“Siempre he pensado y lo pienso hoy, que el rol del intelectual debe ser el de analizar con mucha honestidad la realidad por la cual se interesa, aunque sea en contra de la doxa política dominante”, afirmó Ignacio Ramonet durante una tertulia con Miguel Ángel Pérez Pirela en la sección Jueves de Filosofía del programa Desde Donde Sea, en su última emisión de 2021. 

La entrevista fue un recorrido por la trayectoria de Ramonet, con foco en el rol que le ha correspondido cumplir en la cambiante sociedad que le ha tocado vivir, desde su infancia en la posguerra hasta la vibrante actualidad. 

A continuación, una versión de este diálogo: 

Miguel Ángel Pérez Pirela (MAPP): Nos vestimos de fiesta porque tenemos acaso al intelectual con mayor impacto en la izquierda mundial, un testigo de su tiempo que se ha paseado por muchos de los grandes acontecimientos después de la Segunda Guerra Mundial, Ignacio Ramonet, nacido en 1943 en Redondela, Galicia, España, criado en Tánger (Marruecos), donde sus padres, republicanos que huían de Franco, se instalaron en 1946. Autor de diversos libros, entre ellos Hugo Chávez, mi primera vida, La crisis del siglo y Fidel Castro, biografía a dos voces, pero sobre todo, un pensador que ha hecho del pensamiento una práctica. Fue director de Le Monde Diplomatique, que tuvo su formación en la París de la edad de oro, en los años 60. Bienvenido, querido maestro a este tu programa, es un gran honor tenerte con nosotros. 

Ignacio Ramonet (IR): Hola, querido Miguel Ángel, pues es para mí un inmenso placer, como siempre, conversar contigo. Te agradezco tus palabras, que no me merezco, pero que valoro porque vienen de un amigo. Ya sabes cuánto aprecio tu desarrollo intelectual y la capacidad que tienes para movilizar el pensamiento, a los intelectuales en esta plataforma de comunicación que has creado y en la que has conseguido reunir centenares de miles de seguidores. Por tu capacidad, curiosidad y aporte intelectual, es un inmenso placer hablar contigo. 

MAPP: Gracias, querido amigo. Hablar de ti es hablar de la historia de las izquierdas y de los procesos de empoderamiento popular y de revoluciones en todas partes del mundo. Tu figura nos coloca al centro la discusión sobre el intelectual y sobre la intelectualidad, como actividad humana que puede impactar e impacta a la sociedad. Al pasearnos por la geografía espacio-temporal de tu trayectoria encontramos que eres hijo de la escuela pública francesa, que era colonial, pero que te ayudó muchísimo a ir de África a Francia. ¿Me puedes hablar de esos primeros años y de la evolución que encontraste luego en esa París, en esa Francia de los años 60? 

