El capitalismo es un sistema hegemónico. Esto significa que quien pretende hacer las cosas de una manera diferente, es relegado, segregado, perseguido, castigado, sancionado, bloqueado, bombardeado, robado, exterminado y todos los otros verbos similares para los que alcance el resuello de quien lea esto en voz alta. 

Luego de someter a los disidentes (reales o declarativos) a esas acciones ominosas, el capitalismo pone cara de triunfo y dice: “¿Vieron? ¡Ese otro sistema es un fracaso, no sirve para nada, los países que lo intentan quedan en la ruina!”. 

Es más o menos como si mis hijos quieren profesar una religión y yo les impongo la mía, encerrándolos durante un año a pan y agua, sin bañarse, y (horror de horrores) sin internet ni celular, y luego les digo: “¿Se convencieron de que dios castiga a los herejes?”. 

En fin, valga esta introducción (sobre algo obvio, pero que mucha gente no quiere entender) para decir que un sistema tan dominante como lo es el capitalismo en su etapa neoliberal cuando no se establece voluntariamente se impone a la fuerza; y, viceversa, cuando no logra imponerse por la fuerza, se pone uno de sus disfraces (democracia, derechos humanos, transparencia, ecología, etc.) y te dice que hay que “negociar”. 

Y eso nos trae a nuestra dinámica actualidad política y económica, en la que alguna gente se siente escarnecida porque el capitalismo, después de tanta lucha, después de tanta pela derivada de nuestras decisiones soberanas de buscar una alternativa, se nos está metiendo por las ventanas, por los desagües y hasta parece que por la puerta principal y con alfombra (roja). 

En el caso de Venezuela, quienes se tornan críticos tienen razones más que válidas. Son personas que han sufrido las consecuencias de que el país se haya declarado socialista (sin lograrlo en la práctica, que quede claro), y que ahora lo ve retornar, fáctica y simbólicamente, a la zona de confort del capitalismo, incluso con algunas de sus expresiones más banales y balurdas. Perdonen la palabreja, pero es como para arrecharse. 

Ahora bien, cuando uno deja de lado esas calenteras muy justificadas y se pone a analizar el asunto con cierto equilibrio (algo, de verdad, muy difícil), tiene que admitir que es una pelea demasiado desigual esta que libra un país pequeño y castigado durante casi una década por las extorsiones, contra ese sistema dominante.  

Y es necesario tratar de entender que quienes han tenido el encargo de conducir la nación hacia el socialismo en tales circunstancias han debido jugar a veces ajedrez político (lo que parece muy intelectual y refinado), pero la mayor parte de las veces han tenido que caerse a golpes, jugarse el pellejo en el candelero de la realidad. 

A quienes flagelan al presidente Nicolás Maduro por haberle hecho concesiones (insisto, fácticas y simbólicas) al maldito capitalismo habría que invitarlos, respetuosamente, a decir cómo habrían hecho ellas o ellos en su lugar. ¿Podría alguien haber traspasado ileso este período de bloqueo y medidas coercitivas unilaterales sin menoscabar en absoluto el proyecto socialista? De verdad, me gustaría saber cómo lo habría logrado para rendirle honores a esa persona. 

Esto nos remite a otro de los grandes asuntos implícitos en las críticas: el legado. 

Sucede que a Maduro y su equipo los comparan con Chávez y el suyo y en el cotejo ya sabemos quién sale perdiendo. Pero, una vez más, hay que hacer un esfuerzo para no dejar que la opinión sea básicamente emocional, visceral. Es imprescindible considerar el contexto y abandonar la tentación de romantizar el tiempo pasado. 

El liderazgo

Veamos esto detenidamente. Empecemos por la dimensión del liderazgo. Cuando el comandante partió en 2013 no había nadie en el país que llenara el espacio que él ocupó. Es un hecho objetivo del que, todo parece indicar, nunca ha tenido dudas ni siquiera el propio Nicolás Maduro.  

Algún día se sabrá si la enfermedad de Chávez fue inducida de alguna manera, pero aún en el caso de que no lo haya sido, el capitalismo hegemónico (llámelo imperio u Occidente global, como le dicen ahora) aprovechó su ausencia y el menor peso específico del sucesor para desatar toda su furia contra un gobierno que proclamaba el socialismo del siglo XXI.  

La guerra económica, la declaración de Venezuela como amenaza inusual y extraordinaria para Estados Unidos, las medidas coercitivas unilaterales, el bloqueo y la designación arbitraria de un gobierno paralelo ocurrieron después del fallecimiento del líder fundamental. ¿Se habrían atrevido los enemigos a dar esos pasos frente a Chávez? Es una gran duda, pero puede especularse que tal vez habrían ido con más prudencia, por aquello que nos enseña el refrán del mapurite que sabe a quién perfuma. 

