Juan Carlos Monedero y Miguel Ángel Pérez Pirela, durante casi dos horas de tertulia, comenzaron a elaborar una especie de glosario de la filosofía política, definiendo términos fundamentales como la misma palabra política, partido, estado de naturaleza, clase media y república.

Fue en los Jueves de Filosofía, la emisión correspondiente a este día de la semana del programa Desde donde sea.

En la conversación, el profesor de Teoría y práctica de la democracia en la Universidad Complutense de Madrid y autor de una amplia bibliografía sobre esta temática, resaltó la importancia de la organización, de la formación política y del entusiasmo para avanzar en la búsqueda de un modelo que sustituya al catastrófico capitalismo neoliberal, el cual aún no se ha perfilado claramente pues vivimos en una época de confusión y crisis.

Miguel Ángel Pérez Pirela (MAPP): Vamos a poner en claro conceptos fundamentales de la filosofía política y por eso comienzo preguntándote ¿qué es la política?

Juan Carlos Monedero (JCM): Es la gestión de los conflictos que son inherentes a la vida social. Tiene que ver con las metas colectivas, con acuerdos que nos dictamos para ver cómo nos ponemos de acuerdo y que, al final, de manera coactiva, marca una serie de consensos obligatorios que todos tienen que cumplir. Por tanto tiene elementos de conflicto y de poder. Como en todas las sociedades hay conflicto, utilizamos el poder para gestionar el conflicto y así organizar la vida colectiva.

MAPP: Hablemos del estado de naturaleza. Aristóteles decía que el hombre era un animal político, un zoon politikon, pero otros autores, como Thomas Hobbes, dice que es un ser egoísta, violento, individualista. ¿Cuál es el concepto de estado de naturaleza a partir del cual podemos entablar el fundamento de la política?

JCM: Veamos lo que dice un tipo muy listo, que tenía un pequeño problema, era nazi, Carl Schmitt, una especie de Vargas Llosa, que es un gran escritor con un comportamiento cívico desastroso. Uno tiene la sensación de que alguien le escribe sus libros porque estos no tienen nada que ver con lo que él es. Schmitt era espectacular como pensador, pero era nazi. Schmitt decía que todos los conceptos políticos son conceptos teológicos secularizados, es decir, que vienen de la religión, pero los hemos construido al margen de lo religioso. Esa idea del estado de naturaleza bebe mucho de la noción cristiana de que somos ángeles caídos, el mito bíblico de que fuimos desobedientes y de que dios nos dio un dictado después de que estuvimos en el paraíso y probamos de la fruta del árbol del bien y del mal y por eso nos condenan a pasar hambre, frío en invierno, calor en verano, las alimañas nos asediarán y las mujeres parirán con dolor. La idea del estado de naturaleza sostiene que el ser humano es sospechoso, hay que desconfiar de él. Fíjate que lo que nos diferencia de otros animales avanzados son la muerte y el sexo. Somos los únicos animales que enterramos a nuestros semejantes. Eso de que los elefantes también lo hacen son mentiras de las películas de Tarzán. Hemos convertido a la muerte en trascendencia. Y somos los únicos que hemos convertido el sexo en erotismo, es decir, que la cosa no es “aquí te pillo, aquí te mato”, aunque todavía en muchos ámbitos sociales funciona así ese comportamiento brutal.  Esos dos elementos, la trascendencia y el erotismo son dos elementos del poder. Ya sea la religión o el Estado, ambos quieren tener el monopolio de la vida y la muerte y el monopolio del sexo. Por eso han sido la Iglesia y el Estado los que han dictado durante siglos si una persona se puede suicidar o no; si se puede abortar o no; y qué tipo de conductas sexuales puedes tener o no. La homosexualidad ha sido durante mucho tiempo un anatema, algo prohibido para los Estados occidentales porque implica un sexo sin reproducción y eso desafía el principio de que el sexo, una cosa tan placentera, solo puede existir si tiene como correlato el que nazcan niños. Lo hacen así porque saben que si eres libre en el sexo, terminas siendo libre en todo lo demás. En esto del estado de naturaleza está la presunción de que hay que desconfiar del ser humano. Esa discusión debería ser de las primeras en las facultades de Ciencias Políticas: ¿somos malos por naturaleza,  homo homini lupus, que decía Plauto y que retomó Hobbes o somos buenos por naturaleza, como decía Rousseau, pero la sociedad nos pervierte. Esa es una decisión crucial porque si crees que es malo por naturaleza no tiene sentido que haya elecciones ni democracia porque no puedes permitirle libertad a un ser así. Y si crees que es bueno por naturaleza, vas a salir a la calle para encontrar gente que no responde a los mínimos cánones de convivencia social. Decía el general Perón, que era una persona con manejo de la ironía y la socarronería,  que “el ser humano es bueno, pero si lo vigilan es mejor”. Es una manera de decir, como Spinoza que todos tenemos dos grandes pulsiones: el miedo y la esperanza. El miedo es individual y lo genera nuestro cerebro más antiguo, el hipotálamo, es decir, la parte más reptiliana, la que defiende el perímetro de seguridad, gestiona la supervivencia, la transmisión de nuestros genes, lo más primario. Mientras tanto, la esperanza es colectiva, una construcción de mejoramiento de las condiciones de vida compartida. El miedo te puede llevar a un asesinato, un robo, una violación, mientras la esperanza te ayuda a identificar al otro como tu igual. La conclusión es que todos tenemos nuestro ángel y nuestro demonio. El demonio dice “ten miedo, defiéndete”; y nuestro ángel que nos dice “confía en los demás, sé solidario, sé fraterno”. Sobre esta base, si miramos la evolución del ser humano durante el millón de años del que tenemos algún tipo de noticia, nos encontramos con que lo que nos ha traído hasta aquí no ha sido la competencia, sino la cooperación. Eso que se llama resiliencia no es sino salir de circunstancias complicadas a través del encuentro colectivo. Hubo un momento en la historia de la humanidad cuando éramos apenas 130 mil homo sapiens sapiens y si hubiera habido un depredador más eficaz que los que existían entonces, no estaríamos aquí. No tenemos garras ni colmillos; no corremos rápido, no volamos, no tenemos una fuerza descomunal. Hemos sobrevivido porque tenemos el lenguaje y él nos permite actuar coordinadamente, cooperativamente, Hoy, como contaba Lynn Margulis y todos los paleoantropólogos, hemos llegado hasta aquí gracias a la cooperación, somos seres supervivientes. El miedo, el deseo sexual, el hambre son individuales, pero la única solución a esas tensiones es colectiva. Por eso existe política, porque siempre habrá conflicto entre seres humanos, incluso entre los más cooperativos y fraternos porque pueden tener una lectura diferente o equivocada de cómo es una sociedad fraterna. La política es la gestión del conflicto para que no nos matemos. Lo que tenemos que hacer es construir instituciones que permitan que salga el ángel y se mitigue el demonio. El hombre nuevo del que hablaba el Che Guevara es el hombre viejo en nuevas circunstancias. No hay que demonizar ni divinizar al hombre, somos lo que somos: poquita cosa, pero capaces de la grandeza de encontrarnos porque cuando nos encontramos, nos multiplicamos.

