¿Son peligrosas las matrices de opinión que disparan (verbo utilizado con toda la intención) los factores de poder hegemónico, cabecillas políticos nacionales, medios globales, periodistas, influenciadores, bots y masas amorfas de seguidores reales en contra de Venezuela, verbigracia la que está actualmente en desarrollo, en torno a que el país podría ser una base militar para atacar a Estados Unidos con armas iraníes?
Sin ser conocedor a fondo de asuntos de seguridad y defensa, se puede afirmar que sí, lo son, a pesar de que carezcan de fundamentos creíbles, a veces luzcan como chismes alocados y sean propaladas por dirigentes opositores en declive y comunicadores muy desprestigiados. Todo eso, según parecen evidenciarlo los hechos, no importa mucho.
Las narrativas orientadas a convertir a Venezuela en una amenaza militar regional para la superpotencia se apoyan en marcos temporales y espaciales ya construidos, durante años de forjamiento de —para simplificar— dos historias diferentes de satanización nacional, que, de un tiempo para acá, han confluido: la de Irán, tras la Revolución Islámica, de 1979; y la de Venezuela, veinte años más tarde, luego del ascenso al poder de la Revolución Bolivariana, en 1999.
Si un país ha sido ya largamente demonizado como terrorista y dirigido por fanáticos religiosos, cualquiera que se le asocie recibe parte de esa carga en el escenario donde se dirime la geopolítica. Por eso no es de extrañar que parte de la argumentación de los denunciantes, en este caso, sea un dato real: que Irán y Venezuela tienen una intensa relación diplomática, expresada en casi 300 convenios bilaterales vigentes.
Típico de estos relatos sesgados es que se omita el contexto o parte de él. Lo borrado en el relato que nos ocupa es que se trata de convenios en una amplia variedad de temas, predominando los agrícolas, petroleros, comerciales, turísticos, industriales, científicos y tecnológicos. Tampoco se dice que es perfectamente natural y estratégicamente comprensible que los dos países hayan puesto empeño en sumar esfuerzos, tomando en cuenta que ambos vienen resistiendo la hostilidad de Estados Unidos, hecha patente mediante bloqueos, embargos y sanciones.
El nuevo intento por presentar la relación bilateral como algo perverso y peligroso, no sólo para EEUU, sino también para el resto del continente, registra antecedentes que, no por disparatados y ridículos, dejan de tener alguna capacidad para sostener el tinglado. Por ejemplo, aquella trama según la cual una fábrica de bicicletas iraníes, inaugurada en tiempos de comandante Hugo Chávez, fue presentada por la bien llamada “canalla mediática” como un mecanismo encubierto para la exportación de uranio venezolano, supuestamente destinado a los macabros planes persas de elaborar armamento atómico y dominar el mundo.
Otro sustento de la “acusación” de ser amigos de los iraníes (como si eso fuera algo maligno y delictivo) es la excelente relación que tuvo Chávez con el expresidente Mahmud Ahmadineyad, quien incluso participó efusivamente en los funerales del líder bolivariano. La tradición de entendimiento ha seguido luego con los respectivos sucesores de estos líderes, Nicolás Maduro y Hasan Rohani y Ebrahim Raisi. En estricta lógica, esas amistades no son demostración de ningún plan violento, pero es que así es como se construye una matriz, que a fuerza de repetirse va perfilando la percepción pública, tanto en la escala nacional como en la global.
Ese mecanismo es, además, un bucle que se retroalimenta porque la narrativa que se va haciendo dominante determina que su promotor tenga el derecho a dictaminar cómo se cuentan los hechos, quién es el bueno y quién el malo; quién la víctima y quién el victimario.
Las narrativas sí funcionan
En los últimos tiempos, la matriz principal utilizada contra Venezuela era la del Tren de Aragua, grupo criminal de limitado alcance geográfico dentro del territorio nacional, al que se presentó como una organización terrorista capaz de amenazar la seguridad nacional de EEUU y de abarcar todo el continente.
Por desproporcionada que parezca esa invención de grupos partidistas y mediáticos venezolanos de extrema derecha, es evidente que “pegó” porque ha dado aliento a una de las campañas más violentas, arbitrarias en injustas de persecución de la migración venezolana, a la que se criminaliza, vinculándola mecánicamente con el Tren de Aragua. Esto se expresa, con gran drama, en el secuestro de 252 connacionales y su reclusión, totalmente ilegal, en una cárcel de máxima seguridad en El Salvador.
Tal cuadro, dicho sea de paso, demuestra que por traída de los pelos que sea una campaña basada en noticias falsas y posverdades, puede prender y ser utilizada por los promotores y sus jefes imperiales para justificar acciones que contravienen tanto el ordenamiento interno de EEUU como el Derecho Internacional.
