Este jueves 28 de octubre, el filósofo y comunicador Miguel Ángel Pérez Pirela destinó su clase de filosofía en Desde Donde Sea a discutir La Sociedad del Espectáculo (1967), ensayo escrito por el filósofo francés Guy Debrod (1930-1994).

Esta obra, apuntó, tuvo enorme influencia sobre el Mayo Francés y otros movimientos de resistencia de la época, pero también impactó en la manera como se pensaba sobre la comunicación, la Epistemología, la Filosofía de la Cultura e incluso la posición del ser humano en el mundo, efectos estos que siguen teniendo relevancia en la era del internet 2.0

«Posteo, entonces existo»: una ontología de las pantallas

Por razones pedagógicas, Pérez Pirela comenzó por la conclusión: en la sociedad contemporánea se ha erigido una barrera, que solo en apariencia une a los seres humanos. Más precisamente, explicó, la vida se ha establecido como una suerte de espectáculo en la que la existencia humana viene marcada por la presencia en las redes sociales.

De este modo, para Debord, la humanidad ha confundido el a-parecer en las redes sociales con el ser. Con ello, la vida transcurre en un mundo de apariencia y de ilusión en el que las personas están encerradas como en una especie de Caverna de Platón, en la que las sombras se asumen como la realidad misma.

En La Sociedad del Espectáculo, el pensador francés sostiene que los seres humanos construyen una especie de realidad paralela a través de las imágenes y ahogados en esa multitud de imágenes, terminan confundiendo esa representación con la realidad.

Para ilustrar este ‘modus operandi’, el comunicador destacó que en el presente vivimos entre pantallas que son alimentadas por un contenido que nosotros creamos, aunque ello constituye «una suerte de suicidio simbólico del ser humano» y es así que en este estado de las cosas, la existencia queda reducida a lo que dicen las imágenes y los videos. Se trata, a su parecer, de un tiempo en el que el «pienso, luego existo» de Descartes ha sido desplazado por el «posteo, entonces existo».

Una vez culminada esta presentación de efectos, enumeró un conjunto de preguntas generadoras: «¿Qué nos lleva a mostrar nuestra intimidad ante extraños, aún cuando no sepamos qué pasará con esas imágenes en el futuro? ¿Qué hace la humanidad al mostrarse en todo momento? ¿Qué vacío estamos tratando de llenar con esa conducta? ¿Por qué nos interesa la vida íntima de los otros? ¿Lo que vemos del otro es realmente el otro o es simplemente una apariencia, una publicidad, un marketing? ¿Qué pasa si eso termina siendo para nosotros mismos nuestra vida y nos creemos que lo que posteamos es nuestra propia vida? ¿Por qué reducimos la riqueza de nuestra experiencia de la vida a una cámara y a una pantalla? ¿Por qué preferimos dejar de vivir para mostrar una vida que no es realmente la que estamos viviendo?».

En su interpretación de lo dicho por Debord, estas interrogantes convergen hacia un problema epistemológico –qué y cómo se conoce–, puesto que el conocimiento depende de una vida que esté mediada por las pantallas.

Pérez Pirela destacó que, en el fondo, se trata de la misma interrogación kantiana desarrollada en La Crítica de La Razón Pura: «La razón solamente reconoce lo que ella misma crea», en la que las preguntas que procederían serían algo como esto: ¿Cuáles son las cosas que nos hacen entrar en contacto con el mundo y darle sentido? ¿Cuál es la condición de posibilidad para conocer?

A lo que Guy Debord arriba en La Sociedad del Espectáculo es que hoy no conocemos a través de los sentidos sino a través de una imagen que media entre nosotros y el mundo, puntualizó el también director de LaIguana.TV, con el matiz de que dicha conclusión también entraña un problema de relacionamiento, pues en el marco descrito por el autor, las relaciones humanas se necesariamente se establecen por la mediación de pantallas. Es decir, están virtualizadas.

