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Las operaciones de manipulación de masas han escalado hasta unos niveles definitivamente surrealistas.

 

Por ejemplo, si revisamos los contenidos de los medios de comunicación tradicionales y vemos la información que fluye por todas las redes sociales, constataremos que casi todas dicen que en Nicaragua se está produciendo una escalada represiva brutal y asesina contra jóvenes inermes e inocentes. Pero todas las imágenes que acompañan a esa versión de los hechos, la contradicen palmariamente. En fotos y videos los que aparecen son unos sujetos portando armas de fuego o morteros artesanales, tipos con pintas de delincuentes comunes que incendian casas o que, en plena calle, torturan y queman a personas a las que acusan de “ser sandinistas”, criminalizando así una preferencia política legal.

 

Es como si te mandaran una serie de videos y fotos de un montón de obesos en una gran comilona y te dijeran: en la foto se puede observar a unos pobres desnutridos muriendo de hambre. Lo insólito no es tanto que pretendan engañar a grandes masas de esa forma. Lo insólito es que, ciertamente, lo consiguen. Y hasta logran que mucha gente envíe colaboraciones para alimentar a los infortunados famélicos.

 

“Ya ni siquiera se preocupan de la disonancia cognitiva”, me comenta una amiga que se la pasa leyendo estudios de Semántica Lógica. “Si se preocuparan por eso, intentarían ocultar ese lado criminal de los supuestos manifestantes democráticos y mostrarían solo la acción de los cuerpos de seguridad. Pero es obvio que ya eso no les parece necesario. La gente es engañable incluso cuando se le expone a material veraz”.

 

En eso, los venezolanos tenemos dolorosa experiencia. El año pasado, durante cuatro largos meses, grupos de manifestantes violentos cometieron toda clase de delitos (incluyendo el linchamiento) y los medios internacionales reportaron siempre “represión desmedida del gobierno contra jóvenes pacíficos”. La gente de las urbanizaciones de clase media y media alta podía ver desde sus balcones las acciones criminales de un atajo de malandros, o las sufría directamente al salir a la calle y pagar peaje, pero seguía (y algunos siguen) diciendo que eran “muchachos libertadores”.

 

En el campo mediático, piezas de colección de estas operaciones de distorsión total de la realidad son las portadas de varios periódicos españoles, estadounidenses y latinoamericanos del día 31 de julio. Las primeras planas llevaron la foto de una enorme explosión en plena avenida Francisco de Miranda, justo cuando pasaba un escuadrón motorizado de policías. Fue un atentado perpetrado por la derecha golpista para matar a los funcionarios, pero los titulares que acompañaron la foto indicaban lo contrario: “Maduro recurre a la violencia para imponer su Constituyente”.

 

(Por cierto, en la víspera del Día del Periodista y del Bicentenario del Correo del Orinoco, hay que decir que existen fuertes elementos de convicción de que ese atentado fue “coproducido” por los medios, dada su espectacularidad y la ubicación inmejorable de algunos fotógrafos y camarógrafos. En caso de que haya sido así, estaríamos frente a una monumental violación de toda norma ética en materia de comunicación social. Pero ese es otro tema).

 

Más información es igual a más desinformación

Lo más sorprendente es que este proceso de alienación ocurre en tiempos en los que la ciudadanía está más informada que nunca antes.

 

Ya la persona no depende de lo que pongan en pantalla unas pocas televisoras o de las fotos que publiquen unos diarios al día siguiente, sino que tiene toneladas de material gráfico, recibido al instante en sus propios teléfonos o computadoras, captado tanto por profesionales del periodismo como por gente de otros oficios o por las omnipresentes cámaras de seguridad del mundo moderno.

 

Pero ese ciudadano hiperinformado solo cree lo que quiere creer. El opositor venezolano pudo ver casi en tiempo real como quemaron vivo a Orlando Figuera en una manifestación antichavista, sin que participase funcionario policial o militar alguno. Pero para ese opositor, aquello no fue un acto de barbarie injustificable. Algunos (incluso en los comentarios de esta página lo he leído muchas veces) aseguran que se merecía la suerte que tuvo porque “estaba robándose un celular”, mientras la dirigencia política y los medios de comunicación opositores optaron –ignominiosamente- por incorporar su nombre a la lista de víctimas de “la tiranía”.

 

Quienes desarrollan estas operaciones de manipulación consiguen crear en el propio momento de los acontecimientos, una realidad paralela que, con el transcurrir del tiempo, se vuelve la única e indiscutible, gracias a la intervención de múltiples factores, como gobiernos adversarios, organismos internacionales hegemónicos, organizaciones falsamente no gubernamentales, agencias de inteligencia, corporaciones y oligarquías. Lo vemos en el caso de Venezuela, que ha terminado como un país asediado, bloqueado y difamado a diario con la justificación de unas violaciones a los derechos humanos que, en su mayor parte, fueron perpetradas por los grupos violentos de la derecha.

 

Y lo veremos –tristemente- también en el caso de Nicaragua, por más que todas las imágenes que nos lleguen sean de pandilleros cometiendo tropelías.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)