Las oposiciones (tanto la partidista como la mediática) siempre daban por falsas las denuncias presentadas por el Gobierno, el Partido Socialista Unido de Venezuela o por periodistas (revolucionarios y contrarrevolucionarios) acerca de las andanzas del presidente autoproclamado y su presunto gobierno interino. 

El personaje favorito –aunque no el único- para acusar de hacer denuncias falsas ha sido Jorge Rodríguez. 

Cada vez que salía Rodríguez a explicar los oscuros intríngulis de estos casos de corrupción suyos en su género, cometidos por el G4 y sus satélites, no faltaba quien dijera que esas eran expresiones de la perniciosa tendencia a la mentira del antes ministro de Comunicación e Información y ahora presidente de la Asamblea Nacional.  

De nada valió que el psiquiatra presentase videos de cómplices echándose mutuamente al pajón; audios de conversaciones que son, en la práctica, confesiones; documentos jurídicos, registros de transacciones bancarias y demás típicos indicios de cualquier chanchullo. La respuesta de las oposiciones (partidista y mediática) ha sido la misma: ese tipo es mentirosísimo, un embustero compulsivo, un fabulador, un inventor de historias y, sobre todo, de cuentos. 

Con el paso del tiempo han ocurrido dos fenómenos dignos de analizar: 

Alguno de los mismos medios de comunicación de la maquinaria mediática -por razones que tal vez se conozcan más adelante- han confirmado varias de las irregularidades y delitos denunciados por el Gobierno o el PSUV. Es decir, que han terminado validando los mismos hechos por los que Rodríguez y otros acusadores habían sido calificados de calumniadores y charlatanes. 

-Los propios socios, secuaces, curruñas o como quiera llamárseles del autoproclamado han terminado por acusarlo públicamente, no de hechos distintos a los que enumeró en su momento el “mentiroso-mentiroso” y otros denunciantes, sino precisamente sobre esas mismas marramuncias, valga la palabreja. ¿Qué cosas, no? 

[Entonces, como digresión, uno piensa que, si todo era verdad, sería menester que quienes han dudado de la veracidad de las denuncias del exministro y ahora diputado Rodríguez y de otros voceros y comunicadores, les dirigieran una disculpa, aunque fuese de esas de la boca para afuera (como decía mi mamá Carmen). Pero claro que eso no sucederá. Es mucho pedir, incluso en el contexto de una mesa de diálogo]. 

Analizando el asunto más a fondo, en realidad no se trata de que estos dirigentes partidistas y esos medios de comunicación hayan creído falsas las acusaciones. No es que las hayan considerado calumniosas, incluso cuando las pronunció un prócer de la IV República como lo es Humberto Calderón Berti o cuando las perifonearon con sus voces estridentes periodistas irrefutablemente opositores, como Patricia Poleo, desde su trinchera mayamera. Lo que pasó, en verdad, es que no querían creer o –peor aún- que estaban involucrados directamente en el guiso y era necesario ocultarlo, taparearlo, hacerle coro a quienes decían que aquello era una operación de salvamento del patrimonio público, a sabiendas de que, muy por el contrario, era un saqueo, un raspado de la olla. 

La corrupción sin responsabilidades

Las denuncias hechas hace años o meses y ratificadas ahora por coautores de los delitos que pretenden salvarse del naufragio son reveladoras de un nuevo modelo de expoliación de los bienes del Estado, el cual será el sueño dorado de las élites corruptas de otros países. 

Se trata de robar el dinero del Estado sin necesidad de ser electo previamente ni de ejercer las tediosas tareas del gobierno. Es una ruta rápida a “la mermelada”, como le dicen en Colombia a los negocios ilícitos con dinero público. No hace falta ir previamente a fatigosas campañas electorales, abrazar viejitas, darle la mano a tipos feos, tomar café en ranchos. Tampoco es necesario ese fastidio de gobernar, de tratar de resolver problemas (o simular que se está tratando), de asumir costos políticos.  