MAPP: ¿Podríamos decir entonces que la política es la gestión de las pasiones?

JCM: Claro, es que las pasiones son inherentes al ser humano. Si no hubiera pasiones, seguramente no habría conflictos. Seríamos ángeles sin la voluntad de quedarnos con algo de los otros. Nuestra existencia sería de una paz perpetua, como diría Kant, pero no somos así, y menos mal que no lo somos, sería un gran aburrimiento.  En España, cada vez que hay elecciones, cuento el chiste de un señor que se muere y piensa que va a ir al infierno porque siempre ha votado por la derecha y ha sido mala persona. Cuando llega al más allá, un funcionario muy bien trajeado le pregunta: “¿Cielo o infierno?”. El tipo no sabía que se podía escoger, piensa que debe ser cosa del papa Francisco, así que pide folletos y le dicen que hacen visitas guiadas y le preguntan por dónde quiere empezar. Él escoge empezar por el infierno y encuentra que hay manjares de todo tipo, conciertos de música en vivo, playas paradisíacas, sexo del bueno. Le preguntan si quiere ver el cielo y él dice que “casi no”. Pero igual va y encuentra a todo el mundo en una nube, tocando arpas y leyendo los libros de Pérez Pirela y Monedero. Cuando le preguntan con cuál se queda, pide el infierno y tan pronto entra le muerden los perros, le clavan coronas de espinas, lo golpean. Él pregunta por qué la diferencia si el día anterior todo era maravilloso, y le responden “es que ayer estábamos en elecciones”. En fin, esa imagen de paz y armonía total no se corresponde con el ser humano. No seguimos quemando a la gente en la plaza pública porque hemos domesticado nuestras pasiones o parte de ellas. Ya no hacen falta esos ejercicios de disciplinamiento social. Cuando la gente incorpora los compromisos sociales no se necesitan esos pasivos. Pero no significa que las pasiones hayan desaparecido. Claro que las tenemos: envidia, gula, toda una serie de elementos que hay que moderar en la vida social. A través de la política marcamos las metas colectivas que tenemos que cumplir. Por eso la política no les gusta a quienes se consideran la aristocracia de los vencedores: muy listos, muy fuertes, muy guapos, muy capaces no quieren que nadie les dicte reglas porque saben que son el león en una jungla. Los seres normales sí queremos que haya reglas, que todos tengamos el pacto social más o menos claro, para que no vengan los muy listos a tener ventajas sobre los demás. La política es eso. Cuando la política es democrática, esas metas colectivas que todos debemos cumplir las dictamos entre todos. Por eso la izquierda se equivocó al pensar que cuando se terminaran las clases sociales no haría falta la política porque no habría conflicto. No es verdad, pues hay muchos otros conflictos: de raza, de género, de opciones sexuales, religiosos y en el futuro habrá otros que ni siquiera imaginamos. El cambio climático generará nuevos conflictos, nuevas líneas de tensión que generarán nuevas políticas. Por eso la democracia no es algo terminado, sino que hay que dejarla abierta para incorporar lo nuevo. No podemos dormir en los laureles porque cuando el ángel se duerme, el diablo se  queda con todo el espacio. Eso les pasó a las democracias europeas cuando vieron implantarse el modelo neoliberal. Cuando las democracias se duermen, cuando hay mucho colesterol del malo y somos obesos de manera mórbida, llegan los bárbaros, que en el siglo XXI vienen de traje y corbata, de Armani, a robarnos nuestros logros.

