En sus Jueves de filosofía, Miguel Ángel Pérez Pirela analizó esta vez a un pensador francés que se adelantó más de 30 años al escenario de las redes sociales, al prefigurar un mundo en el que la realidad es una simulación creada por las imágenes que cada uno trata de proyectar respecto a sí mismo. 

Hoy les traigo una clase de filosofía contemporánea sobre un pensador que planteó, nada más y nada menos, que un psicoanálisis del espectáculo. Hablo del filósofo francés Guy Debord, uno de mis autores favoritos en general porque trata de la realidad, de lo cotidiano, del día a día, de eso que nosotros vivimos a diario. La sociedad ha colocado entre nosotros una barrera que es necesario analizar porque es una barrera que aparentemente nos une: la mediación de las imágenes, fotografías y videos en la relación que tenemos entre los seres humanos”, expresó. 

La vida se ha convertido en una especie de espectáculo en el que solo existimos si aparecemos en una pantalla; donde solo somos si nos mostramos en las redes sociales; donde aquel viejo adagio cartesiano ‘cogito ergo sum’, ‘pienso, entonces existo’, viene cambiado por ‘me ven, entonces existo’. Hemos confundido la imagen que proyectamos de nosotros con lo que nosotros somos. Hemos confundido el aparecer en Twitter, Instagram, YouTube, Facebook, Telegram con el ser. Vivimos en un mundo de la mentira, la apariencia, la ilusión, como en la caverna de Platón, amarrados de los pies y viendo únicamente la sombra de la realidad, que pensamos que es la realidad”.  

Explicó que Guy Debord, en su libro La Sociedad del Espectáculo (de 1967), se anticipó varias décadas a la situación actual en la que la alegórica caverna es todavía peor que aquella “porque las imágenes que pasan frente a nosotros, las colocamos nosotros mismos en muchos casos. Construimos una especie de realidad paralela a través de las imágenes y terminamos perdiéndonos en ella, pensando que somos esa realidad”. 

Comentó que La Sociedad del Espectáculo es una obra futurista, que predijo lo que estamos viviendo, sin que Debord haya conocido las redes sociales. “Es un libro fácil de leer, no necesita manual o introducción especial. Su visión determinó el Mayo Francés del 68, inspiró movimientos alternativos y de resistencia, movimientos culturales, análisis de medios de comunicación, partió en dos la comprensión de la comunicación, la epistemología, la filosofía de la cultura y es una gran herramienta para la interpretación de nosotros mismos en medio de este mundo 2.0”. 

Nacido en París el 28 de diciembre de 1931, Debord se suicidó el 30 de noviembre de 1994. Escribió su gran obra muy joven. Para muchos es un panfleto filosófico. Para mí es una de las grandes obras de la filosofía contemporánea”, opinó. 

En la época en que Debord escribió su libro el principal avance tecnológico en maeria de comunicación masiva era la TV, pero sus planteamientos son aún más aplicables a la actualidad, cuando vivimos ante una gran pantalla, con una televisión mucho más avanzada, y con pequeñas pantallas en los bolsillos, en la casa, en el trabajo y en los centros comerciales. “Es un suicidio simbólico y lento del ser humano. Creemos que nuestra existencia depende de que alguien nos vea en una de esas pantallas. Reducimos nuestra existencia en el mundo a lo que las fotos y los videos dicen sobre nosotros. Nuestro lema es ‘posteo, entonces existo’”, enfatizó. 

Pérez Pirela formuló a la audiencia una serie de preguntas: ¿Qué nos lleva a querer mostrar en todo momento nuestra intimidad a tanta gente que no conocemos y sin saber qué se hará en el futuro con esas imágenes? ¿Se trata de narcisismo o es algo que va más allá? ¿Por qué tenemos que mostrar las intimidades de nuestros hijos? ¿Qué pensarán ellos en el futuro sobre esas publicaciones sin su consentimiento? ¿Qué vacío tan grande estamos tratando de llenar? ¿Cuáles son las consecuencias?  