Es el sistema perfecto para la mentalidad corrupta: meter las manos en el tesoro nacional sin trabajar (ni aparentar que se trabaja), sin dar la cara por nadie.  

Los “funcionarios” del “gobierno encargado” (perdonen la profusión de comillas, pero es que esas palabras las merecen) no saben lo que es, por decir algo, una reunión aburrida con directores generales sectoriales ni mucho menos una asamblea en un barrio donde la señora de la Mesa Técnica de Agua es de esas fieras que muerden y no aflojan.  

Sus únicas reuniones complicadas son con el “embajador en el exilio” (siguen las comillas) Jaimito Historia o, en su momento, con el genocida en serie Elliott Abrams o con el infeliz John Bolton. Y en ese tipo de reuniones tampoco tienen que pensar ni aparentar nada, sino que basta con decir “Sí, señor” o, mejor todavía, “¡Yes, sir!”. 

Si me apuran mucho, soy capaz de afirmar que para robarse el patrimonio público bajo esta modalidad no hace falta ni siquiera ser un corrupto más o menos astuto. Con la tutela imperial es tal el descaro del negocio que no se necesita guardar apariencias, inventar coartadas o borrar huellas.  

No pretendo justificar a nadie (son igual de delincuentes), pero al menos los corruptos surgidos en el ámbito revolucionario se ven obligados a vestir de rojo y a fingir de vez en cuando que están preocupados por el bienestar del pueblo. Estos señoritos, ni eso. 

Y aquí aparece un último aspecto a considerar por esta vez: la complicidad hipócrita de las élites de EE.UU. que, mientras se roban Citgo, piratean barcos de gasolina en alta mar y se apropian de los fondos depositados en cuentas bancarias de la República Bolivariana de Venezuela, pretenden ser un faro moral para la humanidad y dar al país que están saqueando clases de buenas prácticas administrativas. Cinismo puro porque, a fin de cuentas, ellos son los jefes de esta pandilla de ladrones. 

Reflexión dominical

¿Con quién se cuadra la prensa? La maquinaria mediática global y, en particular, la llamada “prensa libre” venezolana (pagada por la USAID, cara lavada de la CIA, y por organismos gubernamentales o privados similares de EE.UU., Reino Unido y otras naciones) han tenido un gran dilema en estos días, luego de que el pseudocanciller Julio Borges acusara de corrupción a su pseudojefe, Juan Guaidó. ¿Con quién se cuadran ahora, si ambos han sido durante casi tres años los muchachos buenos de sus historias? 

El problema es que, al dar apoyo a Borges, le están concediendo la razón a todos los que denunciaron antes la voracidad depredadora del autoproclamado, incluyendo los voceros gubernamentales que, según esos medios, jamás dicen la verdad. ¿Cómo hacerlo sin tener que reconocer que los “mentirosos compulsivos” decían la verdad? 

Pero la alternativa es seguir aferrándose al espichado bote salvavidas del “gobierno encargado” y negando que este haya batido el récord en desfalcos y en rapidez para llevar a la bancarrota a una empresa gigantesca. 

Más allá de sus dilemas, el episodio deja en evidencia la complicidad de estos medios con esa estructura corrupta y desastrosa. Los medios han sido colaboradores necesarios para montar y mantener el circo del interinato.  

Sin medios alcahuetes no hubiese sido posible tanta impunidad. Si esos medios, supuestamente independientes y de investigación, hubiesen hecho al menos el simple trabajo de informar con algo de neutralidad, es muy posible que el rumbo de todo habría sido distinto.  

Ahora, con el mismo desparpajo de sus pares partidistas, los opositores mediáticos actúan como si la vergonzosa denuncia implícita en el comunicado de Primero Justicia y en las declaraciones de Borges fueran las primeras noticias sobre la rapiña de Monómeros. ¿Tendrán algo qué opinar los usuarios y las usuarias de esos medios? 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)