sábado, 13 / 09 / 2025
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Alegorías, hipérboles e ironías acerca de la trágica y triste muerte del joven Charlie Kirk (+Clodovaldo)

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La muerte de un estadounidense llamado Charlie Kirk se ganó, de inmediato, el derecho a ser un capítulo de la tragedia que estamos escribiendo en este tiempo de dolorosa decadencia de un imperio que —como todos— llegó a creerse eterno e invencible.

Comencemos por describir a Kirk: joven, blanco y practicante de esa aberrante rebeldía de lo retrógrado (un oxímoron, si de figuras literarias hablamos). Pese a tener apenas 31 años, había sido un predicador del retroceso a épocas que a él le parecían mejores, en la que los negros estaban esclavizados y las mujeres no tenían derechos, sino el deber de parir y criar los hijos que Dios y sus maridos (o cualquier tipo) les pusieran en las barrigas.

Sólo con esos grandes rasgos de su retrato, este muchacho era toda una alegoría de la ultraderecha en cualquier parte del mundo actual. Los trumpistas estadounidenses, los nostálgicos del franquismo en España, los neonazis en toda Europa, los bolsonaristas de Brasil, los uribistas colombianos, los aplaudidores de Milei en Argentina y los maricorinos venezolanos: todos son rematadamente Kirk.

Pero, mientras más se profundiza en su semblanza, más alegórico se vuelve el personaje. El hombre era un influenciador de redes sociales, alguien a quien las ideas le servían para ganar “me gusta” o generar tráfico mediante respuestas airadas, y por ello escogía las posturas más grandilocuentes, es decir, altisonantes, rimbombantes y pomposas. En eso, en el gusto por la provocación, era también un emblema de la actualidad. En un mundo lleno de niños y niñas prodigio, de genios adolescentes, de jóvenes que en su veintena ya tienen varios doctorados, Kirk les llevaba ventaja todos esos porque brillaba con los fuegos fatuos de la viralidad. ¿Habrá alguna señal más clara de la decadencia del que hasta ahora ha sido el poder hegemónico global?

Tan simbólico es Kirk del fenómeno de la persona convertida en personaje de las redes y plataformas que ha logrado el sumun de la popularidad digital a raíz de su muerte. Ciertamente, era una figura conocida en Estados Unidos, pero, tras ser asesinado, se convirtió en el ídolo de todos sus similares arriba mencionados en el resto del mundo. Minutos de silencio, panegíricos y mensajes plañideros en las mismas redes generaron la impresión de que había muerto un apóstol.

Vayamos más a fondo en lo mucho que Kirk era la esencia de la ultraderecha que ha germinado luego de casi cuatro décadas de neoliberalismo, globalización y digitalización estupidizante. Él —o su máscara, vaya uno a saber— era supremacista blanco, misógino y homófobo; apoyaba la erradicación de los inmigrantes en EEUU (incluso de los que tienen documentos), legitimaba el genocidio de Gaza y era un furibundo partidario del derecho a portar armas. Si a un guionista de Hollywood o de alguna de las plataformas de streaming le hubiesen pedido un personaje así, que fuera el estereotipo del joven reaccionario de hoy, no habría podido concebirlo de manera tan perfecta.  

Como todo influenciador que se respete, Kirk era hiperbólico. En la expresión de sus opiniones practicaba la exageración hasta el terreno de lo caricaturesco.

Las contradicciones que caracterizan a la neoderecha global eran trazos claros de su discurso. Cuentan quienes le habían hecho seguimiento a sus andanzas que llegó a decir que si su niña de diez años era violada y quedaba embarazada, la obligaría a tener al bebé, pues él era provida. Al mismo tiempo, aplaudía la matanza de niñas y niños en Gaza y era un defensor a ultranza de la Segunda Enmienda de la Constitución de EEUU, que otorga el derecho a usar a armas.

Y en este punto es donde vemos el giro trágico más notable de esta historia. Kirk sostenía que una determinada cantidad de muertes anuales era un precio razonable a pagar por la preservación de ese derecho, al que consideraba sagrado. Y, por ironías del destino, él mismo ha quedado como cifra de ese precio razonable. Alguien, ejerciendo tan sagrado derecho, fue a uno de sus actos públicos y le metió un tiro.