Por supuesto que, siempre en el plano hipotético, uno puede decir que Chávez, con su formidable liderazgo, habría sido también más estricto en eso de exigir la aplicación del ideario socialista a sus colaboradores inmediatos. No obstante, siempre habrá un abogado del diablo que controvierta esta certeza y diga que el comandante tampoco fue muy efectivo en la tarea de detectar y expulsar a los contrarrevolucionarios. Por el contrario, algunos de sus más devotos e incondicionales subalternos han resultado ser adoradores del poderoso caballero don Dinero, gente que ahora da lecciones de moral desde el exilio dorado, y hasta visitadores del autoproclamado en momentos cruciales. 

El contexto económico

La diferencia de fuerza entre los dos liderazgos no es el único factor a despejar en la ecuación que explica por qué ahora estamos más lejos del socialismo que antes de 2013.  

Sucede que fue precisamente a partir de ese año cuando empezó la debacle de los precios petroleros. Es decir que al nuevo gobierno le tocó lidiar no solo con la falta de Chávez (un hándicap ya de por sí descomunal), sino también con una merma grave de los ingresos nacionales. 

Surge así el debate sobre si es lo mismo atender las necesidades del pueblo con o sin dinero. Luce como una discusión boba, pero en esa noria hemos dado vueltas por casi diez años. 

Y hay que agregar que esa caída de los precios era apenas el preludio de la tragedia que se nos venía encima. Por un lado, la industria petrolera estaba seriamente deteriorada por culpa de la corrupción y otros males internos, los que se arrastraba desde los tiempos de Chávez, sea dicho sin apasionamientos, pues su emblema es Rafael Ramírez. La combinación de bajos precios en el mercado internacional y ladrones dentro de Pdvsa no podía ser más letal, y el astuto capitalismo hegemónico se aprovechó de esas debilidades para hacer el mayor daño posible, a costa del sufrimiento de la gente, tal como lo dijo, sin tapujos, el genocida exembajador William Bronwfield.  

[Por cierto, este personaje, al que el ingenio venezolano apodó “el Tuqueque”, no se atrevió a ser tan directo cuando estaba Chávez, con lo que volvemos al asunto del mapurite, pero ese es un tema colateral]. 

Entre la concesión y la entrega

Mi conclusión personal y parcial (hasta ahora) es que en el escenario geopolítico de los últimos diez años nadie hubiese podido vadear el temporal del bloqueo, las sanciones, los robos, la guerra económica, el sabotaje a los servicios públicos y la violencia opositora sin ceder en algunos ámbitos fundamentales.  

Como les gusta decir a los sociólogos y politólogos, se trata de “lo realmente existente”, no de las lucubraciones teóricas de la ortodoxia marxista ni de las poses aguajeras de los exchavistas-más-chavistas-que-Chávez. Y es en ese terreno donde ha debido gobernar Maduro. 

Ahora bien, en esto de la realpolitik hay un espectro que comienza con las concesiones tácticas y termina con la entrega absoluta de los principios.  

La habilidad (y la honestidad) política consiste en hacer las jugadas necesarias para no llegar hasta el extremo, lo que sería, sin atenuantes, una traición a los valores por los que el pueblo chavista ha luchado y, en muchos casos, dado la vida. 

Y es aquí donde se mezcla lo fáctico con lo simbólico. En lo primero, hay aspectos concretos de la política económica que no se diferencian en nada de los modelos neoliberales, lo que hace pensar a mucha gente que tanto sacrificio ha sido en vano. Y algunos funcionarios, tal vez por estar dentro de burbujas, aislados del pueblo común, no quieren ni siquiera oír los clamores de quienes están pagando las consecuencias de esta gran concesión. 

En lo simbólico (que no es sinónimo de cosmético, sino una esfera fundamental en la lucha política) se cede peligrosamente cuando se le rinde pleitesía a los íconos del adversario ideológico: el poderoso caballero ya mencionado; el consumo desenfrenado, la ostentación del lujo y la ludopatía como signos de prosperidad; y hasta pequeños y estúpidos detalles como el culto a los superhéroes de estilo Marvel. 

Ya muchas personas calificadas y prominentes han lanzado las advertencias, pero no está de más hacerlo de nuevo: mucho cuidado como después de tanto nadar contra la corriente, nos ahogamos en la orilla. 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)