IR: Cada uno es hijo de sus circunstancias y yo lo soy de las mías. Una de ellas es la política porque desde muy pequeño, al nacer después de la Guerra Civil española, que afectó mucho a mis padres. Mi padre fue combatiente y mi madre era dirigente sindical en una fábrica. Fueron protagonistas a su nivel de aquel inmenso conflicto, preámbulo de la Segunda Guerra Mundial. Yo nací el año de Stalingrado y por consiguiente marcado por la segunda parte de la Segunda Guerra Mundial. Mis padres tuvieron que emigrar por la persecución política. Lo hicieron a Marruecos, pero podrían haber ido a Venezuela porque teníamos primos, hijos del hermano de mi padre, que vivían en Caracas. También teníamos familia que emigró a Uruguay, a Brasil y Argentina. Somos gallegos, y a los gallegos nos dicen los irlandeses de España porque hemos emigrado mucho a lo largo de la historia. Marruecos era un país colonizado en el norte por el régimen militarista y fascista de Franco, y en el sur, por Francia durante medio siglo. Me crie en ese Marruecos, confrontado con las colonizaciones. Mis padres, obviamente, eran anticolonización, feroces defensores de la independencia de Marruecos. Efectivamente, de pequeño fui a la escuela francesa en Mequinez. Era una escuela laica, en contraposición con la escuela española, que era obligatoriamente religiosa. En la medida en que el franquismo era una mezcla de catolicismo y fascismo, la Iglesia estaba muy implicada en el régimen fascista que instauró franco en 1939. En esa escuela laica estuve bajo la influencia de la racionalización francesa. Tuve la ventaja de criarme en varias lenguas: mis padres, en el interior del hogar, hablaban gallego; en la calle y en la escuela, hablábamos francés; en otras ocasiones nos entendíamos en español y oíamos el árabe dialectal. Había un baño lingüístico, algo parecido a lo que les ocurrió a generaciones de los años 20 en Europa Central, en ciudades como Viena, Budapest, Varsovia o Cracovia, donde había varias lenguas, las fronteras se cabalgaban, cambiaban y la gente iba cambiando de lengua. Me crie con un ambiente de varias culturas, varias lenguas, varias religiones, en un contexto mestizo, en el que la cultura del colonizador pretendía imponerse a las demás, pero como el colonizador siempre es minoritario y tiene que imponer su cultura por la violencia, mientras el colonizado es mayoritario y su resistencia, aunque sea pasiva, es muy importante. De allí nos trasladamos a Tánger, una ciudad internacional administrada por la ONU, un caso único en la historia de la política internacional. Allí hice mis estudios secundarios en una atmósfera siempre muy implicada por la política, por el debate cultural. En ese tiempo, el filósofo dominante es Jean Paul Sartre, creador del existencialismo y el teórico del compromiso del intelectual, creador del concepto del intelectual comprometido, elaborado en sus obras de teatro, en sus textos filosóficos, sobre todo en función de la situación de Francia al final de la guerra, en la que fue ocupada por los nazis y también tuvo un sistema político que colaboró con ellos. En ese tiempo, los héroes eran los resistentes, que estaban luchando desde el interior. Entonces, el compromiso intelectual yo lo llevaba desde muy pequeño, como parte del debate político y, además, asistí como niño y adolescente a las luchas por la liberación de Marruecos y a su independencia, en 1956, apenas tres años antes de la Revolución Cubana. 

MAPP: Venías de la lucha republicana y te encuentras en una nueva resistencia anticolonial y fuiste testigo de violencia de un lado y del otro. 

IR: Sí. Una vez, con apenas nueve o diez años, venía de la escuela y había habido una acción de parte de resistentes contra la colonización. Habían apuñalado a una serie de personas y tuve que pasar por encima de los cadáveres, evitando pisar la sangre. Vivimos desde muy pequeños la violencia y eso no es fácil porque obviamente impresiona. Entonces se llamaba terroristas a los resistentes y esta confrontación se agudizó porque se extendió por toda África. Pronto empezó la guerra de Argelia, en 1962, cuando ya tenía 19 años, estaba en la universidad e iba a manifestar. Los primeros golpes de la policía los recibí manifestando en favor de la independencia de Argelia. Quedé con la cabeza vendada, me parecía al hombre invisible.  

MAPP: Hablemos de la edad de oro, una París donde los superhéroes son intelectuales: Merleau Ponty, Lacan, Foucault. Recibiste clases de él sobre el biopoder. Esa Francia de la posguerra partió en dos toda la discusión mundial en los más diversos campos, se fueron abriendo nuevas perspectivas. Se vieron las luchas políticas desde la intelectualidad y las ideas.  

IR: Exactamente. Hice una maestría en Letras Modernas en Francia, primero en Burdeos y luego en París, mientras era profesor en la universidad de Rabat. Era ya el ambiente de mayo del 68, una revolución, la más importante que ha vivido nuestra generación porque fue un cambio completo de todos los parámetros culturales y civilizacionales, que aún hoy en día se siguen viendo sus consecuencias de aquella tremenda revolución antiburguesa y contracultural. Llegué a ese París para hacer mi doctorado. Mi director de tesis era Roland Barthes, uno de los inventores del estructuralismo. 