Prosiguió con otra interrogante: ¿Lo que vemos del otro es realmente lo que esa persona está haciendo, sintiendo y pensando o esa mediación de imágenes no son otra cosa que una apariencia, una publicidad, un marketing que hace cada quien de sí mismo, pero no es lo que es, lo que hace o lo que piensa esa persona? ¿Qué pasa si terminamos por creer que eso que presentamos en las redes sociales es realmente nuestra vida? ¿Por qué nos perdemos de ver un concierto para colocar entre nosotros y los músicos una cámara? ¿Por qué ponemos de mediadora a una cámara en el primer llanto de nuestros hijos? 

Reducimos la riqueza de nuestra experiencia de la vida a una cámara y una pantalla. Preferimos dejar de vivir para mostrar una supuesta vida que no es realmente la vida que estamos viviendo”, reflexionó en respuesta a estas preguntas.  

Problema epistemológico y más allá

A juicio del moderador del programa, estamos antes que todo frente a un problema epistemológico, de filosofía del conocimiento, de cómo conozco y cuándo lo hago. 

Hizo referencias a clases anteriores en las que se ha explicado que la filosofía tiene una corriente idealista, que comienza con Platón y plantea que, en rigor, no conocemos, sino que recordamos; y la corriente materialista, que se inicia con Aristóteles y señala que todo lo que conocemos entra en nosotros a través de los sentidos. “Debord dice que ahora estamos ante un problema epistemológico porque para conocer debo hacerlo a través de una experiencia no vivida, no palpada, no olida, no oída, no vista, no degustada, sino mediada por las pantallas. Por eso comenzamos con esta frase: ‘La razón solo reconoce lo que ella misma crea’, que era el gran problema que trató de resolver Emmanuel Kant en Crítica de la razón pura”, puntualizó.  

Pero no se trata exclusivamente de un problema epistemológico, sino también de relacionamiento humano porque nos vinculamos cada vez más ya no viéndonos, tocándonos, oliéndonos, sino a través de la virtualidad, la imagen y los videos. 

Aquí surge una pregunta epistemológica muy grande: ¿Realmente conocemos lo que creemos que conocemos? ¿No es cierto que muchas de las cosas que conocemos solo las hemos conocido a través del mundo del espectáculo (entendido no solo como entretenimiento)?”, insistió con las interrogantes. 

En décadas pasadas, los niños teníamos una aproximación a la realidad a través de la experiencia. Cuando nos caíamos de la mata de mango nos raspábamos. Hoy tenemos una generación que cree que se está cayendo cuando el avatar de su juego de video se está cayendo. Si a esto le sumamos elementos de la realidad virtual en tercera dimensión, la cosa se hace aún más complejas. Podemos dar una vuelta virtual por Cartagena de Indias, pero ¿realmente eso nos hace conocer Cartagena de Indias?”. 

No podemos conocer a alguien única y exclusivamente por lo que postea en Instagram. Y tampoco deberíamos creernos lo que publicamos en Instagram nosotros mismos: una vida feliz, un cuerpo cuasiperfecto porque le caemos a filtros a las fotos que tomamos. Terminamos aparentando para los otros y también para nosotros mismos –continuó-. No hacernos vivir en este mundo nos hace crear mundos paralelos (aunque no somos en realidad los creadores) y esto implica una falta de comunicación con los demás y con nosotros mismos. Los algoritmos hacen que las tendencias que salen en Twitter o Instagram sean exclusivas para cada uno y esto acentúa el solipsismo, el pensar que siempre tenemos la razón porque las tendencias, las redes sociales nos las están dando. En verdad no lo hacen, sino que nos dan un refuerzo de nuestros gustos. Cuando detectan que una cosa nos agrada, nos siguen mostrando ese tipo de objetos y mercancías hasta conformar una red y un círculo vicioso que nos proporciona una imagen distorsionada de la realidad. Todo apunta a aumentar el tiempo de permanencia en la red social, el consumo y la producción de contenidos”. 

Pérez Pirela ubicó la obra de Debord en su contexto histórico: la Europa de posguerra que vivía el llamado Estado de bienestar. En ese marco, él plantea que las sociedades llegaban a ese grado de simulación de la realidad cuando el ser humano había logrado satisfacer sus necesidades básicas. No sabía que más desear. Sin hambre ni guerra de todos contra todos, necesitaba desear algo más. Nacen entonces los especialistas en deseos, los manipuladores de oficio, el modelo e capitalismo que te hace desear. 