MAPP: En el siglo XIX Alexis de Tocqueville decía también que en el futuro no haría falta torturar a nadie, sino encerrarlo en sus pequeños y vulgares placeres. Sería un poder capaz de tiranizar los espíritus y no los cuerpos. Hoy en día hay una crisis democrática, paradójicamente vestida de una especie de delirio de la libertad y de que hoy somos más libres que nunca. Y Maquiavelo dice que la política es el lugar del engaño, del aparecer y no del ser. ¿Cómo conjugar la democracia con este poder débil, mórbido, este biopoder, como diría Foucault, que se ejerce a través de los celulares y de las tarjetas de crédito?

JCM: La Ilustración y la revolución francesa establecen las tres grandes preguntas que hoy siguen siendo válidas: libertad, igualdad y fraternidad. La libertad como condición de que cualquier ser humano pueda desarrollar en plena potencia quien es; la igualdad como el objetivo de  un reparto equitativo de las potencialidades de la vida social, tanto en término jurídicos como materiales; y la fraternidad como esa asunción de que nada de lo humano te es ajeno, que es la rama de donde viene la izquierda, tal vez porque ha dado por sentadas la libertad y la igualdad. Por eso hay autores como Sartori que dicen que la izquierda no le ha dado a la libertad la importancia necesaria. Y eso no es así porque Marx y Engels dicen, en el Manifiesto comunista, que en la sociedad socialista la libertad de cada uno será la base de la libertad de todos. Estamos en un momento de crisis, una palabra  que viene de momento decisivo. Los chinos le ponen al lado los ideogramas de peligro y oportunidad. En medicina ese el momento cuando el enfermo empieza a sanar o se muere. Un autor que me gusta mucho, Reinhart Koselleck, dice que no se puede leer a Maquiavelo en el siglo XXI pretendiendo que las palabras significan lo mismo. Todos los elementos que nos daban certeza han desaparecido. Él los llama marcadores de certezas. El principal era dios; pero también la familia, que ha cambiado; el trabajo, que se ha vuelto efímero y ya no es una fuente de identidad. En contraposición, resurgen posturas radicales: fanatismos religiosos, modelos autoritarios de familia; ideas políticas que se creían superadas. En un momento de incertidumbre, tenemos miedo, no sabemos qué va a pasar con nosotros; la gente tiene dificultades para hacer planes a cinco años. La izquierda no ha sido capaz de defender una nación que te cuide, una familia que te cuide. Si hoy está creciendo la extrema derecha es porque está ofreciendo soluciones allí, donde fracasó la izquierda. A las personas que no tienen nada, más que miedo, les entregan una identidad y el derecho a ser sinvergüenzas  y canallas. Berlusconi, por ejemplo, le dijo a los italianos que los jueces que lo perseguían eran unos comunistas de mierda. Su mensaje es “yo robo y tú tienes derecho a robar; yo abuso de mujeres y tú tienes derecho a eso; yo soy rico y tú tienes derecho a ser rico; yo mando mucho y tú tienes derecho a mandar”. Ahora es el discurso de Absascal en España, de Kast en Chile, de Milei en Argentina, de Bolsonaro en Brasil. Tienes derecho a hacer lo que te dé la gana porque si no disparas, te van a disparar.

MAPP: ¿Es el estado de naturaleza de Hobbes tomado como excusa para la tiranía?