Adicionalmente, el experto indicó que esta reflexión pone sobre el tapete otra pregunta importante: «¿Realmente conocemos lo que creemos conocer?». Un indicio que abona la duda es que para él, en la actualidad, la humanidad –particularmente las personas más jóvenes– está inmersa en una suerte de «problema psicológico colectivo» porque su realidad no está basada en la experiencia vivida, sino que está virtualizada a través de lo que se experimenta por medio de las imágenes.

A modo de contraste, refirió que antes de que existieran las redes sociales e incluso lo que Debord denominó «el mundo del espectáculo», los seres humanos vivían conforme a su experiencia en el mundo, mientras que en el presente ese no-vivir el mundo que trae aparejado la virtualización trae consigo la incomunicación con el resto.

En su criterio, una manera de aprehender esta noción es comprender la forma como trabajan los algoritmos de las plataformas virtuales y las redes sociales, que con base en las interacciones del usuario, son capaces de crear un mundo a su medida e incluso hacerle pensar a cada uno que que sus ideas no solo son las correctas, sino que son las únicas posibles.

El interés tras estas burbujas solipsistas y esos mundos virtuales personalísimos, explicó, es acelerar su consumo en línea e incluso, acelerar el proceso de producción de nuevos contenidos, en un círculo vicioso que parece no detenerse nunca.

La armazón teórica de La Sociedad del Espectáculo

En este punto, para Pérez Pirela la cuestión a responder sería cómo la humanidad llegó hasta allí. Respondiendo con Debord y recordando que se trata de un autor europeo que escribió dos décadas más tarde del fin de la II Guerra Mundial y que gozó del Estado de Bienestar, indicó que después de que el ser humano satisfizo todas sus necesidades humanas no sabía qué desear.

En esa grieta, sostiene el francés nació el capitalismo que hace desear al individuo lo que se desea que desee, a partir de la triada ‘marketing’, celebridades y medios de comunicación de masas, que operan en distintos niveles.

Así, explicó, en el primer escalón de esta pirámide está el ‘marketing’, que tiene como principio fundamental definir los objetos de deseo por medio de una sobresaturación de alternativas de consumo, posicionadas sistemáticamente a través de la publicidad.

En un segundo nivel operan las llamadas celebridades –contemporáneamente, los ‘influencers’–, cuya misión es vender la idea de una vida feliz, exitosa, libre de contratiempos y desdichas, un sustrato falaz que es empleado para perfilar cierto tipo de objetos promocionados por el ‘marketing’, lo que dicho de otra manera significa que se erigen como imperativos categóricos de las mercancías.

En el tercer escaño operan los medios de comunicación, que juegan el papel de jueces morales de las conductas de los seres humanos, que se encargan de aupar o proscribir, según convenga a sus intereses.

Debord dirá que es a partir de esta combinación que se introduce a los individuos en el ciclo de la maquinaria capitalista, en tanto al transformarlos en meros entes de contemplación de imágenes, su realidad queda enteramente virtualizada.

Espectáculo, alienación y fetichismo de las mercancías

Aunque el intertítulo pudiera remitir a Marx, en realidad las categorías pertenecen a La Sociedad del Espectáculo, libro en el que se plantea que las relaciones sociales han sido reemplazadas por las apariencias y el espectáculo –que no el entretenimiento, que es apenas una parte de este– tomó el papel de la realidad.

Para aclarar el alcance del concepto de espectáculo, Pérez Pirela precisó que Debrod lo entiende como «una simulación de la realidad». Es decir, se trata simular experiencias vacías cuyo medio es su fin y nada más: el espectáculo mismo, razón por la cual no puede asumírselo como un conjunto de imágenes, porque es una relación social entre personas mediatizadas por imágenes.

A título ilustrativo refirió que en tiempos contemporáneos, el mejor ejemplo de lo que Debrod definió como espectáculo es Instagram, en tanto que en esa plataforma las personas miran fotos y videos de otras personas bajo la falsa idea de que el contenido compartido realmente define a esos otros.

Por lo antes dicho, la sociedad del espectáculo se asegura que la simulación desplace a la realidad y la sustituya por medio de la idealización, lo que consigue por medio de la transformación de la realidad en un producto de consumo. Así, Debord sentenciará que la realidad surge en el espectáculo y este termina siendo real y que la realidad de la imagen invade la realidad-real establecida, detalló el filósofo venezolano.

