Sevicia es una palabra rara, pero pertinente. Una de las características distintivas de este tiempo es la extrema crueldad con la que las élites de los países del Norte Global tratan a las naciones sometidas a sus designios. Para nombrar ese exceso de maldad se utiliza este vocablo que muchos considerarán, «dominguero»: sevicia.
También hay sevicia en la conducta de los gobernantes de derecha y ultraderecha en numerosos países ante las mayorías oprimidas, buena parte de las cuales —irónicamente— han llevado a sus verdugos al poder. Es un espectáculo bastante bochornoso e indignante: la gente vota por un político que, al tener el mando, se ensaña contra sus simpatizantes, los hace sufrir y goza con ello. Se cuenta y no se cree.
Y es que la sevicia es así: puede aparecer entre enemigos, pero lo habitual es que también la sufran individuos que se han unido voluntariamente a su agresor. A menudo aflora en las relaciones conyugales y hasta se puede esgrimir como causal de divorcio. Dos personas se juran amor, se casan y, luego, una de ellas empieza a tratar a la otra de manera despiadada, infame, vejatoria, muchas veces aprovechándose de que tiene algún poder sobre el sujeto oprimido. Maldito amor.
En el campo geopolítico actual, observamos que la sevicia es moneda corriente en el proceder de la superpotencia en declive, Estados Unidos, sus aliados europeos y su franquicia en el Medio Oriente, Israel.
Significativamente, EEUU no limita su sevicia a los adversarios (países que se rebelan de una forma o de otra a sus dictámenes), sino también les reserva una dosis a los mismos europeos y a los gobiernos tibios de Latinoamérica. Y a quien no lo crea, que se los diga Lula en portugués o en portuñol.
El ejecutante de la servicia se aprovecha de las relaciones asimétricas, o sea, cuando es más grande fuerte o tiene más dinero. No actuaría de esa manera si el músculo, la plata o el poder estuvieran repartidos más equitativamente. Quien se porta con sevicia es, por lo general, alguien estructuralmente cobarde. Le gusta usar su superioridad física, económica o legal para aislar al otro, humillarlo, hacerle experimentar dolor. ¿Se le viene a la cabeza algún jefe? No sería raro porque otro de los lugares donde crece la sevicia es en las relaciones laborales.
La sevicia en el ámbito geopolítico
Es al escenario de la política al que queremos remitirnos y allí abundan los ejemplos.
Gaza. En estos últimos tiempos no hay un lugar en el mundo en el que se pueda apreciar más claramente lo que significa la sevicia. La entidad sionista se ensaña contra la población civil no combatiente, incluyendo mujeres, niñas, niños, adultos mayores, personal médico y de enfermería, periodistas, fotógrafos, camarógrafos, funcionarios de organismos internacionales y de organizaciones de derechos humanos. Impiden el paso de ayuda humanitaria y bombardean a quienes tratan de acceder a la comida y el agua. Jerarcas del gobierno agresor, dirigentes políticos, líderes religiosos y gente común, además, hacen declaraciones abiertamente genocidas, dicen que deben matar incluso a los bebés y a las mujeres embarazadas. Se felicitan por estar lográndolo. Para colmo de maldad, quienes hacen esto justifican sus aberradas conductas con el argumento de que su etnia ha sido objeto de actos de crueldad semejantes en el pasado.
Alligator Alcatraz. La política antiinmigrantes de Donald Trump se lleva un escalofriante segundo lugar en este campeonato de la sevicia. El mandatario estadounidense ha desatado una cacería humana en las calles de las ciudades de la superpotencia. La autoridad encargada de capturar a los extranjeros, el ICE, actúa en clave de Gestapo. Uno de los más monstruosos inventos de Trump y su pandilla de supremacistas es la cárcel llamada Alligator Alcatraz, un campo de concentración montando en un pantanal donde abundan los caimanes. Trump se ufana de su gran obra y hace chistes sobre la voracidad de los reptiles. La sevicia se contagia a sus seguidores silvestres. En las redes sociales hemos podido ver a estadounidenses comunes, con sus gorritas de MAGA, tomándose selfies con los migrantes presos, como si esa cárcel fuese un zoológico.
Secuestros binacionales con El Salvador. La camarilla que gobierna EEUU quiere dejar claro su “derecho” a tratar a los inmigrantes como basura subhumana. Para ello han contado con la complicidad de otra criatura de la política de estos tiempos, Nayib Bukele, un presidente que acepta gustosamente convertir a su país en cárcel para los deportados de EEUU. Si algún profesor quisiera mostrar a sus alumnos lo que significa sevicia, le bastaría con presentarles los videos de la llegada de los 252 venezolanos secuestrados a San Salvador.
Niñas y niños de venezolanos secuestrados. El ensañamiento perverso de Trump y su banda contra Venezuela queda demostrado en el caso referido anteriormente, pero, al parecer, no basta. El afán de causar todo el dolor posible los ha llevado a la extrema truculencia de separar a niñas y niños de sus padres y madres. Cualquiera que tenga hijos o un mínimo de sensibilidad entiende que este es un castigo atroz y sádico.
