Primero Justicia se ha dividido de una forma estruendosa luego de las elecciones presidenciales. Sus dos líderes más prominentes, Henrique Capriles Radonski y Julio Borges, han terminado arrojándose los platos y escandalizando la vecindad, como las parejas en los divorcios conflictivos.
La revisión de algunas páginas históricas puede llevar a concluir que ese sector de la derecha tiene tanta propensión a las fracturas como la que también ha mostrado tradicionalmente la izquierda.
PJ tiene una genealogía socialcristiana. Es un derivado del partido Copei, segundo componente del duopolio que se repartió el poder entre 1959 y 1998.
Siempre Copei tuvo menos ascendiente en las masas que Acción Democrática, pues mientras los dirigentes de la tolda blanca lucían como extraídos de los sectores populares (algunos lo eran, otros lo fingían muy bien), los copeyanos se caracterizaban por ser oligárquicos, conservadores, cureros, pacatos y relamidos (salvo Luis Herrera Campíns, que, con su imagen campechana, parecía un adeco infiltrado en el lado verde).
Copei tuvo escaramuzas internas menores en los primeros años de la democracia puntofijista, luchas doctrinarias entre la izquierda cristiana y la cúpula conservadora (Dinortah Carnevali las reseña en su excelente libro Araguatos, avanzados y astronautas), que terminaron con la expulsión de los más radicales, en 1972. Nada tan dramático como las políticamente sangrientas rupturas de AD ni como los desgarramientos ideológicos del Partido Comunista. Pero, ya el final del ciclo, en 1993, el fundador de la tolda socialcristiana, Rafael Caldera, no tuvo escrúpulos en tasajear a su partido de toda la vida y fundar Convergencia, que fue el buque insignia del llamado “chiripero”. Con su victoria postrera, Caldera echó por tierra el proyecto de Copei de retornar al poder con su candidato, Oswaldo Álvarez Paz, luego de diez años en la oposición.
Como preludio de lo que luego sería la generación PJ, Capriles Radonski apareció en el escenario político como diputado de Copei para el período 1999-2004, legislatura que no llegó a cumplir su primer año, pues el Congreso fue disuelto por la Asamblea Nacional Constituyente a finales del mismo 99.
Con apenas 26 años, Capriles, sin carrera política, ocupó el “puesto salidor” por el estado Zulia, en uno de esos negocios que suelen hacer los partidos con sectores económicos capaces de aportar fondos para las campañas electorales. Heredero de la corporación de exhibidores de cine Circuito Radonski, el novel parlamentario fue, además, investido como presidente de la Cámara de Diputados, causando más de una rabieta entre quienes, desde hacía años, en las filas de AD y Copei, aspiraban a uno de esos puestos en la alta jerarquía estatal.
Con el bipartidismo hecho pedazos por el fenómeno popular encabezado por el comandante Hugo Chávez, la derecha tenía que buscar nuevas opciones y así comienza a forjarse esta especie de hijo putativo del ala más conservadora de la clase política desplazada por el chavismo.
Para más señas, PJ nace a la derecha de Copei. Tenía todos los rasgos copeyanos arriba mencionados, pero se nutrió de cuadros jóvenes, más neoliberales que socialcristianos, y con los aportes de los grupúsculos pretendidamente apolíticos, vinculados en directo a los factores de poder económico. Esos personajes procedían de los tanques de pensamiento de la burguesía que aspiraba a gobernar sin intermediarios, esos que se sintieron retratados en el libro La generación de relevo versus el Estado omnipotente, del inmamable Marcel Granier (perdonen la palabra, pero es que tuve el infortunio de conocerlo cuando él actuaba como el señor feudal de El Diario de Caracas, y les aseguro que ese vocablo lo describe a la perfección).
Entre los cromosomas que pueden identificarse en el ADN de PJ también están los de sectas de la ultraderecha más rancia, como Tradición, Familia y Propiedad, que hizo de las suyas reclutando a fichas del sifrinaje caraqueño en los años 80.
Como detalle significativo, PJ nació como una ONG o asociación civil, pero rápidamente se trasmutó en partido, mediante el chuleo del dinero público, con intervención de la madre de Leopoldo López, entonces ejecutiva de Petróleos de Venezuela, ello a contracorriente de su discurso neoliberal, de libre mercado, libre competencia y de sacrosanta iniciativa privada.
Divisiones previsibles
Era pronosticable que un partido como PJ tuviera tendencia perniciosa a dividirse. En primer lugar por la rivalidad de eso que el presidente Nicolás Maduro ha llamado «los apellidos». En efecto, el movimiento era, de entrada, un concurso de personalidades narcisistas, con ambiciones maceradas por sus propias familias y entornos. Existía allí una incompatibilidad raigal, por razones genealógicas.
En la primera ruptura, en 2009, se evidenció que dos niños consentidos de papi y mami, como Capriles Radonski y Leopoldo López no podían seguir compartiendo el mismo juguete caro.
