Edmundo González Urrutia ha llegado a España, luego de solicitar asilo en la embajada de esa nación en Caracas y volar a Madrid en un avión militar español. Ahora viene una fase de incandescencia mediática, una etapa en la que España (y, por extensión, Europa) conocerá al excandidato presidencial venezolano. La pregunta es: ¿eso será bueno o malo para la narrativa opositora sobre la realidad política venezolana?
En el campo neto de la especulación, pero con ciertas referencias previas de la nueva celebridad internacional, es posible vaticinar que el resultado será decepcionante, sobre todo si —como parece ser el caso— los europeos están esperando ver un líder enérgico y denso, dispuesto a reagrupar fuerzas para volver a Venezuela y expulsar del poder al presidente Nicolás Maduro.
La clase política europea no tardará mucho en convencerse de que esa imagen es puro aire mediático y de redes. González Urrutia está bastante lejos de ser un líder. No está respaldado por una trayectoria política nacional previa a la campaña electoral; no es (al menos no lo ha demostrado acá) un gran orador; y tampoco tiene una obra intelectual prominente que permita presentarlo como un pensador político de envergadura.
Quienes no lo conocen en Europa —incluyendo a muchos de los venezolanos allá residenciados— se van a sentir bastante frustrados si están esperando a una figura carismática y sagaz.
En lugar de eso, se encontrarán con una versión venezolana de míster Chance, el protagonista de la novela Desde el jardín, del escritor Jerzy Kosinski, estadounidense de ascendencia polaca. Convertido luego en Chauncey Gardiner, en la película protagonizada por Peter Sellers, este personaje es un jardinero al que la élite política de Estados Unidos y varios otros países —merced a una serie de equívocos muy estúpidos—, asume como un iluminado, un prohombre, cuando, en realidad, era alguien al que sólo le interesaba su jardín y ver televisión.
González Urrutia desempeñó cargos importantes en su área de especialización, la diplomacia, pero siempre en roles secundarios.
Su participación en la Mesa de la Unidad Democrática se mantuvo casi anónima, salvo por cierto episodio bochornoso de una conversación telefónica que le fue intervenida, en la que expresó ideas misóginas, homofóbicas y racistas.
En la campaña electoral presidencial, pese a ser el abanderado nominal, se mantuvo como un sujeto de relleno, un hombre de paja, un mascarón de proa de la «verdadera candidata», María Corina Machado.
En la mayoría de las marchas y mítines sólo figuró a través de un afiche. En las pocas a las pocas apariciones que tuvo, se mostró frágil, irresoluto y sometido por la dirigente ultraderechista, quien parecía dirigirlo incluso cuando expresaba sus puntos de vista.
Su empeño por el bajo perfil se manifestó también después de las elecciones. Mientras Machado intentaba incendiar el país denunciando fraude, y encabezaba las concentraciones y marchas (todas muy poco concurridas, dicho sea de paso), González Urrutia hizo mutis.
Cuando fue requerido por el Ministerio Público desatendió las dos citaciones, pero luego envió a un abogado y, mediante un documento, se desentendió de la responsabilidad por la publicación de supuestas actas electorales en una página web. Horas después, se difundió la información (por boca de la vicepresidenta Delcy Rodríguez) de que había solicitado asilo en la embajada española y que se le había dado el salvoconducto para viajar a Madrid.
La mediática global, en particular la muy antichavista prensa española, tratará de presentarlo como el presidente en el exilio, líder de una épica del retorno, un «héroe», como lo calificó el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, la víspera de su traslado a España. Pero será una tarea muy cuesta arriba porque la materia prima disponible no ayuda mucho.
La poderosa maquinaria comunicacional ha demostrado muchas veces ser capaz de transformar a un individuo opaco en una gran líder global. Veremos qué puede hacer en este caso.
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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