En la sesión de Desde Donde Sea Filosófico de este jueves 2 de diciembre, el filósofo venezolano Miguel Ángel Pérez Pirela conversó con Ramón Grosfogel, sociólogo portorriqueño perteneciente al Grupo Modernidad-Colonialidad de la Universidad de Berkeley (California), acerca de los alcances conceptuales y prácticos del pensamiento descolonial en América Latina.
Para iniciar la conversación, Pérez Pirela recordó que en la década de 1970, Enrique Dussel y otros filósofos comenzaron a trabajar en la llamada Filosofía de la Liberación, con la que se pretendía desmontar la noción de que el ser Moderno, definido según los cánones de Occidente, era el único sujeto posible, con lo que se dejaba de lado a la mayor parte de la población.
De su lado, Grosfoguel apuntó que el problema de la filosofía occidental para el pensamiento descolonial es el olvido del no-ser, es decir, de todas las personas que pertenecen a los grupos excluidos de la sociedad.
Además, precisó que en el giro decolonial se asume a la Modernidad como un proyecto civilizatorio de muerte y no como un proyecto hegemónico que debe democratizarse y extenderse, como aseguran los pensadores poscoloniales.
Para ilustrar esta diferencia, explicó que la Modernidad y el capitalismo están organizados en función de la explotación de las periferias, a las que se les han impuesto desde hace siglos lógicas culturales epistemicidas, racistas, feminicidas y ecologicidas.
Por ello, a contrapelo de lo que asegura el marxismo europeo, el capitalismo no es un sistema que surgió a partir de la Modernidad, sino que se origina del colonialismo expansivo europeo, que arrasó poblaciones enteras e impuso su proyecto civilizatorio como sistema-mundo.
Así las cosas, el socialismo del siglo XX no consiguió superar el capitalismo porque erróneamente asumió la Modernidad como proyecto emancipatorio que no podía realizarse por la explotación que impone el sistema capitalista, en lugar de entenderlo como un proyecto civilizatorio.
Por ello, el sociólogo asegura que el capitalismo no es un sistema económico insulado, sino que está organizado a partir de la lógica de la Modernidad y que acaso funcionó como sistema emancipatorio para los pocos países que conforman el Norte global, gracias a la sobreeexplotación y explotación de las periferias que ejecutó el sistema imperialista.
De este modo, aclaró, las mejoras en las condiciones de vida de las que alardean esas naciones, se montaron en los hombros de un altísimo porcentaje de la población mundial, un asunto que suele ser ignorado en esas naciones en favor de la idea de progreso capitalista.
En contraste, Grosfoguel señaló que desde el punto de vista del Sur global, la Modernidad es un proyecto civilizatorio de destrucción y muerte, pues exterminó o esclavizó a poblaciones enteras y transfirió sus riquezas a los países imperialistas, ocasionando un empobrecimiento estructural que se extiende hasta nuestros días y que no solamente abarcó el ámbito económico.
En su criterio, las colonizaciones europeas que se sucedieron entre los siglos XV y XVII empujaron a las culturas colonizadas al espacio del no-ser, aun cuando al momento de ser conquistadas, muchas exhibían un nivel de cultura material comparativamente más alto que el que entonces tenía Europa.
¿Cómo aborda el pensamiento decolonial con el pensamiento europeo?
Al ser inquirido por Pérez Pirela acerca de la posición que tienen los pensadores decoloniales sobre la herencia epistemológica de Europa, Grosfoguel replicó que el pensamiento crítico desborda las fronteras europeas.
Detalló, asimismo, que eso que se ha dado en llamar la Modernidad, se se funda en cuatro genocidios-epistemicidios que tuvieron lugar entre los siglos XV y XVII: la conquista de Al-Andalus, la conquista del actual continente americano, el secuestro masivo de africanos para esclavizarlos en América y la quema de miles de mujeres en Europa bajo la acusación de brujas.
