Ya se definieron 7 puntos a negociar en busca de un diálogo político en Venezuela. Las partes (gobierno y oposición), proponen un acuerdo que nos beneficie a todos. México es anfitrión y Noruega es mediador. Así comenzó este proceso como cada nuevo intento en una relación: con la mejor intención, pero en un país en el que la oposición sólo se ha propuesto durante más de dos décadas, sacar a un presidente, como proyecto de gobierno, y un gobierno que sigue concentrando  —guste o no— la mayoría de los votantes cada elección… ¿cómo se puede alcanzar un punto medio?

Los puntos clave en la negociación

Ya todos sabemos en qué no están de acuerdo: en que el chavismo siga en el gobierno.  El presidente Nicolás Maduro ha sido enfático en una negociación sin condiciones, sin chantaje y recalca que aspira el reconocimiento pleno del Estado de Derecho. La oposición insiste en elecciones con garantías (aunque el Consejo Nacional Electoral siempre las ha concedido), también desean conseguir más indultos para políticos presos o en el exilio, y aseguran deslindarse de la vía violenta para alcanzar cambios políticos.

Ambas partes se jugarían el fin de las sanciones, un punto que finalmente sí beneficiaría al pueblo venezolano, y aquí entra en el ruedo el gobierno de Estados Unidos. ¿Por qué accederían? Y ¿por qué insisten en que el diálogo sea rápido y conciso? La periodista Naile Manjarrés lo acentúa en este capítulo de Entre Líneas.

El trastorno bipolar de la política exterior de EE.UU., no es tal

Desde la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. (gobierno y gran parte de su población) se autoperciben como diferentes al resto de los países. Por eso no aceptan los mismos juicios que disparan contra el resto. A esto se le suele llamar “excepcionalismo estadounidense”, pero realmente es hipocresía y desprecio de las normas, reglas y leyes internacionales. Bajo esta creencia autoinfundada es que EE.UU. participa silenciosamente en el proceso venezolano.

¿Por qué no están invitados?

Aunque intenten hacernos creer lo contrario, los diplomáticos estadounidenses, sus negociaciones y su política exterior que aparenta padece un trastorno de bipolaridad, no son tan bien recibidos en el mundo.

En la década de los años noventa, la diplomacia que desarrolló el expresidente Bill Clinton carecía de «disciplina y pasión» y luego asumió George W. Bush y este fue criticado por sus decisiones impulsivas y terroristas a larga distancia. Para suavizar la faena, llegó Barack Obama con sus guerras mediante drones y sus promesas de cese a la guerra que aún después de 4 años con Trump, tuvo Joe Biden que ofrecer en sus propias promesas de campaña electoral para hacerse con la Casa Blanca. 

La imagen de la diplomacia estadounidense está tan maltrecha en la arena internacional que exfuncionarios de esa cartera han llegado a etiquetar su política como “arrogante y estúpida”.

Esta arrogancia es la que hace a funcionarios como el Secretario de Estado, Anthony Blinken, exigir y fijar parámetros a las negociaciones en Venezuela.

¿EE.UU. está dispuesto a hacer lo que le corresponde?

Al retirar o flexibilizar sanciones contra Venezuela, la Casa Blanca, el Departamento de Estado y del Tesoro de EE.UU. no estarían pensando en los civiles afectados por el cerco financiero. Funcionarios de gobierno de Joe Biden han asegurado que las sanciones no han sido la medida más reconfortante (ni siquiera para ellos) y tiene sus daños colaterales: cada sanción se les devuelve como un búmeran al alejar a los países del uso del dólar y frena la posibilidad a empresas de emprender negocios con instituciones estadounidenses.

Si para los venezolanos urge que se resuelva la crisis política y financiera, para EE.UU. es indispensable recuperar su imagen. La asfixia y el insulto no funcionaron, no queda otra que apelar a la elegancia.

Tras las bambalinas de este diálogo tenemos a un EE.UU. que ha decidido, por los momentos, dejar de atormentar con gritos e improperios a Latinoamérica. En el caso puntual de Venezuela, cada tanto flexibiliza sanciones pues precisa aflojar el torniquete y que el diálogo esta vez sí llegue a buen puerto. Son ellos los que necesitan volver al tablero.

(LaIguana.TV)