de lo que podríamos llamar el ejemplarismo noseológico de la iluminación y el ejemplarismo moral de la participación por la criatura (el ser humano) en la ley eterna”. 

“No podemos resumir a San Agustín como una especie de platónico cristianizado –aclaró-. Podemos hablar de una metafísica del espíritu que trata, a través de la razón, de descubrir territorios hasta ese momento desconocidos para el pensamiento de los griegos. Con San Agustín cristaliza el ‘conócete a ti mismo’, que podría tildarse de socrático. El platonismo del mundo antiguo queda pegado por siempre jamás al cristianismo. La influencia que tuvo esta amalgama le dio una autoridad tan fuerte que lo hizo necesario para la comprensión de la filosofía toda en los siglos posteriores. Hasta el siglo XIII, Agustín de Hipona fue el gran maestro de Occidente. El peso que tuvo y tiene es fundamental”. 

Los principales autores escolásticos de la Edad Media siguieron su legado, se vieron impregnados por su concepción platónica-cristiana del mundo y podríamos considerar como agustinianos a Scotus Eriugena, San Anselmo, Abelardo, Pedro Lombardo, los escritores de la escuela de San Víctor, entre otros. A partir del siglo XIII comienza a difundirse la obra de Aristóteles, a través de Santo Tomás de Aquino, así que se produce una doble reacción a sus doctrinas: algunos la repulsan como peligrosas para la fe; mientras en otros grupos genera una gran simpatía porque creyeron que serviría de sólido fundamento en el pensamiento cristiano. 

El agustinismo 

Explicó Pérez Pirela que la influencia de San Agustín fue tal que puede hablarse una corriente a su nombre: el agustinismo. En el siglo XIII, esta escuela se caracteriza por la defensa de varias de las tesis de su inspirador. Una de ellas es la primacía de la voluntad sobre el entendimiento y, por consiguiente, del amor sobre el conocimiento y de la intuición afectiva sobre los métodos racionales. 

“Se plantea que la producción de todos o de algunos conocimientos ocurre sin el concurso inicial de las cosas externas o las cosas sensibles. No es necesario un mundo que se pueda tocar, lo que deriva en su teoría de la iluminación. El hilemorfismo universal de San Agustín tiene un rol fundamental en los siglos posteriores. Sostiene que todas las criaturas, incluso las espirituales, están compuestas de materia y forma. Esto determinará después toda la filosofía cristiana, incluso muchos de los dogmas que más adelante la Iglesia habría de imponer”, acotó. 

Otras de las tesis defendidas por los agustinistas son la positividad de la materia, que no sería pura potencia; la pluralidad de formas sustanciales en el individuo; la identidad del alma y sus facultades, es decir la negación de la distinción esencial de las potencias del alma; la imposibilidad de la eternidad del mundo (un aspecto fundamental); y la identificación de la filosofía y la teología en una sabiduría única. 

Los dos principales representantes del agustinismo fueron Alejandro de Hales y San Buenaventura. 

Con la llegada de Santo Tomás de Aquino, quien reconoció la autoridad de San Agustín como doctor de la fe, surge una especie de postura filosófica que asume algunos postulados, pero rechaza otros. 

Entre las ideas aceptadas está el trascendentalismo causal o abismo metafísico existente entre Dios y las criaturas (que son causadas). Asimismo, el ejemplarismo, que recoge la doctrina de la participación en la cumbre de su pensamiento metafísico. Igualmente, la solución al problema del mal.

Entre las tesis apoyadas con reservas se cuentan la de la estructura metafísica de la criatura y la doctrina del conocimiento. 

La fe y la razón

El estudio de San Agustín deriva en muchas preguntas de gran profundidad, tal como cuál es la relación entre la fe y la razón. 

Para Santo Tomás de Aquino (pensador ya estudiado en Viernes de Filosofía), la razón tenía un peso fundamental al hablar de Dios. “Pero, ¿la razón te hace llegar a la fe o la fe es irracional? ¿Se cree a partir de un camino lógico o de una iluminación de fe? –interroga el ponente-. San Anselmo decía que creía en Dios porque es absurdo, le quitaba a la fe su carácter racional. Sé quién en Dios hasta que me lo preguntan”. 