La sevicia endógena
Las crueldades de Trump van contra los extranjeros calificados de ilegales, pero también han golpeado a muchos que votaron por él, hicieron campaña a su favor y hasta aportaron dinero para que ganara las elecciones. Aquí la sevicia adopta el modo del cónyuge maltratado, algo que, además de dolor, da mucha rabia y vergüenza.
En otros países, la sevicia de la ultraderecha se ceba contra quienes apoyaron un cambio político, supuestamente dirigido a corregir rumbos errados. Un ejemplo dramático y caricaturesco es el de Javier Milei, quien se congratula por monstruosidades como haber cortado los presupuestos para proporcionar tratamiento a pacientes oncológicos o con otras enfermedades catastróficas. Los enfermos mueren y él baila con su motosierra.
No es una cuestión casual, sino un modo de gobernar. En tiempos de pandemia, la ultafacha Isabel Díaz Ayuso, allá en Madrid, literalmente dejó morir a ancianos que se encontraban en residencias y asilos, mientras su familia se enriquecía especulando con mascarillas.
Es un patrón
Lo más grave de todo esto es que las conductas de estos personajes nefastos no son atribuibles a alguna patología mental individual. Al margen de que estén todos bastante trastornados, su comportamiento no constituye una desviación personal, sino que responden al patrón que se impone en esta etapa de decadencia del imperio estadounidense, que arrastra a sus aliados europeos y a sus lacayos de la derecha proimperialista en el resto del mundo.
El politólogo guatemalteco Marco Fonseca, en un artículo titulado “La guerra contra la empatía: el antihumanismo y el tecnofascismo del siglo XXI”, apunta que la crueldad extrema expuesta sin ningún tipo de reparos por estos gobernantes evidencia que la derecha mundial le ha declarado la guerra a la empatía.
“En los últimos años, un creciente coro de voces conservadoras ha cuestionado lo que mucha gente ha considerado durante mucho tiempo una virtud moral: la empatía. Afirmaciones como ‘la debilidad fundamental de la civilización occidental es la empatía’, expresada por Elon Musk, ya no son comentarios marginales, sino que se han convertido en parte central de una campaña ideológica más amplia. Según esta perspectiva, preocuparse demasiado por los demás, en particular por los grupos marginados y subalternos, los migrantes o los pobres, amenaza la cohesión y la supervivencia de la propia civilización. Este cambio no es meramente retórico; refleja una corriente filosófica y política más profunda que desplaza la solidaridad humana por el miedo, la sospecha y el darwinismo social”.
El analista indica que se trata de “una arquitectura emocional e ideológica de un nuevo tipo de fascismo adaptado al siglo XXI: un tecnofascismo sin uniformes, basado en la crueldad, el instrumentalismo y el resentimiento”.
Añade que el nuevo autoritarismo se caracteriza no solo por la obediencia y la crueldad, sino por un desprecio activo por la empatía y la solidaridad. “Cuidar es ser débil; dominar es sentirse seguro (…) La empatía se ridiculiza y la crueldad se convierte en una demostración de fuerza. El vínculo social se reconstituye no a través de la solidaridad o la empatía, sino a través de odios compartidos e identidades excluyentes (…) El rechazo a la empatía no es meramente una postura intelectual; es un estado de ánimo, una postura moral y filosófica (‘individualismo metodológico’), una forma de estar en el mundo”.
Por su parte, Javier Agüero Águila, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule (Chile), acota que “por extravagantes que puedan parecernos figuras como el reelecto Donald Trump en EEUU, Meloni, Le Pen o Weidel en Europa, Milei o Kast en América Latina, en fin, cualquier expresión de la fascistización objetiva del mundo –uno que se licúa de cara a la extrema derecha y sus prédicas supremacistas– lo cierto es que, y no es una tesis para nada original, lo que se evidencia es el fin de un cierto tipo de democracia, al menos tal y como las conocíamos en su versión ultraliberal”.
Explica que “no se trata del derrumbe del sistema democrático en sí mismo, sino que comienza a sintonizar a escala global con el autoritarismo despótico y la tachadura de lo alterno, ahora sí y con Trump a la cabeza de este grupo, de manera definitiva. Y el peligro es enorme; y Palestina puede ser barrida del mapa completamente. Y todos los pueblos disidentes/perseguidos del planeta, también. Son las nuevas democracias del odio”.
Comenta este académico que para imponer un capitalismo de nuevo cuño, estas élites “despatologizan la crueldad, la presentan como algo inherente a la naturaleza humana y la ponen a rodar por el mundo como formato espectral del nuevo orden”.
Basta mirar un rato las noticias en la televisión, los portales digitales y, sobre todo, en las redes sociales, para convencerse de que los puntos de vista de estos analistas tienen bastante fundamento. La crueldad extrema y despiadada es uno de los más notorios rasgos de un mundo que, paradójicamente, cada día logra más avances en ciencia y tecnología. La sevicia manda.
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)
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