JCM: Claro, un regreso al todo vale, al sálvese quien pueda. Todo para defender su idea de libertad. Es como si en el naufragio del Titanic un tipo te quiere tirar por la borda y tú le reclamas, ante lo que él dice: “Me estás robando mi libertad, soy libre, tú no me dejas ser libre”. En medio de la pandemia surge el discurso de la aristocracia de los vencedores: “que nadie te obligue a quedarte en tu casa o a vacunarte o a usar cubrebocas” y así también que nadie te obligue a pagar impuestos o a no violar. Fíjate que han surgido incluso los célibes involuntarios que reclaman derecho a tener relaciones sexuales incluso a través de la violación. Es la idea de la libertad negativa de Jellinek, luego populariza Isaiah Berlin, la libertad de no interfieras, la libertad de los liberales y los neoliberales.  

MAPP: Aquí llegamos entonces a De Laboétie y su Servidumbre voluntaria porque ahora, en nombre de la liberad, clamamos la opresión.

JCM: Sí, pero la opresión de los demás. Me gusta mucho una frase de Voltaire: “dios no existe, pero no se lo cuentes a mi criado, no vaya a ser que me degüelle por la noche mientras estoy durmiendo”. Esa aristocracia de los vencedores puede no creer en dios, saltarse las reglas, desconocer cualquier tipo de límite, pero quiere que los demás las cumplan, para que tengan miedo y estén encarcelados en su bienestar, en su libertad medida por la longitud de su cadena. Les gusta que la mayoría esté encadenada a las obligaciones que construyen sus privilegios. Por ejemplo, el modelo de familia era funcional al capitalismo porque tú conseguías una pareja, te establecías con ella por el resto de tu vida y la mujer cumplía el rol de ser la cabeza del hogar, criar los hijos, etcétera, mientras el hombre trabajaba todos los días. Era como una suerte de rueda de hámster donde al poder le interesaba que tú no salieras de esa lógica, una cadena invisible que fue incorporada como lo normal de nuestra existencia. Ese modelo aplicado a la mayoría era funcional para que las élites pudieran tener unas vidas disolutas. Por eso no aceptaban leyes que dieran libertad de divorciarse o de abortar, aunque ellos lo hicieran a escondidas, pues sabían que si la gente es libre en sus relaciones personales, luego va a ser libre en su vida laboral, en su voto y va a romper los planes de las épocas. Por eso es que este programa es subversivo. Si estuviera en un canal de televisión convencional tendría que ser distinto, tendría que decirle a la gente que se comportara según las normas del sistema…

MAPP: A la relación política moral imperante…  También lo haces tú en tu exitosísimo programa en redes sociales En la frontera.

JCM: Sí. Georges Bataille decía que el sexo y la muerte han sido los mecanismos para dominarnos. Por ejemplo, han prohibido suicidarse. ¿Cómo es que si tengo una enfermedad degenerativa que ya no me permite identificarme como un ser humano, yo no tengo derecho a quitarme del medio? La Iglesia prohíbe la homosexualidad y luego en los conventos montan sus fiestas, muchas veces con los fieles y sin su consentimiento, en especial cuando son menores.

MAPP: En el Renacimiento decían que el Sol giraba alrededor de la Tierra, la Tierra alrededor del hombre y el hombre  giraba alrededor de la Iglesia. Y quien los contradijera lo quemaban vivo.

JCM: Por supuesto, porque desde el momento en que no fuera así se les desmontaba el tinglado, el escenario. Todo tiene que ver con lo discursivo, como lo planteó Wittgenstein. Lo que la palabra significa tiene que ver con los contextos sociales. Llegamos a la condición performativa del lenguaje, que significa que el lenguaje construye realidad. Algo que en el fondo ya lo había dicho el Génesis cuando dios dijo “hágase la luz”, la luz se hizo. Cuando nombras las cosas, estas existen.

MAPP: Y lo dijo García Márquez en Cien años de soledad, cuando habló de un tiempo en que las cosas carecían de nombre y por eso se le señalaban con el dedo. O nuestro filósofo posmorderno Rigoberto Lanz en su libro Las palabras no son neutras.

JCM: ¡Cómo podrían ser neutras si quien le pone nombre a las cosas manda!

MAPP: ¡Correcto, el poder está en la palabra!