En sus palabras, esto quiere decir que todo lo que se cree que es real, es banalizado y convertido en un producto de consumo y la realidad vivida es destruida por la contemplación del individuo, lo que conduce a que el espectador viva en un mundo de contemplación donde todo es falso.

Con base en estas reflexiones y amparado en la tradición de Hegel, Marx y otros pensadores, Debord hablará de alienación, cuya idea central puede resumirse en la frase: «cuanto más se contempla, menos se vive», apuntó el especialista.

Este proceso se da porque el espectáculo se separa al ser humano de sus pares, destruye sus lazos y los encierra en burbujas solipsistas que no tienen nada que ver con la realidad.

Para Guy Debord, la espectacularización de la vida persigue expandir el mundo creado por el capitalismo y asegurar que el ciclo vicioso de las mercancías nunca se detenga, explicó, lo que en términos prácticos implica vivir en procura de las imágenes y de allí que en lugar de hacer vivir en la realidad del espacio-tiempo, en la sociedad del espectáculo la vida se terceriza en la imagen.

En palabras más simples, puntualizó, el capitalismo quiere extender lo más posible la realidad mediatizada, sacar a los seres humanos de la realidad y mantenerlos atados a las pantallas por todo el tiempo que sea posible, con la expectativa de convencerlos que esa es la realidad.

Una vez logrado este propósito, continuó, el espectador no quiere cambiar el mundo sino simplemente contemplarlo, lo que se traduce en que todo empeño por cambiar el mundo acabe fracasando, porque esa sociedad del espectáculo que describiera Guy Debord convierte a individuos activos en individuos pasivos, atados espacial y temporalmente a las pantallas.

Para Debord, la alienación crea el dogma del parecer, en el que los seres humanos invierten su existencia en mostrar aquello que no son, al tiempo que la mercancía se convierte en una extensión del espectáculo.

De esto se han valido con gran éxito las plataformas «gratuitas» de internet, que no cobran por el uso porque los usuarios son la mercancía, ilustró el comunicador, lo que encaja con lo que Guy Debord define como sociedad mercantilista: el parecer es un dogma, la simulación se vuelve la realidad y el mundo creado se equipara al mundo real, en el que el ser pasa por el tener y desemboca en el parecer. De esta reiterada simulación nace entonces una realidad que es más real que la realidad espacio-temporal circundante.

¿Cómo se escapa de la realidad virtualizada de la sociedad del espectáculo?

Según Debord, de esta realidad solo se puede escapar poniendo en marcha el ‘détournement’ –inversión– del espectáculo, que sintetizadamente consiste en usar el capitalismo contra capitalismo; es decir, buscar que el individuo que se convirtió en espectador salga de su contemplación y se cuestione la realidad que le circunda.

El planteamiento, que Pérez Pirela calificó como «ingenuo» supone invertir el mundo del espectáculo para salir de experiencias que solamente son ilusiones, por medio de «juegos» –e incluso, vandalizaciones– de la publicidad y los logos de las marcas para resignificarlas.

Empero, su opinión, las expresiones de este ‘détournement’ pueden ser –y de hecho, en muchos casos lo han sido– rápidamente absorbidas por el sistema y reutilizadas por la sociedad del espectáculo, si bien matizó su crítica alegando que hay en esta propuesta una intuición filosófica que apunta hacia el cuestionamiento del ser humano hacia la realidad, una necesidad que en este tiempo pareciera ser impostergable, particularmente entre los más jóvenes, cuya subjetividad ha sido modelada en gran medida por los dispositivos de virtualización de la realidad.

Para concluir, aludió a la faceta de cineasta de Debord, que aunque menos conocida es igualmente muy rica y compleja. En ese orden, precisó que entre 1952 y 1978 realizó tres largometrajes e igual número de cortometrajes, que permanecieron desconocidos para el gran público hasta su muerte por su disposición explícita y solamente vieron luz en el Festival de Cannes varios años después de su deceso y tras haber sido autorizada su difusión por sus herederos.

(LaIguana.TV)