domingo, 6 / 10 / 2024

Hemos retrocedido muchos años en materia de derechos laborales (+Clodovaldo)

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Me perdonarán los aguerridos gladiadores  y los poéticos comeflores de la lucha de clases, pero quien se ponga a analizar con frialdad eso que un marxista llamaría “las condiciones objetivas” en las que se encuentran los trabajadores este 1° de Mayo, tiene que concluir que hemos retrocedido –en la escala global- a tiempos parecidos a aquellos de los mártires de Chicago.

Y, en nuestro ámbito doméstico, hemos retrogradado a la época anterior a la huelga petrolera de 1936, lo que es particularmente muy deprimente si se considera que tenemos 23 años intentando rescatar las banderas del socialismo, diez de ellos con un presidente que surgió de los estratos obreros.

El escenario global
Podemos afirmar que la desaparición del polo soviético, a comienzos de los años 90, le soltó las amarras al capitalismo mundial, y este, desde la hegemonía, se propuso acabar no solo con los modelos de gobierno comunistas o socialistas, sino también con el estado de bienestar que impulsaban los regímenes socialdemócratas, democristianos, liberales clásicos y afines.

Ese estado de bienestar, debe quedar claro para quienes no se hayan enterado -o se les haya olvidado-, no fue una concesión graciosa del capitalismo antes de la etapa neoliberal. Los trabajadores tuvieron que conquistarlo a sangre y fuego, siendo el episodio de Chicago, en 1886, apenas una de tantas muestras de ello.

A las clases dominantes no les quedó otra opción que ceder en algunos aspectos ante la presión obrera para tratar de mantener una paz social que favoreciera la productividad y el consumo, y, por tanto, sus ganancias. Y también para evitar que los trabajadores, hartos de tan feroz explotación, asumieran las rutas del socialismo y el comunismo, es decir, que se enfocaran en la toma del poder como clase social.

Una vez destruida la Unión Soviética y con ella la alternativa igualitaria, los dueños del mundo se dijeron a sí mismos que ya no hacía falta hacerles más concesiones a los trabajadores. Antes bien, había que quitarles las que habían alcanzado, incluso las más elementales, como la jornada de ocho horas, las vacaciones anuales, la seguridad social, los sistemas de jubilación y los beneficios para las madres trabajadoras.

Dicho y hecho. Este objetivo se logró rápidamente (en términos de tiempo histórico) mediante dos fórmulas muy típicas del neoliberalismo: la aplicación de sus recetas a través de dictaduras o de falsas democracias dotadas de feroces aparatos represivos; y la colonización de las mentes de los políticos, líderes sociales y hasta de los mismos trabajadores-víctimas.

Así llegamos hasta este presente de semiesclavitud, trabajo infantil, dobles y triples jornadas laborales, contratos precarios, ausencia de prestaciones sociales y, para completar, la autoexplotación implícita en las nuevas formas de trabajo autónomo y emprendeduría.

El fenómeno es global en el sentido recto de la palabra, pues esas características las comparten los países más representativos del capitalismo mundial (Estados Unidos, los de la Unión Europea y sus satélites); las naciones exsocialistas, como Rusia y las de su órbita; y la exitosísima China, con su modelo de “un país dos sistemas” y su “socialismo con peculiaridades chinas”.

Si se hiciera una comparación entre un trabajador promedio de cualquier país, digamos que de los años 70 y otro de la actualidad, se podría comprobar que el de ahora tiene jornadas más largas, menos reivindicaciones laborales, menos seguridad social y mayor fragilidad contractual. Son signos evidentes de la regresión histórica en la que estamos envueltos.

Las protestas en Francia son apenas una muestra de la dimensión del retroceso: el incendio del capitalismo en su etapa de libre combustión quiere alargar el tiempo de explotación de los trabajadores para que los accionistas de las grandes corporaciones tengan más dinero que acumular. Ya ni migajas quieren dejar caer de sus ostentosas mesas.

