En el plano financiero, en el declive hacia un mundo sin hidrocarburos, los grandes capitales intentarán monopolizar la emisión de circulante a través de criptomonedas. El dinero físico será progresivamente sustituido por sistemas informáticos que incrementarán el control sobre los ciudadanos. Marginales y excluidos crearán complejas economías clandestinas de tráfico de bienes o servicios ilegales o prohibidos. El creciente déficit fiscal agigantará la deuda pública, la cual sólo podrá ser pagada mediante una devaluación masiva que implicará el colapso financiero total. Los negocios especulativos del capital financiero intensificarán la hiperconcentración de capitales, acercando el momento en que un solo grupo monopolizará toda la propiedad global y los expropiados expropiarán a los expropiadores.   

En lo político, los Estados de los países hegemónicos intensificarán esa complicidad absoluta con el gran capital que Franz von Neuman llamó fascismo. Todos imitarán a Estados Unidos en amalgamar política y economía, legitimando los sobornos privados a partidos, candidatos y funcionarios. El desmantelamiento del Estado de Bienestar recrudecerá oleadas de protesta. Las tecnologías de la información instaurarán un espionaje total sobre los ciudadanos, que escudriñará sus actividades, vínculos, ideas y estilos de consumo. Programas y campañas de los candidatos serán cada vez más farsas de manipulación distanciadas de la realidad económica y social; el vacío del poder institucional engendrará poderes invisibles y paraestados fácticos. Venezuela puede y debe emplear sus inapreciables reservas de energía para garantizar un soberano Estado de bienestar para sus ciudadanos, y asegurarles la transición exitosa hacia un difícil mundo cada vez más desprovisto de hidrocarburos. 

En lo internacional, la creciente imposición de medidas coercitivas forzará a bloques y países a luchar denodadamente por la autosuficiencia económica y la independencia política, imponiendo un sistema multipolar. El colapso de transportes y vías propiciará la secesión de grandes unidades geopolíticas. La ininterrumpida agresión de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia la forzará a estrechar cada vez más vínculos con China, afirmando al Asia como continente hegemónico. Las luchas por los restos del combustible endurecerán la confrontación entre bloques y multiplicarán guerras “limitadas” contra los países productores de hidrocarburos o con vías que los transporten. Los resquicios dejados por dichas pugnas permitirán el surgimiento de nuevas revoluciones. Venezuela puede y debe aprovechar estas confrontaciones para evitar ser invadida y despojada por alguna de las potencias en pugna, y utilizar las diferencias entre ellas para preservar su existencia y sus recursos. 

En lo estratégico, los imperios multiplicarán el cada vez más oneroso gasto armamentista. Potencias en declive financiarán y entrenarán cada vez más milicias paramilitares reclutadas entre marginados, excluidos y fanáticos que suplantarán progresivamente a los ejércitos imperiales y recrudecerán la sistemática desestabilización de cualquier país que intente organizarse de manera coherente. Como en la Decadencia de Roma, las fuerzas mercenarias se insubordinarán contra los imperios que las crearon y tratarán de someterlos. Estados Unidos invocará el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca para integrar al Comando Sur con fuerzas interamericanas a fin de dominar los canales interoceánicos del Istmo, los recursos de la Amazonia, las reservas petroleras de México y Venezuela. La progresiva escasez de insumos de alta tecnología inutilizará los ejércitos convencionales y favorecerá el contraataque de guerrillas en relación orgánica con sus pueblos. El conflicto en Ucrania, punto final de la expansión de la OTAN, descarta su papel como instrumento militar de Estados Unidos. El peligro de la Mutual  Assured Destruction desaconsejará el recurso al armamento nuclear, que equivaldría a un suicidio planetario, pero se ensayarán armas biológicas malignas, como la bacteria israelí devoradora de petróleo, los virus que se preparaban en laboratorios estadounidenses en la frontera ucraniana con Rusia o plagas genéticamente modificadas, armas orbitales, sistemas de modificación del clima, drogas sicológicamente inhabilitantes, dispositivos de nanotecnología indetectables. Venezuela puede y debe fortalecer, modernizar y renovar sus defensas, incorporando la totalidad del pueblo a la protección de sus recursos. 

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En lo cultural, el incrementado costo de los objetos materiales incentivará su progresiva sustitución por bienes informáticos, experiencias virtuales, mensajes subliminales, avatares y metaversos, realidades alternativas pobladas de seres y utensilios ilusorios. El control monopólico de los medios extremará el divorcio entre el mundo informático y la realidad. Ideologías neofundamentalistas, neonazis, neoracistas, neosuprematistas, neocolonialistas, neoimperialistas proliferarán a medida que se vayan debilitando los poderes fácticos para imponerlas.  La educación a distancia borrará progresivamente límites entre información, entretenimiento y propaganda. Las tecnologías de la información desviarán la atención de las masas alienadas de sus propios problemas hacia fanatismos y conflictos étnicos, locales y de género. Una censura omnipotente expulsará de bibliotecas, filmotecas, agencias de información, medios y redes sociales toda mención a ideas, personas, etnias, países o culturas disidentes. El colapso de la globalización dejará espacio para un resurgir de culturas, subculturas y contraculturas regionales, nacionales y locales. El desamparo del ciudadano común propiciará el consumo de drogas   y nuevos cultos e incluso el surgimiento de cultos ecuménicos de los desposeídos. Ninguna de las crisis examinadas puede ser resuelta por el capitalismo. Venezuela puede y debe forjar una nueva teoría revolucionaria que interprete todas las variables precedentes y despeje el camino hacia el socialismo, una nueva humanidad y una naturaleza nueva. 

(Luis Britto García)