La narrativa del Tren de Aragua lucía, sin embargo, agotada en lo que respecta a sus efectos dentro de Venezuela y, sobre todo, convertida en un bumerán para los venezolanos en EEUU, pues las draconianas medidas antiinmigrantes de Donald Trump han sido particularmente duras contra ellos, con la excusa de los supuestos vínculos con la banda criminal.
[El efecto karmático fue de tal magnitud, que algunos de los operadores comunicacionales más corrosivos, terminaron lloriqueando por los rincones y pidiendo, muy respetuosamente (¡faltaría más!) a Trump que no los meta a todos en el mismo saco. Pero ese es un tema aparte].
Sincronización de las maquinaciones
El episodio de confrontación armada entre la dupla Israel-EEUU, por un lado, e Irán, por el otro, le vino a la infame oposición proimperialista venezolana como pedrada en ojo de boticario para dejar en segundo plano el asunto del Tren de Aragua y retomar la cantinela de las supuestas alianzas terroristas del chavismo con Irán, Hezbolá y Hamas.
La actual jefa del ala pirómana opositora, María Corina Machado, lanzó la reencauchada tesis de que Venezuela, en complicidad con Irán, construye armas capaces de atacar a EEUU. Para darle más contundencia e impacto al asunto, acotó que es el único país en la región que tiene la capacidad para fabricar esos drones maléficos. Esto fue desmentido con carcajadas a mandíbula batiente por los conocedores del tema, quienes ripostaron que son varias las naciones del resto del continente que fabrican drones militares hace bastantes años. Pero, he aquí otra de las características de los relatos que se hacen dominantes: no importa que se sostengan en las mentiras más desmelenadas, encuentran credulidad en los sectores afines a la narrativa (que solo aspiran a confirmar sus supersticiones) y en el segmento de la población que o bien está desinformado o infoxicado por el exceso de redes sociales y medios manipuladores.
En paralelo al despropósito de Machado, se activaron los operadores mediáticos y de redes, para traficar rumores según los cuales, en las primeras horas de ataque israelí a Irán, Venezuela se llenó de jerarcas y oligarcas iraníes. Dijeron que los hoteles de Caracas, incluyendo el aristocrático Humboldt, estaban repletos de estos fugitivos cobardes. Fue un momento estelar de fusión de las dos narrativas demonizadoras. Se decía que el “régimen de los ayatolas” estaba a punto de desplomarse y que sus jefes y beneficiarios buscaban guarida en Venezuela.
En cuanto a la advertencia de Machado, esos periodistas, comentaristas e influenciadores se dedicaron a reforzarla, apoyándose en pretendidos expertos estadounidenses y latinoamericanos y en las siempre pantagruélicas apreciaciones de activistas de la ultraderecha, como el prófugo Iván Simonovis.
Una vez más surge la pregunta de cómo personajes tan nulos logran edificar una narrativa que pueda germinar. Pues, todo indica que la credibilidad y reputación de los emisores no tiene demasiado peso real en lo que respecta a este propósito.
El conflicto bélico en el Medio Oriente fue la oportunidad para extrapolar las hostilidades y hacer ver a Venezuela como el equivalente a Irán en este lado del planeta. Las extrapolaciones son otra de las modalidades de siembra de estas matrices. Se facilitan porque se divide al mundo en aliados y enemigos. EEUU lanzó una de sus sentencias dicotómicas: los países de América Latina y el Caribe debían pronunciarse a las claras sobre si estaban con Israel o con Irán, tratando a la región como su “patio trasero” y no como una zona de paz, proclamada así en la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en La Habana en 2014.
El desarrollo abreviado de esa fase de la guerra (que, por lo demás, continúa en estado latente) tal vez impidió que ese emplazamiento imperial se convirtiera en una suerte de ultimátum a Venezuela, pero abonó el terreno sobre el cual se ha sembrado la narrativa del país cómo presunta potencia aeronáutica ofensiva bajo el amparo de una siniestra nación que se empeña en construir bombas atómicas.
¿El riesgo es real?
Cuando nos preguntamos si de semejantes patrañas puede derivar una operación militar estadounidense contra Venezuela (el sueño húmedo de los pirómanos partidistas y mediáticos) muchas personas sonríen, se lo toman a broma.
Sin embargo, unos pocos vistazos a la historia de EEUU demuestran que la cúpula guerrerista de ese país no necesita mucho para considerar que existe un casus belli. Con la sostenida matriz previa de que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, y apenas con un tubo de ensayo en las manos, el secretario de Estado del momento (febrero de 2003), Collin Powell, logró la autorización del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas para invadir Irak, matar a más de un millón de personas, destruir invaluables patrimonios históricos de la humanidad y —el propósito real— robarse el petróleo y otras riquezas iraquíes.
[Sólo como acotación, Hussein fue aliado de EEUU y recibió mucha ayuda militar para hacer la guerra contra Irán, ya con la intención de derrocar al gobierno islámico. Entre esa ayuda, según secretos a voces, estuvo el armamento químico que Irak empleó contra la población kurda en medio de ese conflicto, es decir, las mismas armas de destrucción masiva que se usaron para justificar la invasión].