Del malparto nació el engendro político llamado Voluntad Popular, que se quedó con el segmento más ultraderechista, violento y fascista de la dirigencia, la militancia y los simpatizantes de PJ. Ese bloque —que se camufló como socialdemócrata al punto de haber sido admitido en la Internacional Socialista— ha protagonizado varios de los peores capítulos de la historia nacional reciente: guarimbas, apoyo al bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales (MCU), el interinato, el blackout eléctrico, el intento de golpe de los Plátanos Verdes y la Operación Gedeón.
Estas tropelías significaron un reacomodo en varias etapas de los liderazgos de los dos partidos fachos. El personaje emblemático de esos enroques ha sido Julio Borges, dirigente que tenía, para el momento de la escisión de VP, una proyección y un peso específico similar a los de Capriles y López, pero que en esa oportunidad optó por quedarse a la sombra del primero, apoyándolo en las elecciones de 2012 y 2013, las primeras, ganadas por Chávez y las segundas, sobrevenidas por la muerte del comandante, en las que triunfó Maduro.
Luego de las dos derrotas de Capriles en esas presidenciales, y con López preso por el desastre de la ola de disturbios de 2014 (“la Salida”), Borges asumió el rol protagónico, como presidente de la Asamblea Nacional en el segundo año de la Legislatura ganada por la Mesa de la Unidad Democrática en 2015. Ocupó el cargo durante el fatídico 2017, luego del triste primer año de esa legislatura, a cargo del veterano acciondemocratista Henry Ramos Allup, quien se estrelló luego de prometer que la nueva AN sacaría del poder a Maduro en seis meses.
Borges tuvo una gestión gris y destructiva, con varios notables fracasos, entre ellos sus intentos fallidos de poner en vigencia leyes diametralmente opuestas a las políticas públicas del gobierno revolucionario, como la que pretendía abrir al mercado secundario de bienes raíces las casas y apartamentos construidas por la Gran Misión Vivienda Venezuela. Esta actitud oposicionista a ultranza hizo que el Tribunal Supremo de Justicia tuviera que dirimir constantemente conflictos entre los dos poderes públicos y terminara por declarar al Legislativo en desacato.
Igualmente, en un momento mediático clave, Borges fue feamente desautorizado por el jefe de comando de la Guardia Nacional Bolivariana, el entonces coronel Bladimir Lugo, encargado de la seguridad de la sede de la AN, quien lo sacó a empujones de su comando, ubicado en el mismísimo Palacio Federal Legislativo.
Luego de finalizar su período como presidente de la AN, Borges empezó su deriva hacia el terreno de VP. Aprovechó su rol de jefe del grupo negociador de la oposición en las rondas de República Dominicana para posicionarse en el campo ultroso.
Ahora, por boca del propio Capriles, se confirma lo que tanto se denunció en su momento: Borges pateó la mesa quisqueyana, cuando todo estaba listo para firmar un acuerdo que le daría viabilidad a la participación opositora en las elecciones presidenciales de 2018, y lo hizo porque era parte fundamental de los planes imperiales para boicotear ese proceso constitucional y buscar los consabidos atajos, entre ellos el nuevo plan del gobierno paralelo. Según Capriles, a Borges lo metieron en el proyecto con la promesa de que sería el flamante canciller de dicha creatura política.
Antes de empezar en ese «cargo», Borges estuvo involucrado, según las investigaciones policiales y del Ministerio Público, en el magnicidio frustrado de agosto de 2018, que se perpetró en la avenida Bolívar de Caracas, con drones explosivos preparados en Colombia.
Esa operación criminal ayudó a socavar las bases de PJ, pues por ella fue detenido, procesado y condenado a prisión el diputado Juan Requesens, una figura emergente del partido, fruto de la dirigencia estudiantil que logró notoriedad en las movilizaciones de 2007 contra la Reforma Constitucional y la no revocación de la concesión del canal televisivo RCTV.
Requesens declaró, en una confesión grabada en video y hecha pública por las autoridades, que ayudó a quienes introdujeron los drones por la frontera de Táchira, siguiendo instrucciones precisas de Borges.
En el actual zafarrancho de PJ, ha salido a relucir esta incidencia, pues Capriles acusó a Borges de haber involucrado a Requesens en ese turbio asunto, dejando luego que cargara con la culpa y fuera sentenciado a ocho años de prisión, de los que cumplió cinco, una parte de ese tiempo en la situación de casa por cárcel.
La división de 2020
El segundo cisma de Primero Justicia fue una consecuencia directa de la entente de la corriente de Borges con la banda de López, que encabezaba nominalmente Juan Guaidó. La presencia de Borges como figura destacada del interinato obligaba a PJ a comportarse como vagón de cola de tan esperpéntico experimento.
Capriles no hizo resistencia pública a esto, pero en el liderazgo medio del partido aurinegro se cocinaba a fuego lento un alzamiento que detonó en enero de 2020, a propósito del intento del poder imperial y del llamado G-4 de alargar la presidencia de Guaidó en la AN. Se le denominó la “Rebelión de las regiones” y terminó por ubicar en el cargo parlamentario al disidente José Brito.
