La profunda hipocresía de las sociedades del norte global tiene múltiples expresiones. Una de ellas es que sus gobiernos (incluso los que se presentan como de izquierda) adoptan políticas cada vez más segregacionistas contra los inmigrantes o aspirantes a tales, y luego se escandalizan cuando individualidades o determinados sectores de la ciudadanía adoptan esas mismas conductas.

Un ejemplo vivo y actual es el de las vestiduras rasgadas del liderazgo político racista ante los insultos de ese orden que los aficionados del equipo Valencia profirieron contra el jugador afrodescendiente brasileño Vinícius José Paixaõ de Oliveira Júnior (Vini Jr, en el ámbito futbolístico).

España es una nación que ha restringido el ingreso de migrantes de países africanos y latinoamericanos, llegando incluso al límite de lo criminal. Por ejemplo, se castiga penalmente al súbdito español que auxilie a embarcaciones ilegales (las llamadas “pateras”), incluso si estas han naufragado mientras intentan entrar a la Península o a las islas Canarias ya sea para quedarse allí o para transitar hacia otros países de la Unión Europea. Pero sus políticos hacen pucheros cuando les preguntan qué opinan acerca de que al delantero de Real Madrid le hayan dicho “mono” y “negro de mierda”.

El jefe de la diplomacia europea, el español Josep Borrell ha llegado a la extravagancia de afirmar que Europa es un jardín muy bonito y que es asediado por el resto del mundo, que es una jungla. Pero muchos voceros de la clase política española se declaran horrorizados de que la gente común y corriente, los habitantes del supuesto vergel, digan que un tipo negro es un primate, un subhumano.

La derecha supremacista

En España, igual que en el resto de la UE, han adquirido fuerza los partidos de derecha, que profesan un discurso basado en el miedo a los extranjeros, especialmente a los pobres provenientes de los países africanos que, en su mayor parte, han sido asolados por guerras, invasiones y saqueos desarrollados por la misma Europa. Ese discurso ha germinado y florecido en amplios sectores de la población, en las clases trabajadoras y medias, tal como queda demostrado en los resultados electorales año tras año.

“En los últimos diez años, principalmente a partir de la última crisis económica, estamos ante un resurgir de unos partidos que predican una filosofía política de siglos anteriores, basada en la pureza de la sangre y culturalmente inmune a las influencias de los foráneos. Son voces que están pegando fuerte en las escenas políticas de muchas democracias, poniendo en jaque a todo lo que fue construido a lo largo de muchos años. La aparición de partidos políticos que usan la democracia para lanzar un discurso que llama al odio al otro, está generando un malestar social y una preocupación política muy seria”, dice Hassan Arabi, coordinador del Departamento de Estudios Hispánicos de la Facultad Pluridisciplinar de Nador, Universidad Mohamed Primero, de Marruecos, en un trabajo titulado El discurso xenófobo en el ámbito político y su impacto social.

“El asunto empieza a tener una gran magnitud, cuando las economías de estos países entran en recesión o en ciclos de crisis como la del 2008. La clase social resentida por la crisis es muy sensible a todo aquello que pueda generarle un malestar directo o indirecto, y es allí donde los mensajes xenófobos pueden llegar fácilmente a las masas –prosigue el autor-. La mayoría de las personas con una capacidad intelectual insuficiente, están dispuestas a creer en los mensajes xenófobos lanzados desde los grupos o partidos de la extrema derecha”.

“En España, la ultraderecha está ganando terreno, aprovechando de la crisis económica que azota al país desde el año 2008 y, sobre todo, del enfrentamiento de los partidos de tradición democrática en temas vitales como: corrupción, empleo, inmigración y la crisis territorial con Cataluña”, expresa Arabi, para luego acotar que los líderes de la extrema derecha internacional procuran generar simpatía en un grupo de población insatisfecho con la realidad política. Por ello, partidos como el español Vox ondean la bandera del rechazo hacia los inmigrantes.

Con ese mensaje dicho y repetido a diario, potenciado por medios de comunicación aliados o propiedad de la ultraderecha, ¿qué de raro tiene que el español promedio sea cada vez más racista y que utilice la rivalidad futbolística como una válvula de escape para echar fuera esa conducta aberrada?

El resurgir del nazismo

En la maquinaria mediática global se analiza el comportamiento de un colectivo, en este caso, los aficionados al fútbol español, como si fuera espontáneo y no tuviera que ver con las líneas políticas dictadas por la élite de esa sociedad. Pero esa es una gran falacia.

Las cúpulas europeas, incluyendo la de la poderosa Liga Española de Fútbol, han desarrollado una discurso de tolerancia y apoyo a las expresiones del nazismo que representa, sin disimulo, el gobierno de Ucrania.