Otra de las grandes interrogantes es si existe una relación entre religión y filosofía. “San Agustín toma las escrituras como punto de partida de su filosofía. Con ello fue muy religioso y a la vez muy filósofo. El pensamiento cristiano parte el libro, igual que las otras dos religiones monoteístas. Parte de las escrituras. Pero también la filosofía, a través de la hermenéutica”. 

“Teología sería, en un primer momento, un análisis racional, filosófico, al fin y al cabo, de los textos sagrados. San Agustín habla de fe y razón a través de su experiencia personal. El filósofo deviene en una especie de narrador de su propia historia y de su conversión al cristianismo. Así quiere resolver el problema del mal y si puede coexistir con Dios. ¿Es una entidad en sí misma? ¿Tiene el mismo estatus ontológico que el bien? ¿Si Dios es el creador, creó también el mal? –avanza con las preguntas-. Para responder a la cuestión del mal analiza primero el escepticismo, intenta con los escépticos, que dudan de todo, incluso de la propia creencia. No le dio resultados. Se va a los maniqueos, que quieren colocar el bien y el mal como entidades y realidades equivalentes. Le dan estatus de realidad a los dos. Para la tradición platónica, el mal no tiene una existencia propia. Existe por desconocimiento, es decir que tienen que ver con la razón, el saber, el conocimiento, que nos llevan inexorablemente al bien. A San Agustín no le convencen tampoco los maniqueos porque para él, como neoplatónico, bien y mal no tienen la misma entidad”. 

La epifanía

Relató el moderador que San Agustín llegó a Italia y conoció a San Ambrosio, quien fue su maestro de platonismo. “Se convierte al cristianismo a través de una epifanía, una iluminación de fe que permite entender la verdad. Se trata de una llegada instantánea a la verdad a través de la fe. Se concentra en la interioridad al punto de que puede considerarse precursor del existencialismo en cuanto recorrido interno. No quiere quedarse en la fe, quiere ir más allá pues la considera insuficiente para acceder a las profundidades de la revelación de las escrituras. Llega a creer que razón y fe no son opuestos, sino complementarios”. 

“La fe es un modo de pensar asintiendo. Si no existiese la razón, no existiría la fe. Pero la fe gana frente a la razón porque está sustentada en Dios. Recurre a Juan 17:3: ‘Esto es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios y aquel al que tú has mandado, Jesucristo’. Para San Agustín, el Señor con sus palabras y acciones ha exhortado a aquellos que ha llamado a la salvación a tener fe en primer lugar, pero ha mencionado la necesidad del conocimiento”, razonó Pérez Pirela. 

“Les dice a los racionalistas crede ut intelliga, creer para comprender; y a los fideístas, les dice: intelliga ut crede, comprender para creer. Cuando unimos estos dos universos tenemos el pensamiento de San Agustín. Él le quiso echar coco, razón, mente, inteligencia a la fe para demostrar que la fe es un hecho humano y para ahondar en las enseñanzas racionales que la fe te puede traer”, añadió. 

Alegó que el pensamiento de San Agustín es tan avanzado que, en cierto sentido se adelanta a Descartes, cuando dice que, al dudar, la mente toma conciencia de sí misma. “Sobre la discusión epistemológica, dice que la percepción del mundo exterior a través de los sentidos nos puede engañar. En ese sentido es netamente platónico. El camino hacia la certeza no es externo, sino interior. In interiore homine habitat veritas, sostiene, en el interior del hombre habita la verdad. A partir de una iluminación, el ser humano encuentra verdades eternas y a Dios mismo. Dios está en lo íntimo de cada uno de nosotros. La idea fundacional de la filosofía cristiana es esta que establece San Agustín”. 

Precisó que para San Agustín todo lo que Dios crea es bueno, el mal carece de entidad, es solo ausencia de bien y fruto indeseable de la libertad del hombre.  

