El acuerdo firmado entre el gobierno y oposición venezolana en Barbados, así como la asombrosa eliminación posterior de importantes sanciones unilaterales de Washington contra Caracas, está condicionada por la coyuntura geopolítica actual y las proyecciones del mercado petrolero mundial. 

En paralelo, esto tiene un efecto «pacificador» de todos los sectores opositores venezolanos, incluyendo los más radicales, que han respaldado el proceso de negociación al que antes se negaban. 

El país suramericano tuvo que esperar largos años de sanciones y conflicto interno agónico, así como negociaciones infructuosas, hasta que Washington cambiara la seña: ¿por qué ahora? Veamos. 

El petróleo determina 

Que estos acuerdos se firmen una semana después de iniciado el conflicto Israel-Palestina, no es casualidad. La represión israelí contra el pueblo palestino no ha hecho sino intensificar el giro de Arabia Saudita hacia los BRICS y la unidad musulmana. El precio del petróleo ha subido y el Medio Oriente ya queda más lejos. 

Si hubiera una expansión del conflicto en la región, los flujos de abastecimiento energético de EEUU no estarían asegurados. 

Hay sed de petróleo en el mundo. El bloqueo al petróleo venezolano ha perdido sentido en la actual coyuntura. La producción energética de ese país es determinante para, por un lado, darle una fuente energética geográficamente cercana a EEUU y, por otro, mitigar los efectos que tuvieron las sanciones, entre ellos, el aumento de la migración. 

El fenómeno migratorio, además, no es exclusivo de Venezuela. Las medidas coercitivas unilaterales de Washington contra Caracas también afectaron a varios países de la región, que antes eran provistos de carburantes por la estatal petrolera venezolana a módicos costos y flexibles formas de pago. 

Por eso, y solo por eso, es tan sorpresiva la forma en que la Oficina de Control de Activos en el Extranjero (OFAC) sube las persianas del crudo venezolano y tiende puente de plata para que el gobierno del presidente Nicolás Maduro ingrese al mercado petrolero mundial. 

¿Podría Washington endurecer nuevamente las medidas coercitivas, como ya amenaza el alto funcionariado estadounidense? Eso dependerá de la coyuntura geopolítica, más que de las decisiones o las diatribas internas del conflicto político venezolano. 

Por lo pronto, EEUU quiere comprar el petróleo a Maduro y, de no ocurrir cambios abruptos, la tendencia implicará el ingreso del combustible venezolano al mercado petrolero mundial, especialmente a Occidente. Hacía ello se dirigen las últimas decisiones del Banco del Tesoro de EEUU, más que a un intento de resolución propia del tema venezolano. 

Ya ha perdido todo sentido político tener una oposición que no reconoce la institucionalidad vigente y siga apostando por la abstención, sobre todo si el gobierno venezolano es la única instancia que puede proveer petróleo. La derecha cuenta con el beneplácito de Washington, al fin, para volver al camino electoral y entiende que no tiene la fuerza para imponer condiciones. 

Por ello, los acuerdos de Barbados suben el volumen de la normalización política del conflicto venezolano, que debería quedar dirimido en las presidenciales del 2024, y hasta los sectores más radicales, aunque a regañadientes, van variando su discurso y aceptando las reglas del juego. 

Regularización del conflicto 

Desde 2017, la oposición venezolana escogió el camino insurreccional para intentar derrocar a Maduro. En 2018 se realizaron elecciones presidenciales, pero los principales partidos de derecha decidieron no asistir. Ya en 2019 conformaron un gobierno ilegal y paralelo, encabezado por el exdiputado Juan Guaidó, que nunca dejó de ser virtual y que finalmente se convirtió en una proclama un tanto ridícula. 

El resultado de la escogencia de esta vía insurreccional es ya por todos conocido: una derrota política tremenda para la oposición, que como se dice coloquialmente, «se quedó sin el chivo y sin el mecate». 

Con esa jugada, la derecha no solo perdió la oportunidad de asistir al evento electoral del 2018, sino que tampoco logró sacar a Maduro por la vía violenta, aunque lo intentó de varias maneras: organizando un golpe militar el 30 de abril de 2019, pidiendo de diversas formas una intervención militar norteamericana y apoyando las sanciones unilaterales de Washington para ahorcar financieramente al país. 

Cuando se acerca una nueva elección presidencial en 2024, una parte de la oposición no quiere volver a perder la oportunidad. Así, se deciden a firmar acuerdos con el gobierno, primero en México y ahora en Barbados, cuyo contenido general define marcos abstractos, sin plantear alguna novedad en relación a las condiciones generales para la organización del evento.  

Recordemos que hasta hace dos años las demandas opositoras se basaban en exigir un gobierno de transición y la renuncia del Consejo Nacional Electoral (CNE), y del propio presidente de la República, como condiciones innegociables para asistir a los comicios. Pero a partir de la mesa de negociación en México, sus reclamos se encogieron hasta la habilitación de candidaturas y la culminación de la intervención de algunos partidos. Sin embargo, nada de eso está en el papel firmado en Barbados. 

Según el texto rubricado recientemente, la oposición apenas consiguió la fecha de las próximas elecciones y que se puedan llevar a cabo las primarias opositoras para la elección de un candidato único, que ocurrirán este domingo. 

Básicamente hay que ver esta «actitud opositora» como la aceptación de un escenario electoral y democrático, en el que, independientemente de lo que suceda en las urnas, el chavismo seguirá teniendo una fuerza política importante a la que deben reconocer. 

Entonces, como suele ocurrir cuando finaliza un conflicto que se enmarca en la vía militar y violenta, y se produce un claro ganador, la otra parte debe firmar una capitulación. Y eso es lo que ha ocurrido en Barbados: es el fin de la beligerancia y el cabal acatamiento a la institucionalidad establecida. 

Mientras tanto, el gobierno venezolano se consolida nuevamente como un actor de peso internacional, después de varios años de satanización y exclusión radical. 

Veremos si la oposición puede explicar a sus seguidores por qué esta vez sí hay que participar, a pesar de no haber conseguido ninguna de sus demandas y haber perdido la oportunidad de 2018. Eso comenzarán a probarlo este domingo. 

(RT)