JCM: Cuenta Boaventura (de Sousa Santos) que con cinco pares de palabras, el mundo occidental ha conquistado al resto. Con oriente-occidente justificó las cruzadas; con civilizados-salvajes  justificó la conquista de América; con naturaleza-cultura ha justificado el deterioro medioambiental y la opresión de las mujeres porque para Hegel o para Kant, las mujeres eran naturaleza, no inteligencia; con local-global, justifican la globalización, donde lo importante es lo global y lo local es poco relevante; con moderno y arcaico imponen que lo moderno es más importante y lo arcaico está en el pasado. Siempre el poder ha intentado que no tengamos palabras. Mataban a los maestros anarquistas que iban por los pueblos alfabetizando. Procuraban que no estuviéramos alfabetizados. Ahora, luego del salto histórico de la alfabetización han sido capaces de lograr que dejemos de leer enganchándonos a los medios audiovisuales. La gente ha visto más películas que leído libros y he allí un problema.

MAPP: Después de la Segunda Guerra Mundial fue Hollywood y ahora es Netflix, que nos han contado todo y le han puesto los nombres a todo.

JCM: Hay un problema porque si no retomamos el control de las palabras estamos perdidos porque lo audiovisual viene de la vista, que es un sentido, como dice Sartori en Homo videns, mientras que la lectura es una construcción intelectual que activa tu inteligencia.

MAPP: Y también deconstrucción.

JCM: Cierto. Tú puedes estar tumbado en el sofá, comiendo palomitas y pasar horas allí, como si fueras una planta. Pero no puedes estar seis horas como una planta con un libro. Por eso sigue siendo más peligroso leer libros que ver películas o series.

MAPP: Por eso en laiguana.tv  tratamos de hacer una comunicación audiovisual crítica, en el sentido de no dar todo digerido, sino un lugar para pensar.

JCM: En dos de mis libros (El gobierno de las palabras, políticas para tiempos de confusión y Curso urgente de política para gente decente) están tres grandes temas que hemos tocado. Los dos libros comienzan con el problema de la confusión de la época: cuando hemos aprendido las respuestas  nos han cambiado las preguntas. Es mucho más difícil ser de izquierdas hoy que hace 50 años porque está todo mucho más confuso, la izquierda se ha equivocado mucho, ha metido la pata, y las grandes certezas las hemos perdido. Ahora mismo no sabemos lo que queremos, pero sabemos lo que no queremos. Hay un autor que me gusta mucho (cuando lo entiendo porque no siempre lo logro) Alain Badiou, que plantea en un libro llamado El despertar de la historia la idea de que hay momentos en los que la historia se descongela, se dan unas circunstancias que él llama acontecimientos, cuando se abren nuevas ventanas al desarrollo humano. Una fue la revolución francesa, de 1789. Otra fue la revolución rusa, de 1917. Ambas desarrollaron procesos de emancipación en el mundo entero. La ola emancipatoria desatada por la revolución francesa, que abarcó las independencias de América Latina, se frena en la Comuna de París, de 1871, cuando es masacrada y 25 mil o 30 mil comuneros son asesinados.

MAPP: Y construyen una basílica en el lugar y hacen de eso uno de los símbolos turísticos de París…

JCM: Sí, en Montparnasse.  Luego de la masacre de las Comuna de París viene como medio siglo de ausencia de dirección política en las luchas emancipatorias. Después de 1917 viene la otra oleada: se saca a Rusia y a China del feudalismo, se alimentan los procesos de independencia y descolonización de muchos países. En los años 80 vuelve a frenarse y se pone en marcha otro proceso de congelamiento de la historia, que se llama neoliberalismo. La tesis de Badiou es que en el cambio de siglo se está dando otro descongelamiento de la historia. Yo creo que ese proceso comienza aquí, en América Latina.

MAPP: Interesante, ¿por qué?

JCM: Las victorias de Chávez, Lula, Correa, Morales, Kirchner son todas contra el neoliberalismo. Surge el Foro Social Mundial. En Europa las anticumbres contra el G7 y el G20 y el FMI; las primaveras árabes, el 15M, el Movimiento de los Indignados, todos son movimientos contra el modelo liberal, pero también generan contramovimientos de las élites. Todos los ataques que recibe Podemos en España son reacciones contra la emergencia de este partido. Igual que el surgimiento del fascismo fue una respuesta a los movimientos sindicales  y campesinos. Los terratenientes italianos llaman a los fasci, grupos de exmilitares que habían peleado en la Primera Guerra Mundial y querían riqueza. Los contratan para que golpeen y amedrenten a los sindicalistas y la gente de izquierda. Ahora hay una protesta clara contra la globalización neoliberal que se manifestó claramente antes de la pandemia. Pero hay una reacción también muy clara: el fascista Kast en Chile, la recuperación de  Macri en Argentina, la victoria de Bolsonaro. Hemos tenido señales alentadoras como la victoria del MAS en Bolivia, la de López Obrador en México, el triunfo casi seguro de Lula en Brasil. Los que nos oponemos al modelo neoliberal sabemos lo que no queremos, pero no sabemos lo que queremos porque todavía no ha habido tiempo para superar el modelo capitalista. Sabemos que ese modelo es culpable de buena parte de los males, pero no tenemos una alternativa. Solo podemos ponerle regulaciones al sistema capitalista para que no destruya el planeta y la vida, pero no podemos decir, como en el siglo XX, que nacionalizar todas las empresas es la solución. Sabemos que es mentira porque el Estado no puede gestionar una peluquería, un taller mecánico o un bar. Es estúpido. Debe haber empresas básicas, de servicios públicos, y debe haber una banca pública, pero creo que debe haber mercado porque es bueno para el desarrollo de algunos elementos. Debe haber competencia entre bares, para que el que trate mal a la gente y ponga la cerveza caliente tenga que cerrar. Pero no me apliques esos principios al agua, a la energía, a la educación porque en esos campos el Estado sí puede ser eficiente, sobre todo si no pierde el tiempo gestionando un bar. Es un momento parteaguas, tenemos que pensar, a la ofensiva, hacia dónde vamos. Desde los años 80, la izquierda está a la defensiva: es antipatriarcal, antineoliberal, antirracista.