Estos actos criminales fueron cometidos por los mismos que se lanzaron a la conquista del resto del mundo, que además de exterminar grandes grupos humanos, se encargaron de someter a los sobrevivientes mediante distintas formas de trabajos forzados, una condición que resultó indispensable para el saqueo sistemático de los recursos de los pueblos conquistados, así como para su empobrecimiento estructural.
La herencia de ese genocidio-epistemicidio, asegura, fue el «yo» idolátrico cartesiano del siglo XVII, que se piensa como símil de Dios, es un «yo imperialista», como sostiene el filósofo Enrique Dussel.
Grosfoguel ahondó en las consecuencias de esta concepción: el «yo» de Descartes no podía ser, por tanto, un musulmán, un indígena americano, un africano o una mujer –ni siquiera europea–, sino un yo masculino apalancado en la imagen de Dios de la cristiandad –entendida esta como ideología de Estado y de los poderes imperiales Europeos–, una idea que se extendió, en términos epistemológicos, a través de las universidades modernas.
Desde el punto de vista descolonial, esto también está imbricado con el surgimiento de los Estados imperialistas, que necesitaban justificar el dominio de los hombres blancos occidentales, devenidos también en los únicos capaces de producir pensamiento valioso, un patrón que se expandió a través de las universidades occidentalizadas, a las que denomina «centros de epistemicidios».
Así, Grosfoguel contrapone el término «universidades» al neologismo «pluriversidades» para pensar en un espacio en el que puedan intercambiarse saberes varios, particularmente provenientes de las periferias, sistemáticamente excluidas de los espacios formales de transmisión y producción de conocimientos.
Por otra parte, en su opinión, Europa construyó una narrativa falaz en torno a las supuestas herencias europeas de lo griego y lo romano, al tiempo que presentó los mil años de la Edad Media como un bloque temporal homogéneo donde reinó el oscurantismo, cuando en realidad el saber de los griegos y los romanos fue ampliamente estudiado y recuperado por los musulmanes, así como por unos pocos teólogos, que se encargaron de revestirlos del discurso de la cristiandad y de hacerlos potables para su época.
Tras estas maniobras, apunta el experto, está un esfuerzo continuado de apropiación de saberes producidos por otros pueblos que posteriormente fueron presentados como propios, como ocurrió con la teoría heliocéntrica de Copérnico, antes demostrada por astrólogos de Damasco o con la imprenta, que se atribuye a Gutenberg aunque en realidad se inventó en China al menos cinco siglos antes.
En todo caso, Ramón Grosfoguel puntualiza que el pensamiento descolonial no se niega a dialogar con los autores europeos, solo que no los pone al centro de sus reflexiones, pues de hacerlo incurriría en el europocentrismo y la inferiorización de los saberes del resto del mundo que ha criticado ampliamente.
En su lugar, el pensamiento descolonial apuesta por los diálogos interepistémicos que tengan como centro la realidad circundante del sujeto –en nuestro caso, América Latina–, pues se trata de producir un pensamiento que prescinda de imposiciones foráneas, sin que esto deba interpretarse como «un fundamentalismo antieuropeo», pues además de ser «una estupidez», implicaría dejar de lado importantes aportes que podrían derivar en reflexiones y construcciones relevantes para su agenda.
Por otra parte, el especialista destaca que tampoco se pueden desconocer los aportes de los movimientos descoloniales dentro del imperio estadounidense, en particular las reflexiones del marxismo negro, que ha deconstruido al marxismo europeo y ha incorporado en sus análisis el racismo, al que catalogan como un elemento organizador del sistema capitalista.
Estas construcciones son posibles, en su opinión, porque internamente se perciben las violencias del capitalismo racista, en el que tal especiación determina la posición del sujeto en el mundo.
De otra parte, el excepcionalismo estadounidense –y, en general, el pensamiento imperialista que le es consustancial– tiene en el sistema educativo su garantía de perpetuación. De ahí que considere que es necesario descolonizarlo, porque en caso contrario, de sus filas seguirán surgiendo subjetividades coloniales y proimperiales que combatirán cualquier proyecto emancipatorio antiimperialista que surja.
