Dos décadas después de haber sido intervenido militarmente por Estados Unidos y otros países de la OTAN, Afganistán regresa al control de los talibanes y con ello, el país centroasiático parece aproximarse a otra de las épocas convulsas que han caracterizado su historia reciente. 
 
Sobre esta base, el filósofo y experto en comunicación política Miguel Ángel Pérez Pirela analizó en su programa Desde Donde Sea de este martes 14 de septiembre, los orígenes del prolongado conflicto, el papel de Washington en la situación actual que, ‘grosso modo’, solo se diferencia de la de 2001 en la devastación que dejó el conflicto. 
 
Para comenzar la discusión refirió el trabajo periodístico «La guerra en Afganistán es una mentira»: el revelador discurso de este eurodiputado, que puede consultarse en el portal de LaIguana.TV. 
 
En él se lee que el europarlamentario irlandés Mick Wallace, durante su más reciente intervención ante la Cámara, criticó el papel que han venido desarrollando Estados Unidos y la Unión Europea en la actual crisis en Afganistán. 
 
«La última guerra de 20 años en Afganistán es una mentira. Los estadounidenses mintieron a su pueblo. Los estadounidenses gastaron más de 2,2 billones de dólares y más de 2 billones fueron a contratistas privados», destacó el parlamentario.
 
Además, Wallace indicó que Estados Unidos y la Unión Europea utilizaron la guerra en dicha nación como una forma de canalizar el dinero de los contribuyentes hacia entidades privadas. 
 
El parlamentario destacó que, desde el año 2001 y hasta antes de que los talibanes tomaran el poder, el número de afganos que viven en la pobreza se ha duplicado. Recalcó, asimismo, que un tercio de ellos no tiene alimentos suficientes, la mitad no tiene agua potable y dos tercios no tienen electricidad.
 
«Si se gastaron 2,2 billones de dólares y la situación está así, ¿será porque gastaron la plata en armas y no en la gente?», se preguntó el analista. 
 
El primer ascenso del Talibán 
 
La situación actual no puede comprenderse sin aludir al pasado del país. Por eso, Pérez Pirela recordó que en 2001, Afganistán estaba gobernado por el Talibán, movimiento caracterizado por una interpretación y aplicación ultraortodoxa de la ley islámica o sharía.
 
En su territorio, en decir del gobierno de George W. Bush, operaba Al Qaeda, organización terrorista que tiene como objetivo el establecimiento de un orden mundial basado en el Islam por medio de la ‘yihab’ o guerra santa, que se atribuyó los ataques del 11 de septiembre. 
 
A su parecer, una vez transcurridos 20 años de este lamentable incidente, hace tiempo propicio para analizar el fenómeno Afganistán, que, enfatizó, «no es como se pinta». 
 
En todo caso, puntualizó, estos eventos fueron usados por la administración Bush para declarar la así llamada guerra contra el terrorismo, que inicialmente se planteó como objetivos la desarticulación de Al Qaeda y la supuesta liberación del pueblo afgano del régimen talibán. 
 
Aunque este argumento era cierto, también era verdad que sus principales líderes, –incluido Osama bin Laden, a quien Washington acusó de planificar los atentados– procedían de Arabia Saudí, una teocracia aliada que no fue públicamente cuestionada, a pesar de la proximidad de la familia real con la familia Bin Laden.
 
La llamada guerra contra el terrorismo acabó por convertirse en un comodín usado para promulgar leyes como la Ley Patriota, que da al gobierno amplias facultades para vigilar y controlar a sus ciudadanos; atacar a Irak y encarcelar masivamente a personas en la prisión de Guantánamo, que aún esperan por un juicio justo. 
 
El comunicador explicó que el régimen talibán es heredero directo de los ‘muyahidines’ –literalmente, personas que hacen la ‘yihad’ o guerra santa–, milicias armadas, entrenadas y financiadas por Estados Unidos durante la década de 1980 para hacer frente al ejército soviético, asentado en el país desde 1979 a petición del gobierno afgano de entonces, alineado ideológicamente con Moscú. 
 
Así, apuntó, en esta confrontación, muy propia de la Guerra Fría, la Casa Blanca se aprovechó de la resistencia a los valores occidentales que ofrecían los musulmanes ligados a las escuelas religiosas islámicas para intervenir por vía interpuesta en un tercer país.  
 