Dos de los preceptos fundamentales de la legislación laboral lograda a lo largo del siglo XX (a punta de huelgas, protestas, marchas, despidos y muertes) hoy se están derrumbando: la erradicación del trabajo infantil y la protección a los trabajadores pensionados.

¿Y en Venezuela?
Los avances tecnológicos aún no permiten que el autor de un texto les vea las caras a todos sus usuarios mientras leen. Pero en este caso no me hace falta para suponer que muchos estarán preguntando: ¡Ajá, ¿y de Venezuela no vas a decir nada?!”.

Pues sí, en Venezuela sufrimos todos los males descritos antes con acentos y particularidades muy propios de nuestra historia reciente.

Mientras en casi todos los demás países, la pérdida de reivindicaciones laborales ha sido sostenida y gradual desde los años 90 hasta el sol de hoy, en Venezuela vivimos un período en sentido opuesto. En los primeros doce años del siglo, la tendencia fue a que la clase trabajadora recuperara los beneficios que había perdido en las décadas anteriores e, incluso, que adquiriera otros nuevos.

El proceso de desregulación laboral, que había avanzado en los 90 (en especial bajo el gobierno democristiano-masista-chiripérico de Rafael Caldera) fue detenido y revertido por el comandante Hugo Chávez, con una nueva Ley Orgánica del Trabajo y otras medidas legales y administrativas, fruto de una clara visión de clase.

Pero, tras su fallecimiento y con la salida a la luz de todos los demonios nacionales y globales contra la Revolución Bolivariana (guerra económica, ataque a la moneda, escasez, hiperinflación, medidas coercitivas unilaterales, bloqueo, migración masiva, corrupción galopante, etcétera), esos avances se frenaron y dieron paso a una caída muy drástica.

Solo como ejemplo: la nueva Ley Orgánica del Trabajo recuperó la retroactividad de las prestaciones sociales al finalizar la relación laboral, una reivindicación que había costado muchas luchas en tiempos de la IV República y que le había sido escamoteada a los trabajadores mediante promesas incumplidas y trampas cazabobos en los patéticos años 90. Sin embargo, ese gran éxito de la LOT 2012 se ha diluido casi por completo porque los bajos salarios y la elevada inflación han hecho que las liquidaciones pierdan todo su potencial como ahorro familiar y social.

Hace algunos años, alguien que hubiese trabajado por un tiempo relativamente largo en una empresa u organismo podía utilizar su liquidación (dependiendo de su salario base) para dar pasos significativos en la compra de una vivienda o de un vehículo, montar un negocio o hacer un viaje importante. Pero en la actualidad, el finiquito apenas si alcanza, como mucho, para reponer algún artefacto doméstico, comprar ropa, calzado o comida o saldar deudas.

Es más, un alto porcentaje de la masa laboral no acumula sus prestaciones de antigüedad sino que las solicita regularmente, convirtiéndolas de hecho en salario. A la hora de un despido o renuncia, la indemnización no pasa de ser simbólica.

A mi juicio –y aquí escribo como alguien que participó en actividades sindicales en los años 80 y 90- uno de los retrocesos más dramáticos que hemos sufrido es el marcado por la desintegración de los organismos de representación y vocería de los trabajadores.

Está claro que las viejas centrales sindicales se fueron por el caño junto con los partidos que las tutelaban.

Emblemático fue el declive de la Confederación de Trabajadores de Venezuela, luego de su canto de cisne en el golpe de abril de 2002 y el paro-sabotaje petrolero de diciembre de 2002 y comienzos de 2003. La que había sido una fuerza fundamental dentro del partido Acción Democrática, terminó siendo un apéndice de Fedecámaras y del resto de la derecha más recalcitrante y de sus jefes imperiales.

Pero es más que obvio que la Revolución Bolivariana no ha sido capaz de construir un movimiento obrero con sentido propio, con dirigentes que tengan peso específico en el país y que puedan mostrar una conducta intachable ante las masas trabajadoras. Infortunadamente, se replicó el modelo cuartorrepublicano de centrales sindicales adscritas al partido de gobierno. Incluso, comparando con algo de objetividad, los líderes sindicales del PSUV tienen menos autonomía que la alcanzada por los presidentes de la CTV en tiempos del reinado adeco. No se debe olvidar que un hombre salido del Buró Sindical, Manuel Peñalver, llegó a ser secretario general de AD.

