En esta edición del viernes filosófico en Desde Donde Sea, Miguel Ángel Pérez Pirela disertó acerca de los vínculos entre pandemia, Literatura y Filosofía, tema que si bien cuenta con una extensa tradición, tiene en el filósofo francés Albert Camus acaso su más excelso representante y en su novela La Peste una obra imperecedera, cuya lectura o relectura puede resultar iluminadora en el complejo presente que, como humanidad, enfrentamos.

Pérez Pirela es de la opinión que el pensamiento de Camus marcó el trecho medio del siglo XX y para aportar contexto a la audiencia, refirió que nació en Argel en 1913 y falleció en 1960 en un accidente de tránsito, apenas tres años después de haber sido galardonado con el premio Nobel de Literatura.

En 1940 viaja de Argel a París e ingresa a la resistencia y funda la revista Combate, ampliamente leída durante los años de la II Guerra Mundial, período en el cual publicaría otra de sus obras más notables: El Extranjero, destacando posteriormente como dramaturgo, aunque sería La Peste la que fuera catalogada como su obra maestra.

En la narración, se inventa una epidemia de peste ocurrida en la ciudad de Orán, Argelia y reflexiona sobre los terribles efectos que tiene una situación así sobre la subjetividad, describiendo las diferentes reacciones que pueden tener el ser humano sobre la desgracia y la muerte.

Albert Camus es llamado el filósofo del absurdo porque quiere responder a la pregunta de por qué estamos aquí, que apuntalará en su ensayo El Mito de Sísifo, donde se vale del mitológico personaje, que condenado por los dioses a ascender cada día una montaña con una pesada piedra a cuestas, al llegar a la cima es devuelto ‘ad infinitum’ a su punto de origen, para representar la repetición de las rutinas y el aburrimiento frustrante que caracteriza la vida, a la que la humanidad intenta vanamente otorgar un sentido.

Así, explicó, este aburrimiento y monotonía hace que nos preguntemos si la vida tiene sentido y, si es el caso, ¿cuál es?, pregunta que da lugar al concepto del absurdo, porque nos empeñamos en otorgarle un sentido, aunque esta búsqueda carezca de sentido.

Camus asegura que en esa búsqueda de sentido, el Hombre puede responder de tres formas distintas: con el suicidio, apoyándose en la creencia en Dios y en la aceptación del absurdo de la vida, esta última, la única que, en su criterio, tiene sentido.

Para ilustrar el punto, compartió un clip de la serie catalana Merlí, en la que el profesor dice a sus estudiantes que el único problema filosófico realmente serio es el suicidio, un asunto del que se ocupará Albert Camus, al apuntar que las personas hacemos las cosas de forma rutinaria, como Sísifo.

De esta manera, señaló el filósofo venezolano, no se puede entender La Peste sin entender El Mito de Sísifo, pues en la novela se explora la reacción de los seres humanos que se enfrentan a una situación límite, en decir de Jaspers –una epidemia sobrevenida– sin estar preparados para ello, puesto que vivían de forma hedonista.

Los elementos fundacionales del pensamiento de Camus

Pérez Pirela comentó que aunque se trate de un aspecto poco conocido de su vida, Camus sentía verdadera pasión por el fútbol y el dato, antes que curiosidad, es revelador sobre su propia filosofía, pues de niño solamente conoció deportes de equipo y luego, en la adultez, los teatros y estadios serían calificados por él como «su verdadera universidad», porque debió abandonar sus estudios en Argelia por razones de salud y al llegar a París, se encontró con un círculo elitista de filósofos, encabezado por Jean Paul Sartre, que siempre le tuvo a menos por ser ‘pied-noir’, es decir, hijo de franceses en una colonia de ultramar.

Para puntualizar sobre el abismo que separó a los dos pensadores y su amarga ruptura, presentó un video en el que se reseña El Hombre Rebelde, donde, según el reseñante, «Albert Camus recupera la ética y se opone rotundamente a la filosofía que reivindica el crimen en nombre de la historia. Los intelectuales de izquierda parisinos, entonces adoradores de la historia, interpretan un buenísimo sospechoso apolítico».

Este libro, refirió, fue criticado violentamente en la influyente revista Les Temps Modernes, dirigida por Sartre. «Sorprendido y herido, Camus responde. Sartre decide romper».

De su lado, Sartre alegó: «Yo condeno igualmente como usted los campos de concentración, pero condeno también la explotación que los capitalistas y los burgueses procuran hacer con ello». 

El también director de LaIguana.TV mencionó que los dos grandes pensadores tenían ideologías contrapuestas, pues mientras que Sartre se identificó toda la vida con la izquierda e incluso, hacia el final de su vida vendía periódicos, reivindicaba la Revolución Cubana y fue apresado múltiples veces por «agitador»; Camus se ubicaba más bien en una posición liberal, con la que no le gustaba del todo ser identificado pero de la que tampoco pudo deslastrarse.