MAPP: Lo hemos estudiado en Desde Donde Sea 

IR: Yo lo conocí muy bien y él me recomendó hacer semiología del cine con Christian Metz, que inventó esta rama de la ciencia. Yo estaba en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales que en aquel momento era como un volcán de producción cultural. También fui estudiante de Lacan, estudiando psicoanálisis durante tres años. Por otros cinco años seguí los seminarios de Michel Foucault en el Colegio de Francia. Estos tres, que fueron maestros míos, tuvieron una enorme influencia en mi manera de ver, analizar y sintetizar la realidad. Pero también es el momento de Althusser, el creador del estructuralismo marxista; el momento de Pierre Bourdieu, a quien también conocí; de Jacques Derrida, teórico de la deconstrucción, a quien también conocí. Entonces, empecé a enseñar también en Paris VV (Jussieu) donde he sido profesor por más de 30 años. Además, hice periodismo en Libération, el periódico que creó Sartre y luego en Le Monde, que era el diario de las élites intelectuales. Era un ambiente difícil de superar, una verdadera edad de oro de la teoría porque todos estos intelectuales estaban trabajando sobre ella, no sobre anécdotas. Trabajaron en la teoría psicoanalítica; en la teoría de la crítica literaria; en la teoría de la filosofía; en la teoría de la sociología; en la teoría del marxismo. Muchos de estos intelectuales estaban afiliados a partidos políticos, había una gran actividad política. El Partido Comunista tenía una revista muy importante llamada Nueva Crítica. Todo eso abonaba al ambiente intelectual que tú conociste mucho tiempo después. 

MAPP: Un aspecto poco conocido de ti es que eres un especialista en cine, además de un gran cinéfilo. Cuéntanos acerca de eso. 

IR: Así como otros se han interesado en la teoría literaria o la novela, yo me he interesado en el cine como narración, como relato. Mi tesis doctoral versó sobre semiótica cinematográfica. También practiqué la crítica de cine en Libération, Le Monde y Le Monde Diplomatique, y he escrito varios libros de crítica cinematográfica. El cine no se enseñaba en aquella época ni siquiera en las universidades. Ahora se enseña hasta en secundaria. Nosotros fuimos pioneros, no alcancé a enseñar cine en la universidad, lo que enseñé fue comunicación porque tengo un doctorado en ese campo. Algunas veces apliqué ese conocimiento al cine y otras veces a la publicidad y a los noticieros. Sin querer pecar de inmodestia, he sido de los primeros textos en analizar el noticiero de televisión. Uno de los primeros libros que analiza su semiótica, sintaxis y gramática del noticiero de televisión lo hice yo.  

MAPP: El cine te lleva a Le Monde Diplomatique, que termina siendo una plataforma de comunicación de las izquierdas mundiales. 

IR: Absolutamente. Le Monde Diplomatique es un mensuario creado por el mismo editor de Le Monde, Huber Beuve-Mery, un gran periodista, con la vocación de ser una publicación para Naciones Unidas, que para 1954 era un club de colonialistas y de países neocolonizados. La característica de ese tiempo eran las luchas de liberación en todas partes, en Guinea-Bissau, en Angola, en Indochina, y con la Revolución cubana, que marca el inicio de la nueva liberación de América Latina, como decía Fidel. Le Monde Diplomatique pretendía cubrir la política internacional de un modo tranquilo, y se encuentra con este universo tan característico. Llega un nuevo redactor jefe, Claude Julien, un gran teórico del antiimperialismo que había escrito el libro El imperio americano, primer periodista francés que escribe un libro sobre la Revolución cubana. Yo entré por el tema del cine, pero por esa complicidad con Julien vamos a pasar a la política porque en 1974 se produce la Revolución de los Claveles, en Portugal, muy importante porque marca la caída del fascismo portugués y un año después muere Franco, lo que es la caída de la tradición fascista española. También desaparece el régimen fascista de Grecia. Entonces Le Monde Diplomatique, con este nuevo equipo, pasa a ser más antiimperialista. Era extremadamente serio, pero decía las verdades y por eso nos llamaban militantes. Cuando se retira Julien, soy elegido como nuevo jefe y modificamos la estructura, se convierte en un periódico que pertenece a sus periodistas y toma este carácter muy comprometido, pero también muy profesional.  