El liderazgo sindical del chavismo ha sido, básicamente, un instrumento eficiente para la movilización de masas en marchas y actividades proselitistas, pero nunca se les ha visto en ninguna postura proactiva y mucho menos en tono de confrontación, lo cual sería comprensible y natural porque el Estado es el gran patrono de los afiliados a los sindicatos, federaciones y centrales.

La orfandad de una dirigencia que comparta las angustias de las bases se ha agudizado en los últimos meses, en vista de que el gobierno se ha visto impedido de otorgar aumentos salariales en medio de un ambiente de inflación elevada.

Algunos de los más notables dirigentes sindicales chavistas, adicionalmente, son cuestionados por la misma militancia debido a su estilo de vida, muy lejos de las necesidades de los obreros y empleados. Otra lacerante similitud con tiempos idos.

En cuanto a la actividad sindical en el campo privado, el retroceso es dramático. Luego de años de guerra económica, medidas coercitivas unilaterales, bloqueo y pandemia, las empresas han emergido con la actitud de “agradéceme que te estoy dando empleo y que te pago mejor que el Estado”. Desde esa posición de dominio, acentuada por la dolarización parcial de la economía, los patronos privados han impuesto condiciones que hacen pensar en el feudalismo o en las primeras etapas de nuestro capitalismo neocolonial petrolero.

Cuando los trabajadores del sector privado intentan organizarse para exigir mejoras o si tratan de reclamar individualmente algún derecho vulnerado se encuentran con un muro: en las inspectorías del trabajo abundan la corrupción y la desidia. Ni hablar de los tribunales laborales, entre otras razones porque sus tiempos de respuesta son tan largos y los procesos tan engorrosos que la mayoría de los trabajadores desiste de apelar a ellos. ¿Con tanta precariedad económica e inflación quién está dispuesto a ocupar su tiempo en una pelea en la que el contendor tiene el poder del dinero y de muchos abogados?

Para completar la retrogradación en el área sindical del sector privado, se observa que muchos dirigentes sindicales han seguido el ejemplo que Carlos Ortega dio, dejando a un lado las contradicciones con los empresarios, en aras de la lucha contra el “rrrrégimen”. De ese modo, muchos de los sindicatos que  operan en el ámbito privado son incondicionalmente patronales y cualquier trabajador que pretenda solicitar reivindicaciones es tachado de “oficialista” (una grave ofensa en ciertos ámbitos) y combatido incluso por su propia organización sindical.

Finalicemos la revisión de esta tierra arrasada con los pensionados  y jubilados, el sector de la clase obrera que ha sufrido una caída más drástica en el poder adquisitivo de sus ingresos, luego de un tiempo de mejora sustancial en el que fueron dignificados.

En los ya mencionados doce primeros años del siglo se lograron grandes avances en aspectos fundamentales como el acceso a la condición misma de jubilados y pensionados y también en la remuneración mensual y en los pagos adicionales de fin de año.

Pero esas grandes ventajas se disolvieron velozmente por las oleadas de inflación e hiperinflación y con los graves problemas presupuestarios derivados del bloqueo, las medidas coercitivas unilaterales y la corrupción.

En la actual realidad es sencillamente imposible sobrevivir sólo con los ingresos de la mayoría de las jubilaciones y pensiones. En casi todos los casos, se trata de remuneraciones simbólicas que no cubren ni siquiera los gastos más elementales de una persona. Esto obliga a gente de la tercera edad a volver a laborar en condiciones desventajosas en empresas o a incursionar en la informalidad.

Entonces, retrocesos dramáticos a escala planetaria, replicados en Venezuela con nuestras peculiaridades, signan este 1° de mayo y hacen pertinente –aquí y allá- el consejo maoísta: “¿Qué hacer?: Desechar las ilusiones, prepararse para la lucha”.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

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