Causó  conmoción mediática  un robot que parecería haber pasado exitosamente el test de Turing al producir mensajes difícilmente diferenciables de los que emite un ser humano.

Mecanismos informáticos nos suplantan progresivamente. Cajeros automáticos desplazan a sus homólogos biológicos; dispositivos cibernéticos conducen autos,  aeroplanos y drones; analistas artificiales diagnostican enfermedades o interpretan documentos jurídicos con mayor precisión que sus colegas biológicos.

Las  máquinas redactan, componen música, elaboran  gráficas e incluso vencen en ajedrez al campeón mundial del juego ciencia. Incrementan su velocidad y capacidades de manera vertiginosa y exponencial, mientras que las nuestras permanecen estáticas.

Los analistas anticipan que durante esta década la informatización hará desaparecer más del 40% de los puestos de trabajo. Como  deploró el elegante Oscar Wilde en su medular ensayo “El alma del hombre bajo el socialismo”: “Hasta el presente el hombre ha sido, hasta un cierto punto, el esclavo de la maquinaria, y hay algo trágico en el hecho de que en cuanto un hombre inventa una máquina para hacer su trabajo, comienza a morir de hambre”.

Ello podría dar lugar a tres futuros. El primero de ellos es el de la obsolescencia del ser humano.

En efecto, en un mundo capitalista donde el 1%  de la población posee el 50% de la riqueza, y el 10%  posee el 88%, la inmensa mayoría que no es propietaria de medios de producción y vive de la venta de su fuerza de trabajo devendrá inútil en cuanto  las máquinas desempeñen sus labores de forma más rápida, barata y eficiente.

El capital ha esclavizado pueblos, exterminado naciones, desencadenado genocidios sin más objetivo que obtener dividendos.  ¿Que hará con una fuerza laboral suplantada por mecanismos que no exigen salarios?

En un sistema donde el beneficio es el bien supremo, la existencia humana no tiene valor contable. La masa inútil para producir plusvalía será exterminada por la violencia o la exclusión del circuito de trabajo, salario y consumo.

El mundo devendrá un campo de diversiones donde esclavos mecánicos laborarán para una oligarquía de propietarios integrada apenas por el 10 o el 1% de lo que fuera alguna vez la población mundial.

El exterminio de la mayoría de la humanidad resolverá además para la élite los problemas de la contaminación, la inestabilidad política y social  y el progresivo agotamiento de los recursos naturales.

El segundo futuro potencial es el de la progresiva fusión del ser humano con la maquinaria, llamado transhumanismo. Aceptamos en nuestro cuerpo prótesis, válvulas, marcapasos. Podríamos integrar órganos y funciones informáticas hasta desdibujar límites entre lo artificial y lo natural. Pero nuestra disponibilidad de implantes sería paralela a la capacidad de comprarlos: ello generaría oligarquías, proletariados y extinción de los menos informatizados.

El tercer futuro posible es la afirmación  de que la vida humana es un valor en sí misma, independiente de su rentabilidad o tasa de beneficio o de su capacidad para rendir trabajo alienado en un mundo ajeno.

Para conquistarlo, la humanidad debe arrebatar fuerzas productivas y medios de producción a la ínfima minoría capitalista que actualmente los acapara, y disfrutar entre todos de los frutos que el trabajo social de todos ha creado para todos.

Como también sentó Oscar Wilde en el citado ensayo: “Socialismo, comunismo, o como lo queramos llamar, al convertir propiedad privada en riqueza pública, y sustituir la competición por la cooperación, restaurará la sociedad a su debida condición de un organismo íntegramente sano, y asegurará el bienestar material de cada miembro de la comunidad. De hecho, dará a la vida su adecuada base y su entorno adecuado”.

Una sociedad en la cual el uso social avanzado de medios de producción automatizados cumpla el hasta ahora frustrado propósito de proveer a todos de los medios necesarios para la subsistencia nos libraría de la esclavitud del trabajo alienado, la miseria, la ignorancia y el hambre.

Citemos de nuevo a Wilde: “En el presente, las máquinas compiten con el hombre. Bajo las condiciones adecuadas, las máquinas servirán al hombre. No hay duda de que es éste el futuro de la maquinaria, así como los árboles crecen mientras el campesino duerme, la Humanidad se divertirá, o disfrutará del ocio cultivado –el cual, y no el trabajo, es la finalidad del hombre- o hará cosas hermosas, o leerá cosas bellas, o simplemente contemplará el mundo con admiración y delicia, mientras las maquinarias harán todo el trabajo necesario y desagradable”.

Esta sociedad otorgará tiempo libre para enfrentar nuestros verdaderos problemas: el sentido de la existencia, los límites del conocimiento, nuestra pertinencia cuando todas las tareas que nos hicieron humanos sean desempeñadas con mayor eficacia por máquinas.

Tal situación parece abrir un abismo, así como la invención de la fotografía en  1824  pareció hacer inútil a la pintura y a los artistas plásticos.

Ello sin embargo los desafió a plasmar todo lo que la cámara no podía hacer: al principio el color, con el Impresionismo. Luego, la representación de la locura y los sueños,  con el Dadaísmo y el Surrealismo. En fin, el retrato de las Ideas Puras, con el cubismo, el abstraccionismo y el Op Art, y el de las emociones, con el Expresionismo. Todo el arte moderno nace de la respuesta ante una máquina que amenazó con hacer superflua la figuración.

La doctrina del capitalismo tardío –la postmodernidad oficial- amenaza anular la Filosofía, la Razón,  la Historia, el Progreso, la Política, el Compromiso, la Ética, la Estética, tildándolos de “meta relatos” sin sustancia, pues el valor único de las cosas sería su cotización en el mercado.

Pero sólo fuera del mercado son relevantes militancia, Lógica,  Física,  Matemática,  Estética,  Literatura, Ciencia, Amor.

Decía Marx que vivimos en la  prehistoria, y que sólo después de que el socialismo nos libere del trabajo alienado entraremos en el Reino de la Libertad y comenzará la verdadera Historia humana.

No estamos ante el abismo, sino ante el Renacimiento.

(Luis Britto García / LaIguana.TV)