El Ejército venezolano nació con el primer grito de Independencia, se basó en una endeble estructura militar preexistente, las milicias coloniales; se desarrolló a trancas y barrancas, en medio de una cruel guerra; y tardó varios años en adquirir la organización y el armamento adecuados para la época. A pesar de una trayectoria tan accidentada, terminó derrotando, sin atenuantes, a una de las fuerzas armadas mejor equipadas y entradas de ese tiempo.  

La conmemoración del Bicentenario de la Batalla de Carabobo es un buen momento para echar un vistazo a la génesis y al acelerado crecimiento del componente militar. Si la batalla en sí es un acontecimiento heroico, más lo es el proceso que condujo a la conformación de dicho ejército. 

Poco después de la declaración de Independencia de abril de 1810, la Junta de Guerra propuso un plan para organizar un ejército con servicio militar obligatorio. Esa primera estructura se compondría de tres batallones de cuatro compañías de fusileros y una de granaderos, que estarían acantonados en Caracas, La Guaira y Puerto Cabello. 

Pero no se trataba de organizar un ejército en condiciones ideales. Había que hacerlo, utilizándolo sobre la marcha en una guerra que apenas comenzaba y que habría de durar casi tres lustros. 

La primera operación militar de la que se guarda registro fue el intento de sumar al bando patriota al bastión realista de Coro. El primer combate fue auspicioso. Las tropas dirigidas por Francisco Rodríguez (el Marqués del Toro) derrotaron a los realistas del comandante José Miralles. La columna que lideraba el coronel Luis Santinelli les dio caza en Paso del Puerco, cerca de Aribanaches. Hubo una batalla de dos horas que perdieron los partidarios de España, pese a estar mejor armados. Las 22 bajas de ese día fueron las primeras en el río de sangre que causaría la guerra. 

Ese primer éxito fue mera ilusión, pues Rodríguez del Toro se vería obligado a desistir de tomar Coro, debido a la resistencia del brigadier José Ceballos, al mando de un millar de efectivos. «Careciendo Toro de los elementos para continuar las operaciones contra la ciudad vigorosamente defendida, emprendió su retirada (…) Nuestros militares no estaban aún fogueados, y apenas en la teoría conocían el arte de la guerra», comenta José de Austria, un oficial que participó en numerosas batallas y luego escribió buena parte de la historia militar de ese período. 

Tras ese bautizo de fuego, la organización del Ejército Libertador tendría sus avances, estancamientos y retrocesos. El Congreso de 1811 creó el órgano militar y puso a cargo al generalísimo Francisco de Miranda, sin discusión, el oficial más calificado del momento. Bajo su mando se ejecutaron las acciones de ese año y de 1812. En lo que constituye uno de los asuntos más polémicos de la historia nacional (en particular en la esfera militar), Miranda terminó capitulando ante las fuerzas españolas y marcando el fin de la Primera República. 

Germán Guía Caripe, en un trabajo acerca del recuento de José de Austria, dice que «relata en tono épico los principales sucesos de la Guerra de Independencia en el año 13, donde se obtiene la victoria desde Nueva Granada gracias a la Campaña Admirable. También refiere los combates en el oriente del país a manos de ‘los cuarenta y cinco jóvenes, animados por el fuego sagrado que ardía en sus pechos’, refiriéndose a Santiago Mariño, los hermanos Bernardo y José Francisco Bermúdez, Manuel Piar, Agustín Armario y otros próceres orientales». 

La forja del Ejército Libertador pasó por los años inclementes de la Guerra a Muerte y debió resistir la contraofensiva de España que, tras cerrar el paréntesis bonapartista, envió a 15 mil hombres a recuperar sus colonias americanas.  

Solo en las etapas finales de la guerra lograron tener la organización que se espera de un ejército regular. El contralmirante Gustavo Bustamante, vicerrector de la Universidad Marítima del Caribe, señala que durante la guerra hubo muchas dificultades para conseguir que los fabricantes y comerciantes internacionales vendieran armas a los patriotas. «Hubo que recurrir desesperadamente, a métodos ingeniosos para conseguirlas: comprarlas a contrabandistas, robarlas en depósitos de enemigos, quitarlas a combatientes caídos del bando oponente, o inventarlas, como fue el caso de las temibles lanzas usadas por las tropas patriotas ecuestres», dice. 

Añade que «los combatientes patriotas eran aparentemente despreocupados, no utilizaban uniforme, combatían descalzos, casi sin ropa, sus armas favoritas eran las lanzas, los machetes y los cuchillos afilados. Cuando presentaban combate no se organizaban según las reglas de la guerra europea. Aceptaban como jefe al más audaz de ellos, no al que vestía el uniforme más ostentoso, ni al que portaba más distintivos en sus hombros». 

Según el oficial y académico, fue a partir de 1817 cuando empezaron a cambiar las cosas con el arribo de lotes de armas, enviadas desde Inglaterra por el diplomático Luis López Méndez. “Terminó la falta de instrumentos militares, de ese momento en adelante, acontecimientos favorables se irían sumando. Fue este el último año de supremacía militar española. Los cambios en la correlación de fuerzas dieron ventaja a los libertadores, luego de nueve años de derrotas, huidas, muertes y exilios. Esta superioridad se demostró contundentemente en la batalla de Carabobo, en cuya ocasión la presencia de la impresionante caballería llanera, liderada por Páez, tuvo un efecto definitivo en la gloriosa victoria obtenida por los patriotas. Ese día sangriento se unieron las nuevas y efectivas armas de fuego, con las ancestrales lanzas de madera. La larga guerra por la independencia de Venezuela llegó así a su fin». 

¿Y después de 1821, qué?

Después de Carabobo, el Ejército venezolano emprendió su ruta al sur para completar la liberación suramericana. Si extraordinario había sido luchar en inferioridad de condiciones en los llanos, valles, montañas y costas de Venezuela, hacerlo en las inmensas alturas andinas fue ya algo de ribetes sobrehumanos.  

Bolívar y otros eminentes patriotas lo habían hecho en Boyacá, en 1819, pero ahora, con Antonio José de Sucre en plan estelar, lograron una seguidilla de victorias contundentes en Pichincha, Junín y Ayacucho, batallas que marcaron la expulsión definitiva del imperio español de estas tierras. 

Acá, en Venezuela, la liberación completa se alcanzó en 1823, con la batalla naval del Lago de Maracaibo, que acabó con el reducto del poder realista en el Zulia.  

Luego de la traición de los divisionistas de la Gran Colombia y de la muerte de Bolívar y Sucre (el fatídico año 1830), aquel exitoso aparato militar quedaría al servicio de los próceres trasmutados en caudillos, iniciando una larga historia de guerras y montoneras que consumió todo el resto del siglo XIX.  

El siglo XX pasó entre dictaduras militares, lucha antisubversiva, grandes escándalos de corrupción en compras de armas, conductas propias de la Guerra Fría, el vergonzoso episodio del Sacudón y una rebelión que le dio un vuelco trascendental a la historia militar contemporánea. En eso andamos. 

(LaIguana.TV / Clodovaldo Hernández)