Por otra parte, Sartre era un graduado de La Sorbona y hacía parte de la élite de la Escuela Normal Superior, Camus se hizo a sí mismo en el periodismo, la Literatura y la Filosofía alejado de esos entornos.

Justamente por eso, señaló, Camus avanzó fuertes críticas a los intelectuales. En una entrevista de 1959, dos años después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, declaraba: «Sin naturalidad, me aburro a mí mismo. Ya se sabe que los intelectuales, que pocas veces son amables, consiguen a duras penas apreciarse entre sí. Pero bueno, en la sociedad intelectual, no sé por qué, siempre me siento culpable. Siempre me da la impresión que acabo de infligir alguna de las reglas del clan. Eso me quita naturalidad, claro. Pero sin naturalidad, me aburro a mí mismo, claro».

El comunicador venezolano subrayó que Camus padeció a esta élite parisina y acabó migrando hacia el sur de Francia y que fue su posición crítica hacia ellos la que lo motivó a aceptar el Nobel, no sin verse salpicado por la polémica porque en esos días se libraban las guerras de descolonización contra Francia y su aceptación se leyó, injustamente, como una prueba de respaldo político a la metrópoli.

Seguidamente, presentó un extracto de discurso que ofreciera el escritor cuando acudió a Estocolmo a recibir el galardón:

«Al recibir la distinción que vuestra libre Academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que mido que esta recompensa excede mis méritos personales. ¿Cómo un hombre casi joven todavía, rico solo de dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a vivir en la soledad del trabajo, o en el retiro de la amistad, podría recibir sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto sólo e, en la miseria de sí mismo en plena luz?

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo, pero su tarea es quizá mayor: consiste en impedir que el mundo se deshaga.

Heredera de una historia corrompida, de revoluciones fracasadas, las técnicas fracasadas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres pueden destruirlo todo nos saben convencer, en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión, esa generación ha debido en sí misma y a su alrededor,  restaurar, partiendo de su propia negación, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir».   

La tradición literaria sobre las pandemias y epidemias

Para abrevar el camino hacia los nexos entre pandemia, Literatura y Filosofía, Pérez Pirela leyó íntegramente el artículo aparecido en la sección de Cultura del diario El País bajo el título: «Lecturas sobre la peste más allá de Camus», en los que Tereixa Constenla reseña seis textos que les han permitido «contar lo mejor y lo peor de la humanidad».

En su texto, Constenla recomienda: El Jinete Pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo, de Laura Spinney (Crítica, 2018); Peste & Cólera, de Patrick Deville (Anagrama, 2014); La Larga Espera del Ángel, de Melania G. Mazzucco (Anagrama, 2011); La cuarentena, de J. M. G. Le Clézio (Tusquets, 1998); Ensayo Sobre la Ceguera, de José Saramago (Alfaguara, 1996) y El Amor en los Tiempos del Cólera, de Gabriel García Márquez (Literatura Random House, 1985).

En opinión del analista, tanto Ensayo Sobre la Ceguera, como El Amor en los Tiempos del Cólera, así como Casas Muertas, del venezolano Miguel Otero Silva, aportan elementos reflexivos que son de utilidad en el actual contexto pandémico.

La Peste desde dentro: aproximación a la novela

Cada escrito, cada filósofo ha tomado el tema de las epidemias como una especie de laboratorio antropológico para que la humanidad reaccione y emerja, en decir de Blaise Pascal, lo peor y lo mejor de cada uno y La Peste, no es la excepción, destacó Pérez Pirela.

Con base en esta premisa, procedió a describir algunos de los puntos esenciales que configuran la armazón del relato:

Publicada el 10 de junio de 1947, toma como escenario la ciudad de Orán, en Argelia, urbe moderna que es afectada por una circunstancia extraordinaria que altera todo su estilo de vida, lo que guarda estrechas similitudes con el ámbito de la pandemia actual.

Camus se basó en un brote de peste en 1931 que solo tuvo 73 casos, pues no era imaginable una situación como la presente y en ella quería explorar qué le sucedería a una sociedad si un brote llegaba a un punto de no retorno.

Desde el punto de vista narrativo, destacó, la novela está escrita en forma de diario y casi hasta el final, la identidad del narrador es desconocida, pues ello persigue el propósito de entregarle al lector un diario en el que el narrador anónimo describe el horror que se vivió durante la cuarentena en Orán.

En la obra se examina cómo la rutina en la que viven los oranenses, no les deja ver el peligro que tiene enfrente de sí con la llegada peste y se enfrentan con sorpresa al fin abrupto del hedonismo en el que transcurría su cotidianidad, en la que solo hay lugar para lo sano, para dar paso a una sobrevivencia primaria.