MAPP: Por aquí una usuaria, Carmen, dice que en América Latina estamos resistiendo. Eso nos lleva al concepto de resistencia.

JCM: Resistir está bien, pero necesitamos el modelo alternativo. Una propuesta que ahora no la tenemos. El principal desafío de siglo XXI es el cambio climático. La Cumbre de Glasgow ha sido un desastre. No tenemos clara cuál es la respuesta que debemos dar. Los ecologistas lo entienden radicalmente, dicen que o decrecemos o el planeta colapsa. Pero ¿entendería la gente ese decrecimiento? Nos encaminamos así hacia un autoritarismo ecológico que casi seguramente desembocará en ecofascismo, unas élites que se arrogan la capacidad de contaminar más que los demás. Por ejemplo, en una situación de escasez de agua, esas élites pueden decir que si el agua la regula el mercado, el que tenga dinero para pagar  puede dejar el grifo abierto. Es necesario que una autoridad les diga: “no, usted no tiene ese derecho, por más plata que tenga”. Un concepto importante que podríamos tocar es el de clase media aspiracional. El gran teórico marxista de las clases sociales, Erik Olin Wright decía que Marx  marcó la intención muy potente de polarizar entre clase obrera y clase capitalista, pero el siglo XX invalidó esa polarización por la existencia de las clases medias que, en las sociedades occidentales, han constituido un corpus social muy diferente tanto de los ricos como de los pobres. Es otra cosa y ha sostenido los estados sociales, ha moderado a los partidos socialistas, ha construido los productos culturales  a su medida porque no son ni para los extremadamente ricos ni para los pobres. El problema es que la clase media que ha construido el imaginario ha ido vaciándose, sobre todo a partir de los años 80, con el modelo neoliberal, que la ha empobrecido brutalmente. Lo que ocurre es que, en España por ejemplo, nadie quiere reconocer que es den clase obrera, proletario o pobre porque eso lo estigmatiza. Se considera clase media aunque esté en un agujero, sin dinero para pagar la vivienda o los servicios. Lo más que puede decir es que es un trabajador precario, un eufemismo que enmascara que uno está en la mierda. En tu aspiración te consideras clase media y por eso no votas por partidos políticos de izquierda que te proponen sacarte de tu condición precaria, sino que votas por tus verdugos, pensando que vas a ser como ellos, sin entender que tú vives en la mierda porque ellos vive en la opulencia. Ellos no te van a ayudar a salir de la mierda porque si tú sales, ellos saldrán de la opulencia.

MAPP: Es, de nuevo la servidumbre voluntaria de La Boétie.

JCM: Esto se basa en el imaginario de que si entras de portero en un banco puedes terminar de director: pura mierda. La verdad es que entras de portero y te vas a morir de portero, en el mejor de los casos, déjate de pendejadas.

MAPP: O te van a botar a los seis meses. Y no puedo dejar de citar el poema del uruguayo gigante, Benedetti: “Clase media, medio rica, medio culta; entre lo que cree ser y lo que es media una distancia medio grande; desde el medio mira medio mal a los negritos, a los ricos, a los sabios, a los locos, a los pobres y si escucha a un Hitler medio le gusta y si habla un Che, medio también. En el medio de la nada medio duda, como todo le atrae analiza hasta la mitad todos los hechos y medio confundida sale a la calle con media cacerola, entonces medio llega a importar a los que mandan medio en la sombra. A veces, solo a veces, se da cuenta medio tarde de que la usaron de peón en un ajedrez que no comprende y que nunca la convierte en reina. Así, medio rabiosa, se lamenta a medias de ser el medio del que comen otros a quienes no alcanza a entender ni medio”.

