De manera paradójica, los momentos de mayor debilidad de las fieras son los más peligrosos para sus víctimas. Por eso hacen bien el presidente Nicolás Maduro y los demás integrantes de la dirigencia revolucionaria en manejarse con suma prudencia ante un Estados Unidos derrotado militarmente en Afganistán y en vías de otra derrota estratégica con respecto a Venezuela. 

El diálogo en México, sus primeros resultados, son de por sí puntos a favor para el Gobierno constitucional de Venezuela y puntos en contra para EEUU. Hay señales claras de que Washington (y los factores que presionan al poder político formal) saben que están perdiendo la partida. Veamos algunos: 

El surrealista embajador de EEUU en Venezuela exiliado en Colombia, James Story (un remanente de la “diplomacia” de Trump en el gobierno de Biden), retoma el tono de las amenazas de sanciones, ahora frente a un hipotético incumplimiento de los aún hipotéticos acuerdos. 

-EEUU intensifica las presiones para que Cabo Verde le entregue, en una espuria extradición, al representante diplomático venezolano Álex Saab, con la intención de usarlo como pieza de chantaje en las negociaciones. 

-El gobierno lacayo de Álvaro Uribe e Iván Duque roba la empresa Monómeros Colombo Venezolanos SA, en una jugada destinada a enrarecer el clima de diálogo. 

-Se pretende armar un nuevo show con la “barajita repetida” de Hugo “el Pollo” Carvajal, obviando el hecho de que este antiguo oficial de inteligencia de la Revolución es uno de los pocos militares de alto rango (en condición de retiro) que, en 2019, salió a apoyar públicamente al autoproclamado Juan Guaidó. 

Es previsible que en los próximos días se presenten nuevos eventos, tanto internos como externos, producidos con la misma intención, sobre todo en la medida en que se acerque la fecha de las elecciones de gobernadores, alcaldes, diputados regionales y concejales, pues si estas transcurren con normalidad quedará demolida otra de las retorcidas argumentaciones que EEUU y sus aliados y satélites han esgrimido contra la Revolución venezolana, la de la falta de transparencia electoral. 

Los antecedentes hablan

Nadie debe olvidar que si en Venezuela no ha habido un gran acuerdo político en los últimos cinco años (por fijar un límite arbitrario de tiempo) ha sido por decisión de EEUU y, desde luego, por la indigna subordinación de buena parte del liderazgo opositor ante los dictados de Washington. 

Hace más o menos un año, el senador Chris Murphy, durante una interpelación parlamentaria al todavía entonces secretario de Estado Mike Pompeo (ex director de la CIA, empresario de la industria bélica) reconoció que EEUU había «socavado el diálogo auspiciado por Noruega» porque el entendimiento era contrario a la estrategia del gobierno encargado impulsada por Trump. 

Socavar, el verbo usado por el senador, suena a una acción gradual y oculta. Pero el gobierno de Trump no era en absoluto así. Era impulsivo y tosco, así que lo que hizo, en rigor, no fue socavar sino torpedear cualquier diálogo con medidas coercitivas unilaterales, un brutal bloqueo y respaldo a intentos de golpe de Estado e invasiones mercenarias. 

La mejor prueba de que EEUU disparó sus misiles contra el entendimiento político es que aplicó sus llamadas «sanciones» incluso contra dirigentes opositores que participaron en las conversaciones con el Gobierno desde septiembre de 2019, a las que la maquinaria mediática (alineada con la extrema derecha) llamó despectivamente «la mesita». 

Al revisar la línea de tiempo de esta historia, resalta la más obscena de las intervenciones  estadounidenses en contra del diálogo político venezolano: fue cuando el secretario de Estado de ese momento, Rex Tillerson (un ejecutivo de ExxonMobil «prestado» a la política), ordenó a Julio Borges, en una llamada triangulada desde Bogotá por el premio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos (¡Colombia, siempre Colombia!), que pateara la mesa en la que los acuerdos esperaban solo por las firmas de ambos bandos. Esa tampoco fue una socavación, sino directamente un bombardeo. 

Ahora, en un momento de gran debilidad para EEUU en el que se suman el fiasco de Afganistán, los reveses económicos y geoestratégicos ante China y Rusia, la fiera imperial es mucho más peligrosa como factor crucial en la política venezolana.  

Por fortuna, el presidente Maduro está muy consciente de esto y ya ha dicho en varias oportunidades que, en realidad, su delegación está sentada en México no con un puñado de desprestigiados dirigentes de partidos de la derecha venezolana, sino con los intereses de EEUU. Así que el jefe del Estado ha de saber perfectamente, como suele decirse (a veces metafórica y otras, literalmente) por dónde van los tiros. 

No se diga más. 

Reflexión dominical sobre compasión a los enfermos

En los últimos días se produjo una de esas intensas, tendenciales (y tendenciosas) campañas reclamando la inmediata liberación del periodista Roland Carreño, bajo el argumento de que tenía la tensión alta y, luego, que había contraído covid.  

En algunos mensajes se llegó a decir que «todos los periodistas de Venezuela» lo consideran un colega secuestrado y reclaman su libertad. Como yo soy periodista y venezolano, tengo derecho a marcar distancia y pedir que no se me incluya en ese lote. Creo encarnar la posición de muchos otros. 

No me alegro de sus enfermedades. Ni siquiera dudo de que sean reales, a pesar de que la oposición nos ha enseñado a sospechar mal (Simonovis, Ledezma, Guevara y muchos más fueron falsos enfermos). Lo que sí digo es que, si compasión merece el señor Carreño por sus problemas de salud, mucha más merecían los niños que fallecieron debido al robo de los fondos de Citgo mediante los cuales se les daba tratamiento y que fueron a parar a manos del ahora muy convaleciente comunicador.  

Cuando él, por instrucciones de sus jefes políticos, decidió desviar el dinero para financiar actividades partidistas y hasta para rumbearse personalmente una parte de esos recursos ajenos, ¿tuvo acaso un ápice de compasión por esos niños? No parece. 

Varios de los chicos afectados por la sustracción de los fondos siguen dando duras batallas contra sus enfermedades, esas sí muy reales y catastróficas. Yo prefiero darle la mayor parte de mi compasión y toda mi solidaridad a esas criaturas indiscutiblemente  inocentes y a sus parientes. También a los familiares de los niños y las niñas que fallecieron debido a este deplorable y desalmado desfalco. 

Solo unos gramos de compasión le cederían a Carreño, y eso porque mientras él está privado de libertad (sin posibilidades de movilizarse en la camioneta que compró con la plata de Citgo ni de ir a sus habituales saraos de alto coturno), los jefes políticos que le delegaron el manejo de esa cuenta mal habida están libres, ya sea en «el exilio» o aquí mismo, a la espera de que “los tiempos de la política se sincronicen con los de la justicia”, si es que eso llega a ocurrir alguna vez.  

Carreño, para decirlo delicadamente, es un genuino pagalío… o una palabra parecida. Los mantuanos, desde los tiempos coloniales, siempre se las han arreglado para tener uno a mano. 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)