Para el autor francés, esto se expresa en una triada formada por el oficio del marketing, las celebridades y los medios masivos y de noticias. 

El marketing, con la publicidad, te dice qué tienes que desear colocando muchas imágenes enfrente. Las celebrities son personas a las que, supuestamente, les ha ido espectacular en la vida, se las saben todas, son felices y conocen todos los secretos para serlo, incluso dicen cómo no envejecer. Ellos tienen muy buen gusto, mejor que el de los mortales comunes, para satisfacer sus deseos y son tan buenos que comparten ese gusto contigo”.  

El presentador dice que en la actualidad son los influencers de las redes sociales quienes cumplen con el rol que Debord atribuyó a las celebridades. “Te dicen babosadas sobre cosas que ellos en realidad no tienen, porque si las tuvieran no estarían posteando entre siete y diez videos al día, que es lo que TikTok determina como el número mínimo para poder llamarte tiktoker. Son una especie de Enmanuel Kant que te dice cuál es el imperativo categórico del último outfit”, resaltó. 

En cuanto al tercer elemento, los medios masivos y de noticias, Debord dijo que de manera más formal y moral juzgan que es lo bueno y lo malo para ti, en términos de deber ser. Deberías desear esto o aquello porque es moral o inmoral –apuntó-. Todos estos factores te están mintiendo y engañando. El marketing es falso; las celebridades no tienen la fórmula de la felicidad, envejecen y son mortales como nosotros; y los medios atienden a sus intereses. Solo te están haciendo entrar en una dictadura del capitalismo que dice que ser es tener y que tener es aparecer. Un círculo vicioso, un ciclo de la maquinaria capitalista que te hace ir contra ti mismo, en busca de encerrarte en la contemplación de las imágenes que se presentan como realidad”. 

Con el auge de las nuevas tecnologías, lo observado tempranamente por Debord se ha intensificado. “Las relaciones sociales han sido reemplazadas por las apariencias. Creemos que estamos conociendo a alguien, pero solo conocemos la parte que esa persona ha escogido, cual guion, para que la conozcamos, y viceversa. El espectáculo tomó el lugar de la realidad, es una simulación de ella. Y conste que cuando decimos espectáculo no se habla de mero entretenimiento. Este es solo una parte del espectáculo. El espectáculo es un concepto más amplio que puede resumirse en simular experiencias. Son experiencias vacías, solo imágenes. El único fin del espectáculo es el espectáculo mismo. No hay profundidad, es vacuo, vacío. No es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizadas por las imágenes. Instagram es el más grande ejemplo. No podemos hablar de una comunidad, sino de gente que mira fotos de otra gente. Así de estúpido, vacío y ridículo como se oye. Pensamos que esas fotos definen a las otras personas, pero no lo hacen, como nosotros tampoco lo hacemos.”.  

En medio de la pandemia esto se ha agudizado por el aislamiento forzoso. “Me he divertido viendo como las personas no toleran su soledad porque viven en un mundo de fantasía, haciendo selfies de una realidad que no es su vida”, aseveró.  

La interacción entre dos personas se hace a través de imágenes. La sociedad del espectáculo se asegura que de que la simulación invada la realidad y la eche a un lado para convertirse ella misma en la realidad, idealizándola, es decir, convirtiendo la realidad en un producto de consumo. La realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo termina siendo real –recalcó-. Debord entiende que la realidad de la imagen invade la realidad real establecida. Lo que creemos que es real es banalizado y convertido en un producto de consumo. La realidad vivida es destruida por la contemplación del individuo. Nos convierten en seres contemplativos. Todo el tiempo viendo pantallas y pensando que esa pantalla es realidad”. 

El espectador, cada uno de nosotros, vive en un mundo de contemplación donde todo es absolutamente falso. Nace un concepto que lo vimos en Marx y antes de él en Hegel (y que también se ve en Freud y Foucault), que viene de la tradición moderna alemana: la alienación. Sobre la alienación, Debord dice que ‘cuanto más se contempla, menos se vive’. El proceso se da cuando la simulación aparta al individuo de sus pares. Nos cierran en nuestros pequeños y vulgares placeres, como dijo Alexis de Tocqueville, en el siglo XIX. Nos separan de nosotros mismos y destruyen el lazo democrático del ser humano, al encerrarnos en un proceso de pura apariencia que no tienen absolutamente que ver con la realidad. El objetivo de dicha alienación es expandir el mundo creado por el capitalismo y asegurarse que el ciclo vicioso de la mercancía nunca se detenga”.  

