A veces, lo que pensabas un día cambia al siguiente. O como dice el refrán, «nunca digas de este agua no beberé». Eso es lo que le pasó a Kat Lee, una ex trabajadora sexual que asegura haberse acostado con «miles de hombres» por 140 libras la hora (casi 160 euros) y que ahora piensa que la prostitución debería prohibirse porque hace a las personas solitarias, es peligrosa y mala para la salud.

 

Lee comenzó a trabajar de forma legal desde muy jovencita. Un fotógrafo la encumbró a la fama en el sector a ella y a su hermana gemela cuando ambas eran adolescentes. Ella se describe a sí misma como «una escort de lujo fuera de servicio», lo que quiere decir que visita clientes, en lugar de invitarlos a su casa o hacerlo en una habitación de hotel.

 

«He trabajado de prostituta de lujo desde que tenía 18 años hasta ahora y por mi cama habrán pasado miles de clientes».

 

Después de una carrera dilatada en el tiempo de 15 años, a sus 32 ha decidido dejar la industria que le dio de comer y pasar a ser camarera y voluntaria en misiones benéficas como buena filántropa. Además, ha emitido una advertencia en una entrevista al canal de YouTube ‘This Morning’ sobre cómo el estigma de su profesión anterior dañó sus posibilidades de trabajo en un sector que no fuera el del sexo.

 

«He trabajado de prostituta de lujo desde que tenía 18 años hasta ahora, en mi treintena», reconoce. «Seguramente hayan pasado por mis sábanas miles de clientes. Era una completa adolescente cuando empecé. Todo comenzó con una sesión fotográfica en la que a mi hermana melliza y a mí nos pidieron que nos quitásemos la camiseta y las bragas para una revista para adultos. Unos días más tarde, el fotógrafo nos aseguró que seríamos muy buenas rodando películas porno al ser gemelas, y eso nos llevó a trabajar siempre juntas».

 

«Me sentía como Julia Roberts en Pretty Woman», afirma cuando recuerda aquella época. Al estar tan cotizada entre sus clientes, Kat Lee recibió importantes obsequios por sus servicios, como un Audi de primera gama y varios viajes a ciudades europeas como Milán o París. Pero no todo fue un camino de vino y rosas. Su seguridad personal estuvo contadas veces en juego. Aunque siempre tomó precauciones, una vez fue secuestrada por un hombre que echó droga en su bebida. «Es la única situación de peligro en la que he estado verdaderamente», narra Lee. «Un cliente me drogó y me quitó el dinero justo después de cobrar. Pensé que iba a morir. No podía respirar. Tenía un chófer para llevarme a todos los sitios y fue él quién me rescató y me llevó a casa».

 

Lee tuvo que ser hospitalizada para que los médicos le practicaran un lavado de estómago. Lee señala que no padeció ninguna enfermedad venérea en todos estos años. Algo que choca bastante con el abultado, y supuesto, número de clientes que tuvo. «Nunca me contagié de nada. Me siento mucho más segura ahora, detrás de una barra de bar. Solía ver de cuatro a cinco clientes por día y recibes muchísimos idiotas que vienen borrachos», afirma tajante.

 

«Algunas personas recurren a la prostitución para drogarse o tener una casa. Hay mejores formas de vivir».

 

Lo peor eran las imposiciones de la propia agenda, marcadas al pie de la letra por la industria: «Si rechazaba a un cliente, la agencia me multaba con 50 libras (57 euros aproximadamente)», explica. «Por ello, comencé a buscar clientes por mi cuenta. Eso implicaba permanecer en los bares de los hoteles y beber para ganar confianza antes de acostarme con uno de mis clientes. Eso condujo a este tipo de problemas en los que los hombres me echaban droga en la bebida».

 

Al recordar su larga carrera siendo trabajadora sexual, Lee también recordó lo sola que se encontraba, ya que «a las mujeres les molestaba que yo no parara de acostarme con tíos». Y a pesar de seguir trabajando a través de webcam para «mantenerse en contacto con los clientes habituales», Lee ya está cansada y no cree que vuelva a ejercer. «Fue algo en lo que me metí y que no quise hacer. Al principio lo asumí y seguí trabajando, pero luego se convirtió en un hábito», reconoce.

 

A causa del estigma producido por su trabajo, así como las situaciones peligrosas con las que una prostituta de lujo debe lidiar, Lee cre que prohibirlo sería algo bueno. «Algunas personas recurren a la prostitución para drogarse o tener un lugar en el que vivir. Como no hay trabajo ni casas, recurren al oficio del sexo para ganar dinero y salir de casa», asevera. Aunque da una buena remuneración económica, Lee ya no estaría dispuesta a volver a ese mundo: «Hay mejores formas de vivir», sentencia.

 

(El Confidencial)

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