Por ello, a su parecer, todo pensamiento decolonial debe comenzar por el antiimperialismo, porque luchas que invocan lo decolonial prescindiendo del antiimperialismo, no van a ninguna parte, en tanto prescinden del aspecto medular del problema.
Feminismo decolonial y marxismos negros
El experto precisó que tanto el feminismo decolonial como los marxismos negros son una respuesta desde el pensamiento decolonial al feminismo liberal imperialista y al marxismo europocéntrico, respectivamente.
Para ilustrar su punto, refirió que el feminismo imperialista ha llegado al punto de justificar las invasiones de Estados Unidos a Afganistán e Irak, en nombre de una supuesta liberación de las mujeres.
En realidad, apuntó, se trata de un feminismo que quiere conquistar el poder político en los Estados Unidos –presentó el caso de la exsecretaria de Estado Hillary Clinton– a la manera de los hombres blancos imperialistas, con su carga colonial y racista intacta.
En contraste, apunta que existe un feminismo decolonial, que pone en el centro la lucha antiimperialista, la lucha contra el racismo y el desplazamiento de Europa y Estados Unidos como centro epistemológico, perspectivas sin las que no puede concebirse liberación alguna de la mujer.
Una situación similar se presenta en el caso de los marxismos eurocéntricos, cuyos pensadores sistemáticamente defienden sus privilegios y las acciones de sus países imperialistas en los momentos álgidos. Contra esto, insistió, surgen los marxismos del Sur global, no solo los marxismos negros.
Pensamiento descolonial y la destrucción del planeta
Para finalizar, Grosfoguel avanzó reflexiones sobre la posición del pensamiento decolonial frente a la innegable destrucción del planeta, que ya se ve, según dijo «por todos lados» y traerá consigo innúmeras tragedias en los años que están por venir.
Sin embargo, el problema no comenzó ahora sino siglos atrás. Para explicar su postura, refirió que algo que parece una tontería abstracta, como la separación entre el hombre y la naturaleza del dualismo cartesiano, puede, sin embargo, traer inmensas consecuencias.
Esto es justamente lo que sucede con las tecnologías que produce el sistema capitalista, pues tácitamente se asume que se puede destruir todo y, de todos modos, la vida humana continuará.
Por eso, insistió en que el proyecto descolonial apuesta a descolonizar estas nociones y construir una relación holística con la naturaleza, que asuma que cualquier especie que destruya a otra, se destruirá a sí misma.
Así las cosas, bajo este enfoque, los que estamos destruyendo la vida del planeta no somos los seres humanos, sino el proyecto civilizatorio de muerte que se impuso desde hace más de 400 años, que ahora hace de la descolonización una necesidad frente a la amenaza real de la destrucción de la vida.
A este respecto, indicó que la pandemia puso en relieve los límites del sistema civilizatorio, comenzando por el colapso de los sistemas de salud, claramente neoliberalizados, pero no solo, pues la coyuntura también ha sido usada para mercantilizar las vacunas e imponer el capitalismo digital, que implica la desterritorialización de los trabajadores y la virtualización de sus labores.
La respuesta que da el sistema para preservarse, asegura Grosfoguel, es un neomalthusianismo revestido de un discurso pseudoecológico que concluye que la única alternativa es reducir la población del planeta, para lo cual no se duda en sacrificar a millones de personas, como ahora mismo se está haciendo, al privarlas de vacunas y atención médica oportuna.
Paralelamente, dijo para concluir, los ultrarricos se han abierto un nuevo compás para garantizar su supervivencia: colonizar otros planetas. Para esto, detalló, ya han organizado viajes al espacio y hablan de construir una ciudad en Marte. «Son genocidas, no van a dar el brazo a torcer y harán todo cuanto esté a su alcance para sobrevivir», aseguró.
(LaIguana.TV)