El texto Inicia con la descripción de Orán, que, mutatis mutandis, podría ser cualquier urbe moderna cerrada sobre sí misma, donde, por su ritmo de vida, solo es apta para los sanos. En ella vive el médico Bernard Rieux, protagonista y escritor del diario, quien llega a la conclusión de que la enfermedad que ataca a los habitantes de Orán es la peste bubónica.

Este nefasto hallazgo será el motor a partir del cual se derivarán todas las acciones y reflexiones dentro de la novela, que comienzan con el cierre de los accesos a la ciudad: nadie puede salir aunque algunos pueden entrar, se cortan todas las comunicaciones con el exterior –incluyendo el correo–, el comercio se afecta, aparece una crisis económica y los ciudadanos, poco a poco comienzan a sentir los estragos del encierro prolongado.

Luego empiezan a morir las personas. Primero lentamente y luego, de manera mucho más acelerada, lo que enfrenta a los ciudadanos de Orán con el fenómeno de la muerte, uno de los fundamentales en la historia de la Filosofía.

En medio de esto, algunas personas se desesperan por el confinamiento e intentan abandonar la ciudad a cualquier precio, pero sin resultados efectivos, porque al salir, se exponen al contagio y se enfrentan a la posibilidad cierta de engrosar la lista de fallecidos.

Aún así, en medio de su frustración, los obstinados se rebelan y comienzan a quemar, a destruir todo y la ciudad se vuelve un caos. Con esto, se conjugan el caos sanitario y el caos social. Los ciudadanos provocan incendios, roban tiendas, incursionan en casas de vecinos para hurtar lo poco que tengan y se produce una especie de anarquía, de una guerra de todos contra todos.

Instalado el caos, continuó relatando, el Estado interviene y en un intento por controlar la situación, fusila a los alzados e apaga las luces durante las noches, al tiempo que el alto número de muertos impide que se realicen sepelios individuales, por lo que las autoridades toman la decisión de enterrarlos en fosas comunes.

También se prohibirán los funerales y posteriormente se decretará que los cadáveres deben ser incinerados, lo que despertará el miedo de los residentes, que a esa altura creen que podrán contagiarse si inhalan el humo. Ante esto, se opta por dejar a los cadáveres en las calles.

Se prohíben los funerales y luego se decreta que los fallecidos serán incinerados. Esto genera miedo en los residentes, quienes creen que pueden infectarse con el humo de las piras y se comienza a dejar a los cadáveres en las calles hasta que se pudran, lo que empeora todavía más el panorama.

Pérez Pirela destacó que en todo el relato se hace patente la sensación de incertidumbre que atraviesa a los ciudadanos, que una y otra vez se preguntan cuándo acabará la pesadilla. La ciudad, antes pujante, se sume en un ambiente de soledad y de depresión colectiva que es capturado por Camus.

Siguiendo el curso de la novela, refirió que al llegar la navidad, la gente percibe el estado real de su precariedad, pues no tiene insumos para las celebraciones, que al coincidir con el invierno boreal, coincide con el frío. Pero en el momento menos esperado, los habitantes de Orán también se dan cuenta que la epidemia, por fin, empieza a remitir: abren bares, cafés y cines, los ciudadanos comienzan a salir, bajan los precios de los productos y la gente puede comprarlos de nuevo.

Empero, la emergencia de la normalidad posibilitó la aparición de un miedo que no conocían: el no saber cómo gestionarán sus vidas después de la cuarentena. «Ese miedo es una de las intuiciones fundamentales de Camus: un miedo a la libertad, después de haber sufrido los embates del prolongado encierro y de la peste», reflexionó el filósofo venezolano.

Hacia el final, las puertas de la ciudad se abren y, lentamente, los familiares de los ciudadanos regresan del exilio. Se revela que el narrador es el doctor Rieux, quien se entera que su esposa, a la que envió fuera para protegerla de la epidemia, ha muerto.

Una primera conclusión que puede extraerse de la novela, acaso su contribución sociológica, literaria y filosófica, es que en el Hombre, según Camus hay más cosas dignas de admiración que de desprecio y de esto se desprende que la novela también es una gran exaltación a la solidaridad, un concepto clave y estructural de la filosofía camusiana, indicó Pérez Pirela.

Otra conclusión es que la gente no festeja como se esperaría, porque siempre existe el miedo latente de que la epidemia pueda regresar a Orán, agregó.

Se trata de una obra literaria que fundamenta un pensamiento filosófico que sostiene que frente a la fatalidad, el ser humano tiene presente el sentido del absurdo de su propia vida y, por ende, apela a tres salidas: el suicidio, la creencia religiosa y la aceptación del absurdo.