MAPP: Hay un aporte en la organización que ya no es de élites, sino que existen los amigos y los lectores de Le Monde Diplomatique, que hacen parte de la estructura del medio, algo que nos inspiró a todos nosotros y sigue inspirando a nuevas generaciones. 

IR: Exacto. Yo no podía dar unas clases críticas de la industria de la prensa y ser, a la vez, el presidente de una empresa que no tuviera las características que decíamos desear. Así que establecimos este sistema de propiedad: 51% pertenecía a Le Monde, que también era propiedad de sus periodistas; y el restante 49% era de nosotros. Esa porción la dividimos en 25% para la redacción de Le Monde Diplomatique y 24% para los lectores, que pilotean la Sociedad de Amigos de Le Monde Diplomatique. Es un caso único en el mundo porque no pertenece a una empresa privada o a un banco, sino a sus redactores y lectores. Es una empresa como cualquiera, que si no produce ingresos, quiebra, pero eso no ha ocurrido hasta ahora. Los lectores y las lectoras han respondido y aún hoy sigue en esa línea, que es la buena. 

MAPP: Ese periódico era esperado por los estudiantes como yo en París, pero también en otros países, visto como una plataforma de cambios sustanciales de la realidad política, no solo francesa ni europea, sino mundial. Un editorial, que tú escribiste, terminó causando grandes cambios político en todo el mundo. ¿Cómo ocurrió?  

IR: Le Monde Diplomatique comenzó a tener tanto éxito por el tipo de análisis de la política internacional, que en los años 80 nos propusieron hacer versiones en portugués, en griego, en español. Pasó a ser un periódico global. Hoy tiene 70 ediciones internacionales: una en coreano, dos en chino, una edición en japonés, una edición en Irán, varias ediciones en árabe, ediciones en muchos países de Europa, como Finlandia, Suecia, Holanda, Rumanía, Bulgaria; ediciones en América Latina: en Chile, Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, México. Sobre el editorial que mencionas debo comentar que hay una especie de tradición periodística que le impide a quien hace un análisis ir más allá, pasar a la acción. Los lectores siempre decían que no bastaba con decir lo que no funciona, sino que era necesario proponer soluciones y Le Monde Diplomatique pasó a hacerlo. No fue fácil, ni siquiera en el seno de la redacción. Una de las propuestas que yo hice en 1997 para luchar contra el capitalismo globalizado fue la creación de ATTAC, una Asociación en Favor de una Tasa Tobin de Ayuda a los Ciudadanos. Y eso tuvo tal éxito que en las semanas siguientes recibimos cajas de miles de cartas de Francia y de todo el mundo. Entonces creamos ATTAC no solo como asociación sino como movimiento político, que se replicó en varios países y aún existe. La idea era pechar las transacciones financieras con una pequeña tasa para reducir la influencia del capital financiero en la economía global. Eso tuvo mucho éxito y fuimos más allá. Cuando las multinacionales crearon el Foro de Davos, al que asistían todos los globalistas y globalizadores, nosotros propusimos crear el Foro del Sur, que en aquel momento se creó en Porto Alegre, que era una empresa administrada por el PT. Logramos reunir a grandes figuras de la política, como Fidel, Chávez, Correa, Evo Morales, Fernando Lugo, y de la intelectualidad, como Saramago, Galeano, Chomsky. EL periodismo pasó de hacer análisis a hacer propuestas y tomar iniciativas. Dijimos que el siglo empieza en Porto Alegre, porque eso pasó en 2001, con el eslogan que yo propuse, “otro mundo es posible”. Demostramos que el periodismo no es solo análisis, que debe mover, como tú lo haces, y que ese movimiento puede tener consecuencias en términos de intercambio de ideas para entender mejor cómo funcionan las injusticias del mundo. También esos cambios pueden tener efectos electorales cuando haya la oportunidad. 

MAPP: Una parte de tu carrera transcurre en América Latina, comenzando muy temprano (a través del barbero, vecino de la sastrería de tu padre) con Fidel Castro, gallego como tú, primer impulsor de todos esos movimientos disruptivos, un gran intelectual como pudimos comprobarlo los que tuvimos la suerte de conversar con él. Tú tuviste la fortuna de entrevistarlo por más de cien horas y, no solo eso, sino de ser su amigo, de tener una compenetración intelectual.  