Precursor de conceptos de tiempo e historia

“Más tarde, separa al mundo de Dios (el de las ideas de Platón) del mundo de la creación (el de la materia, del tiempo, de lo que cambia). Todo aquello que ya ha pasado nos es conocido, lo hemos experimentado. Esto no pasa con el futuro. Dios creó el tiempo ex nihilo, de la nada, y sometió su creación al discurrir de ese tiempo. Dios, entonces, está fuera de todo parámetro temporal”. 

Detalló que en Confesiones libro 11 presenta un enfoque precursor de las teorías modernas de la relatividad del tiempo. Tempus est distentio animi, el tiempo es la distensión del alma, y como el alma es la interioridad, cada uno lo percibe de una manera. Depende de la capacidad de prever, ver y recordar los hechos del futuro, presente y pasado. 

“Mido el tiempo, lo sé, pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no se extiende por ningún espacio; ni mido el pasado, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo que mido cuando estoy midiendo el tiempo?”, se preguntó San Agustín. 

“También se adelanta a Hegel en su concepto de historia, al decir que se trata de una sucesión de hechos que ocurren por providencia divina. Es una concepción literal, progresiva y finalista. Tuvo un inicio y tendrá un fin, en el juicio final. Interpretación basada en las escrituras”, aseveró el presentador. 

Pensamiento político de San Agustín

El expositor dedicó un segmento del programa al pensamiento político de San Agustín, que también contiene rasgos precursores. “En La ciudad de Dios, una obra de teología, plantea la bifurcación entre dos ciudades: la de Dios y la terrena. Dice que donde no hay verdadera justicia no puede haber un pueblo, según la definición de Cicerón. En la ciudad de Dios expone categorías como el amor a Dios; la presenta como una comunidad mística formada por fieles; prefigura la Jerusalén celestial; la ve poblada por ciudadanos de todas las razas y lenguas. En cambio, la ciudad terrena la dibuja como un lugar donde predominan el amor a sí misma (a la ciudad); la sed de poder y la sed de conquista; la persecución de la riqueza material; y la veneración de ídolos y dioses falsos”. 

En su concepto, la verdadera justicia no existe, salvo en esa república cuyo fundador y gobernante es Cristo. En este sentido, su postura es teocrática. 

“Teológicamente, La ciudad de Dios da aportes a la historia de la salvación. Ve la historia como un fin que se resuelve con el juicio universal. Fijó las bases para doctrinas del cristianismo como la creación, el pecado original, la gracia de Dios, la resurrección, el infierno, el cielo –pormenorizó Pérez Pirela-. Filosóficamente, ayuda a construir la visión propia del cristianismo, promueve un acercamiento a la filosofía política a través de una visión utópica (que luego desarrollaría Tomás Moro). Es básico este libro para entender a otros autores cristianos como Bossuet y Donoso Cortés, entre otros”. 

Otra de las vertientes de su obra es el concepto de amor que ha sido muy estudiado hasta la contemporaneidad: “Es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirve el resto de las cosas; y si se posee, sobra todo lo demás”. 

“Ama y haz lo que quieras. Si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien”, dijo el doctor de la Iglesia.  

“En términos éticos surge en sus textos esta idea de la caridad, no entendida solo como el bien, en general, sino un concepto muy adelantado de bien social. Condena la riqueza y coloca como imperativo categórico (dicho en términos kantianos) la solidaridad con los más desfavorecidos. Se basa en interpretaciones del Salmo 48, según el cual las riquezas son injustas porque se adquieren injustamente o porque ellas mismas son injusticia, por cuanto uno tiene y otro no, uno vive en la abundancia y otro en la miseria”. 

Además de las dos obras citadas, en su muy extenso legado se incluyen otras, como Las retractaciones, Contra los académicos, La música, La utilidad de la fe, La fe y el símbolo de los apóstoles.  

El repertorio de temas de San Agustín demostró tener una vibrante vigencia con el debate que surgió entre los participantes del programa y el moderador a lo largo de casi dos horas de conexión en vivo. 

(LaIguana.TV)