lunes, 10 / 02 / 2025

¿Elon Musk entregó los documentos a Conatel?: William Castillo explica que «hay vida después de TuiterX»

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Querido lector: cuando estés leyendo este texto habrán finalizado los diez días de prohibición de la red social X en Venezuela; habrá quedado atrás el plazo que Nicolás Maduro le impuso a la corporación de Elon Musk para que se enseriara. Para que entregara a la Comisión Nacional de Telecomunicaciones un conjunto de recaudos y empiece a funcionar de manera legal en nuestro país, deje de ser una entidad fantasma y se haga responsable por las cosas que allí suceden.

Algo me dice que Musk no se dará por aludido. O tal vez sí. Tal vez se burlará con algún meme o uno de sus frecuentes mal redactados post. Después de todo, como dijo esta semana Jorge Rodríguez, el mundo parece estar entrando en una era de “tecnofeudalismo”. Un tiempo insólito y oscuro dominado por una tribu de megamillonarios —nuevos señores feudales del espacio virtual—, que se mofan del derecho internacional, desafían a los Estados e imponen sus intereses fundamentados en la fuerza de sus poderosas plataformas tecnológicas de control y seducción.

No sabemos entonces qué va a pasar con la red social en X en Venezuela. ¿Será definitivamente prohibida o…? No sé, Rick, dirían en las redes sociales.

Seamos sinceros. En los hechos, X nunca dejó de funcionar durante la microcuarentena. Nunca estuvo totalmente bloqueada o baneada. Si bien las grandes operadoras acataron la orden, inhibieron o hicieron fatigoso su uso, otras empresas de internet se hicieron las sordas. A esto súmenle los conocidos trucos VPN y demás yerbas para “burlar la censura”. De tal forma que aquellos que sí acatamos la veda contemplamos el procaz espectáculo de una infinidad de compatriotas, de todos los colores, razas y credos, que siguieron “tuiteando” desaforadamente en X. Como si nada. Chávez solía referirse a esta actitud tan venezolana, obediente en lo formal y distendida en la vida real, con la expresión: “se acata pero no se cumple”.

Pero este texto no va de un tema del futuro de X en Venezuela, entre otras razones, porque la Asamblea Nacional está discutiendo un conjunto de leyes que, supongo, abarcarán la compleja agenda de esta “realidad inventada”; debates que —por cierto— deberían ser más públicos y participativos, y que son, en todo caso, vitales, sobre todo tras la avalancha de odio generada durante la campaña electoral y los días posteriores al 28 de julio, combustionada —quién lo duda— desde las llamadas redes sociales.

Estas líneas quieren dar cuenta, más bien, de lo que me pasó durante estos diez días de desintoxicación forzada de redes sociales. Empiezo por agradecer a Nicolás Maduro. Su decisión me permitió, brevemente, ser un poco más feliz.

Ante todo, prohibir X fue una medida liberadora. Alejarme de la “plaza pública” virtual me devolvió un tiempo valiosísimo. He allí una primera revelación: las redes te hacen creer que en ellas está la realidad. Los algoritmos —con sus anzuelos para atraer clics—, los trucos que impulsan el compulsivo “scroleo”, los “me gusta”, las notificaciones, los TT te encierran en una burbuja. Cámara de resonancia o cámara de eco. En esa burbuja te habla una voz: Los hechos están aquí, y si no están aquí, es que no están pasando.

Este “detox” de virtualidad me ayudó a enfocarme mejor, a investigar más sobre que lo está ocurriendo y —sobre todo — lo que puede ocurrir si nuestro pueblo se deja arrastrar por los caramelos envenenados y la descomposición social que promueve la dictadura de los algoritmos.

En lugar de estar denunciado bots que te agreden las 24 horas al día, en vez de escapar de los trolls y de los mensajes de odio que dominan la conversación social en X, me encontré con textos iluminadores de Eugeny Morozov, Shoshana Zuboff, García Linera y Yanis Varoufakis. Y volví, siempre hay que volver, a Eugenio Montejo, a Borges, a Kavafis. Más tiempo para reflexionar, para pensar, para hacer. Para interactuar en casa, con mi hijo, incluso para cocinar la cena, porque las redes son omnipresentes y te persiguen hasta cuando te acuestas. Avancé en un ensayo largamente acariciado. Comencé a reordenar la biblioteca. Achicar el tiempo en las redes —a marcha forzada debo admitirlo— me proveyó de tiempo para la vida.

Así que más allá del síndrome de abstinencia de los primeros días, ese estarse asomando a la pantalla “a ver qué hay,” la cura de la virtualidad  funciona. Gracias a Nicolás Maduro, me sentí como esos jóvenes que en China son llevados hasta centros de rehabilitación para adictos a internet, a fin de “desprogramarlos”. China, dicho sea de paso, es el primer país que ha catalogado como “trastorno clínico” el uso excesivo y la dependencia de internet.

Obviamente, cerrar las redes sociales no es una opción, y creo que nadie, está pensando en eso, más allá de la frustrada refriega Maduro-Musk en el Poliedro. Venezuela se mantiene como uno de los países con mayor penetración de internet del continente. Se afirma que cerca de 70 % de la población accede a la red. Apenas saliendo de la pandemia —entre 2021 y 2022— se abrieron en nuestro país más de 1,5 millones de cuentas en redes sociales. La cantidad de horas que pasa un venezolano promedio pegado al universo virtual supera con mucho el promedio mundial. Algunos datos hablan de seis horas diarias, o más. Y las redes sociales en nuestro país no solo están integradas al trabajo en oficinas públicas y negocios, sino a la economía de muchas empresas.

¿Necesitamos desintoxicarnos de las redes? Por supuesto. Estoy convencido de que leyes y normas inteligentes, sensatas y aplicables son vitales. Pero, más allá de estas, nuestro país necesita un diálogo amplio e incluyente —familiar, comunal, académico— que ponga el acento en las soluciones a problemas como la polarización, la soledad juvenil, las enfermedades mentales, la idiotización social, la infofrenia, la promoción del odio, el extremismo y el fascismo que encuentran cabida en las plataformas virtuales.

Abramos espacios donde nos liberemos de la dictadura del algoritmo. Apostemos a un imaginario donde el encuentro cara a cara, el cafecito, la conversa, la polémica sustituyan los “ok” y los pulgares arriba. Quizá ya estamos todos locos, como dice Lewis Carrol, y por eso estamos aquí. Pero, créanlo o no, hay vida más allá de TuiterX.

(William Castillo Bollé / Laiguana.tv)


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