IR: Tú has dicho lo esencial: Fidel Castro era un intelectual. Claro, iba vestido con ese uniforme guerrero y se le llama comandante por lo que se le confunde con un militar. Pero también hay militares intelectuales, tal como lo demuestra la historia de América Latina. Fidel era un militar como lo fue Bolívar, que primero fue un intelectual y, luego del análisis de la situación, concluye que el poder hay que tomarlo por las armas, y comienza con el asalto al Moncada y sigue con la construcción de un ejército, que empieza de la nada y termina creado una montaña. Es ante todo un intelectual, un hombre que ha estudiado ciencias jurídicas, que tiene un análisis intelectual muy claro de lo que es la situación en Cuba y lo demuestra en su célebre alegato La historia me absolverá, donde estudia de una manera quirúrgica lo que era económicamente, sociológicamente y políticamente la situación social de Cuba. Tuve la suerte de conocerlo temprano por la vinculación familiar. Conocía a una persona que recibía Bohemia, que era el gran semanario de Cuba en los años 50, relativamente liberal y progresista, cuando estaba en pleno auge la represión de Batista. También tuve la suerte de conocer a grandes intelectuales cubanos, como Alfredo Guevara, luego conocí a Alejo Carpentier y muy pronto tuve acceso a Fidel Castro, quien se interesó mucho en un libro mío que se llama Propagandas silenciosas. Me invitó a dar una conferencia en el teatro Carlos Marx, que es la sala de mayor capacidad que hay en La Habana. Él estuvo allí, a mi lado, y luego ordenó reproducir ese libro, que analiza los mensajes ocultos de los relatos de gran audiencia que van desde los clips musicales, la publicidad, las películas cómicas o los westerns italianos. Había desarrollado eso en un seminario en Caracas, en los años 80. Tuve la suerte de que Fidel se interesara en conversar conmigo, a veces en compañía de Gabo. Me invitaba a reunirnos y a cenar con él y siempre pude comprobar su honestidad intelectual. Contrario a lo que se dice, que él solo hablaba, hablaba y hablaba, era un hombre que escuchaba mucho y leía mucho. Varios de mis libros los leyó de inmediato y en poco tiempo. 

MAPP: Por cierto, García Márquez decía que uno de los más acuciosos correctores de sus novelas era Fidel, a quien le entregaba el original de 400 páginas en la madrugada, luego de una larga tertulia, y a la mañana siguiente ya lo tenía con correcciones. Incluso detectó un personaje que había muerto dos veces. 

IR: No conocía esa anécdota, pero no me extraña porque era un lector muy puntiagudo, muy fino. Era un gran lector, siempre tenía varios libros y hacía algo que muchos políticos no hacen: leer novelas, no solo informes y ensayos. Tal vez por eso era un gran creador de la política. En política hay grandes creadores, igual que en la música, la pintura y otras artes. Fidel y Chávez comparten esa característica: ambos son creadores de algo nuevo, que no ha existido antes, incluso en materia de palabras, de términos, en la forma como inventan cosas. Chávez era un goloso de las palabras, le gustaba saborearlas, y era también un gran lector, siempre tenía varios libros en proceso, que podían ser ensayos y novelas. Él era el resultado de sus lecturas, un autodidacta, un hombre formado en la Academia Militar, pero, igual que nosotros, que hemos complementado nuestros estudios con lo que hemos leído. No nos hemos limitado a tener un título. No se puede hacer nada sin imaginación ni creatividad. 