De hecho, en las transmisiones de los partidos de balompié profesional, junto a los rótulos del marcador y el tiempo del encuentro, aparece una bandera ucraniana desde 2022. Por lo demás,  Rusia fue excluida de los torneos de la Champion League y de eventos organizados por la FIFA, incluyendo el Mundial de Catar. Este deporte ha sido un potenciador de la rusofobia que, de manera histérica, se ha apoderado de toda la UE, incluso de los ámbitos académicos.

Entonces, ¿cómo pueden los organizadores de este jugoso negocio que es el fútbol, criticar a un sector de la fanaticada de un equipo por ser supremacistas blancos?

La idiotez del racismo en el deporte europeo

El racismo tiene una base irracional y estúpida: la idea de que el color de la piel otorga superioridad espiritual, intelectual o moral.

En el caso de los deportes, donde el componente físico tiene tanto peso, la cuestión tiende a ser lo contrario de lo que creen los supremacistas blancos. Y es que cada día surgen más evidencias de la superioridad de las etnias africanas en una cantidad creciente de deportes.

Basta ver las selecciones nacionales de  fútbol de los países europeos para comprobar que varios de sus integrantes son afrodescendientes. Algunos, incluso, son migrantes recién nacionalizados o la primera generación de una familia de migrantes. Con los equipos de las ligas profesionales pasa lo mismo. Hay una fuerte presencia de jugadores de alto nivel nacidos en África o descendientes de africanos.

En el equipo francés que ganó el Mundial Rusia 2018, 14 de los 23 jugadores tienen raíces africanas. Y en la selección de Catar 2022, que fue subcampeona, 13 de los 25 integrantes son originarios de África. De ellos,  dos son nacidos en ese continente: Eduardo Camavinga y Steve Mandanda. Los otros 11 son descendientes de primera generación, entre ellos el superastro Kylian Mbappé y los también prominentes Ourmane Dembelé, Jules Kounde y Aurélien Tchouaméni.

Hasta un país “tan blanco” como Suiza se ha sumado al reclutamiento de africanos. Gracias a eso arribó al torneo global de 2018 con nombres como Breel Embolo, Manuel Akanji, Kevin Mbabu, Denis Zakaria, Djibril Sow, Yvon Mvogo y Jordan Lotomba.

En cuanto a los afrodescendientes latinoamericanos, los nombres son toda una constelación que va, por el lado de Brasil, desde el recién fallecido Pelé hasta el que hoy recibe todos los focos, Vini Jr., pasando por Ronaldo Nazario, Roberto Carlos, Ronaldinho, Romario, Jairzinho, Cafú, Rivaldo, Dani Alves y otro de la actualidad que también ha sido víctima de insultos racistas, Richarlison. 

También han lucido en el fútbol europeo afrocolombianos como Freddy Rincón, Faustino Asprilla, Juan Guillermo Cuadrado y Yerry Mina. Entre los ecuatorianos, surgen nombres como Pervis Estupiñán, Gonzalo Plata y Moisés Caicedo.

[Por cierto, aunque es otra arista del tema, Ecuador es un ejemplo de la superioridad atlética de los futbolistas negros, pues estos constituyen la mayoría de la selección nacional, a pesar de ser solo 15% de la población general].

El dominio de los afrodescendientes no se limita al fútbol. Las selecciones nacionales europeas y las nóminas de los equipos de la Liga de Diamante (deportes de pista y campo) están colmadas de atletas de raza negra, ya sea nacionalizados o contratados. Entre ellos ocupa una posición cimera nuestra Yulimar Rojas, quien asumió el reinado que antes ostentaba la colombiana Catherine Ibargüen, también negra.

Lo de los atletas kenianos, etíopes y marroquíes en fondo y semifondo raya en la dictadura. Y hasta en el llamado “deporte blanco”, el tenis, han surgido campeones y campeonas afrodescendientes de nivel histórico.

En muchas otras disciplinas, incluyendo atletismo y especialidades de combate, las naciones europeas, para mantenerse en un nivel competitivo, también se nutren de deportistas cubanos, muchos de ellos de piel negra.

La enumeración podría hacerse larga, pero con los datos anteriores parece suficientemente demostrado que pensar en la superioridad blanca en cualquier ámbito es una idiotez, pero más lo es en el terreno del deporte.

Para cerrar, dejemos acá una de las tantas contradicciones del capitalismo hegemónico: estos deportistas africanos y afrodescendientes reciben ingresos que están a distancias siderales de los salarios de los desquiciados que les gritan insultos racistas y también de los fans que los idolatran.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)