Una década más tarde, tras la retirada de la Unión Soviética, la inestabilidad política se agudizó y el país quedó sumido en una guerra civil. Esta fase del conflicto se prolongó hasta el 28 de abril de 1992, cuando las milicias guerrilleras asaltaron la capital y depusieron al muy debilitado gobierno de Abdul Rahim Hatef, instalado apenas 12 días antes, sintetizó el experto.
 
Una vez agotado el propósito común, que era el derrocamiento del gobierno socialista, las diferencias entre los grupos guerrilleros se hicieron inevitables y con ello, la guerra civil pasó a una fase de enfrentamientos internos en los que se impuso el Talibán. 
 
Su propuesta fue mejor acogida que otras porque ofrecieron orden y paz, dos banderas difíciles de rechazar tras más de 15 años de guerra continuada, miles de muertos y millones de refugiados, así como pobreza y devastación generalizadas, refirió. 
 
Entre 1996 y 2001, el grupo gobernó como una teocracia extremista, sin que ello estuviera en el foco de la «comunidad internacional» hasta los atentados ocurridos en suelo estadounidense.
 
Con el ingreso del ejército de ocupación de la OTAN encabezado por Estados Unidos, el régimen talibán colapsó en pocas semanas y en diciembre de 2001, las milicias abandonaron las principales ciudades y se internaron en el país.
 
Del otro lado, en 2004 se instaló formalmente un gobierno venido de las filas de los muyahidines afín a Occidente, que encabezaba Afganistán desde la caída del régimen Talibán. 
 
Ese mismo año, indicó Pérez Pirela, Bush anunciaba que el fin de los talibanes estaba cerca, pero la verdad es que el repliegue del grupo extremista no significó el fin de la guerra y tampoco se tradujo en un fortalecimiento del Estado afgano, pues las autoridades de Kabul nunca fueron capaces de controlar completamente el territorio, a pesar de contar con contingentes estadounidenses y europeos de élite en el terreno. 
 
«Mucha tecnología, mucho dinero pero eso sólo sirvió para armar a los talibanes», remarcó, algo que ya habían percibido los soldados estadounidenses que prestaron servicio en ese época, quienes han dicho a la prensa que la misión que avanzaba Estados Unidos era simplemente inviable. 
 
¿Qué fue del Talibán después de 2001? 
 
Para responder qué hizo el Talibán después de 2001, citó a Mijib Mashal, corresponsal sénior de The New York Times en Kabul en un trabajo fechado en agosto de 2020, quien sostiene que «los talibanes se reorganizaron como una red descentralizada de combatientes y comandantes de bajo nivel con el poder de reclutar y reunir recursos de manera local mientras que los líderes de alto nivel seguían refugiados en Pakistán, el país vecino». 
 
Además señaló que según dijo el ex alto funcionario afgano Timor Sharan al diario neoyorquino, este nivel de desentralización le permitía a los comandantes de distrito movilizar recursos y prepararse logísticamente.  
 
Para Mashal, sintetizó el experto, este viraje fue fundamental para que el Talibán se instalara como una especie de «gobierno en la sombra» en aquellos territorios bajo su control en los que asumieron el rol de autoridades de facto, particularmente en lo tocante a la resolución de conflictos y la administración de servicios públicos, al tiempo que imponen su ley. 
 
De otra parte, puntualizó, según El Times, en 2020 el grupo tendría «entre 50.000 y 60.000 combatientes activos y decenas de miles de facilitadores y hombres armados de medio tiempo».
 
En alusión a las numerosas pérdidas humanas que dejaron casi 20 años de guerra, estimadas por la Universidad de Brown (Estados Unidos) en más de 208.000, un tercio de ellas pertenecientes a los talibanes, refirió que esto no ha sido impedimento para que el grupo reponga rápidamente a los caídos.
 
Así, destacó, The New York Times asegura que los reclutamientos de hombres jóvenes nunca se detuvieron. Los nuevos combatientes, indican, eran captados en las mezquitas o madrasas, procedían de los campos de refugiados afganos en Pakistán o se alistaban voluntariamente, alentados por el fervor religioso y sus propias familias. 
 
Excombatientes estadounidenses sostienen que su país cometió el error garrafal de subestimar el poder bélico de los talibanes, que lejos de ser un grupo desorganizado, cuenta con soldados de alto nivel, capaces de hacer frente a ejércitos modernos, aún en condiciones desventajosas. 
 