MAPP: Pocos días después de la muerte de Chávez, el comandante Fidel me invitó a conversar y me dijo: “Nunca Cuba tuvo un mejor amigo”, una afirmación muy contundente, si se considera todos los buenos amigos que ha tenido Cuba y que tuvo, personalmente, Fidel, como Hemingway, Sartre, el Che Guevara. En otra ocasión, Chávez me llamó, mientras estaba en su última campaña electoral, y me dijo que estaba leyendo un libro sobre filosofía de la comunicación. Me preguntó si conocía Habermas y a Dussel. Le dije que sí, que había asistido a un seminario con Habermas. Me dijo, “entonces tú eres la persona para discutir este tema” y alegaba que el pueblo venezolano no se merecía el nivel tan bajo en materia de comunicación política que le estaba ofreciendo el candidato opositor, Henrique Capriles y, por ende, él mismo. Ese día se estaba preparando para la rueda de prensa final de su campaña, para responder a periodistas que seguramente lo iban a tildar de dictador o de cualquier otra cosa. Esos son el Fidel y el Chávez que tanto han tratado de esconder, de acallar. 

IR: Esto que has contado es muy característico de esa extraordinaria cualidad de Chávez de rendirles homenaje a los autores que le fascinaban intelectualmente, sin preocuparse si eran de derecha o de izquierda. El solo hecho de que haya un jefe de Estado que sea lector de Habermas ya es algo extraordinario. 

MAPP: Y en medio de una campaña electoral. 

IR: Cierto. Él mismo me contó una anécdota sobre sus tiempos en la Academia, cuando estaba tan lejos de su familia y los fines de semana libres los pasaba con una persona al que él llamaba tío, pero que no era su familiar. Solo había tenido una relación sentimental con un tío de él. Cuando iba a esa casa compraba libros usados. Le pregunté qué libros compraba y él me mencionó uno que le fascinó, de Teilhard de Chardin, sobre el origen del pensamiento filosófico. Mucha gente no sabe quién es este autor, un filósofo jesuita que se enfocó en cómo se crea el ser humano a partir de la animalidad. También se especializó en China y había escrito un libro sobre socialismo y cristianismo, y Chávez estaba interesado en ese punto. Algo tan abstracto como el pensamiento de Teilhard de Chardin, un filósofo que pocos conocen, le había fascinado a este chico que había pasado la semana en una academia militar y que uno podía imaginar que en sus días libres iba a descansar viendo televisión, un partido de béisbol y distraerse con los amigos, pero no, se ponía a leer a Teilhard de Chardin.  

MAPP: Te voy a contar otra anécdota en la que tú tienes toda la culpa. Era yo muy joven y estaba realizando un posdoctorado en La Sorbona, París I. Había terminado una maestría en Historia del Renacimiento. De pronto empieza a correr la información de que se iba a presentar un presidente el Anfiteatro de La Sorbona, y que era una especie de dictador militar joven. Todas las miradas fueron hacia mí por ser venezolano, aunque me había ido de Venezuela en 1995, teniendo solo 17 años, con una beca para Roma y luego me otorgaron otra para París. Tenía al menos cinco años desvinculado del país. Hablo de mí porque siempre las derechas latinoamericanas le preguntan a uno como es que un posdoctor de La Sorbona puede ser chavista y yo les explico cómo fue que lo conocí. En esa conferencia estabas tú con un Chávez muy joven. Entonces empezó a hablar y yo le decía a mis amigos: “eso que está diciendo es el capítulo uno de mi tesis”; y siguió hablando y era el capítulo cuatro o era la introducción… Ahí me di cuenta de que una persona nos podía hablar de la historia occidental de la filosofía, de los presocráticos, de San Agustín, del Medioevo, de Maquiavelo y la modernidad, y en medio de eso, recitar poesía y cantar coplas en el anfiteatro de La Sorbona. Cuando ese joven Chávez terminó de hablar yo ya estaba convencido de que era un intelectual y mi generación no había conocido un presidente, en aquella IV República, que supiera siquiera hablar bien. 

IR: Haces muy bien en recordar ese momento, que fue muy importante porque contradice a los que menosprecian a Chávez. Eso, si mal no recuerdo, fue en 2001. Él estaba todavía recién llegado, pero ya tenía una campaña feroz en su contra en Venezuela. El presidente de La Sorbona, de quien nadie podía decir que era chavista, decidió invitarlo. Yo había escrito lo que seguramente fue el primer artículo positivo que se publicó en Europa sobre Chávez, en septiembre del 99… 

MAPP: Sí, porque incluso Gabo publicó otro artículo, llamado Los dos Chávez, donde dejó abierta la incógnita de si iba a ser un revolucionario o un dictador. 