Para ilustrar la idea, ofreció algunos ejemplos: “En vez de ir a hacer deporte, en vez de ir a jugar fútbol, te dicen que mires el partido de fútbol. En vez de seducir a una mujer para que te haga un streeptease, prefieres compartir fotos de mujeres desnudas a quien no le pediste permiso. Vivimos por procuración de las imágenes. En vez de experimentar la realidad de tu espacio tiempo hace que esta se tercerice en imágenes”.  

Insistió en señalar que en la pandemia este fenómeno se aceleró porque el capitalismo quiere extender lo más que pueda esta realidad mediatizada para convertirla en mercancía y para tener al individuo el mayor tiempo posible pegado a las pantallas. “Es lo mismo que ocurre con los centros comerciales, que son lugares laberínticos para que te pierdas en la realidad de las tiendas que estás recorriendo. Las posibilidades de que consumas son siempre más grandes mientras más tiempo estés en esos laberintos. Es una práctica infernal”, dijo. 

El punto clave es que el ser humano convertido en mero espectador no quiere cambiar el mundo, sino simplemente contemplarlo.  

Todo empeño por cambiar el mundo muere porque el individuo activo es convertido en contemplativo. Debord habla del fetichismo de la mercancía que propone el dogma del parecer. No importa el ser sino el aparecer. Pasas toda tu vida de mierda aparentando lo que no eres. No tratando de cambiarla, sino tratando demostrar que la mierda no huele tan mal. No te cobran por usar Instagram, Facebook o Twitter porque el producto eres tú. Es la sociedad mercantilista en la que el parecer es un dogma; la simulación es la realidad y el mundo que se ve no es el real, sino uno creado”.  

Como respuesta, Debord propuso el détournement, el desvío, la inversión del espectáculo. Planteó usar el capitalismo contra sí mismo, que el espectador salga de su contemplación y se cuestione sobre la realidad. Así, alguien que no toma decisiones debe retomar esa facultad.  

El détournement propone darle un significado distinto a las marcas. El grupo político al que pertenecía Debord era el Situacionista Internacional. Hacían collages irónicos sobre los logotipos de las grandes marcas o vandalizaban sus avisos.  

Esta estrategia funcionó al principio, pero luego se corre el riesgo de ser utilizadas por la misma sociedad del espectáculo. Por eso vemos que las franelas con logos alterados de marcas de consumo masivo son vendidas por la misma industria cultural. Sin embargo, del détournement rescato la intuición filosófica de cuestionar la realidad”, expresó Pérez Pirela. 

La cara más secreta, más invisible y menos conocida de la obra de Debord ha sido, hasta hoy, la cinematográfica, entendida como producción creativa autónoma. De hecho, Debord realizó tres largometrajes y tres cortometrajes entre 1952 y 1978, invisibles durante décadas debido a los deseos explícitos del autor, pero recientemente presentados en su totalidad, de acuerdo con sus herederos, en el Festival de Cine de Venecia hace unos años. Este acontecimiento, esperado desde hace años, permitió comprobar cómo, en su enmarañada y compleja relación con el cine, objeto de aversión, pero también de profundo amor, Debord constituía una obra rara y misteriosa, un texto fílmico-filosófico de extraordinaria melancolía y densidad, donde la dura reflexión sobre el espectáculo y el desafío al mismo tienen lugar dentro del propio del cine, reseñó el moderador. 

Un participante preguntó si con la presencia en las plataformas digitales y redes sociales de LaIguana.TV y el programa Desde Donde Sea no se estará acaso incurriendo en la misma sociedad del espectáculo.  

Pérez Pirela respondió: “En el programa estamos haciendo lo que recomienda Debord: desviar esa falsa realidad hacia otras interpretaciones y análisis. Es complicado por la dictadura de los medios que presentan todos el mismo mensaje, pero es lo que hacemos todos los días”. 

Al cierre de la emisión, recordó a la audiencia que la semana próxima no habrá programa. La siguiente entrega será el martes 09 de noviembre. 

(LaIguana.TV)