En esta novela, Camus defiende que a solidaridad es más fuerte que los instintos animales, en una situación límite y por ello, la gente es capaz de pasar la página de la epidemia y regresa a la normalidad, aunque rindiendo honor a las víctimas.

Las peores epidemias no son biológicas, sino morales

Para apuntalar la discusión sobre la vigencia de La Peste, Pérez Pirela compartió y comentó fragmentos del texto escrito por el crítico Rafael Narbona para el portal El Cultural y que lleva por título: ‘La peste’: Albert Camus en los tiempos del coronavirus.

«¿Qué nos enseñó La peste, de Albert Camus? Que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero también emerge lo mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás. Publicada en 1947, La peste intenta ser una respuesta al dolor desatado por la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en Orán, narra los estragos de una epidemia que causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento. Todo comienza un dieciséis de abril. En esas fechas, Orán es una ciudad con una vida frenética. Casi nadie repara en las existencias ajenas. Sus habitantes carecen de sentido de la comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes. La prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral», sostiene Narbona.

Sobre esto, el experto sintetizó que en estas situaciones se presentan dos vertientes: la sanitaria, que no es la más preocupante, y la moral. A ese respecto, recordó que en esta pandemia, muchos sacaron lo peor de sí, se encerraron en el egoísmo, en el ‘sálvese quien pueda’, un asunto que se expresó en el robo de mascarillas y máquinas de oxígeno entre Estados aliados, a la imposición de políticas narcisistas por parte de presidentes como Donald Trump o Jair Bolsonaro; a vecinos y cercanos comportarse de forma completamente irracional para con su entorno.

De esta manera, al hacer de su protagonista un prohombre y de la solidaridad un valor que está por encima de las mezquindades humanas, Camus estableció en La Peste que, más que una desgracia sanitaria, lo peor que le puede suceder a los seres humanos, es sucumbir al individualismo.

Narbona precisa que «el Covid-19 o coronavirus ha impulsado a muchos lectores a releer o a leer por vez primera La peste, buscando recursos para afrontar el largo exilio en casa impuesto por las autoridades sanitarias. La enfermedad siempre está ahí, pero pensamos que solo le concierne a los otros. Ahora es asunto de todos. Nuestra campana de cristal se ha agrietado. ‘No somos invulnerables’, ha sido uno de los aspectos fundamentales para otorgarle universalidad».

De su parte, Pérez Pirela aseveró que la pandemia nos ha arrebatado la percepción que teníamos del tiempo, mediada por los horarios de las rutinas y ahora, las mediaciones virtuales se imponen. Incluso, añadió, el mismo fenómeno de la comunicación se ha visto trastocado por este cambio en la noción del tiempo y se cayeron los mitos de la sociedad que vivía con base en una idea de tiempo que nunca alcanza.

Sobre esto, el crítico literario refiere que «Camus señala que la irrupción de una epidemia letal nos hace meditar sobre el tiempo. Normalmente, no percibimos su espesor, el abanico de posibilidades que contiene cada minuto. Solo hay una forma de comprender su carga fructífera: ‘sentirlo en toda su lentitud’. Esa experiencia se hará asequible para todos con la peste, pero la incertidumbre y el miedo transformarán la lentitud en parálisis, estancamiento. El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud. El tiempo es el barro del que estamos hechos. No podemos permitir que pase de balde, sin producir frutos. No es posible volver atrás. El tiempo perdido es irrecuperable».

La obra nos interroga, pero también aporta buenas intuiciones y respuestas, como la referente a la soledad. En esta pandemia, muchas personas han descubierto que las personas no pueden vivir con su soledad, mencionó Pérez Pirela.

En ese orden, Narbona destaca que «los espíritus verdaderamente grandes nos sitúan en el umbral de los interrogantes. No nos dan respuestas. Nos incitan a que –desde nuestra soledad– pensemos y recorramos nuestro propio camino. Camus nos cede la palabra, invitándonos al recogimiento. El que no sabe estar solo desconoce lo que es la verdadera libertad.  Debemos buscar al otro por anhelo de fraternidad, no para huir de nuestros miedos. No hay que lamentar el aislamiento impuesto por las autoridades. Es una buena oportunidad para explorar nuestra intimidad y buscar un sentido a la vida».

Para finalizar, Miguel Ángel Pérez Pirela dijo que esta conclusión debe tomarse en consideración para que esta pandemia sea para nosotros un trampolín para ser mejores, para estar bien con nosotros mismos, pues esa es la primera compañía que hemos de buscar, pues en decir de Platón, pensar no es otra cosa que hablar consigo mismo, algo que muchas personas no pueden hacer porque no hablan consigo mismas, sino que hablan y responden a los demás en una suerte de automatismo.

(LaIguana.TV)