IR: Efectivamente, yo conocí mucho a Gabriel García Márquez y él se mantuvo siempre al margen. Pero Chávez apreciaba mucho su obra, la había leído toda, lo admiraba. Siempre quedará ese misterio de por qué Gabo no quiso aceptar su invitación de venir a Caracas y compartir con él. Hay que respetar la posición del Gabo porque tampoco nunca dijo nada en contra ni participó en la campaña hostil. Entonces, volviendo al acto de La Sorbona, Chávez hizo ese discurso excepcional, medio improvisado porque solo llevaba unas notas, en el que citó a Nietzsche (de quien era un gran lector), a Séneca, Julio César, Napoleón, al Bolívar filósofo y político. Dio una clase magistral, primero de retórica y luego de una filosofía política en acción. Estaba proponiendo cambiar una serie de sistemas anquilosados que se mantenían en pie bajo el pretexto de que eran expresiones de la democracia. Él había logrado que la democracia venezolana diera un salto hacia adelante. Lo había hecho en la práctica y en su disertación teorizó sobre aquello. Tú puedes recordar la reacción de los estudiantes, la mayoría de los cuales ni siquiera sabían quién era él. Fue un triunfo.  

MAPP: Siempre que me preguntan por qué volví a Venezuela, cuando pude quedarme en Europa, siempre digo que es por culpa de Chávez. Ahora puedo agregar que también fue de Ignacio Ramonet. 

IR: Bueno, yo muy poco, en realidad. 

MAPP: No puedo dejar de preguntar sobre el 11 de abril, aquel primer golpe de Estado mediático, en el que los canales privados de televisión contaron una historia falsa por la que incluso se premió a un periodista en España. Termina siendo Le Monde Diplomatique y nuestro amigo Maurice Lemoine contando la otra perspectiva de la historia. Ahora parece un hecho evidente, pero cuando no había evidencia fue la iniciativa de un periodista e intelectual la que cambió la perspectiva que se había logrado imponer sobre esos hechos. 

IR: Así es. Maurice Lemoine tuvo un rol, como periodista y como testigo, que fue decisivo. Por cierto, el pasado 21 de noviembre coincidimos en Venezuela por las elecciones, lo que fue una gran alegría para mí. Fuimos a Puente Llaguno y nos contó lo que vio, como testigo directo. Para que veas que a veces la historia descansa en pequeños detalles, resulta que él se había estropeado el tobillo y por eso no pudo estar en la marcha de la oposición que vino el este de Caracas hacia el centro, sino que se situó en ese lugar (cerca del palacio de gobierno) y empezó a hacer fotografías. Estuvo allí cuando se produjeron los primeros disparos de los francotiradores, cuando los chavistas responden el fuego en contra de esos francotiradores y cómo se fue montando el relato que derroca a Chávez porque supuestamente ordenó disparar contra el pueblo. Todo eso es una manipulación organizada. Menos mal que Maurice está allí y escribe el relato de los hechos reales, que es publicado por Le Monde Diplomatique y luego es reproducido por The New York Times, The Washington Post, The Guardian y con eso la verdad estalla. Hoy en día eso está muy claro y ha habido muchos documentales que explican cómo construyeron los dueños de medios algo que no había ocurrido y que, obviamente, Chávez no había ordenado. 

MAPP: Para ir concluyendo, Ignacio, eres hijo de republicanos españoles que deben huir de su país; eres testigo presencial del colonialismo y de los movimientos descoloniales en África; testigo presencial de los años de oro de París; alumno de los principales intelectuales de ese gran boom; una experiencia periodística en Le Monde Diplomatique, medio al que ayudas a cambiar y que tiene un impacto mundial; redactor de un editorial en el que se propone ATTAC y que termina generando movimientos y partidos como Cinque Stelle y Podemos y Syriza en Grecia; participante de Porto Alegre y de los movimiento altermundialistas en general; testigo de la ebullición que revienta con la llegada de Chávez, Evo, Pepe, Lula, Kirchner, de los movimientos de integración (ALBA, Telesur, la Universidad del Sur, Petrocaribe, Petrosur)… En fin, has sido un testigo fiel de todo esto con el arma fundamental de las ideas, de la palabra, entonces, te pido tu reflexión de cierre sobre el rol del intelectual en este siglo XXI, donde todas las estructuras de divulgación política están cambiando por este metaverso, este 2.0, esta virtualidad.  