JCM: ¡Qué bonito! Cantaba Carlos Cano, un cantautor maravilloso: “Dios nos salve de la clase media”. Una cosa es que deseemos que la renta esté distribuida equitativamente, lo que generaría sociedades de clases medias, y otra cosa es esa mentalidad que en el fondo no eres ni carne ni pescado, luchas por no caer entre los más golpeados y sueñas con ser los de arriba. ¿Qué revistas han comprado durante mucho tiempo las mujeres que han sido subordinadas en el plano familiar y laboral? Pues su sueño ha sido leer en las revistas cómo vivían los ricos. Es como el sueño de la Cenicienta.

MAPP: En mi libro Del Estado posible, crónicas de una revolución, abordo el tema de la telenovela en la sociedad venezolana. La trama de todas era la mujer pobre que se enamoraba de un rico. Era lo único que podía hacer una muchacha.

JCM: Debo precisar que creo en la redistribución de la renta, algo que genera lo que se llama sociológicamente clases medias, gente que no es muy rica ni muy pobre. El problema es que pierden la conciencia de dónde vienen y terminan votando por sus verdugos que les regresan a la pobreza,  como pasó en Argentina con Macri. Votas por alguien porque crees que te va a montar en el ascensor social y lo que hace es tumbarte para abajo. Es el caso de la gente que sube hasta un nivel y luego patea la escalera para que nadie más puede subir, ignorando que si llegó a ser clase media fue como producto de un esfuerzo colectivo y porque has votado por fuerzas políticas que te ayudaron a ascender. Que haya sociedades de clases medias solo es posible cuando se aplican mecanismos político estatales de redistribución de la renta. En Venezuela se ha logrado eso, pero no se ha vencido al sistema capitalista. En esta confusión de época en la que estamos, habría que analizar la frase de Mao Tse Tung, quien decía que en tanto no haya orden en la ideología, no habrá orden en la organización. Si ponemos orden en la ideología vamos a poner orden en la organización social, en particular en el partido político que ha sido clave desde el siglo XX y que tenemos que reinventarlo. Si no tenemos orden en lo ideológico, vamos a regalarle al mercado, a una suerte de oferta y demanda constante, la organización de nuestras vida. Y no funciona. Hemos mercantilizado todo: el deporte, el sexo, la amistad, el comer, el beber, el aprender y el mundo se ha convertido en un infierno. Si no tienes medios mercantiles de intercambio, no existes. Es como los grandes centros comerciales, donde los porteros no te dejan entrar si tienes aspecto de pobre

MAPP: Llegamos a otra definición importante: ¿qué son los partidos políticos?

JCM: Los partidos políticos son organizaciones de ciudadanos y ciudadanas que buscan, sobre bases ideológicas, propuestas de gestión colectiva en una sociedad dada. Ha habido una evolución. Primero eran partidos de cuadros, de élites, porque el sufragio era restringido. Luego se vuelven partidos de masas cuando se universalizó el voto. En los 50 y 60 se vuelven catch-all party, es decir, partidos atrápalo todo, se van todos al centro, donde ya no hay tanta competencia ideológica. Se desideologizan para no molestar a la gran masa. La gente quiere su bienestar, no discursos ideológicos. Luego los partidos se han cartelizado. Dictaminan de qué se habla y de qué no. No son parte de la sociedad, sino del Estado, gestionan los aparatos del Estado. Ya no escuchan a las bases, sino a los funcionarios del mismo partido o a expertos que hacen las campañas electorales. No tienen órganos del partido, sino que se expresan a través del Estado. Y los partidos del cártel se ponen de acuerdo para no dejar entrar a nadie de afuera. Un partido tradicional ya no va a pertenecer a la voluntad popular sino a la burocracia del Estado. Quien quiera romper esa lógica debe convertirse en un partido-movimiento, que tiene cuatro espacios en el corazón: uno para las instituciones, pues se ha entendido que se necesita el aparato del Estado, no basta con estar en las calles, moviendo las manitos; un espacio para la calle para seguir las luchas, como lo acaban de demostrar los metalúrgicos de Cadiz con seis días de huelga a la que el gobierno del Partido Socialista y Podemos, lo digo con vergüenza, mando una tanqueta militar, pero se logró un acuerdo; un espacio en el relato, porque los militantes revolucionarios del siglo XXI no se van a la sierra a echar tiros, sino a los platós de televisión y a las redes sociales; un espacio para el entusiasmo, porque tenemos que recuperar la pasión de la política, no puede ser un espacio gris y triste, dictado por la economía o por los técnicos, es lo más hermoso que hay porque es el encuentro colectivo para cuidarnos entre todos, la única autoayuda que funciona porque es colectiva. Es entender a tu hermano y tu hermana. La hemos entregado a burócratas, a robots que no nos escuchan. Si no tenemos esperanzas estamos perdidos. Pessoa decía: “Si ya no puedo creer que nada sea verdadero por qué sigue viniendo cada noche la luz de la luna a batir la hierba”. Si todo es una basura, porque hay belleza en cada rincón.  Es el reconocimiento de la grieta, el optimismo de la voluntad de Gramsci. Hay que ser estricto en el análisis porque la situación está, como ustedes dicen, pelúa, pero si pierdes el entusiasmo has perdido la esperanza y estás caminando hacia el miedo. Quien pierde la esperanza se hace reaccionario, tenga 20 años o tenga 80.

