Antes de ser descubierto el traidor que filtró cientos de documentos que dejaban en muy mal lugar a Benedicto XVI, los periodistas italianos hablaban de “il corvo”, el cuervo ladrón. El Vaticano no daba crédito, ni a la existencia de un infiltrado en la habitación donde dormía el pontífice, ni por la interpretación de la prensa. La metáfora de il corvo aludía a un servidor del imponente san Benito, el fundador benedictino que se sentía rodeado de envidiosos que querían matarlo. Su cuervo le salvó de varios intentos de asesinato sustrayendo el pan envenenado que le servían.

El cuervo de Benedicto XVI, pensando en salvar al Papa de los lobos que lo acosaban (así escribió L’Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano), lo que provocó fue que su amado pontífice acabara marchándose a casa. “Lo hice por amor al Papa y a la Iglesia”, declaró en la sala del crimen. Falleció este miércoles por la tarde a los 54 años. Se llamaba Paolo Gabriele, fue condenado a 18 años de cárcel, el Papa lo visitó en su celda semanas más tarde para perdonarlo y lo colocó en el hospital infantil Bambino Gesú, en Roma, con el compromiso de que nunca más hablaría con periodistas y nunca escribiría un libro. Ironías de la vida, la clínica lo destinó a la sala de fotocopiadoras.

Padre de tres hijos, Paolo Gabriele comenzó su carrera trabajando en las cuadrillas que pulimentaban el mármol de la basílica de San Pedro. Cómo llegó a ser el criado principal de Benedicto XVI es una historia misteriosa, pero lo cierto es que en 2006 ya era “el mayordomo del Papa”, cobraba 1.800 euros mensuales, vivía en una coqueta casa que pagaba el empleador, y todas las tardes, antes de volver al hogar, se paraba a charlar con sus vecinos “un día aquí, otro allá”, según las pesquisas policiales, que lo calificaron como persona introvertida.

Escondía un secreto, “un defecto” según el secretario de Benedicto XVI, Georg Gänswein. “Estaba obsesionado con los servicios secretos y cosas por el estilo”, le dice a Peter Seewald, que acaba de publicar la biografía del pontífice con el título Benedicto XVI. Una vida. Lo cierto es que la persona que servía la comida al Papa, lo ayudaba a acostarse y a levantarse, le hacía las maletas y lo acompañaba a todos los viajes por el ancho mundo puso patas arriba el Vaticano filtrando documentos que dejaban en mal lugar a medio mundo.

El periodista Gianluigi Nuzzi los publicó en el libro Sua Santitá: le carte segrete di Benedetto XVI (en la versión española, Las cartas secretas de Benedicto XVI) y mostró en televisión informes sobre cardenales masones, cartas de obispos al Papa que les comprometían como encubridores de pederastas, una cuartilla en la que Benedicto XVI lamenta que su nuncio en Alemania no fuese más enérgico contra la canciller Angela Merkel, apuntes del Papa alemán despreciando la copiosa financiación de la Iglesia católica alemana con dinero público (“un catolicismo bien dotado económicamente, con católicos contratados que luego se relacionan con la Iglesia con mentalidad de sindicalistas”, dice); otro informe sobre el lobby homosexual que habita en la curia, con datos de la villa fuera de Roma donde pasan tiempo solazándose, etc.

El 24 de mayo de 2012 la policía registró la casa del mayordomo durante ocho horas y se llevó 82 cajas llenas de documentos originales o fotocopiados, dos discos duros, un cheque por valor de 100.000 euros extendido por la Universidad Católica de Murcia, varias pepitas de oro y una edición muy valiosa de la Eneida, de 1581. Era un botín de años, sin infundir sospechas.

Paolo Gabriele pensaba que filtrando tanta maleza servía a su jefe. Supuso que Benedicto XVI tomaría medidas echando de su lado a corruptos y encubridores. Ocurrió lo contrario. Cuando se le entregó la versión final del informe que elaboró una comisión especial (30 folios, apenas), el Papa dijo, en la audiencia general de los miércoles, que todo el asunto “había colmado de tristeza” su corazón. Era el 17 de diciembre de 2012. El 11 de febrero de 2013 anunció que se marchaba a casa.

(elpais.com)