De esa riña nació Primero Venezuela, clon de PJ que rompió con la política abstencionista del interinato y participó en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2020, siendo por ello sus líderes calificados como «alacranes» y «colaboracionistas» del gobierno.
Capriles, sobre quien pesa una larga inhabilitación, mantuvo una actitud ambigua ante las discrepancias entre los dos bandos opositores (pirómanos y eleccionistas). No es una conducta rara en él, pues siempre ha oscilado entre los extremos. Verbigracia, participó en las presidenciales de 2012 y 2013, pero al perder estas últimas, denunció fraude sin tener pruebas y convocó, en tono rabioso, a protestas que se tornaron violentas y fueron la causa de 14 muertes.
De la misma manera, en los disturbios terroristas de 2017, se le vio en los principales focos, junto al resto de la dirigencia opositora, siendo como mínimo testigo de cómo se condujo a jóvenes, adolescentes y niños a cometer gravísimos hechos de violencia contra los cuerpos de seguridad del Estado, contra militantes revolucionarios y hasta contra personas no involucradas, pero que tenía “aspecto de chavistas”. Le faltó a Capriles asumir una posición firme para diferenciarse de este terrible momento del liderazgo opositor.
Mientras tanto, Borges, en su rol de falso canciller transitó por los peores caminos al dedicarse a rogar a las élites de Estados Unidos y Europa que aplicasen más sanciones, bloqueos y hasta intervenciones armadas contra Venezuela. Además, como cómplice de primera línea, ha cargado con parte del enorme desprestigio de Guaidó por los fabulosos robos al patrimonio público y por los catastróficos efectos sufridos por el pueblo venezolano todo (incluyendo el segmento opositor).
El nefasto Efecto Machado
Luego de todos estos sismos opositores con repercusión clara en PJ, la siguiente división era cuestión de tiempo, pero si a algún perverso laboratorista se le hubiese ocurrido un catalizador muy efectivo, ninguno mejor que esa perturbación con forma de dirigente política, llamada María Corina Machado.
La ultraderechista ha demolido las pocas estructuras partidistas que —muy a su pesar— el interinato dejó en pie. No ha sido PJ la única, pero su crisis se perfila como la más notoria hasta ahora.
Machado arrastró a casi toda la oposición a sus delirios de un inminente final y a reeditadas versiones de los atajos extraconstitucionales de años anteriores.
La presencia de Machado ha desdibujado a PJ y también a VP. En el caso de PJ, Borges y sus aliados internos han lucido como segundones de la dirigente de Vente, un partido que ni siquiera tiene existencia legal ante el Consejo Nacional Electoral y una «candidata» inhabilitada.
El afán de Machado de concentrar todo el poder en el campo opositor, de ser la líder fundamental del antichavismo deja sin espacio a los demás, entre ellos los de ambos bandos de PJ.
La camorra de los llamados justicieros sobreviene en esta etapa entre elecciones, por lo que nuevamente los dirigentes regionales que se alzaron contra el cogollo en 2020, están con los ánimos muy crispados. Saben que la implosión del partido perjudicará directamente a quienes aspiran a cargos en gobernaciones, consejos legislativos, alcaldías y concejos municipales, que estarán en disputa en 2025. Es por ello que Brito ha tomado de nuevo la voz cantante y ha anunciado la expulsión de Borges, Juan Pablo Guanipa, Juan Carlos Caldera y María Beatriz Martínez.
Brito actúa como presidente ad hoc de PJ, según decisión del Tribunal Supremo de Justicia, ratificada en abril pasado.
Debilidad del liderazgo
La confrontación interna de PJ se da entre dirigentes bastante incoloros. Ninguno es realmente un líder natural de masas, de entrada porque son productos elitescos, hijos de una oligarquía que le tiene fobia a los pobres, con el agregado de que ostentan una ideología antipopular, que solamente ha sido capaz de llegarle, en forma parcial, a la clase media, en especial a los sectores más acomplejados.
A pesar de que ya tienen un cuarto de siglo en la diatriba política y de que han tenido cargos nacionales (en el ámbito parlamentario), regionales y municipales, sólo algunos dirigentes han echado verdaderas raíces en los sectores populares.
Les ha afectado el síndrome de su origen copeyano, por lo que sus aproximaciones a la gente empobrecida siempre tienen algo de artificial, como en aquel pseudoacontecimiento de 1988, cuando el entonces candidato presidencial socialcristiano, Eduardo Fernández, durmió en un rancho en un barrio de Caracas para saber cómo se sentía vivir en una zona humilde. “Lo que se hereda no se hurta”, dice un refrán verificado por la ciencia y por la experiencia propia.
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
Más noticias y más análisis de LaIguana.TV en YouTube, X, Instagram, TikTok, Facebook y Threads.
También para estar informado síguenos en:
Telegram de Miguel Ángel Pérez Pirela https://t.me/mperezpirela
Telegram de Laiguana.tv https://t.me/LaIguanaTVWeb
WhatsApphttps://whatsapp.com/channel/0029VaHHo0JEKyZNdRC40H1I
El portal de Venezuela.