Si queremos ejemplos del vecindario, tenemos a granel. Con la excusa de que el gobierno de la isla de Granada estaba construyendo un aeropuerto sin permiso imperial, Ronald Reagan ordenó invadir, en 1983, esta diminuta vecina antillana situada al norte de Paria. El relato previo, disparador de la agresión, fue que el líder Maurice Bishop era comunista, amigo de Fidel Castro y que el aeropuerto se veía demasiado grande, lo que hacía pensar que sería una base aérea soviética y amenazaría a EEUU. Granada tiene una superficie de apenas 344 kilómetros cuadrados, o sea, que es un poco más pequeña que la península de Macanao de la isla de Margarita, pero fue tratada como un enemigo muy peligroso, en una operación pomposamente llamada Urgent Fury (Furia Urgente).
Otro ejemplo que resuena: alegando que el antiguo operario de la Agencia Central de Inteligencia Manuel Noriega era un narcodictador (matriz previamente añejada en los ámbitos diplomático y mediático), el primer George Bush, mandó a sus marines a Panamá en diciembre de 1989 con otra de sus operaciones de nombre cinematográfico, Just Cause (Causa Justa), que duró dos meses y logró capturar a su antiguo hombre fuerte, no sin antes desparecer un barrio entero y dejar una estela de unos 500 muertos, según los datos del Pentágono, aunque las fuentes panameñas señalan que fueron muchísimos más.
El contexto fáctico: Decreto de Obama
Los traficantes de noticias falsas operan sin miedo al ridículo. Saben que cualquier exageración que ellos propaguen cabe dentro del marco de desproporción establecido por la orden ejecutiva del afroblanqueado Barack Obama, en 2015, que calificó a Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de EEUU”, un documento que ha sido renovado anualmente por sus sucesores, Trump, Joe Biden y otra vez Trump.
Ese decreto le da sustento jurídico a cualquier acción que decida tomar el gobierno estadounidense contra Venezuela. Ya ha servido para que se apliquen casi un millar de medidas coercitivas unilaterales (llamadas por ellos sanciones) y se desarrolle un bloqueo que llevó al país a su peor crisis económica moderna.
Perfectamente podría darle anclaje también a algún tipo de intervención —directa o no— apoyada en el cacareo de Machado, otros dirigentes de la ultra y sus agentes mediáticos y de redes.
El factor dron
El desarrollo del primer round de la guerra directa entre Israel + EEUU e Irán también ha sido una oportunidad para sembrar el miedo, una emoción clave en este tipo de narrativas.
La efectividad demostrada por los misiles hipersónicos y los drones iraníes para penetrar la muy publicitada cúpula de hierro israelí, le da fuelle a la irresponsable denuncia de Machado y su coro comunicacional. Se trata de hacer ver que si Irán pudo burlar las defensas aéreas, lanzando cohetes y drones que recorrieron unos 1.500 kilómetros, ¿por qué no podría hacer algo parecido un vehículo no tripulado, enviado desde Venezuela a EEUU?
Tanto en la primera ofensiva israelí, como en la intervención de emergencia de EEUU contra Irán, las versiones oficiales hicieron hincapié en la precisión de los ataques, que habrían destruido lugares específicos y asesinado a personas previamente marcadas. Luego, esto quedó parcialmente desmentido, pero ya sabemos que la verdad no importa casi nada.
En lo que aplica a Venezuela, esa supuesta capacidad de EEUU e Israel de realizar operaciones de precisión quirúrgica anima las fantasías de una oposición que ya utilizó drones para un atentado contra el presidente de la República y el alto mando político y militar, en agosto de 2018, en pleno centro de Caracas. El magnicidio resultó frustrado, pero dejó claro que uno de los armamentos más peligrosos para este tipo de acciones en la actualidad son los drones.
Dicen los consabidos expertos que aquel atentado falló porque fue ejecutado por aficionados y empleó pocos recursos, pero que una versión llevada a cabo por el poderoso imperio militar, sería infalible.
Y aquí, para cerrar, podemos volver al punto de cómo las palabras son las municiones de estas narrativas preparatorias. Recordemos que Machado y sus altavoces mediáticos y de redes se ufanaron recientemente de la acción quirúrgica a la que llamaron Operación Guacamaya, que, según ese relato, permitió extraer de la embajada de Argentina y del país a los cuatro activistas de Vente que estaban allí atrincherados desde 2024.
Esa “extracción quirúrgica” (los vocablos clave se remachan) dio pie para que se diga que es perfectamente posible que los superagentes imperiales den de baja o también “extraigan quirúrgicamente” al presidente Maduro y a otros jefes gubernamentales. Ahora, con la historia de la fábrica de drones para atacar a EEUU, se fragua un posible casus belli. ¿Habrá que actualizar el refrán y decir que “guerra prenarrada (con chsimes baratos) no debería matar soldados?
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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