IR: Siempre he pensado y lo pienso hoy, que el rol del intelectual debe ser el de analizar con mucha honestidad la realidad por la cual se interesa. Eso es lo que, por cierto, tú haces. Las armas de las ciencias sociales y políticas ayudan enormemente. El intelectual debe testimoniar, aunque sea en contra de la doxa política dominante. Hay en la América Latina batallas que son dignas de llevar a cabo. Por ejemplo, la respuesta al acoso contra la Revolución Bolivariana, los ataques despiadados contra el presidente Nicolás Maduro, que deben ser denunciados por cualquier intelectual honesto de hoy en día porque no corresponden para nada con lo que está sucediendo. Por el contrario, este bloqueo criminal que se le ha impuesto a Venezuela se ha saldado por un sufrimiento colosal del pueblo y los autores de este bloqueo, el imperialismo estadounidense, no pueden tener la conciencia tranquila luego de cometer semejante crimen contra la humanidad y que llevan 60 años cometiendo contra Cuba sin que ese sufrimiento apocalíptico que causan les haya traído alguna victoria política. El intelectual debe analizar la realidad, viéndola de cerca. No se trata de asumir posiciones de principio, aunque estos sean muy bonitos. Luego de verla y analizarla, el intelectual, sobre todo si también es periodista, debe testimoniar esa realidad, lo cual es un riesgo. Yo hasta he escrito un libro contando cuánto me ha costado defender a la Revolución cubana, en términos de sanciones, de expulsiones. No hablo ni siquiera en lo referido a reputación, sino de cosas más concretas: pérdida de empleos, no publicación de textos, censura en muchos medios; pero ahí es donde hay que ser coherente y firme. Evidentemente, si la situación cambia, el intelectual debe registrar dicho cambio. Por otra parte, esto no significa ser sistemático. Yo no soy defensor de una revolución per se, no soy especialista en todas las revoluciones que aparecen, sino que me limito a lo que conozco un poquito. Y conozco un poquito la Revolución cubana y otro poquito la Revolución Bolivariana, sobre las que tengo la conciencia tranquila y puedo compartir cierto número de consideraciones que pueden ser críticas porque nada es perfecto en este mundo y siempre hay cosas que pueden hacerse mejor. 

MAPP: Quiero agradecerte tu coraje porque estar en tu posición en esa Europa de pensamiento único neocolonial no es fácil. Mantener esa postura más allá de sanciones y amenazas, mientras otros intelectuales reciben premios y homenajes por militar en las derechas y extremas derechas. La estética hollywoodense pretende hacernos creer que las personas más peligrosas son las más musculosas y mejor armadas, pero la verdad es que son las que defienden sus ideas. Yo quiero cerrar este programa dedicándote este fragmento del tema El necio, de Silvio Rodríguez: “Para no hacer de mi ícono pedazos / Para salvarme entre únicos e impares / Para cederme lugar en su parnaso / Para darme un rinconcito en sus altares / Me vienen a convidar a arrepentirme / Me vienen a convidar a que no pierda / Me vienen a convidar a indefinirme / Me vienen a convidar a tanta mierda. / Yo no sé lo que es el destino / Caminando fui lo que fui / Allá Dios que será divino / 
Yo me muero como viví” … Así es usted, compadre, ese es Ignacio Ramonet. 

IR: ¡Gracias, querido Miguel Ángel, ha sido muy estimulante, como siempre, conversar contigo! Espero que podamos hacerlo de nuevo en 2022. 

MAPP: Muy feliz 2022 para ti y para todos porque con este programa cerramos el 2021. Hasta pronto. 

(LaIguana.TV)