Kabul cae y los talibanes regresan al poder
 
El 15 de agosto de 2021, ante la mirada estupefacta de todo el mundo, fuerzas del Talibán arribaron a Kabul tras contraofensiva ejecutada en apenas 10 días, pero largamente cebada, pues si bien es verdad que las autoridades regulares consiguieron tener algún control territorial por breves períodos, también lo es que buena parte del país estuvo en disputa, lo que a la larga favoreció a la insurgencia.  
 
Esto, aseguró, era ampliamente conocido pero no fue difundido en los medios de comunicación, razón por la cual la caída de Kabul devino en una suerte de sorpresa internacional, sin que realmente lo fuera. 
 
A su parecer, tampoco ayudó la debilidad de las Fuerzas Armadas afganas, estructuralmente atravesadas por corrupciones, deserciones y bajo número, que ni siquiera pudieron corregirse con el entrenamiento recibido durante años por parte de soldados de la Alianza Atlántica ni la inversión mil millonaria por parte de Estados Unidos en armas y pertrechos militares. 
 
Tan es así, indicó que en abril de 2021, corresponsales de BBC Mundo se adentraron en territorio Talibán. Según ellos, no era demasiado difícil llegar hasta allí. En general, describían, «el gobierno controla las ciudades y los pueblos principales, pero el Talibán los rodea, con una amplia presencia en el campo».
 
Desde su punto de vista, el Talibán esperó pacientemente a que Estados Unidos, que había reducido drásticamente su presencia militar en el país, acabara por retirar a la mayor parte de los 4.000 soldados que le quedaban, antes de emprender la operación final. 
 
Entre tanto, miles de civiles abarrotaban el aeropuerto de Kabul, que se convirtió en el foco del caos. Dantescas imágenes de personas colgando de aviones, estampidas y otros relatos de horror, llenaron los titulares de medios y noticieros en todo el orbe, mientras la Organización de las Naciones Unidas exhortaba a los talibanes a respetar los derechos humanos.
 
El Estado Islámico, otro grupo fundamentalista islámico de corte abiertamente terrorista, aprovechó la situación para perpetrar un atentado suicida en las inmediaciones del aeropuerto de la capital afgana, en el que perdieron la vida más de una decena de personas, incluyendo talibanes y ciudadanos estadounidenses. 
 
Pese a ello, destacó el filósofo, rncapaz de reconocer su fracaso, el presidente estadounidense, Joe Biden, aseguró públicamente que el objetivo «nunca fue crear una democracia unificada y centralizada» en Afganistán, sino prevenir «un ataque terrorista en suelo estadounidense». 
 
La derrota de los EEUU y las consecuencias para Afganistán
 
En todo caso, la ONU alertó que casi dos décadas de guerra dejaron a Afganistán al borde de una tragedia humanitaria sin precedentes, donde el hambre, la violencia, los desplazamientos forzados y las violaciones a los derechos humanos parecen ser el único destino posible. 
 
En contraste, Biden insistió en calificar el fin de la guerra, la más larga librada por su país, como «un éxito extraordinario» y subrayó el rol de su gobierno en desalojar suelo afgano antes del 30 de agosto.
 
A modo de respuesta, el presidente ruso, Vladimir Putin, indicó que dos décadas de intervención estadounidense en Afganistán, solamente se tradujeron en desgracias y tragedias para el pueblo afgano.
 
China también cuestionó la retirada estadounidense de Afganistán, calificando las acciones de Washington como «irresponsables» y asegurando que las incursiones militares e injerencias en terceros países solamente empeoran la situación. 
 
A este respecto, hizo referencia al trabajo periodístico Fueron acciones «irresponsables»: China confronta a Estados Unidos por Afganistán y lanza esta advertencia, publicado en LaIguana.TV, en el que puede ahondarse sobre el pronunciamiento chino.  
 
Pérez Pirela subrayó, asimismo, que la cancillera alemana, Angela Merkel, instó a Occidente a reflexionar sobre el fracaso en Afganistán y citó declaraciones de la política de agosto: «Ahora no hay una amenaza terrorista proveniente de Afganistán. Pero la misión era más amplia, queríamos una vida más libre y mejor para todos, especialmente para las mujeres y las niñas. Eso no lo hemos conseguido».   
 
La conducta irresponsable de Washington no comenzó con el actual mandatario estadounidense, aseveró, pues en 2013 el entonces presidente Barack Hussein Obama, anunció el retiro de las tropas estadounidenses y el fin de la guerra en  Afganistán para 2014, siendo secundado por Biden, quien entonces era su vicepresidente. 
 
