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— ¿Qué hace un poeta al frente de una televisión pública?

 

—Esta pregunta me ha perseguido donde quiera que esté. Y siempre la agradezco porque en ella respira una tradición platónica donde el poema, y el poeta, están bajo sospecha. En “El peor de los oficios” Gustavo Pereira, no sin ironía, explora la condición del poeta y los múltiples papeles que ha jugado en diferentes momentos históricos y en las diversas culturas. Pereira interpela allí al escritor agazapado en el lector: “¿Quién, entre los poetas de nuestro tiempo, en la casilla correspondiente a profesión u oficio se ha atrevido a colocar la palabra poeta?” Y en seguida corre el velo para mostrarnos al poeta omnipresente: en la guerra, en la cursilería, tras el poder, en la más vulgar de las pobrezas, a la vanguardia por la humanidad, pero también en las antípodas de las revoluciones. El poeta siempre ha estado allí. Y su estar tiene más que ver con la potencia de sí mismo que con su rol evidente. Todo esto para decir que entiendo el trabajo del poeta como uno más, sólo que más comprometido con suscitar lo nuevo. Esto no se limita al lenguaje: creo que hoy el compromiso es con la reinvención de todo.

 

— Después de organizar festivales de teatro, de música, ferias de libros, ¿siente que hemos avanzado?

 

— Los festivales artísticos tienen un doble impacto: para la ciudad funcionan como agentes de la socialización en el espacio público –la Caracas de 2009 estaba desprovista de esto— y creo que nos ayudaron a avanzar en materia de derechos urbanos en el sentido de poder establecer una crítica a la privatización de la ciudad, en la medida en que afianzamos el espacio y el sentido de lo público. En segunda instancia, en el interior de los movimientos artísticos, los encuentros permitieron tener una lectura más precisa del país estético. En otras palabras, propició la articulación de grupos, lenguajes, imaginarios. En algunos casos esa articulación llegó a ser orgánica.

 

— El poeta Luis Alberto Crespo dice que el periodismo cultural murió, ¿usted fue al entierro?

 

— No tengo por costumbre enterrar lo que amo y tampoco coincido en el diagnóstico. La ausencia de un periodismo crítico y sensible es un signo del neoliberalismo que debemos revertir. En los últimos congresos de periodismo cultural que organizó Fundarte discutimos a fondo la necesidad de reincorporar narrativas críticas y sensibles capaces de romper la zona de confort de la polarización política. De dar cuenta de los acontecimientos estéticos, de combatir la inmediatez y la intranscendencia de las redes sociales y, sobre todo, de exigir al lector matices. Mientras exista esta necesidad, podemos creer en el poder de esa literatura de lo cotidiano.

 

— Como ministro para la cultura, ¿valió la pena hacer qué?

 

— Pienso lo que fue el 2016 y creo que todo valió la pena: hasta los errores. El encuentro de intelectuales, el Festival de Poesía, los libros editados, cada evento era un milagro. Y no sólo por las dificultades materiales: lo que parecía imponderable era cierto pesimismo después de la derrota electoral. El presidente Maduro, que es un gran intérprete de las crisis, convocó al Congreso de la Patria y fue como un renacimiento. Ese reencuentro con el país profundo hizo el año. De la gente salieron las soluciones a muchos problemas.

 

— ¿Cómo refleja la realidad del país el Canal 8?

 

— Al Canal 8 le tocó, si no la tarea más difícil, la más compleja: defender una verdad política contra un ejército mediático multinacional que nos supera en número de armas, hombres y siglos de experiencia en la infamia. Defenderla, digo, del sofisma privado de la percepción. En el oficio de retratar al país, nadie es inocente. Los interesados en hacer de las evidencias negativas de la realidad su capital no sólo reducen sus mensajes a ello, sino que falsifican la misma realidad. A menudo se nos acusa de cometer el otro extremo: mostrar sólo la evidencia positiva. Admito que en el fragor de la batalla cometemos desaciertos, pero la comunicación —política en sí misma— en función de su objetivo radical, se reinventa constantemente. En los últimos años, hemos visto en VTV que el combate por la verdad política lo es también por la historia, por la razón social y la identidad. Esto incluye el autoexamen permanente de lo que somos y hacemos como gobierno y como pueblo.

 

Retrato hablado

 

200 años se cumplieron del nacimiento del Correo del Orinoco, el periódico creado por nuestro Libertador Simón Bolívar. Fue en Angostura el 27 de junio de 1818, donde apareció por primera vez aquel medio de comunicación que desde un principio salió a decir la verdad: “Somos libres, escribimos en un país libre, y no nos proponemos engañar al público”. Es claro que el final de la frase estaba destinado a competir con lo que decía la Gaceta de Caracas, que fue el periódico que salió primero y donde se engañaba con la información a los lectores. Entre los redactores de ese primer número estuvieron: Antonio Zea, Manuel Palacio Fajardo, Juan German Roscio y el Libertador Simón Bolívar. Y se imprimieron unos 100 ejemplares. Es importante decir que el Día del Periodista en nuestro país se celebraba el 24 de octubre en reconocimiento a la Gaceta de Caracas, que fue fundada ese día en 1808. Y desde 1964, en una convención de la Asociación Venezolana de Periodistas, -AVP- en Valencia, se tomó el 27 de junio como el nuevo Día del Periodista, en homenaje a la fundación del Correo del Orinoco, gracias a una ponencia que envió desde el Cuartel San Carlos, donde estaba preso, Guillermo García Ponce. Hay que decir que el Libertador tenía una visión muy clara de lo que significaba informar a todo el mundo, por eso, la edición del 25 de julio de 1821, donde se habla de la victoria en la Batalla de Carabobo, no solo salió en español, sino que también salieron versiones en inglés y francés.

 

(Ciudad CCS)