MAPP: Para cerrar, hablemos del concepto de la cosa pública, de la res publica, de la República.

JCM: En mis clases siempre cito una frase que se le atribuye a Unamuno, y si no es de él, le pega. Un periodista le preguntó: “¿Cree usted que dios existe?”, y respondió: “Dígame usted que entiende por creer, por existir y por dios y yo entonces le contesto”. Lo hago para recalcar la importancia de entender las definiciones. Pueden reunirse Iván Duque y Nicolás Maduro y acordar que van a defender la democracia y luego Duque se dedica a matar estudiantes y Maduro a adelantar un plan de mejoras laborales.  En un congreso de ciencias médicas nadie va a decir: “hoy te veo desoxirribonucleico”. Son definiciones que están claras para todos. Pero no hay acuerdo sobre lo que es una revolución, el Estado, la democracia. La palabra república es muy poderosa desde los clásicos. La palabra Estado no ha existido siempre ni la inventó Maquiavelo, sino que en el siglo XV había zonas de Italia en las que había una lista que se llamaba statu de la res publica, el estado de la cosa pública, donde se anotaba a quién habían apuñalado ese día, donde faltaba el agua, los problemas pendientes. De allí surgió la palabra Estado que era necesaria para definir una situación nueva. En la actualidad nos pasa eso, pero no hemos inventado la palabra nueva: hablamos de posneoliberalismo, de posmodernismo, de post esto y post aquello.  Tenemos una tesela, pero no el dibujo completo. La palabra res pública hace referencia a la dignidad de lo colectivo. Albert Camus, en Calígula, hace una reflexión muy hermosa porque cuando Calígula hizo que se nombrara senador a su caballo, la culpa no fue de él, sino de los senadores que votaron por el caballo. Si no lo hubiesen hecho habrían pagado un alto precio, pero es que la dignidad en la evolución histórica ocurre cuando escoges entre la gloria, la honra y la hacienda. No puedes tener las tres al mismo tiempo. La dignidad es un concepto hermoso que hace referencia a la persona que no se deja humillar y que no humilla. Es la actitud de ese campesino que le están ofreciendo unos reales para comprarle el voto y le tira el dinero al terrateniente y dice “en mi hambre mando yo”. Es la actitud de alguien que está pensando en valores colectivos, no individuales. En España, en el siglo XIX las élites se articulan con el rey, con el bipartidismo, con el centralismo, con la unión entre la Iglesia y el Estado, una constitución militarista y un capitalismo clientelar. La monarquía de hoy sigue representando lo mismo que en el siglo XIX. Por eso las élites son tan brutales contra Podemos. Las élites no perdonan a quienes los han derrotado. Por eso son capaces de tolerar a Mandela, pero nunca a Fidel Castro o a Hugo Chávez.  Toda la reflexión de hoy tiene que ver con esto: un pensamiento fuerte, bien armado, un esquema de partido movimientista, pues no podemos tener solo el partido del siglo XX ni los liderazgos del siglo XIX. Hay que entender que el poder ha aprendido, que tiene una enorme capacidad de penetración, que los medios de comunicación y las redes  sociales construyen las preferencias a través del conocimiento de los neurocientíficos, pero siempre hay algo que hemos encontrado a través de la historia, y es que los pueblos siempre se levantan  cuando se le extreman las desigualdades. Gramsci recomendaba instruirse porque  necesitamos toda la inteligencia posible, porque si no leemos, si no discutimos, si no reflexionamos no vamos a poder aportar. También aconsejaba organizarse porque necesitamos toda la fuerza posible. Si no estamos organizados en ese ánimo transformador no vamos a ser fuertes. Especialmente a la gente joven les digo que no hay lugar más hermoso para pasar la juventud que militando. Y Gramsci también decía: “Entusiásmense porque necesitamos toda su alegría”. Eso me lo enseñaron ustedes en América Latina: somos mayoría, somos alegría.

(LaIguana.TV)