Una crisis vieja que solo irá a peor con los talibanes en el poder
 
Seguidamente, el analista político comentó que dos décadas de esfuerzos de occidentalización produjeron algunos avances, que puestos en perspectiva en relación con la situación del país a mediados de la década de 1990, hacen pensar que muchos tendrán mucho que perder. 
 
Así, solamente atendiendo al acceso a la educación, el Banco Mundial reseñaba en 2017 que 39% de las niñas asistía a la escuela secundaria, frente al 6% que lo hacía en 2003, refirió. 
 
Sin embargo, Unicef advierte que los derechos de la niñez siguen estando en peligro. Se estima que unos 3,7 millones de infantes están fuera de las escuelas, 60% de los cuales son niñas. 
 
En el presente, sostuvo, las estimaciones más recientes de Unicef indican que un millón de niños sufrirán desnutrición aguda grave en el transcurso de este año y podrían morir sin tratamiento, como se reseña en el artículo «Situación en Afganistán: unos 10 millones de niños necesitan ayuda humanitaria», publicado en LaIguana.TV. 
 
Adicionalmente, la infraestructura tecnológica también es precaria. Apenas el 22% tiene acceso a internet y 4,4 millones usan las redes sociales, si bien el 69% posee un teléfono celular y, además, la inseguridad alimentaria está instalada. Una encuesta de Gallup de 2019 encontró que seis de cada 10 afganos tenía problemas para adquirir sus alimentos, detalló.  
 
De otra parte, resaltó que el cultivo de amapola destinado a la producción de opio y heroína se ha convertido en el eje económico de buena parte de las zonas rurales y en fuente de financiamiento para el Talibán, que pecha con impuestos a los cultivadores. 
 
El Emirato Islámico de Afganistán y las mujeres
 
Por si el complicado panorama no bastara, luego de reconquistar el poder, los talibanes pusieron fin a la República Islámica de Afganistán, vigente desde 2004, y anunciaron la creación de un Emirato Islámico, que implica esencialmente la implementación de un Estado donde ley y religión –Islam– no están separados, explicó el analista. 
 
En ese orden, precisó que en términos prácticos, esto significa que dejarán de funcionar buena parte las instituciones basadas en la democracia liberal occidental y el régimen de gobierno se soportará en las instituciones que no contravengan la sharía. 
 
Sin embargo, los talibanes, en procura del reconocimiento internacional, intentan mostrar al mundo una posición menos retrógrada que la exhibida en el pasado, sin que ello signifique la renuncia entera a sus preceptos fundamentalistas, si bien su retoma del poder ha escalado las tensiones en el país asiático y desde el 16 de agosto, ciudadanos afganos se han volcado a las calles para protestar. 
 
En esto, enfatizó las mujeres, acaso el grupo más sojuzgado, han protagonizado marchas en la capital y otras localidades en defensa de sus derechos adquiridos, que el recién instalado gobierno podría borrar rápidamente de un plumazo y cosas tan elementales como acudir a la escuela, salir a la calle sin necesidad de un acompañante masculino, recibir atención médica o vestir prendas distintas de una burka, podrían quedar enterradas en el pasado. 
 
El 12 de septiembre, el gobierno Talibán anunció que si bien no se impedirá a las mujeres asistir a universidades, se impondrá el uso de hiyab –velo que cubre la cabeza y el pecho–, las clases se impartirán segregadas por sexo y se hará una revisión de los programas de estudio. 
 
No obstante, matizó, ya antes de este nuevo gobierno Talibán, las cosas no eran sencillas para las mujeres. Los conservadores islámicos aseguraban que bajo ciertas condiciones, era perfectamente válido matar mujeres. 
 
Así, cantantes como Aryana Sayeed, modelos o presentadoras de televisión, eran víctimas frecuentes de ataques y amenazas de muerte por parte de hombres, particularmente teólogo, sin que el gobierno laico hiciera nada al respecto. De su parte, los mulás justifican la conducta misógina, alegando que la «alta cultura islámica lo permite», relató Pérez Pirela. 
 
En su criterio, la mayor parte de las mujeres afganas carece del estatus de celebridad de Sayeed y no pueden escapar a ninguna parte. Mientras, el régimen Talibán anunció la sustitución del ministerio de Asuntos para la Mujer por el de la Virtud y el Vicio, responsable en el pasado de vigilar policialmente a los ciudadanos y de señalar a quienes no cumplían con la sharía. 
 
«El legado que dejó 20 años de invasión gringa en Afganistán, no tiene nada que ver con los derechos humanos ni con los derechos de la mujer», dijo para finalizar. 
 

(LaIguana.TV)