El coro y el corifeo

Como en toda tragedia, en este caso, hubo un personaje coral. En el planeta surgieron voces acopladas que elevaron a Kirk al rango de mártir y se apresuraron a identificar a su asesino como miembro de alguno de los muchos grupos a los que él abominaba: afrodescendientes, inmigrantes, musulmanes, homosexuales, personas trans, activistas proaborto, feministas, palestinos y quién sabe cuántos más. En muchos lugares hicieron vigilias en memoria de alguien que, unas horas antes, no sabían que existía. “¡Gente parejera!”, decía mi madrina Evangelina.

El corifeo fue, claro está, el líder político del interfecto, Donald Trump, quien culpó de inmediato a sus adversarios políticos y prometió que le daría “una paliza a los lunáticos de la izquierda radical” para vengar a Kirk.

Pero, he aquí el aspecto más irónico del relato: el autor material del asesinato no está en ninguno de los segmentos sospechosos, pues es blanco, estadounidense, cristiano, de derecha, heterosexual y parte de una familia defensora de la Segunda Enmienda, que le enseñó a usar armas desde que era niño.

Cuando se divulga la identidad del asesino (Tyler Robinson, de apenas 22 años), Spencer Cox, gobernador de Utah, estado donde ocurrió el crimen, soltó una frase reveladora de la profunda crisis que sufre EEUU. Dijo que llevaba 33 horas rezando para que el asesino fuera de otro país o, al menos, de otro estado, pero resultó ser “uno de nosotros”. Uno se imagina al funcionario pidiéndole a Dios que el autor del disparo fuera un mexicano, un haitiano o un venezolano del Tren de Aragua y no un blanco de Utah, porque, como el gobernador republicano dijo una vez: “Nosotros somos gente buena y amable”.

Cox es mormón, como casi todos en Utah y, para agregar más ironía a la tragedia, en 2021 firmó una ley para que esas buenas y amables personas puedan portar armas en público, sin necesidad de tener un permiso.

[Por cierto, Cox es del ala antitrumpista. En las primarias de 2016 apoyó a Marco Rubio y después a Ted Cruz. Afirmó entonces que no apoyaría a Trump porque “no representa la bondad, es falso, peligroso y encarna lo peor de nuestro gran país”. Pero ese es otro tema].

Moraleja para los Kirk venezolanos

Las fábulas tienen una moraleja; las tragedias también la tienen, pero menos explícita. En el caso de la triste muerte de Charlie Kirk, hay algunas posibles enseñanzas para sus réplicas en todo el mundo. Si lo analizamos desde esta Venezuela amenazada de una agresión militar, tal vez el aspecto más resaltante sea que si usted se empeña en alborotar los odios, es muy probable que termine siendo víctima de ellos.

He oído y leído opiniones según las cuales, una cantidad de fallecidos (algunos dicen que hasta 10 mil estaría bien) es un costo aceptable por un cambio de régimen. ¿Estarán esas personas dispuestas a ser parte de esa cuota de sacrificio o que lo sea alguien de su familia, amigos, vecinos o compañeros de trabajo? Me parece que no. Da la impresión de que tienen una ilusa convicción de que los muertos serán otros, lejanos, desconocidos, abstractos.

En la clase media escuálida (no confundir con opositora, que es otra cosa) predomina la creencia de que las víctimas fatales serán, en su totalidad, dirigentes y militantes chavistas y, en general, gente pobre y fea de los barrios. Parafraseando al gobernador de Utah, “no uno de nosotros”.

Se basan en el mito hollywoodense de las extracciones quirúrgicas. No quieren aceptar que, en la vida real, las invasiones estadounidenses dejan a su paso miles o millones de muertos no combatientes y una terrible estela de destrucción física y moral de los países.

Tampoco quieren poner en la balanza el hecho de que la élite gobernante de EEUU no diferencia mayormente entre latinos de izquierda y de derecha, como lo demuestra la política de criminalización generalizada y la eliminación de los privilegios que tenían los presuntos perseguidos políticos.

Ojalá que lo ocurrido también les lleve a revisar ese concepto tan manido del “derecho a pensar distinto”. Kirk lo esgrimía para afirmar que los negros deberían volver a ser esclavos porque cuando lo eran, cometían menos delitos; también dijo, refiriéndose a destacadas mujeres negras en la escena política estadounidense: “No tienen la capacidad de procesamiento mental necesaria para ser tomadas realmente en serio”. Los ultraderechistas de allá y de acá defendían su derecho a discrepar. Lástima que, según la versión oficial, el joven asesino Tyler Robinson, ejerciendo un retorcido derecho a pensar distinto, pensó que Kirk no merecía vivir.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)


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